La bruja no es otro hype absurdo. No es otra de esas películas de terror que los fans del género encumbramos porque nos da la pájara (aunque juro que en el momento no somos conscientes de que es una pájara) y que 1) se desinfla al año y medio y 2) cabrea con razón al que nos hace caso e invierte su tiempo y su dinero en verla. Uno de los debuts más alucinantes que se recuerdan, La bruja es la mejor película de terror en lo que va de década. Y no llevamos precisamente una década mala: La cabaña en el bosque (2012), Babadook (2014), It Follows (2014)… Son todas espléndidas ¿Qué tiene que entonces La bruja que la haga ser tan increíble? Todo.
La película de Robert Eggers tiene un tema, la brujería, que aquí encuentra ramificaciones interesantísimas. Tiene un escenario físico y temporal marcado y exótico: la Nueva Inglaterra rural de 1630. Tiene una historia poco común y bien contada, la de la iniciación a la brujería de Thomasin (Anya Taylor-Joy), hija mayor de una familia cristiana que han sido excomulgados de su congregación y viven aislados en una granja en el bosque. Abraza con elegancia y misterio todo un pasado de tradiciones, leyendas, mitos y supersticiones.
Es sublime en su puesta en escena, de una definición, una pureza y una belleza incontestables. Hay en ella resonancias, no sólo visuales, de otros cineastas y películas: La bruja revela a un autor cinéfilo cuya fascinación por Dreyer (muy alargada es la sombra de Dies irae, de 1943, en su filme), Tarkovsky y Bergman es más que evidente. Sin embargo, aunque Eggers no esconde sus referentes, su película tiene un gesto muy personal, una intimidad bastante única.
Hasta aquí todo perfecto, ¿pero da miedo? Sí, La bruja da miedo. Tengo la sensación de que hemos olvidado que el cine de terror debe dar miedo (siempre y cuando sea el objetivo de su autor), de que nos agarramos a elementos resultones como atmósferas, diseños de personajes y aciertos visuales para negar el fracaso de determinadas películas. El filme de Eggers no falla en sus intenciones. La bruja es aterradora por la ferocidad de sus imágenes, a la vez hermosas e imposibles de olvidar, y por la oscuridad de los temas que cubre con su manto sobrenatural. Y tiene ambición (un deseo a la baja en el cine de género contemporáneo).
'La bruja' revela a un autor cinéfilo cuya fascinación por Dreyer (muy alargada es la sombra de 'Dies irae', de 1943, en su filme), Tarkovsky y Bergman es más que evidente
Es una película sobre brujería, y se adentra en lo fantástico con conocimiento de causa y con toda la artillería. Pero también es una exploración seca y sin remilgos del fanatismo religioso, las grietas familiares, la génesis de la maldad, la espontaneidad de la violencia, el despertar a la sexualidad y las consecuencias de vivir con miedo. Por este fondo temático y por su extraña manera de cruzar cine de género y crónica hiperrealista, la película de Eggers tiene algo de la también extraordinaria Más allá de las colinas (Cristian Mungiu, 2012), aunque sus historias sean distintas. Por último, pero no menos importante, La bruja acaba totalmente arriba. No es que el final esté bien, es que quizá sea el final más bello que veamos en mucho tiempo.