El sociólogo polaco Zygmunt Bauman ha muerto a los 91 años, el creador del concepto “líquido” de la sociedad contemporánea. Ha descrito un mundo neutro moralmente, un mundo que ha perdido la cara, un mundo sin moral. El autor de ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? (Paidós) describe los cambios que ha experimentado un mundo dominado por el capitalismo en plena revolución tecnológica de la información. La modernidad líquida que enunció supone “el fin de la era del compromiso mutuo”, la era en la que el espacio público es asaltado por los espacios privatizados y la inevitable corrosión, agonía y desintegración del concepto de ciudadanía.
Bauman mide las sociedades a partir del grado de desigualdad. La riqueza global puede aumentar, pero si también lo hacen las patologías sociales, la sociedad estará encallada en la injusticia. Las ganancias de una minoría crecen, mientras el resto de la sociedad gana en pobreza. Bauman ha escrito que desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la política trató de extender la riqueza al mayor número de gente posible. Bienestar para todos.
Sin embargo, el autor de La posmodernidad y sus descontentos señaló cómo nadie confía ya en el porvenir, porque nadie se siente seguro ya. Bauman abogaba por una clase media segura, que miraba con confianza el futuro, tal y como ocurrió a mediados del siglo XX. Vio esa clase como la panacea que salvaría al proletariado de los márgenes y el riesgo social. Pero todo cambió tras la crisis financiera, al borrar la distinción. La clase media y el proletariado se han fundido para dar lugar a un nuevo estamento: el precariado.
Beneficios para todos
El azote de los nuevos ricos les criticó por la falta de responsabilidad con las comunidades en las que se enriquecen. Estas élites, aseguraba, circulan por los mercados internacionales sin banderas ni pertenencias, sin responsabilidades fiscales, ni obligaciones morales. Sin lazos con las personas que participan en la producción de su fortuna. En Trabajo, consumismo y nuevos pobres denunció cómo estos multimillonarios se han atrincherado en su riqueza e impiden que trascienda o beneficie al resto de la población. Y que la población lo vea como algo normal.
Después de tres décadas de “orgía consumista” la brecha entre vencedores y derrotados no ha cesado de crecer y el poder se ha emancipado de las reglas y el control estatal. Pero Bauman no era optimista ni con los cuestionamientos sociales, no era amigo de la política de indignación que levanta muros en vez de puentes. Aseguraba que el propósito de alimentar los miedos y el enfado únicamente tiene una meta: más votos en las elecciones, pero no mitiga el poder de los culpables.
Después de tres décadas de “orgía consumista” la brecha entre vencedores y derrotados no ha cesado de crecer y el poder se ha emancipado de las reglas y el control estatal. Pero Bauman no era optimista ni con los cuestionamientos sociales, no era amigo de la política de indignación que levanta muros en vez de puentes. Aseguraba que el propósito de alimentar los miedos y el enfado únicamente tiene una meta: más votos en las elecciones, pero no mitiga el poder de los culpables. Los gobiernos, explica, han perdido el control de sus países. El divorcio entre poder y política ha provocado que las naciones ya no sean capaces de decidir sus propios destinos.
La civilización incomprensible
En Modernidad y Holocausto, Bauman trata de contribuir a las lección del exterminio judío para incidir sobre la conciencia contemporánea. Por eso creía necesario revisar las ciencias sociales para acabar con la tentación de sentirnos libres de responsabilidades después de “ellos”, los nazis. Reniega del orgullo en un pacto social que imponen restricciones al salvajismo innato en el ser humano. No cree en él, porque el Holocausto judío desveló la peor versión del hombre, que coexiste con la que convivimos.
Por eso Bauman escribe que es un error suponer que la civilización y la crueldad salvaje son antitéticas. El antisemitismo no nació de la diferencia entre grupos, sino de la amenaza que supone la ausencia de diferencias. De la homogeneización de la sociedad. “No es el Holocausto lo que no logramos entender en toda su monstruosidad; es nuestra civilización occidental, una civilización que el Holocausto ha convertido en incomprensible”, escribe en una sentencia que se dilata en el tiempo hasta nuestros días.