La prostitución es comúnmente conocida como el oficio mas antiguo de la historia. Desde la Antigüedad, principalmente mujeres, prestaban servicios sexuales a cambio de una cantidad de dinero acordada. Durante años penalizada y considerada como indigna, a lo largo del Imperio romano gozó de cierto reconocimiento amparado por la ley.
Fue gracias a Calígula cuando la prostitución comenzó a institucionalizarse dentro de las fronteras romanas y a partir del siglo I d.C. tenían que pagar impuestos. "Este impuesto se recaudaba de diversas formas en las diferentes partes del Imperio, a veces por medio de recaudadores de impuestos, otras a través de funcionarios públicos" escribe el periodista Javier Ramos en su libro Eso no estaba en mi libro de Historia de Roma (Almuzara).
Pero esta tolerancia y aceptación de la prostitución no se limitaba única y exclusivamente al ámbito económico. Pese a los "suculentos ingresos" que pudieran reunir gracias al impuesto, era una función social muy clara y sencilla por la cual los servicios sexuales no estaban prohibidos: "evitaba que los jóvenes pusieran el honor de las familias en peligro al seducir a las esposas de sus vecinos".
Ni casarse ni heredar
De esta manera, la prostitución servía como control de aquellos varones que pudieran desestabilizar la familia romana. "Mantener relaciones sexuales con una prostituta no constituía adulterio, y una prostituta soltera no podía formar parte de un adulterio y mucho menos ser declarada culpable", añade Ramos. En el Imperio romano se denominaba stuprum a cualquier relación ilegal pero las rameras estaban exentas de dicha legislación.
Esta institucionalización no implicaba, empero, que las prostitutas tuvieran privilegios o compartieran los mismos derechos que los demás ciudadanos. Según las leyes matrimoniales de Augusto no podían casarse con ciudadanos romanos libres y tampoco podían redactar testamento ni ser herederas de pleno derecho.
Para llevar a cabo los encuentros sexuales los romanos frecuentaban los burdeles y los escritos que han llegado a la actualidad exponen numerosas anécdotas de aquellos jóvenes -y no tan jóvenes- que acudían al lupanar. El político y militar romano Catón el Viejo llegó a elogiar a un muchacho cuando lo vio salir de un burdel, pues siguiendo la función social por la que se había legalizado la prostitución, significaba que dejaría en paz a las esposas de los demás.
No obstante, el hombre que combatió a los cartagineses en la segunda guerra púnica, observó que aquel joven visitaba el prostíbulo regularmente y no dudó en acercarse a él. "Joven, te elogié por venir aquí de vez en cuando, no por vivir aquí", exclamó Catón el Viejo.