Los ricos quieren ser tan guapos como los pobres (y les han robado el selfie)
- Desde que Vivian Maier descubriera el selfie, este modo de fotografía no ha dejado de practicarse y renovarse entre todas las clases.
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El selfie es la auténtica democracia. El clasismo ha provocado durante toda la historia que la mezcla de estamentos no estuviese bien vista. Años nos ha costado interiorizar que hay diferentes clases, que el ascensor social no es para todos los públicos y que la cuna condiciona la prosperidad. "¿Se puede invertir la pirámide?", preguntan los niños en clases de Historia. Pero entonces llegó el selfie. Y parece mentira, pero con él, ricos y plebeyos salen y actúan desde la misma casilla del juego.
El mundo selfie no entiende de seguidores en Instagram ni euros en el banco. No le importa el número de fotógrafos que se pueden guardar en una agenda ni la hora del día. Quizá la luz sea más relevante que el primer apellido, y el momento más importante que el lugar. Es cierto que la compañía y profesión puede influir en los ‘likes’ pero hay más autorretratos de perros corriendo por las redes que del pecho de Cristiano Ronaldo. Y ese cambio merece su aplauso.
4 años hace ya de esa gala de los Oscar donde Ellen Degeneres realizó la imagen más compartida de la historia de Internet. Más allá de los kilos de películas que llevan sus protagonistas a las espaldas y el contexto, la fotografía se hizo viral por lo inesperado y por lo coloquial. Por levantar de esos rojos asientos y bajar de cualquier pedestal a personas caracterizadas porque la ilusión queda bastante lejos de sus poses, normalmente. Las caras y las ganas que le pusieron ellos a ese selfie es el mismo que le podría haber puesto cualquier otra persona con olor a agua de colonia en vez de a Chanel.
En esta imagen [que abre el artículo] de Guy Oseary donde hay más premiados con discos de oro que estatuillas doradas, ocurre lo mismo. No importa que el lugar haya sido un viñedo al sur de Francia más conocido por sus obras de arte que por sus habitaciones, que su menú haya estado protagonizado por mundanos huevos, ni siquiera que Madonna le recomendase el lugar y el plato a pedir. Bono, Sacha Baron Cohen, Matthew McConaughey, Chris Rock, Ali Hewson, Isla Fisher, Woody Harrelson y Lars Ulrich lo tienen claro, qué más da el sitio si lo que quieren demostrar es lo felices que están en compañía. Una vez más, mismo sentimiento que cualquier comensal de menú del día.
Revolución 'selfie'
Angela Merkel ha sido de las últimas víctimas del inesperado disparo. El tenor polaco Piotr Beczala, supo capturar el momento con la canciller alemana a la salida de la ópera de Wagner, y ésta parece aceptar bastante el espíritu que el autorretrato requiere.
El selfie no se ha descubierto con Instagram ni con Internet, su invención se remonta a mucho antes de la era de los ‘likes’. La newyorkina Vivian Maier fue si no la primera, una de las pioneras en el tema. Y como buena descubridora, su mérito salió a la luz una vez que ella ya no podía disparar ni una foto. Nunca conoció su éxito, ni se imaginó la relevancia que hoy tendría su fotografía. Maier llevaba la cámara colgada al cuello como quien lleva un paquete de pañuelitos en el bolso, nadie sabía lo que hacía con su Rolleiflex, y a menos le importaba.
Lo cierto es que ella entre reflejos de espejos y ventanas, probadores y calles fue una de las culpables que hoy en el mundo selfie no haya diferencias de razas. Joan Fontcubierta lo ha denominado como postfotografía, en él no importa la autoría ni la originalidad, se busca que encaje todo lo que debe y que demuestre lo se siente -o se intenta sentir-. “No queremos tanto mostrar el mundo como señalar nuestro estar en el mundo”, comentó el fotógrafo para este periódico. “La afirmación del yo y la vanidad recorren toda la historia de la humanidad”. Los bustos de mármol romanos, los autorretratos de los pintores renacentistas, barrocos, etc.
A día de hoy el autorretrato no tiene alma de rico ni de pobre. De hecho, tiene el poder de unir a ambos en la misma imagen sin que salten las alarmas ni se jueguen las herencias. En las redes sociales no hay equipos con ventajas, no importa la nacionalidad del árbitro, la única regla es que el que la hace gana, dependiendo de la cantidad de gente, una contractura y un recuerdo.