Podemos y la cultura: podréis defenderla, pero no domesticarla
El debate cultural del partido se plantea qué hacer: ¿crear una nueva cultura antifelipista -que supere los vicios de la Transición- o confiarlo todo al instinto popular?
29 septiembre, 2016 17:35Noticias relacionadas
- La batalla cultural de la izquierda es “estéril”: Bertín Osborne está con el PP
- "¡No le toques ya más, que así es la rosa!": cinco poemas de despedida para Pedro Sánchez
- Pedro Sánchez recluta a la vieja guardia cultural para crear su 'ceja'
- Arte sacro, novelas y ópera: la factura cultural de las tarjetas black
“Libro necesario”, “lectura obligada”, “película imprescindible”. ¿Cuántas veces al día leemos estos calificativos en periódicos, revistas y redes sociales? ¿Se está convirtiendo la crítica cultural contemporánea en una especie de catequesis secular desesperada? Este tipo de recomendaciones o invocaciones se hacen casi siempre en el contexto de diagnósticos pesimistas sobre la vida espiritual en nuestra época, con la idea de fondo de que el público es ignorante, consumista, escapista y necesita, por parte de los creadores, de cierta guía moral y política.
Como si la “cultura” pudiera remediar la supuesta falta de educación de los ciudadanos. Como si la cultura tuviera una función fundamentalmente pedagógica que debiéramos exprimir al máximo. Pero ¿por qué tendría que educarnos la cultura? ¿Realmente leemos, vamos al cine o escuchamos música para aprender, para hacernos mejores?
'Cultura popular'
Si bien este tipo de recomendación-sermón que nos insta a determinados consumos insuflándoles un carácter formativo recorre todo el arco ideológico, es innegable que quienes más directamente se han hecho cargo de problematizar la cuestión son las muchachas y muchachos de Podemos. Hace ya meses que Íñigo Errejón pidió la colaboración de los artistas para la transformación política que necesita el país, y últimamente los encargados de cultura del partido se han enredado en un debate sobre un posible comisariado cultural e ideológico en un eventual futuro gobierno podemita.
El nombre sagrado para la cultura podemita es, por supuesto, “cultura popular”. La cuestión que divide las aguas de estos aspirantes a comisarios políticos es si esa “cultura popular” debe ser una “nueva” cultura que eduque e ideologice al pueblo, liberándolo de la “antigua” cultura del régimen del 78, según parece heredera del franquismo, o si, sin tanto juicio crítico y con algo más de oportunismo, la cultura popular es la que de hecho consume el pueblo en su inmensa sabiduría.
¿La “cultura popular” debe ser una “nueva” cultura que eduque e ideologice al pueblo, liberándolo de la “antigua” cultura del régimen del 78 -según parece, heredera del franquismo-?
Se trata de un viejo dilema de hierro, quizás sin saberlo heredado de las tradiciones rusas: nuevas melodías militantes necesarias, o fiesta barrial, pachanga y diversión incandescente. Stalinismo soft versión siglo XXI o populismo, entendido como sacralización del saber inmanente en el pueblo.
Pero en verdad, en esta dicotomía entre construir una cultura “pensada” para educar al pueblo con contenidos y mensajes imprescindibles o simplemente nutrirse de la cultura popular que ya existe, late un conflicto que atraviesa toda la historia occidental. Un conflicto que constituyó uno de los grandes temas de la Ilustración europea (en la tensión entre racionalismo y romanticismo), y que se remonta hasta el siglo IV antes de Cristo, al brutal conflicto entre Platón y los poetas tal y como quedó inmortalizado en su diálogo la República.
Reyerta entre Platón y los poetas
Platón estaba enfrentado con los poetas, no porque desdeñara sus versos o sus rimas, sino porque la poesía arcaica era el gran depositario de la tradición y al mismo tiempo el principal dispositivo de goce sensorial en la antigüedad. En la cultura oral arcaica la poesía era el principal vehículo educativo, pero era un vehículo hedonista, sensitivo, irracional. Los grandes rapsodas narraban las hazañas de los héroes y estas hazañas se aprendían por la rima y por lo memorable de las historias, a ritmo bailable, no porque nadie las hubiera diseñado racionalmente para orientar a los ciudadanos hacia la virtud.
Platón consideraba que hacía falta una educación no sensorial (no poética, ni mítica) que condujera a los ciudadanos hacia el bien
A Platón no le gustaba esto: consideraba que hacía falta una educación no sensorial (no poética, ni mítica) que condujera a los ciudadanos hacia el bien. Las ideas de “bien” y “belleza” debían ser enseñadas de un modo racional (no meramente sensorial) a la multitud. En la República, Platón compara a la multitud con una “bestia” y a los poetas y a los sofistas (sus dos grandes enemigos) con unos domadores que simplemente usaban lo que le resultaba agradable a la “bestia” para poder domesticarla. La poesía sería así una educación aduladora de la multitud, (mercantil, diríamos anacrónicamente nosotros) sin ningún rumbo racional y sin ninguna consideración reflexiva sobre lo bueno y lo malo. Con Platón y su expulsión de los poetas de la República empieza la idea de “diseñar” la educación y expulsar a lo sensorial del lugar educativo central.
Lo sepan o no, los podemitas están debatiéndose entre Platón y los rapsodas, reproduciendo en sus discusiones aquella vieja historia nunca resuelta. Unos quieren agradar al pueblo; otros educarlo en el bien. Todavía no han llegado a una conclusión, seguramente porque cada mañana tienen que llevar a los niños al colegio y cada tarde tienen que ir a buscarlos. Al fin y al cabo desde Platón y los rapsodas ha pasado mucho tiempo y hoy tenemos escuelas y un sistema educativo más o menos racional ya formado. Quizás los aspirantes a prescriptores culturales deberían relajarse, dejar que “la bestia” disfrute con lo que quiera, más allá del bien y del mal, y en todo caso, humildemente de vuelta en casa, ayudar a los niños con sus malditos deberes.