Clara Campoamor hace mucho que dejó de ser Clara Campoamor -meramente la ciudadana, la mujer, la republicana, la abogada, la parlamentaria, la escritora, la activista-: es un icono, un emblema, un símbolo feroz de la dignidad, de la argumentación lúcida por la igualdad, de la lucha feminista por conseguir el derecho al voto. Pero el problema del merchandising de nuestros ídolos es que acaban simplificándolos: el manoseo los dulcifica, hasta los neutraliza, y termina por resumir sólo parcialmente la complejidad de un ser humano inabarcable como Campoamor.
En su caso ha quedado casi únicamente retratada por aquel 1 de octubre de 1931, cuando se enfrentó en las Cortes a Victoria Kent, quien optaba por “aplazar” el sufragio femenino, básicamente, hasta que las féminas supieran votar bien. Sin embargo, Clara fue muchas más mujeres a lo largo de su vida -no sólo aquella voz valiente del partido Radical que tumbó a su oponente dialéctica-, y todas las hembras que la habitaron fueron valiosas y comprometidas.
Mucho antes de su intervención estelar, cuando soplaba 32 años, Campoamor no había concluido el Bachillerato, trabajaba como profesora de la Escuela de Adultas de Madrid y ejercía también de periodista publicando artículos en prensa. Son estos textos los que ahora recupera la editorial Renacimiento en La forja de una feminista, una exquisita colección de 63 reflexiones de la autora prácticamente desconocidas hasta ahora.
Disparando desde la prensa
En ellos no deja títere con cabeza: muestra su admiración por otras mujeres capaces de sacar los pies del tiesto y de romper los roles clásicamente femeninos, se interesa por el papel de la educación en la sociedad, por las situaciones precarias de los más marginados y desfavorecidos, reflexiona sobre cómo el verbo español empezaba a conquistar el mundo, ahonda en la cuestión de la maternidad, en la evolución del cerebro femenino, en la Residencia de Señoritas, en el abandono de la infancia y en un largo etcétera; porque Campoamor era una mente autodidacta que no paraba de bullir, era una intelectual interesada en todo lo que pasaba aquí abajo, en la calle, en el pozo del dolor humano, en la raíz de todas las cosas, era una futura sufragista que iba a montar la revolución por la vía de la palabra.
Lo cuentan los investigadores Isabel Lizarraga Vizcarray Juan Aguilera Sastre en el prólogo: con este libro se proponen llenar el vacío bibliográfico de Campoamor -en cuanto a su obra periodística previa al exilio se refiere- y ponen “a disposición del lector nuevos datos y aspectos inéditos que contribuirán a perfilar con mayor precisión su espíritu combativo y moderno”.
“En una sociedad obligada a entender la nueva proyección que la mujer moderna comenzaba a demandar con urgencia, Campoamor bucea en los retos que afrontan las mujeres de su entorno, a la vez que nos permite rastrear sus propias inclinaciones, su visión de los diferentes aspectos en que va cristalizando el inevitable protagonismo de las mujeres en la sociedad contemporánea. Porque en casi todos sus artículos la mujer es la protagonista, y todos ellos reflejan el esfuerzo de unas heroínas, anónimas casi siempre, que contradecían y superaban la imagen tópica de la mujer tradicional”, recalcan.
Contra el acoso sexual
Buena prueba son estos artículos de su inteligencia y determinación, “por más que las circunstancias la obligaran a interrumpir sus estudios muy joven”. Quizá uno de los más rompedores sea El acoso de la hembra, publicado en El tiempo el 5 de marzo de 1921. Se refería la periodista a un suceso terrible: hacía unos días, en un teatro de varietés de Huelva, durante uno de los descansos de la función, una de las artistas se había negado a aceptar un vaso de vino que le había ofrecido un señorito de la ciudad, así que éste la había golpeado brutalmente, causándole una hemotitis producida por el traumatismo. Escribe Clara, con rabia y amargura: “¡Triste sino el de la mujer, a quien desde la cuna pone su mala estrella en poder de esas tres fuerzas explotadoras que, como ojeadoras de la fiera humana, la acechan a su paso por la vida: la familia, el empresario, y el señorito sultanesco…!”.
Ahonda entonces en el concepto de la palabra “alternar”, para aquellas lectoras que desconocieran el argot de las bambalinas. “Alternar es servir de blanco a la codiciosa lujuria de los frecuentadores de escenarios y cabarets; actuar de señuelo carnal que atraiga hacia la caja del empresario el pasto de sensualidad varonil, convertido en lluvia de dinero (…) Es cultivar la indolencia voluptuosa de los señoritos inactivos, nutriéndoles de excitaciones a cambio de sus monedas”.
Ella culpa, claro, tanto a los empresarios como a los clientes libidinosos, no a las mujeres víctimas de la situación: “No se habla de virtud ni vicio… ¿qué pueden importar estas palabras en la vida truncada de unas mujeres que no pudieron elegir libremente el camino futuro? Hablemos tan sólo de su derecho a la vida, de ese destino trágico que a veces pone en su camino al señorito adulador, al sultán de aldea que, confinado en sus actos de cariño, siente despertarse su breve sensualidad a la llegada de lo que en su concepto es un ‘harén portátil’. Su dinero puede permitírselo todo (…) Así [ensangrentada] acaba esta víctima del acoso de los tres ojeadores humanos: egoísmo, interés y vicio. Otras acabarán de otra manera… Pero todas ellas tienen el mismo principio: abandono, coacción, explotación vil, abominable”.
Abolicionista de la prostitución
Por supuesto, Clara Campoamor es abolicionista de la prostitución: años después, en la Cámara, expresaría que “la ley no puede reglamentar un vicio” y que ese oficio, avalado por el Estado, supondría una “quiebra para la ética”. En uno de sus artículos alaba una conferencia de la doctora Paulina Luisi y apunta: “¡Conmovedoras palabras aquellas en que la oradora evoca el sentimiento de fraternidad en la mujer para despertar en su conciencia el deber de proteger a sus hermanas en sexo contra la degradación que destruye en ellas hasta el instinto de la especie, condenándolas a hacer una parodia inmunda y degradante del puro sentimiento que late en nuestras almas!”, exclama, en referencia a la sociedad que las desoye y las lleva a prostituirse.
Lejos de considerar, como otros pensadores, a la prostituta como “criminal nato”, Campoamor culpa al sistema económico, “al que se agregan tres infamias sociales: seducción, abandono de la infancia y trata de blancas”.
Por la educación sexual
Se atreve también a abordar la espinosa cuestión -entonces, y por supuesto, ahora- de la educación sexual: “En la educación del niño es preciso ir dándole las nociones más justas y necesarias de la vida; asentar sobre verdaderos principios el conocimiento de las nobles vinculaciones existentes entre padres e hijos, entre hombres y mujeres”, lanza.
“No; por llegar a ese pacto vergonzoso entre la educación y el vicio, no habrían perdido las mujeres una sola vibración de su pensamiento, interesado hoy en la causa. La mujer no puede avenirse a que sus esfuerzos por elevar el nivel moral de los niños, formar su corazón y enaltecer su espíritu tuvieran como margen la exhibición del fango donde se aconsejara revolcarse al adolescente sin riesgo ni temor. La enseñanza sexual es más trascendental e importante para la vida, y su aceptación es la de una ética social que ennoblezca la moral colectiva”, escribe.
Más allá de la enseñanza de las funciones de reproducción, sostiene, “nunca se insistirá demasiado acerca de la acción de la voluntad sobre el instinto genésico. En el respeto hacia la mujer, como compañera de vida, en la necesidad de que las jovencitas abandonen la táctica de las incitaciones inconscientes, de la coquetería excitante que emplean desde niñas en la caza infatigable del marido… engañada por el criterio social que hace de la mujer un ser eternamente menor, no educándola para independizarse en los deberes del hombre y la mujer ante la descendencia; en la persecución de la pornografía en cada uno de sus numerosos y variados aspectos”.
En definitiva, Campoamor clamó desde la tecla embravecida, firme, brillante, insistente, por lo que ella llamaba “banderas femeninas”, y que resumió maravillosamente en este cántico: “¡Abolicionismo, lucha contra el alcoholismo, elevación del nivel moral, educación sexual, responsabilidad ante la progenie, son banderas dignas de tremolar al impulso de manos femeninas, conmovidas ante la injusticia prolongada del mundo!”.