¿Debe existir un órgano encargado de dictar la norma que refleje la buena utilización de un idioma? ¿Tienen que conservarse unos parámetros bajo los cuales se establezca una comunicación universal entre todos los hablantes del castellano? Si la respuesta a estas preguntas es negativa, aquí se acaba la lectura. Si, por el contrario, creen que sí tiene que existir un instrumento que dibuje el camino que debe seguir el hablante, entonces continuemos con las preguntas: ¿Cuáles son los criterios que utiliza la Real Academia Española para dictar esa norma, para fijar esos parámetros? Aquí es donde reside el problema principal al que ataca este texto: no tenemos ni idea de qué motivos guiarán al académico a la hora de limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua en la próxima reforma. ¿Se habrán levantado con el pie derecho? ¿Habrán desayunado fuerte? ¿Achuchará el solomillo de la comida?
Arturo Pérez-Reverte comunicó a través de Twitter la nueva medida: la Academia aceptará que la segunda persona del plural del verbo "ir" se exprese también con la forma "iros". Que la medida se anunciase así denota un cierto aire de improvisación, y aunque no contábamos con una explicación formal que llevarnos a la boca, muy pronto las dos Españas lingüísticas echaron mano a la escopeta y comenzó el baile. Ahora bien, primero, ¿tiene sentido lingüístico esta medida? Y segundo, ¿es coherente con los criterios que otrora esgrimiera la Docta Casa? A ambas preguntas se puede contestar con un rotundo "no".
Bandazos en la Academia
La última edición de la Ortografía de la lengua española, fechada en 2010, ya nos había helado el corazón tanto que no pensábamos tener que volver a recurrir al verso de Machado y a su concepto de las dos Españas nunca más. Las sucesivas ampliaciones del diccionario contribuyeron aún más a que la sensación de fuego entre trincheras no decayese. Pero centrémonos en esa edición del 2010. Quizás, la medida más icónica, ésa sobre la que ya se ha escrito cientos de veces sin alcanzar consenso alguno, sea la desaparición de la tilde en el adverbio "sólo".
Dicha medida se tomó argumentando una razón lingüística de cierto calado: "sólo" es siempre una palabra tónica, así que la tilde no tiene sentido. No se tuvo en cuenta que se tratara de una regla muy popular (quién no ha escuchado nunca la cantinela "sólo lleva tilde cuando se cambia por solamente"), que estuviera socialmente aceptadísima. Fíjense en el camino: una regla muy popular se pierde en favor de una corrección lingüística muy pulcra.
Ahora devolvámosle la vista a la aceptación de "iros" como forma válida para el imperativo del verbo "ir". Es evidente que casi nadie se acogía a la forma normativa, "idos", y que la Academia se ha escudado en ello para cambiar la norma. Ahora bien, no es menos evidente que se trata de una norma que contradice todas las reglas de flexión verbal clásicas del idioma español. Es decir, esta vez el camino recorrido es exactamente el contrario: la corrección lingüística importa ahora un carajo, se imponen los dictados del pueblo. Justo al contrario que en la medida tomada con la tilde en el adverbio "sólo".
Pero aquí no acaba la doble cara de la Academia. Otro de las argumentos que suelen exponerse para la extinción de la tilde en "sólo" es que supondría una excepción dentro de la norma, y eso no puede permitirse. Sin embargo, "iros" no sólo supone una excepción dentro de la norma del imperativo en castellano, sino que su aceptación también supone una excepción dentro de los hábitos del castellanohablante. Es decir, prácticamente todos los imperativos son pronunciados hoy por el pueblo con esa "r" de la discordia: "venir aquí", "saliros del agua", etc. Sin embargo, el único aceptado es el imperativo del verbo "ir". Puestos a aceptar todo lo que venga desde el otro lado de la puerta de la Docta Casa, ¿no deberían aceptarse también el resto de formas no normativas?
Larga deriva
Las críticas a la Academia vienen de lejos. El principal foco de las iras del hablante es el diccionario, y la RAE, por supuesto, mantiene viva la llama. Unas veces se autodefine como una institución moderna y al pie de la novedad lingüística, otras mantiene un término como "anabolena" (1. f. Mujer alocada y trapisondista) propio de otro siglo. Unas veces declara que sus acepciones tienen que pervivir más allá de la moda, otras prefiere aceptar términos como "walkman", vivos durante apenas unos pocos años. Hoy cambian ciertas definiciones por presión social, eliminando "débil" y "endeble" de la definición del término "femenino"; mañana siguen aceptando "trapacero" para definir "gitano" porque la RAE sólo recoge, no ordena. Volviendo a la reforma ortográfica, se propone la desaparición de la etiqueta "i griega" a pesar de que su uso está socialmente aceptado, y elimina la tilde de "guion" por ser monosílaba aunque aquí lo socialmente aceptado sea pronunciarlo como bisílaba.
Sirva el párrafo anterior para comprender que la Academia se atiene a criterios arbitrarios para dictar la norma, y que en otoño, cuando vuelvan al ataque con una nueva reforma, no sabremos a qué parámetros acogernos para recibirla. Será otra Guerra Civil donde unos y otros dispararán a discreción, casi a ciegas. Se antoja urgente que la RAE anuncie un criterio unánime, marcado y bien definido para comprender las decisiones tomadas, y que no dependamos de lo poco hecho que esté el solomillo de la comida para asumir sus preceptos. En cuanto a la otra opción, que incluye esta deriva que ya se hace larga, no quedan versos de Machado para soportarla.