Hay una mujer que escribe con los ojos: mientras observa la cucharilla dar vueltas en la taza de café, mientras contempla a una pareja besarse raro -como buscando apasionadamente una reminiscencia antigua, algo de lo que fueron, de forma infértil-, mientras mira el paso del tiempo como una película extraña. Hay una mujer que habita los detalles, les clava los dientes y les deja supurar el veneno. Lo hace en cada columna. Es Leila Guerriero, periodista, autora y profunda poeta sin obra técnicamente poética, que ahora presenta Teoría de la gravedad (Libros del Asteroide), un rosario de sus textos más redondos y literarios, dolorosos a menudo, inspirados siempre. Charlamos con ella sobre esto y lo otro, sobre el único tema posible, en verdad: la vida.
En la primera parte del libro hay muchas referencias a tu madre y a tu padre. ¿Qué tiene Leila Guerriero de madre y qué de padre?
Bueno, muchas cosas mezcladas, me parece. Un poco lo que dicen las columnas. Mi padre, qué sé yo, el hábito de la lectura. Él me contaba los cuentos, me leía antes de que yo supiera leer. Mi madre también, cuentitos cuando era chica, pero mi padre empezó también a contarme cuentos de Horacio Quiroga. Y también me enseñó todas esas cosas como de contacto con la naturaleza, ¿viste?, el campamento, salir a pescar… Mi madre me inculcó una cierta paciencia. Era una mujer muy paciente para cocinar, para las prolijidades de levantarte un ruedo, de no salir con un botón así desplumado a la calle… que no creo que sean cosas femeninas, sino que tienen que ver con el cultivo de una cierta paciencia. Mi padre es un ser muy complejo, mi mamá era una persona más terrenal, más lineal, digamos… cada uno me habrá dejado lo suyo y es muy difícil saber qué tengo de cada uno.
Pero inevitablemente estamos conformados por ellos.
Sí, y por tantas otras cosas que no son los padres ni las madres ni los abuelos. El contacto con otros seres y otras cosas.
¿Cuál fue tu primer amor?
No tengo ni idea…
Aunque sea un amor pequeñito.
Me acuerdo en la escuela primaria. Había dos chicos que me gustaban mucho y eran compañeros de curso. Un año estaba enamorada de uno y otro año enamorada de otro.
¡Alternando! Barbecho.
(Risas). Sí, y siempre eran más o menos los mismos. Luego apareció otro, que era un alumno llegado de afuera, de otra escuela… y claro, me gustó, era muy distinto, era como más… ¿qué sé yo? Tenía los ojos muy grandes y las cejas muy anchas, y no tenía nada que ver con los otros, que eran más delicaditos, más guapitos en plan Brad Pitt. Esto era como… un fortachón, un George Clooney, digamos. Sí, yo creo que al punto que un niño se puede enamorar… serían estos chicos del colegio primario. En ese momento decías “gusto de tal”, ¿qué sé yo? Fantaseaba y pensaba en ellos todo el tiempo… bueno, todo el tiempo no, yo pensaba en jugar y en chillar y esas cosas.
¿Qué has aprendido del amor desde entonces? A partir de ese pseudocontacto con la sentimentalidad, o con la fascinación.
En esa época uno no aprende nada, digamos, lo único que hace es darse tortazos contra la pared, como todos. Vas viendo a fuerza de ilusión y desilusión cómo funcionás con aquello que te gusta. No sé, yo creo que uno difícilmente aprende algo de manera definitiva, es como con la escritura. Cada vez es la primera vez. Sí me parece que con el tiempo uno empieza a tener cierta conciencia de la fragilidad con el amor. Que las cosas se pueden terminar. Que de pronto también esos estallidos de pasión o de encendido, digamos, no son cosas que vayan a durar toda la vida. Pero no sé si ha aprendido algo del amor. Espero no.
Si no sería como jugar con las cartas bocarriba, ¿no?
Eso es, como en todo. Y seguramente soy alguien que ha aprendido algo acerca de sus propios comportamientos, pero el amor siempre involucra a otro a no ser que uno esté loco y enamorado de uno mismo. Es un poco difícil decir “ya está, ya aprendí”, porque siempre hay un otro impredecible. La verdad es que yo nunca me he lastimado fuertemente, lastimado en el sentido de permanecer en una situación que me resultara tóxica o penosa para mí. En ese sentido siempre he sido afortunada o más bien he sabido resguardarme. Como que no he siquiera ingresado en relaciones así tortuosas.
Eso ya es bastante, de eso muchos podríamos aprender.
Sí, qué sé yo, supongo que porque tengo un instinto fuerte de… “esto lo quiero o no lo quiero”.
¿Y del sexo, qué has aprendido?
Ahí sí creo que no se aprende. A mí me da mucha risa esa pregunta tonta que hacen en los programas de televisión: “¿Cómo se definiría en el sexo, es bueno o malo…?”. Como si uno estuviera solo en el sexo, en esa situación. Como si fuera una especie de malabar o de destreza. Tengo claro que el sexo no es una destreza. No es nada técnico. No existe “hacés bien tal cosa o tal otra”. Imagino que debe haber gente muy torpe (risas) y en algunas cosas se aprende de las primeras veces… no sos la misma. Pero una vez alcanzada cierta autonomía de vuelo en el tema, no sé si es un territorio en el que uno pueda aprender. Estás con otro: las cosas pasan o no pasan. Puede haber empatías y puede haber rechazos.
Hay una columna muy hermosa en el libro que dice que no se puede tener buen sexo con alguien durante mucho tiempo sin que algo se mueva de lugar. Es un poco “el roce hace el cariño”, ¿no?
Esa reflexión viene de una película francesa preciosa, te la recomiendo, se llama Una relación pornográfica. Es súper emocionante porque plantea la posibilidad de una pareja que se encuentra sólo para tener sexo, para hacer el amor en un hotel. Pero claro, tienen una relación muy linda, muy intensa, se entienden muy bien… y yo no veo mucha posibilidad de que eso suceda sin que llegue a pasar algo del orden emocional o afectivo. Yo no creo que se pueda disociar eso: tener buen sexo con alguien y decir “esto es sólo sexo” es un poco raro. Me parece que lo físico si es intenso siempre contrabandea una porción grande del afecto. Esta pareja no sabe absolutamente nada del otro: ni el nombre, ni en qué trabajan, ni dónde viven. Eso exacerba la curiosidad que te produce el otro. Vos decías “el roce hace el cariño”… no la conocía, pero me parece que esa frase resume bien la columna (risas).
Hay algunas imágenes en tus columnas que resumen cierta quietud, cierta calma tensa. Respecto a esto, quería preguntarte: ¿qué mantiene unidas a esas parejas que toman café en las terrazas ignorándose; o esos novios que se miran con vergüenza o con rechazo, o esos que se besan como queriendo recordar quiénes han sido antes pero ya no se acuerdan? Describes algunas situaciones similares en tus columnas.
Bueno, esa columna forma parte de la serie de “instrucciones”, que tiene un título un poco engañoso porque en realidad son instrucciones para la destrucción. La respuesta de qué mantiene unidas a esas parejas la tiene cada una de esas parejas; que son imaginadas, no reales, pero a la vez tienen cosas que están tomadas de la vida real. No sólo son perfectamente posibles sino que están inspiradas en situaciones verídicas. Estas parejas de las “instrucciones” son siempre parejas a las que yo le veo como poco recorrido hacia el futuro, hay algo agónico ahí. Al principio les mantuvo unidos el cariño, el afecto, el amor, la pasión, y todo eso se ha ido degradando, diluyendo… hay muchas parejas que no se atreven a cortar eso por costumbre, por temor a no encontrar a otra pareja. A veces por ese vínculo tortuoso… Hay un monólogo interior en estas parejas y ese monólogo da cuenta de que se están dando cuenta de la situación, de la degradación. Es muy difícil que una pareja se mantenga unida tras el chispazo de conciencia de “todo lo que me gustaba en la persona ahora lo detesto” o el “todo lo que dice me irrita” o “sé que le soy completamente indiferente”. Creo que las mantiene unido un último hilo de esperanza.
¿Alguna vez te ha escrito un ex para reprocharte haber escrito algo sobre él? ¿Se ha encontrado algún amor tuyo en alguno de tus textos y te ha dicho “eh, ¡esto es por mí!”?
No, nunca nadie me escribió.
¡Es raro, siendo tan prolífica…!
A lo mejor no tienen mi mail (risas). Pero sí, sí lo tienen, porque tengo una linda relación con algunos de ellos y seguimos hablando de literatura, qué sé yo. No me ha pasado. A lo mejor porque soy tan taxativa en esas columnas… viste la última que escribí, que dice “no vengo acá a pedir disculpas”.
Esto viene un poco por la idea de: ¿cómo puede uno escribir la verdad sin el temor a herir a los seres cercanos, o a que alguien se vea excesivamente reflejado, o a que nos lean nuestros padres? ¿Qué hacer con ese pudor; cómo se libera uno de eso?
Yo no tengo ese pudor. O sea, tengo un cuidado razonable… no sé, supón que estoy en una cena con un amigo y veo una escena que digo “uy, qué rico esto”. Lo pienso un poco, me fijo a ver si vale la pena o no contar… no sé, ahí sí me lo pienso bastante. Te hablo de amigos ahí, pero con mi familia no tengo ese pudor, para nada. Este… no sé, no me pregunto… creo que mi padre ni siquiera las lee las columna, o mis hermanos… las leen un poco las perdidas, pero nunca me han hecho absolutamente nada. No tengo ese prurito, igual que tampoco lo tengo cuando escribo textos más largos, ni pienso “el protagonista de este perfil, si lee esto...”. No estoy cuidando al otro de lo que digo. No sé dónde leí la frase de que tener un escritor en la familia es lo peor que le puede pasar a la familia, claro, porque canibalizas todo todo el tiempo. Y sí soy consciente de que hay gente que ha tenido problemas por exponerse, pero yo no me lo planteo. Aunque yo me lo plantease… lo seguiría haciendo, no daría un paso atrás. El patrimonio de uno es todo lo que ve, digamos, en todo caso, y está en el sentido más o menos común decidir qué exponer de eso o qué no.
Vila-Matas dice que él escribe siempre “bordeando lo que ama”. Como que le da miedo llegar al corazón de las cosas. Como que disimulaba.
Es una linda frase, me gusta. Bueno, en un sentido en las columnas también hay ese merodeo, con la diferencia de que yo no disfrazo, no agrego nada que no sea real, digo… vos podés leer las columnas y creer que conociste algo de mí, pero en realidad el grado de exposición yo lo mido muchísimo, no creo que alguien lea ese libro y diga “ah, ahora yo sé cómo es ella”. Hay un rastro medio fantasmal. Y como dice Pedro Mairal en el prólogo, cuando parece que yo estoy por pasar por ahí, ya me he ido. Es una especie de postal incendiada, una de estas cosas de Misión Imposible, ¿viste?, que se autodestruyen en diez segundos. Es un poco así.
Si la escritura duele, ¿por qué escribimos?
Porque yo no puedo hacer otra cosa. Aunque cuando estás buscando la idea para la columna y no te viene siempre piensas “ay, por qué no se me habrá ocurrido ser otra cosa”… es la vocación que tengo y por suerte esa vocación se unió a la posibilidad de vivir de eso, con lo cual es un privilegio. No, no podría dejar de escribir. De hecho cuando paso muchos días que no puedo escribir porque estoy de viaje o por lo que fuere, me empiezo a sentir muy mal. Yo no busco ni cambiar el mundo, ni salvar el mundo, ni hacer justicia, pero necesito contar historias, nada más. No hago periodismo para eso, me parece que hay colegas que sí lo hacen, y allá ellos, pero yo no, yo cuento cosas.
¿Hay algún parámetro objetivo para saber si un texto es bueno?
Objetivamente no, pasa con la fotografía, hay fotógrafos que a muchos les parecen maravillosos y de repente miras las fotos y dices “¿y esto? Con esta luz cruda y estos flashazos al pecho y están en el MOMA”… no, no me gusta. Con la escritura pasa lo mismo. Hay autores que la gente los pone por las nubes, y yo les leo y es como… qué sé yo.
¿Cuál?
No sé decirte ninguno ahora, pero ponle, una autora que a mí me encanta: Lorrie Moore. Me encanta, es mi escritora favorita, bueno, mi autor favorito, y hay gente que la lee y dice: ¿pero y esto? Es tan parca… no. Los autores que no me gustan puedo apreciar cierta calidad, cierta destreza narrativa, qué sé yo, pero de repente tienen una prosa muy aplacada que no me llena nada. No sabe uno por qué le gusta lo que le gusta bien. El otro día hablaba con Juan José Millás y decía que le gustaba leer literatura de esa de que “cada frase daña”. No, perdón, “en cada frase hay un drama”. No un drama de llorar, pero…
Una gravedad, un peso.
Exacto. Un carácter. Yo busco eso también.
¿Cómo valoras el estado del machismo del mundo de la literatura y el periodismo?
¿Por qué supones que yo pienso que hay machismo?
Bueno, te pregunto por el estado, que puede ser cero si así lo crees.
Ya…
Siri Hudstvet piensa que hay una “mirada de realce de lo masculino”. Saca datos que demuestran que si un texto está escrito por un hombre es más valorado que si el mismo texto aparece firmado por una mujer. No sé si lo has sentido así.
Objetivamente, mirado desde afuera, puedo coincidir con Siri, pero esto pasa en el mundo de la literatura, y del periodismo, y de la medicina, y el de la arquitectura… todo el mundo, no me parece que sea particularmente patrimonio de un mundillo. Al contrario, te diría que el mundo del periodismo no es así; yo desde que trabajo en esto he trabajado en redacciones repletas de mujeres. Es verdad que al principio esas mujeres no estaban en lugares de decisión, era muy difícil encontrarte a una directora de periódico… las mujeres dirigían las revistas para mujeres, donde también era raro encontrarte un hombre. Esta cosa como de nicho. Yo siento que a partir de cierto punto eso empezó a modificarse, no del todo, este… y me parece que ese “no del todo” tiene que ver con gran parte de esta idea que todavía está muy enraizada… de “pensar en posibles candidatos para x cosas” a veces se piensa antes en un hombre que en una mujer. Pero yo nunca pensé en los textos literarios o periodísticos en términos de quién lo escribe, si un hombre o una mujer.
Lorrie Moore podría ser un transexual, o un hombre, me da igual, digamos, yo no creo que haya una literatura en absoluto definida por eso que llaman una sensibilidad femenina. Me parece aterrador y sumamente machista. No existe una clase de literatura hecha por mujeres ni una “mirada femenina”… todo eso me parece bullshit total, me enerva y veo que se sigue insistiendo con eso, pensando como “que ahora sí les estamos haciendo justicia...”. No, no es literatura hecha por mujeres, es literatura hecha por gente que tiene un sexo femenino y a veces un género femenino, pero no implica tener una mirada que tenga que ver con tener ovarios.
Cuando dan un premio literario a una mujer yo noto cierto nerviosismo por parte de los viejos popes. La crítica es más dura. Incluso se escucha de lo “ah, se lo han dado por ser mujer y porque está de moda”.
No he visto la crítica cruda que decís, pero me parece que claramente antes ibas a las ferias del libro y había 60 invitados varones y 4 mujeres, no había ninguna conciencia. A mí la cosa del cupo no me parece simpática pero hay momentos en los que hay que hacer una exageración para visibilizar algunas cosas y decir “señores...”. No puede ser que haya un jurado que sean puros hombres, una feria que sean puros hombres… habrá que hacer este esfuerzo de darse cuenta hasta que ya no haga falta. Me parece que las nuevas generaciones vienen con otra mentalidad. Pero también me parece… yo no veo esto que decís vos de la crítica o el sesgo… al contrario, cuando alguien se gana un premio, mujer o varón, sus amigos de ponen contentos, eso de entrada. Lo que sí me parece peligroso es que me estés preguntando esto, porque estas mismas preguntas no se las harías a un escritor varón.
Te equivocas. Se las hago.
No sé, pero yo lo que sí veo es eso, una insistencia en preguntarnos a las mujeres por estas cuestiones…
Sin duda, hay una tendencia total, pero si el tema es importante y está en el debate social tampoco pienso obviarlo.
Obviamente yo me reconozco como una mujer con una postura de género muy clara, pero la verdad es que sí veo esa insistencia, parece que tenemos que hablar de esto… es como “sí, ellas ahora pueden hablar, pero de cosas de mujeres”.
¿Cuál fue el primer libro que te cambió la vida?
Seguramente muchos me hicieron ver el mundo de manera distinta a como lo veía. Pero el que me cambió realmente fue el diario de Cesare Pavese.