Hay frases que estirando al máximo las posibilidades de los significados de las palabras les hacen dar lo mejor de sí. Hay otras, en cambio, que al estirar tanto, simplemente rompen el significado original dando no ya lo peor de sí, sino lo peor de quien las utiliza. Como ejemplo de lo primero, pienso en cómo en el genial Anatomía de un instante Javier Cercas llega a la expresión “ética de la traición”. Es una expresión límite, pero leyendo ese libro tuve la sensación de que frente a la ya manida y casi muda "ética de la lealtad", en la expresión “ética de la traición” (si fuéramos capaces de darle contenido más o menos preciso), la palabra "ética" estaría -en su límite-, dando lo mejor de sí.
Pero hay otros "estiramientos" del lenguaje que no son más que destrozos, que no producen nada nuevo más que desasosiego. Una de las víctimas centrales de estos estiramientos desasosegantes en el mundo de la cultura contemporánea es la palabra “rigor”. En el macizo cultural digital de hoy el uso judicativo del “rigor” por parte de escritores y periodistas culturales (como si fueran notarios o instructores de una academia militar) es ya una verdadera plaga.
Rigor novelístico
Pero la primera impresión fuerte respecto de este abuso la tuve hace años cuando trabajaba como librero a tiempo completo, recomendando, vendiendo o participando de las más infames ceremonias de nuestra industria . Acudí entonces, como tantas otras veces, a la presentación de un libro de una editorial muy grande. Se trataba de la segunda novela de un autor español que con la primera había cosechado un éxito tan descomunal como inesperado.
En el macizo cultural digital de hoy el uso judicativo del “rigor” por parte de escritores y periodistas culturales es ya una verdadera plaga
No era un acto abierto al público, sino sólo para libreros y algunos invitados especiales. Mientras nos hablaban del libro, convenciéndonos para que lo vendamos bien, nos daban de comer carne y mariscos. Primero habló el editor, que parecía un ejecutivo estresado, y presentó el libro como una "gran apuesta por la calidad literaria"; subrayó la libertad que le habían dado al escritor para que hiciera su trabajo "con todo el rigor" y contó que este había tardado nada menos que cinco años en escribirla. Ya me llamó entonces la atención esta mención del "rigor" aplicada a una novela, pero la atribuí a una desviación lingüística del editor que en otro momento de su vida pudo haber sido jefe de almacén, contable o policía, quién sabe.
Después habló el escritor y nombró tres o cuatro veces más el hecho de haber tardado cinco años en escribir la novela. Mientras un buen trozo de solomillo se enfriaba en su plato, contó varias de las penalidades vitales por las que había pasado para terminar de escribir el libro; por ejemplo, que había estado conviviendo con un grupo de ciegos durante casi un año (uno de los personajes principales de la novela era ciego).
Esto a mí me produjo una molesta mezcla de pena y cansancio. Dijo que perfectamente podría haberse dado prisa para aprovechar el éxito de su anterior novela, pero que quería hacer su trabajo "con todo el rigor" y por eso se había tomado tanto tiempo. Mientras hablaba de su propia obra el autor intentaba parecer humilde; sin embargo, cada vez que utilizaba la palabra "rigor" (y la utilizó cuatro o cinco veces), no podía ocultar su orgullo.
La novela que es informe
A mí esta insistencia en el "rigor" literario me estaba quitando el hambre. ¿Qué carajo sería una novela "rigurosa"? Un informe. Quiero decir, un informe puede ser riguroso. Un inventario puede ser riguroso. ¿Este era el último giro, la última torsión de la novela, haberse convertido en informes, inventarios? ¿O era simplemente una expresión mediocre de la profesionalización de la literatura?
La idea de un "rigor literario" representa tanto una traición al rigor como una traición a la literatura
Seguramente era esto último: "el rigor" en la escritura de ficción representaría una especie de grado cero de las virtudes literarias. La más pequeña virtud. En todo caso la idea de un "rigor literario" representa tanto una traición al rigor como una traición a la literatura. Pensé en decirle todo esto al autor, pensé en contarle el chiste malo en que estaba pensando: el “Informe sobre ciegos” ya había sido escrito hace bastante tiempo...
Sin embargo, antes de los postres, mientras los libreros le hacían preguntas más o menos insípidas al autor, me levanté para irme. No quería dar explicaciones a nadie, pero la chica que tenía al lado me preguntó por lo bajo: "¿ya te vas?, ¿no te quedas al brindis?" Me escuché entonces susurrando (en un pequeño acto de justicia con el sentido del rigor): "No, no puedo. Tengo que volver al trabajo: es que mi jefe es muy riguroso con los horarios".