La erupción del volcán Vesubio en el año 79 cubrió por completo la ciudad de Pompeya y varias poblaciones de la zona. La localidad romana desapareció de la superficie y junto a ella miles de ciudadanos. No sería hasta que en el siglo XVIII un español iniciara una serie de excavaciones que descubrirían la localización de Pompeya. Concretamente, este anónimo español, fue un aragonés llamado Roque Joaquín de Alcubierre.
Nacido en Zaragoza en 1702, el ingeniero militar viajó a Italia para trabajar en las obras relacionadas con el palacio real de Portici. Pero su inquietud cultural le llevó a comenzar la búsqueda de tesoros antiguos en la península itálica. Además, el futuro Carlos III de España había recuperado Nápoles del dominio austríaco, por lo que la movilidad era segura y sencilla.
Así, tal y como explica el escritor Javier Ramos en Eso no estaba en mi libro de Historia de Roma (Almuzara), excavó pozos y túneles subterráneos hasta que dio con el teatro de Herculano, otra de las ciudades sepultadas por la erupción del Vesubio. En 1748 las excavaciones prosiguieron en el área circundante hasta que Alcubierre creyó haber encontrado la ciudad de Estabia. No obstante, "nunca un error proporcionó mayor gloria a la historia de la arqueología". En una de las lápidas encontradas se leía lo siguiente: Res Publica Pompeianorum.
La ambición de Alcubierre no concluiría con Pompeya y siguió excavando hasta hallar los restos de Estabia, Cumas, Sorrento, Mercato di Sabato y Bosco de Tres Case. Finalmente, el español que había sido el máximo responsable de la vuelta de un arte clásico gracias a que Europa quedó fascinada con los restos de la milenaria Pompeya, murió en Nápoles el 14 de marzo de 1780. Asimismo, otros arqueólogos como el alemán Winckelmann, ansioso de apoderarse de la fama y los méritos de lo encontrado en Pompeya, contribuyeron a que la figura del español cayera en el olvido.
Papiros por canguros
Por desgracia, el interés del monarca español por el avance científico y cultural no fue compartido por Fernando I de Borbón, rey de las dos Sicilias, quien ignoró completamente el valor histórico de los objetos extraídos de los yacimientos. Es más, Javier Ramos escribe cómo Fernando I cambió 18 papiros descubiertos en Herculano por el mismo número de canguros para el jardín temático de su amante, especializado en animales procedentes de Australia.
Sería a partir de 1865 cuando, gracias al arqueólogo italiano Giuseppe Fiorelli, lograrían desenterrar edificios casi intactos, murales y cuerpos de los pompeyanos fallecidos. Hoy en día, más de dos millones de visitantes acuden cada año para admirar esta joya de la Antigüedad y, "tras la recuperación de las casi cuatro quintas partes de la ciudad, sobre todo gracias al empeño de un tozudo aragonés, Pompeya y sus hermanas han adquirido la categoría de tesoros de la humanidad".