A Tutankamón, el faraón niño, lo enterraron en el Valle de los Reyes en 1323 a.C. Apenas tenía 19 años cuando los efectos de una malaria —o la infección que le produjo una fractura abierta en el muso izquierdo, según otra teoría— apagaron su vida. Su tumba fue profanada poco tiempo después, y hasta en dos ocasiones, por un grupo de ladrones que se llevaron los tesoros de algunos de los cofres que conformaban el ajuar del gobernante de la dinastía XVIII.
El complejo funerario fue entonces tapiado concienzudamente para evitar nuevos saqueos y quedó oculto bajo tierra durante más de 3.000 años. Un olvido que se rompió el 4 de noviembre de 1922, cuando el arqueólogo británico Howard Carter, obcecado desde su primer viaje con diecisiete años a la ciudad de Amarna, capital del Imperio Nuevo durante el reinado de Tutankamón, en hallar los vestigios de un rey perdido en la historia del Antiguo Egipto, localizó la entrada a la tumba del faraón.
Lo que se halló ahí dentro fue algo sin precedentes: un enterramiento de un faraón prácticamente intacto, con unos 5.300 objetos repartidos en cuatro cámaras, que iban desde minúsculas figuras que representaban a distintas deidades egipcias hasta el trono de Tutankamón, símbolo de su reinado ultraterrenal, divino y solar. Unas estancias que indagaban en esa conexión entre la vida y la muerte, en la creencia de que existía un Más Allá. Y también una maldición: la que los arqueólogos locales interpretaron después de que una cobra, símbolo protector, devorase al pájaro de Carter.
Toda la distribución de la tumba fue documentada por la cámara del fotógrafo de excavaciones Harry Burton, unas imágenes que desprenden la certeza de los protagonistas de estar conduciendo un hallazgo histórico. Y gracias a esas instantáneas de polvo y oro, de maderas corroídas y pinturas apagadas, un equipo interdisciplinar de expertos de diversos países del mundo ha logrado reconstruir con suma precisión el complejo funerario del faraón y elaborar una didáctica exposición para el público general.
Tutankhamón: la tumba y sus tesoros abre sus puertas este sábado en Madrid, en Espacio 5.1 de IFEMA, y reconstruye con un millar de réplicas a tamaño real muy logradas el tesoro funerario del joven rey egipcio, hijo de Akenatón y de madre desconocida, tal y como se lo encontró Howard Carter en 1922. Esa sería la primera parte de la muestra: la reproducción milimétrica de las cuatro estancias —antecámara, anexo, cámara funeraria y sala del tesoro—; mientras que en la segunda se va desgranando el simbolismo de todos los elementos con los que se enterró al faraón.
La exposición carece de ese aura de autenticidad —no hay ni un solo objeto original: la mayoría están expuestos en el Museo Egipcio de El Cairo— que se respira al pisar la recién restaurada tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes, cerca de Luxor, donde solo se conservan los frescos de las paredes, el sarcófago interior y la momia. "No puedes comparar el auténtico con la réplica, pero esta exposición permite ver cómo estaban dispuestas las piezas en el momento del descubrimiento", explica Esther Pons, egiptóloga y asesora de la muestra. Solo 55 objetos primitivos, y en el siglo pasado, se han exhibido de forma conjunta lejos del país africano.
"Lo que esta exposición hace es recrear la magia de la tumba en su conjunto y presentar los elementos de forma pormenorizada, explicando su funcionamiento, como el de los vasos canópicos", añadel Wolfgang Wettengel, director científico de la muestra, en relación al cofre canópico con cuatro ataúdes en miniatura que representaban a cuatro dioses egipcios y donde se momificaban las vísceras del faraón: el hígado, los pulmones, el estómago y los intestinos.
Los mayores tesoros
Tutankamón se ha convertido en el icono del Antiguo Egipto por el hallazgo de su tumba casi intacta, muy pequeña para tratarse de un faraón, lo que demuestra, según Pons, que originalmente no estaba concebida para él. Allí se encontraron —y en esta exposición se reproducen—- camas funerarias, joyas, amuletos protectores, figuritas de los ushbetis —los sirvientes en el camino al Más Allá— el carruaje de paseo del rey niño...
También una flota de barcos de madera en miniatura, pues los egipcios creían que en el otro mundo, como en el valle del Nilo, abundaban los canales y brazos fluviales; o un semillero con la silueta de Osris que simbolizaba la identidad entre la muerte y resurrección del dios; e incluso un mechón de pelo de la abuela de Tutankamón, Tiyi. "Para las reconstrucciones se ha utilizado una metodología mixta: técnicas de artesanía ya empleadas en la antigüedad con copias de los originales en resina y otros materiales", explica Wettengel.
Pero el gran atractivo de la tumba —son curiosos también los féretros de los vástagos del faraón fallecidos a muy temprana edad, de bebés— es la cámara funeraria, en la que se hallaron cuatro capillas doradas que escondían el sarcófago, que a su vez contenía tres ataúdes interiores. El más pequeño, aunque de 110,4 kilos de oro macizo, era el que conservaba el cuerpo de Tutankamón. La réplica expuesta ahora en IFEMA se ha realizado a mano en cobre y se recubrió de oro mediante un proceso de electrólisis.
Tampoco podía faltar la copia, elaborada en los talleres de El Cairo, de la famosa máscara de once kilos de oro del faraón niño, que cubrió la cabeza de la momia en el momento de la sepultura, tallada con los emblemas divinos —la cabeza de buitre del Alto Egipto y el cuerpo de la serpiente del Bajo Egipto— y se revelaba en un retrato idealizado de Tutankamón, quien el tiempo ha convertido, según el egiptólogo alemán y comisario de la exposición, en el gran embajador actual del Antiguo Egipto.