Cataluña quiere ser España y Rosalía te lo demuestra (sin complejos)
- Esta catalana de 25 años ha estallado en un 2018 convulso, en un país acomplejado con sus símbolos identitarios -de la bandera al himno-, en una península que no termina de cicatrizar su Guerra Civil.
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No hay duda de que Rosalía es la artista del momento, amantes inquebrantables y críticos feroces incluidos. Como todo producto rompedor, levanta ampollas y admiraciones. Empezó a abarcar conversaciones de bar cuando lanzó el hit Antes de morirme con C. Tangana; terminó de deslumbrar con su voz y su presencia con su trabajo Los Ángeles y ha subido diez escalones de modernidad y poderío con temas como Malamente o Pienso en tu mirá, que la han consolidado como una Beyoncé ibérica a golpe de caderazo, palma y uña postiza.
Tiene el veneno de los versos cañí, el cierre redondo del refrán patrio, la garganta de oro y, a la vez, el aura de una de las mejores obras de marketing de todo este siglo. Rosalía puede serlo todo: una niña de extrarradio que convierte el outfit choni en alta costura, una cantante de perfil internacional que entona un andaluz no mamado en una canción con J. Balvin, una flamenca urbana que no se casa con ninguna etiqueta.
Pero, ante todo, Rosalía es España. Una hembra así, un talento así, un carácter así no pueden, no saben nacer en otro sitio. Si Rosalía hubiese sido de otro rincón de Europa o de Latinoamérica, seguro habría conservado la excelencia técnica, pero las formas y el imaginario hubiesen sido otros; y es precisamente esto último lo que la vuelve revolucionaria. Esta catalana de 25 años ha estallado en un 2018 convulso, en un país acomplejado con sus símbolos identitarios -de la bandera al himno-, en una península que no termina de cicatrizar su Guerra Civil.
Las heridas no sopladas de la Memoria Histórica -que ahora el Gobierno pretende enmendar sacando a Franco del Valle de los Caídos- han provocado que la izquierda se desdijese de los colores y las música patrias y le entregase los símbolos comunes a la derecha. Eso sí, cuidado: esa bandera, desprovista de aguilucho, nunca fue inaugurada por Franco. Es muy anterior al caudillo. Nuestra bandera se volvió un artefacto partidista cuando ciertos sectores conservadores la alzaron contra el aborto -ahí la “manifestación por la familia”- o contra el matrimonio LGTB. La tela rojigualda sólo recuperó su carácter vertebrador gracias al milagro del fútbol y el Mundial de 2010, y la Eurocopa de 2012. Ahí volvió la identidad ibérica a los balcones, por fin, sin faltar a ningún españolito.
Filósofos de la izquierda como César Rendueles recuerdan, cada cierto tiempo, que la izquierda debe volver a adherirse a los símbolos nacionales. Del mismo modo que se educó a generaciones en ese desapego, se consiguió demonizar o llenar de caspa otras recurrencias culturales de la España franquista y posfranquista, como los toros o la flamenca, ese folclore alabado por el dictador para entretener al pueblo dormido. Esa cultura popular exprimida como pan y circo, subrayada como identidad de ese país unido, grande y libre.
Todo este contexto, sumado a los años más feroces del independentismo catalán -que han herido hondo a toda España, y que han provocado hasta el regreso de radicalismos fascistas como el Cara al sol-, ha generado un ambiente enrarecido. Por eso es más punki y significativo que nunca que una artista como Rosalía recupere ese paisaje denostado y lo realce como algo poderoso, como algo limpio de sentidos viejos, como algo cool capaz de enamorar al chaval pijo y al obrero. En sus vídeos, Rosalía abraza al niño torero, al nazareno, a las vírgenes tatuadas que lloran en los costados machos; abraza el oro y la lengua gitana; abraza los camiones, el pelo en pecho, las mujeres sentadas en corro en las plazas. Abraza la flamenca que cuelga del retrovisor del coche, abraza el andaluz siendo catalanísima. Muchos se lo afean: ¿por qué cuando habla imprime su acento natal y cuando canta emplea “illo”, “olé”, y deja sin pronunciar el final de las palabras, como los hermanos del sur?
En cualquier caso, es revolucionario que esta joven nacida en San Esteban de Sasroviras se vista en el vídeo de Pienso en tu mirá con los colores de España. Es revolucionario que ponga de moda ser español en un lugar como Cataluña, donde aún impera la ley del silencio para los que se sienten de la patria grande sin renunciar a la chica. Es revolucionario que recuerde que ahora lo transgresor es alzar sin complejos los colores que una vez, hace mucho, fueron de todos. Rosalía es la Cataluña que quiere ser España.