Abandonado y solo, abordado por el tiempo que se consumía, anduvo el poeta muchos caminos, llenos siempre de caravanas de tristeza. El último trayecto de Antonio Machado fue el más aciago, la constatación de la ruptura de su patria, la resignación al comprobar la verdad que escondía aquella frase suya tan contundente: "Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo". El sevillano amaba a España sin alardes patrioteros, a una España rota por la guerra que le empujó al exilio, al tranquilo y hermoso pueblo de pescadores de Collioure (Francia), en donde murió el 22 de febrero de 1936, con ese último recuerdo a sus raíces: "Estos días azules y este sol de la infancia".
Machado, siempre presente por la precisión de su poesía a la hora de retratar a un país que anhelaba cultura, modernidad, y acabó sucumbiendo ante las fuerzas reaccionarias, es el único hombre que genera consenso en torno a la clase política, todos le reivindican y le citan por su transversalidad, su raciocinio, ya sean de izquierdas o de derechas. Siempre preocupado por España y su porvenir, los poemas del autor de Campos de Castilla no se olvidan. ¿A qué le cantaría hoy en día Machado?
La decadencia de España
Machado fue un revolucionario, pero odiaba la violencia. Él creía en una España culta, moderna, europea, y no en ese país mediocre, ineficaz y víctima del desprestigio de las instituciones en el que le tocó vivir; esa "España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de María, / de espíritu burlón y de alma quieta (...) España inferior que ora y bosteza, / vieja y tahúr, zaragatera y triste; / esa España inferior que ora y embiste, / cuando se digna usar de la cabeza".
Él creía en otra España naciente, "una España implacable y redentora / España que alborea / con un hacha en la mano vengadora, / España de la rabia y de la idea". Tampoco permitía concesiones al nacionalismo, sobre todo el catalán, y por ello ahora desde algunos sectores independentistas le tachan de "anticatalanista" o "españolista". No dudaría Machado en volver a compartir ese famoso verso suyo como paraguas contra las tensiones políticas: "Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios".
El paso del tiempo
Desde sus primeros años de producción poética, Machado se mostró obsesionado con el tiempo que todo lo destruye, que todo lo lleva por delante: "Al corazón del hombre con red sutil envuelve / el tiempo, como niebla de río una arboleda. / ¡No mires: todo pasa; olvida: nada vuelve! / Y el corazón del hombre se angustia... ¡Nada queda!". La muerte es el fin, ¿pero qué tendría que decir el poeta sobre la eutanasia? ¿Se mostraría favorable al aborto? ¿Y sobre los vientres de alquiler?
La muerte de sus amigos y seres queridos provocó en al autor de Campos de Castilla algunos versos hermosísimos y profundos, como el dedicado a su esposa Leonor cuando se apagaba su respiración —"Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera"—, o a su compañero en la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos, fallecido en febrero de 1915: "Vivid, la vida sigue, / los muertos mueren y las sombras pasan; / lleva quien deja y vive el que ha vivido. / ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!".
El paisaje
Machado le seguiría cantando en la actualidad a esa España vacía, despoblada, cuya belleza se apaga en paralelo a la desaparición de sus últimos habitantes; donde el poeta se sentía solo: "En estos campos de la tierra mía, / y extranjero en los campos de mi tierra/ —yo tuve patria donde corre el Duero / por entre grises peñas, / y fantasmas de grises encinares...". ¿Era el paisaje español su patria particular? ¿Y qué opinaría de ese Mediterráneo en el que hoy en día mueren cientos de inmigrantes tratando de buscar un nuevo comienzo en Europa?
En época primaveral, remontaría machado el curso del Guadalquivir, en la Sierra de Cazorla —ahora no sobre bestias, sino en coche— para contemplar el nacimiento del río de su infancia y cantarle cosas como ésta: " ¡Oh Guadalquivir! / Te vi en Cazorla nacer; / hoy, en Sanlúcar morir. / Un borbón de agua clara, / debajo de un pino verde, / eras tú, ¡qué bien sonabas! / Como yo cerca del mar, / río de barro salobre, / ¿sueñas con tu manantial?".
La historia
En A orillas del Duero, Machado despliega una reflexión sobre el decaimiento de Castilla: "Castilla miserable, ayer dominadora / envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora / ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada / recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?".
Escribe el hispanista Ian Gibson en Los últimos caminos de Antonio Machado (Espasa), que el poema "cae dentro de algunos estereotipos de la historiografía tradicional, con el obligado elogio del Cid y las referencias de rigor a la llamada Reconquista, la Toma de Granada y el Descubrimiento"; y se pregunta: "¿(...) en el fondo, solo quiere creer que un pueblo capaz de generar tan indiscutible energía podría cobrar una nueva pujanza?". Machado, que se entregaba a la regeneración, ¿habría salido hace unas semanas a reivindicar almirante Blas de Lezo? ¿Y qué escribiría sobre ese auge de la nostalgia por los momentos más gloriosos de la historia de España?
El amor
Fue desgarrador para Machado conocer que su mujer Leonor había contraído la tuberculosis, la enfermedad más temida de la época. Fue "como un rayo en plena felicidad", según le contó en una carta a su madre Ana Ruiz. La tristeza tras la muerte de su esposa empujó al poeta a un "largo camino sin amores", pero él, más conservador en cuanto el amor al paisaje, cantó al amor libre, sin restricciones; no era dogmático y por ello comprendería probablemente cualquier tipo de relación entre personas: "Huye del triste amor, amor pacato / sin peligro, sin venda ni aventura, / que espera del amor prenda segura, / porque en amor locura es lo sensato...".
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