En cierta ocasión, siendo yo un niño, mi tío nos llevó a mi prima y a mí a una finca en la que pacían despreocupados una docena de corderos. Nos apoyamos en uno de los antiguos muros de piedra que segmentan los pastos en Galicia y estuvimos observando un rato a los animales mientras correteaban felices bajo el sol tibio de la primavera. Entonces mi tío señaló a uno de ellos y comentó: “Fijáos, chicos, ése es el nuestro”. Mi prima, que en aquella época tendría unos nueve o diez años, le preguntó emocionada si iban a adoptar un corderito, a lo que mi tío contestó: “No, cariño, no lo vamos a adoptar; nos lo vamos a comer”. Desde aquel día, mi prima no ha vuelto a probar el cordero.
Los recelos alimentarios son algo muy personal. Tanto, que a veces son cosa de países enteros. El pulpo, por ejemplo, y salvo contadas excepciones en el sudeste asiático y el Mediterráneo, sólo es un plato común en las dietas gallega y japonesa. Hay gente a la que le repugnan las ostras y hay gente que las adora. Otros no comen pescado. Algunos no soportan la tortilla con cebolla. A mí, sin ir más lejos, no me gusta comerme a los perros, y sin embargo en la ciudad china de Yulin se celebra todos los veranos un festival en el que los asistentes se meriendan a unos diez mil canes. Sobre gustos no hay nada escrito.
O tal vez sí. Daniel Guzmán, chef del restaurante Nova en Ourense, galardonado con la deseada estrella Michelin, ha escrito numerosas recetas, por ejemplo. Conoce la historia de Yulin y su festival de la carne de perro, y aunque comprende que en Occidente nos desagrade, enfatiza lo mucho que hemos avanzado como sociedad en la superación de líneas rojas gastronómicas: “Hace años era imposible pensar que la gente terminaría disfrutando del pescado crudo. O de elementos más sencillos, como la salsa de soja. Antes a nadie se le ocurriría utilizar salsa de soja y hoy en día es un ingrediente que los cocineros hemos integrado perfectamente a nuestros platos, incluso en restaurantes como el nuestro donde prima la cocina de raíces y el producto de kilómetro cero. Se ha facilitado el acceso a esos otros sabores, cuando, no hace mucho, el que quería probar platos de otras culturas no le quedaba más remedio que echarse la mochila a la espalda y viajar”.
Hablando con Daniel sobre gastronomía uno advierte una amplitud de miras que encaja perfectamente con su opinión sobre el consumo de carne canina en el sur de China: “Si a la mitad del mundo le contases lo que hacemos en Galicia con la matanza del cerdo nos considerarían un pueblo de salvajes. Comer carne de perro es algo que aquí, ahora mismo, no compartimos, pero, bajo un enclave sociocultural muy característico, es perfectamente comprensible”. Lo comparamos con otros hábitos culinarios y charlamos durante un instante sobre cómo sería ese momento en el que alguien se comió por primera vez un bicho tan repugnante como un centollo, pero la conversación se traslada pronto al ámbito sociológico: “Tenemos que entender que para los occidentales el perro es el mejor amigo del hombre, y comerse una mascota es algo muy complicado de asimilar. Nos parece muy salvaje. Yo tengo un gato y jamás me comería a mi gato. Pero no todo lo que a mí me parece mal está mal. Ni todo lo que me parece bien está bien”.
Criterios occidentales
Esa es, quizá, la clave de todo este asunto. La organización defensora de los animales Humane Society International denuncia el sacrificio anual de miles de perros, participando algunos de sus miembros y simpatizantes en una manifestación en Pekín el pasado 16 de junio en la que se pasearon varios cánidos y se expusieron pancartas con el eslogan “Yo no soy tu comida”. No obstante, tal vez se estén aplicando criterios netamente occidentales en la evaluación de una realidad que nada tiene que ver con nuestra forma de entender el mundo.
A los chinos les llama la atención que nosotros no nos los comamos. Antropológicamente, para nosotros el perro es mucho más que un animal
Así lo cree Manuel Mandianes, exdirector del Instituto de Estudios Sociales Avanzados, quien contesta a mi pregunta sobre por qué nos choca tanto que en China se coman perros con una interesante reflexión: “Igual que a ellos les llama la atención que nosotros no nos los comamos. Antropológicamente, para nosotros el perro es mucho más que un animal. Para empezar, tiene nombre. El mío, por ejemplo, se llama Pipo. Yo salgo de paseo con Pipo todas las mañanas. Si lo matasen, no matan a un perro. Matan a Pipo”.
El antropólogo remarca la diferencia entre lo que un perro es para nosotros, los occidentales, que entendemos que en China la gente no tiene reparos en comerse una mascota, y lo que es para ellos. “Este animal -continúa Mandianes- es parte de la sociedad doméstica. A esta sociedad pertenecen los padres, los hijos que aún no se han emancipado, anteriormente también los abuelos, y el perro. Fíjate que el perro, cuando vive en una casa con un patio o una finca, jamás sale de ella sin el hombre. Pero el hombre, cuando viaja, tampoco va más allá del límite hasta el que su perro puede llegar. Tú no puedes comerte a quien te acompaña. No puedes comerte a un miembro más de la sociedad doméstica. Habrá quien objete que nos comemos a los cerdos con los que convivimos, pero la diferencia es que para nosotros el perro es un individuo y no un animal”, concluye el doctor en Antropología y Sociología, quien aclara que, en este caso, el consumo de carne canina es una conducta que se produce en un contexto sociocultural en el que ésta es sólo un alimento más, como para nosotros lo es la carne de cerdo o la de vaca.
Maltrato animal
La periodista María Piñeiro, muy familiarizada con la cultura china debido a su experiencia en aquel país, subraya también esa circunstancia: “Para muchos chinos, tener un perro como animal de compañía es una costumbre muy ajena. No tienen esta relación con los perros que tenemos en Occidente. Casi todos se han hartado ya de que les acusen constantemente de ignorar los derechos de los animales y están hasta el moño de que sus costumbres, sobre todo en lo que se refiere a comidas exóticas, se vean como rarezas”.
Ayer mismo venía por la autovía y vi un camión lleno de cerdos que se dirigía al matadero. Apilados. Cagados los unos encima de los otros. Lo que pasa es que para nosotros eso es comida
El problema comienza cuando, en efecto, este extraño festival en el que se consumen miles de perros a la brasa sí podría enmascarar casos de maltrato animal. La ONG Animal Hope and Wellness, centrada en el rescate y rehabilitación de animales maltratados, ha denunciado mediante el testimonio de celebridades como Matt Damon, Joaquin Phoenix o Pamela Anderson que los perros son hacinados en jaulas mínimas donde se les transporta a lo largo de todo el país durante horas en condiciones deplorables hasta llegar a Yulin. Un hecho sobre el que Daniel Guzmán tiene una opinión muy clara: “Ayer mismo venía por la autovía y adelanté a un camión lleno de cerdos que se dirigía al matadero. Apilados. A casi cuarenta grados. Cagados los unos encima de los otros. Lo que pasa es que para nosotros eso es comida. No son mascotas. Si ese mismo camión fuese lleno de perros, alguien ya lo habría denunciado. Por lo tanto, ¿con los cerdos no pasa nada pero con los perros sí? ¿Por qué? Porque se trata de marcos socioculturales diferentes. Nada más. A ellos les parece normal porque es algo integrado en su cultura. Somos nosotros los que vamos allí a decirles que, como a nosotros no nos parece bien, eso que hacen está mal”, concluye el chef, quien aprecia en todo ello una actitud un tanto hipócrita.
Más allá de si alguien se está zampando o no al mejor amigo del hombre, lo más preocupante de todo este asunto sería que, como han señalado algunas asociaciones, en muchos casos se trata de perros robados o perros callejeros que no han pasado control sanitario alguno. Una circunstancia que en cualquier caso competería subsanar a las autoridades chinas, pero que no parece descabellada si tenemos en cuenta que, tal y como explica María Piñeiro, lo habitual es que la carne proceda de perros especialmente criados para su consumo, algo que encarece mucho su precio. “De hecho -comenta la periodista-, a los chinos que les cuentas el típico temor occidental de pedir un plato de carne de ternera y que resulte ser perro les suele dar la risa. Sabe Dios de dónde vendrá la ternera, pero perro no es porque lo sabrías. Y lo pagarías”.
Al intercambiar impresiones con María sobre el festival, a uno comienzan a resultarle extrañas las cifras de comensales y perros cocinados publicadas anualmente. Según la periodista, en realidad en China no se consume mucha carne de perro. Me confiesa, por ejemplo, que ella no conoce ningún restaurante que la sirva en Pekín, lo que es ciertamente significativo.
“Mi impresión es que la carne de perro es una cosa que hay que ir a buscar específicamente a un restaurante de algunas ciudades del sur, sobre cuyas gentes los propios chinos tienen un dicho: comen todo lo que tenga patas y no sea una mesa, todo lo que nade y no sea un barco, todo lo que vuele y no sea un avión. Pero la inmensa mayoría de chinos no ha probado la carne de perro en su vida. Como no ha probado la de serpiente, los gusanos fritos o los escorpiones tostados”, insiste la periodista.
La inmensa mayoría de chinos no ha probado la carne de perro en su vida. Como no ha probado la de serpiente, los gusanos fritos o los escorpiones tostados
Siendo así, cabe pensar que el motivo por el que hasta 10.000 perros son sacrificados todos los años en Yulin es porque en el sur del país el consumo de carne canina todavía es una tradición arraigada en la sociedad, aunque no sea un hábito alimentario común en el norte. Pero los más suspicaces también podrían relacionar esta práctica con una estrategia comercial dirigida a aumentar el turismo de la zona, como en alguna ocasión ya se ha denunciado, de tal forma que el destino de la gran mayoría de esos animales pasados por la parrilla no sea otro que el vertedero local. Algo que, incluso desde la perspectiva de Occidente, donde el sacrificio del ganado encuentra justificación únicamente en su consumo, sería considerado por todo el mundo como una matanza execrable.