En un momento en el que Europa no parece saber muy bien qué es, y en el que nadie tiene demasiado interés en recordar que la cultura debía ser uno de los ejes que marcarían la identidad de su proyecto, resulta aún más ilustrativo hablar de Melina Mercouri, probablemente una de las mujeres que más han hecho por definir lo que debía haber sido el sueño europeísta.
Pero lo más curioso es que lo hizo desde una apuesta por recuperar primero lo local. Cuando se convirtió en la primera mujer ministra de Cultura griega, en 1981 y con 61 años, ya era toda una estrella, después de protagonizar películas como Nunca en domingo (por la que fue galardonada en Cannes y nominada a un Oscar), Fedra o Topkapi, dirigidas por su marido Jules Dassin, y en las que compartió cartel con estrellas como Anthony Perkins, Peter Ustinov o James Mason, y de rodar con Juan Antonio Bardem Los pianos mecánicos. Además, había destacado también en el teatro y como cantante.
Sin embargo, nunca estuvo ajena a la política: era nieta de un histórico alcalde ateniense, y durante el Régimen de los Coroneles (1967-1974), que la sorprendió en el extranjero, se convirtió en uno de los mayores altavoces contra la dictadura, a la que atacó desde todos los púlpitos mundiales a los que tuvo acceso. Cuando a causa de ello le retiraron la nacionalidad, declaró: "nací griega y moriré griega. El señor Patakós [ministro del Interior de la Junta Militar] nació fascista y morirá fascista."
Cuando accedió al ministerio, diseñó una política que buscó recuperar el inmenso legado clásico de Grecia. No sólo lo hizo promoviendo el establecimiento de parques arqueológicos donde los monumentos pudieran ser estudiados y disfrutados igualmente por los visitantes, sino que hizo de ello una reivindicación nacional. Hasta tal punto que impulsó la remodelación del Museo de la Acrópolis, para el que pretendía además recuperar los conocidos como Mármoles de Elgin, una gran colección escultórica que el británico lord Elgin se llevó a Inglaterra entre 1801 y 1805 tras ordenar retirarlos del Partenón. En aquellos años, Grecia estaba bajo gobierno otomano, y la península helénica era el tablero en el que se medían todas las grandes potencias del momento.
Deben entender lo que los mármoles del Partenón significan para nosotros: son nuestro orgullo, son nuestros sacrificios, son nuestro símbolo de excelencia más noble
La parte más destacada de la valiosísima colección, que puede visitarse en una sala especial del Museo Británico desde 1939, son dos tercios del friso del Partenón, la parte más simbólica y cuya vuelta a territorio griego ha sido reivindicada a lo largo de las décadas. Pero pocas veces con tanta virulencia como lo hizo Mercouri, que tanto durante su primer mandato como ministra, entre 1981 y 1989, como en el breve entre 1993 y 1994, se esforzó en aprovechar cualquier oportunidad que se le presentara para hacer la reclamación. En 1986 no dudó en afirmar en Oxford que "deben entender lo que los mármoles del Partenón significan para nosotros: son nuestro orgullo, son nuestros sacrificios, son nuestro símbolo de excelencia más noble, son un tributo a la filosofía democrática, son nuestras aspiraciones y nuestro nombre, son la esencia del ser griego".
Sin embargo, la cultura para Mercouri tenía una importancia que iba más allá de lo exclusivamente nacionalista. Fue suya la idea de que anualmente se designaran capitales culturales europeas (la primera de ellas fue Atenas, en 1985). También se esforzó en crear estrategias comunes entre los países miembros, dado que el Tratado de Roma que había dado origen al proyecto europeo en ningún momento se preocupaba de la cultura. De la misma forma, luchó porque Grecia volviera a acoger unos juegos olímpicos, sobre todo con la vista puesta en el primer centenario de su instauración en la era moderna, lo que tendría que haber ocurrido en 1996. Pero para ese año se fueron a Atlanta, cuna de la Coca-Cola, y Atenas tuvo que esperar al 2004 (con unos resultados económicos catastróficos, por cierto).
Ella no llegaría a verlo: por entonces, llevaba ya una década muerta. Fumadora empedernida, un cáncer de pulmón acabó con ella a los 73 años, mientras era tratada en Nueva York. A su muerte recibió el reconocimiento y el cariño de todo su pueblo, que incluso depositó numerosas cajetillas de tabaco ante su féretro. En su honor, la UNESCO creó un premio que lleva su nombre para reconocer las iniciativas más destacadas que busquen recuperar los paisajes más emblemáticos de todo el mundo. Su viudo creó la Fundación Melina Mercouri para mantener vivo su legado, que gestionó hasta su muerte en el 2008, aunque la fundación sigue en activo. Y cómo no, uno de sus objetivos principales sigue siendo conseguir que los mármoles del Partenón regresen a Grecia. Una difícil tarea: ni Grecia, ni desde luego Europa, son ya lo que eran cuando ella fue ministra.