“Cruzó el Atlántico porque estaba allí, y el Pacífico porque también estaba allí”, así comienza el obituario de John Fairfax, muerto a los 74 años y publicado en el New York Times el 18 de febrero. Se trata de uno de los más de 1.200 que ha escrito Margalit Fox, periodista de la sección del diario neoyorquino desde 2004.
A Fox, de 55 años y considerada la “mejor escritora de obituarios del Times”, le suelen preguntar si considera su trabajo deprimente. “La respuesta siempre es la misma: casi nunca. El obituario usualmente tiene como mil palabras, y solo una dos frases son sobre la muerte. El otro 98 por ciento del texto es sobre la vida, sobre vidas interesantes, además”, explica a EL ESPAÑOL en una entrevista telefónica desde su oficina en Manhattan.
Hay dos tipos de personas: aquellos que todo el mundo conoce, los presidentes o estrellas de cine, y luego están los que son más bien personajes que se mueven entre bambalinas, héroes desconocidos
La sección de fallecidos del periódico es una de las más reconocidas y, paradójicamente, menos conocidas de la 'Dama de Gris', cariñoso apelativo del medio. Es un recordatorio constante de lo fascinante y efímero de la condición humana. Décadas de vida comprimidas en apenas un millar de palabras. Hazañas tan desconocidas como deslumbrantes, errores sin importancia que marcan para siempre, descubrimientos frívolos que, insospechadamente, cambian el modo de vida, la sombría letra pequeña de amores mayúsculos, las frívolas preferencias de baño y alcoba de emperadores y reinas.
“Hay dos tipos de personas: aquellos que todo el mundo conoce, los presidentes o reyes, estrellas de cine, gente que sale en los libros de Historia; y luego están los que son más bien personajes que se mueven entre bambalinas, héroes desconocidos, hombres y mujeres, que tuvieron una idea, inventaron algo, escribieron un libro muchas veces hace años atrás con lo que lograron cambiar la Historia”, agrega Fox.
Al relatar la vida de Fairfax, la periodista escribe que “a los 20 años, abatido por un amor no correspondido, decidió matarse dejando que un jaguar le atacase. Cuando la confrontación planeada aconteció, sin embargo, la razón prevaleció –así como la pistola que llevaba consigo”. Acerca de su cruce a remo del Pacífico, reporta que “en 1972, él y su novia, Sylvia Cook, compartiendo un bote, se convirtieron en los primeros en remar a través del Pacífico, una aventura de un año en la que se les dio por perdidos (La pareja sobrevivió el viaje, y lo mismo hizo, por bastante tiempo, su romance)”. El de Fairfax es uno de los que aparecen en la reciente compilación en inglés Death becomes her (La muerte se convierte en ella).
Aunque recalca que los obituarios son los textos “más puramente narrativos del periódico” ya que “acompañan al personaje de la cuna a la tumba”, Fox no se cansa de recordar que se trata de periodismo. “No son panegíricos, no endulzamos nada. Presentamos retratos equilibrados de las personas de las que estamos escribiendo”, subraya con orgullo y deja caer que “en los funerales probablemente se escuchen otro tipo de relatos” sobre los mismos personajes.
Jamás escribiría un obituario sobre un familiar o un amigo, sería un tremendo conflicto de interés, me recusaría. Soy periodista, es importante subrayarlo
Reconoce, por ello, que es bastante habitual recibir quejas de familiares o amigos de los fallecidos. “Cuando revisamos, no obstante, vemos que no nos están acusando de faltar a la verdad, simplemente que querían un florido elogio, y lo que les ofrecimos fue un contrastado texto periodístico. Y no todas las familias aceptan esto”, afirma.
Las matemáticas siempre ayudan a poner en contexto las cosas. ¿Qué probabilidad hay de aparecer en la sección del gran diario neoyorquino cuyo lema es “Todas las noticias dignas de imprimirse”? Ínfimas. “Es estadísticamente inusual. Alrededor de 2 millones de estadounidenses mueren cada año y tenemos espacio para acomodar obituarios de cerca de un millar. Menos de una décima del uno por ciento de los estadounidenses aparecen en la sección, imagínate”, lamenta. “Aunque claro”, agrega con su flemático humor, “también escribimos de gente de otras partes del mundo”. Antes de acabar (la muerte no descansa), insiste en que "esto es periodismo, no hay espacio para las emociones, se trata de los hechos".
Por eso, concluye: “jamás escribiría un obituario sobre un familiar o un amigo, sería un tremendo conflicto de interés, me recusaría. Soy periodista, es importante subrayarlo. También me recusaría de cubrir la toma de posesión presidencial si fuese mi hermano".