“¿Es que nadie va pararme?”, dice Aimee Mann en la canción que compuso poniéndose en la piel de Donald Trump. La letra de esta cantautora forma parte de “30 días, 30 canciones”, una lista de reproducción creada para conseguir “una América libre de Trump” y en la que grupos como R.E.M han publicado sus canciones durante el último mes de campaña. Los músicos se han mostrado especialmente beligerantes con el candidato republicano: no sólo Adele, también Neil Young o Aerosmith le exigieron que no pinchara sus canciones en los mítines. Pero a pesar del rechazo que genera en el mundo de la cultura, a los creadores no les ha ido nada mal usar como materia prima un blanco tan fácil como Trump.
El cine ha sido uno de los sectores que más jugo le ha sacado. Sólo en 2016, la base de datos IMDB da un total de 15 cintas con Trump como protagonista o personaje. A excepción de la película encargada de llevar al cine El arte de la negociación, libro firmado por el candidato, casi todas las demás han atacado su figura y lo han retratado como un multimillonario inculto, burdo, machista y racista preocupado sólo por hacer dinero. Gana por KO el género documental. Es el caso de Stop Trump!, cinta que su director, Carlos Altamirano, explica como “una visión desde México” del mensaje “lleno de odio “ del republicano.
Muchos de esos trabajos son documentales sólo en el nombre: les falta investigación y voces alternativas. Es el caso Trumpland, grabado en 12 días por Michael Moore y presentado con motivo del tercer debate entre Trump y Clinton. El resultado es un vídeo promocional para favorecer a la demócrata más que un trabajo documentado para retratar al republicano. Moore lo presentó con un aviso para futuros electores frustrados: si Clinton no cumple su programa, él mismo se postulará como presidente en 2020.
Trump también tiene una serie: You Got Trumped, una comedia que fantasea sobre cómo serán los cien primeros días de Gobierno de un presidente salido de la lista Forbes. La dirige John di Domenico, se emitió por Internet en EEUU y Canadá el 19 de octubre y tiene el sello de quien dirigió Casi 300, parodia de 300, adaptación del cómic de Frank Miller sobre la batalla de las Termópilas.
Un muro de caricaturas contra Trump
Después de EEUU, México ha sido el país que más ha alzado la voz contra Trump, sobre todo después de que anunciara la construcción de un muro para impedir la llegada de inmigrantes. Tras el concierto de octubre en el que participaron artistas como Julieta Venegas o Miguel Bosé en la frontera que une San Diego con Tijuana, la última manifestación de su rechazo al aspirante a la Casa Blanca tuvo lugar el 4 de noviembre en Ciudad de México, donde se inauguró Un muro a la trompa de Trump. La exposición muestra algunas de las 350 caricaturas que aparecen en un libro editado por la Unión Iberoamericana de Humorista Gráficos.
Los artistas de Cleveland también se hicieron oír en julio, con motivo de la convención republicana en su ciudad, cuando le recibieron con proyecciones y exposiciones sobre la segregación racial que padeció su ciudad en los años 60 y las secuelas que aún sufren en forma de persecución policial. El discurso machista y racista del magnate fue su blanco predilecto, como lo fue para el colectivo Indecline, un grupo de artistas que en agosto colocaron esculturas por ciudades estadounidenses para burlarse del empresario. El emperador no tiene pelotas, se titulaba la obra en la que aparece Donald en cueros y sin testículos. Las autoridades retiraron las efigies a las pocas horas pero para entonces, las redes sociales ya estaban llenas de fotos y vídeos que recogían la las chanzas que los transeúntes hicieron a cuenta de las estatuas emasculadas de Trump.
En una línea parecida están otras acciones como las de Plastic Jesus, artista callejero que ha intervenido señales de tráfico (“No Trump Anytime”) y construyó un muro alrededor de la estrella que tiene el republicano en el Paseo de la Fama de Hollywood y en la que puede leerse: “Dejad de hacer famosa a gente estúpida.”
Hagiografías, reediciones, traducciones e ‘instant books’
Los promotores del libro de caricaturas de Trump informan con satisfacción de que ya han vendido 2.000 ejemplares y el editorial es, precisamente, otro de los sectores culturales que se ha beneficiado del fenómeno del momento. Por haber, hay hasta libros para niños: A Child's First Book of Trump, de Michael Ian Black, que explica al público infantil cómo identificar a “la bestia” por su “piel naranja brillante y su figura rechoncha". También se han reeditado y traducido casi todos los libros de Trump sobre cómo convertirse en millonario, invertir en bienes raíces o ser un crack jugando al golf.
A España han llegado traducciones de libros muy oportunos. Uno es Trump. Ensayo de la imbecilidad (Malpaso, 2016), en el que el profesor de la Universidad de California, Aaron James, aplica su ya planteada teoría de la estupidez a la figura de Trump. Lo tacha de “imbécil”, “bobo”, “payaso” y explica las partes del contrato social que se salta Trump, personaje que atrae y puede ganar las elecciones, resumiendo, porque ama su país. De la mano de la editorial Debate llegó El show de Trump, trabajo del periodista Mark Singer.
El teatro es una de las disciplinas que más partido ha sacado a la renovada popularidad de Trump
La obra se ha publicado en 2016 pero se gestó a fuego lento, tras muchos años de seguir al personaje e informar sobre él, lo que le aporta una solidez que no tienen la mayoría de los títulos, escritos y editados con la misma inmediatez que un canal de noticias 24 horas. Y con sus mismos defectos. Le ocurre a las hagiografías voluntarias, como la que sacó en agosto la columnista Ann Coulter y cuyo título lo dice todo: In Trump We Trust (En Trump confiamos), pero también a los libros que embisten contra Trump, instant books hechos de retales que no aportan nada pero que se imprimieron para que llegaran al mercado antes de que Trump tome la Casa Blanca o se estrelle contra ella.
Trump, en el lugar de Hitler
El teatro es una de las disciplinas que más partido ha sacado a la renovada popularidad de Trump. En EEUU no existe jornada de reflexión pero muchas salas de Nueva York cierran la noche electoral porque el público prefiere atender a las urnas. Este año, sin embargo, el mismo día en que los estadounidenses deciden su futuro, en Le Posisson Rouge ofrecen Trump: a Theatrical Concerto, “una exploración de 45 minutos de la mente del candidato republicano” que mezcla composiciones musicales con fragmentos de los discursos más polémicos de Trump. No es la única sala que adapta su contenido a las elecciones. The Drumf and the Rhinegold es otra de las obras que podrán ver los neoyorquinos, una parodia de El anillo del Nibelungo de Richard Wagner en la que un señor todopoderoso roba una alianza con la que domina el mundo. Sus enemigas se llaman Ivana, Marla y Melania, nombres de las ex parejas y la actual esposa de Trump respectivamente.
El caso más llamativo de hasta dónde se puede aprovechar el rechazo que produce Trump está estos días en el East Village. Tal como informa el New York Times, allí se interpretan estos días hasta tres versiones de La resistible ascensión de Arturo Ui, sátira firmada por Bertolt Brecht en 1941. La alegoría original usaba la figura de un mafioso de Chicago para hablar de la ascensión al poder de Adolf Hitler. Hoy, los dramaturgos la tunean para poner en su lugar al multimillonario republicano.
Pocos apoyos culturales para Trump
Es difícil encontrar nombres importantes en el ámbito de la cultura del lado de Trump. Al margen de Clint Eastwood o John Voight, de la cantante Jessica Simpson o el artista callejero Sabo, pocos son los nombres destacados que lo apoyan públicamente. Él también ha dado muestras de tener poco interés en las artes, pues ha construido casinos, rascacielos y hoteles; ha comprado compañías aéreas, yates y organizado combates de boxeo multitudinarios, pero lo mas cerca que se le ha visto de un concierto fue en la inauguración de la discoteca Studio 54 en 1977.
“Es malo para la gente pero bueno para mi proyecto”, declaró Gene Pritsker, director de Trump: a Theatrical Concerto, explicando por qué había montado un obra que incluía el nombre del republicano. A otro que le está saliendo rentable la figura del magnate es al director y protagonista de You Got Trumped, que no da abasto atendiendo encargos para que imite al candidato. Y no es el único actor que está aprovechando el tirón electoral emulando a Donald Trump.
He interpretado obras sobre otros megalomaniacos y puedo decir que Trump es perfecto
“He interpretado obras sobre otros megalomaniacos y puedo decir que Trump es perfecto”, explicó Mike Daisey, monologuista de éxito, en un artículo sobre la atracción que ejerce el empresario en los creadores. Daisey tiene en cartel The Trump Card y mucha experiencia en retratar las debilidades de gente como L. Ron. Hubbard, padre de la Cienciología, o el de Apple, Steve Jobs. “Lo único que es verdad en Trump es que miente todo el rato”, dice el dramaturgo y advierte de que quizás todos se han fijado demasiado en lo que dice y no en lo que ha hecho o hará.
Atacar los hechos, no las palabras
En esa línea iba también el periodista político de New Yorker William Finnegan cuando aprovechó su visita a Barcelona para hacer autocrítica y asegurar que todos en EEUU han prestado mucha atención a las declaraciones de Trump y muy poca a sus hechos. Una información del diario USA Today refuerza esa idea: en los juzgados de Estados Unidos hay hasta 3.500 documentos que llevan el nombre de Trump o alguna de sus empresas. Pero no es en esos datos en los que se apoyan quienes le atacan, sino en sus declaraciones, que le sirven de disfraz pero también de coraza.
Trump ha conseguido que la cultura se moje, aunque hay quién se pregunta si sus gritos y sus improperios han generado algo más que chillidos y exabruptos del otro lado. Porque, ¿qué aporta al debate o al cambio político responder a sus machadas retratándolo con un micropene? “La diferencia entre el arte de protesta y la propaganda es confusa, pero se aclara cuando un artista busca fomentar la conversación en lugar de encender los fósforos del insulto”, escribía hace unos meses la crítica Carey Dunne en un intento de distinguir el arte que enriquece el discurso político y aquel que sólo replica con una invectiva al odio que exhala la boca de Trump.