Estas son las cuatro mujeres que inspiran a Irene Montero en su ministerio feminista
La nueva ministra de Igualdad ha citado a Rosa Luxemburgo, Simone de Beauvoir, Federica Montseny y Concepción Arenal como referentes feministas. Aquí más sobre ellas.
13 enero, 2020 20:11Hoy Irene Montero ha tomado posesión de su cargo como ministra de Igualdad, o, mejor dicho, y como ella misma ha especificado, responsable del "ministerio feminista". Y ha subrayado esta idea arrancando su discurso con una cita de Rosa Luxemburgo -"el primer gesto revolucionario es llamar a las cosas por su nombre"-, para recordar, así, que no teme a una palabra que, para muchos, sigue siendo problemática. A ese homenaje ha sumado otros nombres insignes como Concepción Arenal, Federica Montseny o Simone de Beauvoir, más allá de la mítica Clara Campoamor -citada siempre por unos y otros, incluso de diferente sesgo político-.
Ha honrado la memoria de las mujeres "que lucharon contra el franquismo gracias a su capacidad de resiliencia y de apoyo mutuo", de "las feministas de los setenta que pelearon contra el olvido y por una Constitución feminista", de "aquellas pioneras adúlteras en Barcelona, aquellas mujeres lesbianas y mujeres trans que pelearon por su libertad en Madrid", de las que pusieron en marcha el Instituto de la Mujer en 1983, de las que hicieron feminismo en las universidades y escuelas de nuestro país. Aquí una pequeña inmersión en cuatro de los pilares del discurso de Montero, cuatro inspiraciones clave para este nuevo Gobierno.
Concepción Arenal (Ferrol, 1820)
Concepción Arenal -que nació en Ferrol en 1820, que se peinó con moño bajo, que no se resignó jamás- es una gran damnificada por el olvido patrio, otra hembra genial desdeñada por los sillones casposos, por los señores soberbios, por la misoginia literaria. A finales de 2019 la premiaron, tarde pero mejor que nunca, mediante el galardón a la prestigiosa Anna Caballé, Premio Nacional de Historia por su último libro, Concepción Arenal, la caminante (Taurus). Fue autodidacta. Con 21 años tuvo que disfrazarse de hombre para poder ingresar ¡como oyente! en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid. Se cortó los cabellos largos, se puso levita, capa y sombrero de copa.
La pillaron, la perdonaron dejándola asistir -aunque marginada en clases y tutelada siempre por un hombre- pero no la dejaron matricularse ni recibió ningún título. Colaboró en prensa, fue editorialista y también expulsada de la redacción cuando en mayo de 1857 se aprobó una ley que obligaba a firmar todos los artículos en prensa… y su nombre, por mujer, ya no valía. En 1860 publicó el ensayo La beneficencia, la filantropía y la caridad ocultando su identidad: con él ganó el premio de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Empleó el nombre de su hijo Fernando… y volvió a ser descubierta.
Ella, siendo profundamente religiosa, pero defendía la caridad como un deber social, político y moral, y quería arrebatar ese trabajo del monopolio de la Iglesia. Sentía que era responsabilidad del Estado, que se hacía el sordo y el ciego ante las demandas de los necesitados. Quizá por eso siempre fue observada con sospecha y cierto rechazo por parte de los católicos, que la consideraban una hembra molesta, una heterodoxa. Hasta llamó “ignorante” al clero y propuso el sacerdocio femenino.
En el año 1864, tras su trabajo Manual del visitador del pobre, fue elegida por el gobierno existente como Inspectora de las cárceles de mujeres. Más tarde también desempeñaría el cargo de Inspectora de las Casas de Corrección de Mujeres. Ella fue quien pensó el modelo celular de cárcel, quien fomentó que al mando hubiese funcionarios preparados y, muy especialmente, quien intentó hacer que la prisión no debía ser sólo un instrumento punitivo, sino una oportunidad de recuperar al preso para la sociedad. En el 69 publica La mujer del porvenir, un libro radicalmente feminista que destruye las teorías que promueven la idea de la superioridad biológica del hombre.
Rosa Luxemburgo (Polonia, 1871)
Luxemburgo es considerada la líder marxista más influyente de la historia. Lenin diría de ella que era “el águila de la revolución”. Franz Mehring la definió como “la mejor cabeza después de Marx”. Fue teórica polaca de origen judío y dirigente del Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia; militó en el Partido Socialdemócrata de Alemania hasta que en 1914 se opuso a que participaran en la Primera Guerra Mundial, un conflicto que consideraba meramente un “enfrentamiento entre imperialistas”. Desde entonces pasó a formar parte de la Liga Espartaquista, que sería después el germen del Partido Comunista de Alemania.
Sus tesis intelectuales se basaban en el mencionado pacifismo, en su lucha contra el revisionismo y su defensa de la democracia incluso en el seno de la revolución. Fundó el periódico La Bandera Roja y publicó obras tan reseñables como Reforma o Revolución (1900), Huelga de masas, partido y sindicato (1906), La Acumulación del Capital (1913) o La revolución rusa (1918). También dicen de ella que su fuerte era su capacidad como pensadora y como ideóloga, pero que carecía de dotes organizativas.
Ella dijo que “quien no se mueve, no siente las cadenas”. Dijo que “sin elecciones generales, sin libertad de prensa, sin libertad de expresión y reunión, sin la lucha libre de opiniones, la vida en todas las instituciones públicas se extingue, se convierte en una caricatura de sí misma en la que sólo queda la burocracia como elemento activo”. Pensaba que “toda la fuerza del movimiento obrero” descansaba sobre “el conocimiento científico” y que “el liberalismo económico es la zorra libre en el gallinero libre”. “Nos incumbe a nosotros defender, no sólo el socialismo, no sólo la revolución, sino también la paz mundial... La paz es la revolución mundial del proletariado. Hay una sola manera de imponer y salvaguardar la paz: ¡la victoria del proletariado socialista!”, gritó en su discurso en el congreso cuando se forjó el Partido Comunista de Alemania.
No llegó a cumplir los 50 años. El 15 de enero de 1919, mientras formaba parte de la frustrada revolución de Berlín -estando en contra de sus planteamientos-, un soldado al servicio del sector mayoritario del partido socialdemócrata entonces en el poder le destrozó el cráneo y la cara a culatazos; mientras otro militar la remataba de un tiro en la nuca. Ataron su cadáver a unos sacos de piedras y lo arrojaron a uno de los canales del río Spree. Unos minutos antes, su inseparable compañero Karl Liebknecht también había sido asesinado.
Federica Montseny (Madrid, 1905)
Política, sindicalista anarquista y escritora: Montseny fue la primera mujer en ocupar un cargo ministerial en España y una de las pioneras, también, en hacerlo en Europa Occidental. A su juicio, el anarquismo era “una idealidad basada en la posibilidad de organizar la sociedad sustituyendo el Estado por la administración de las cosas, por el pacto entre iguales, por las asociaciones de productores y por la organización armoniosa del trabajo, puestos los instrumentos de producción en manos de los productores”. Aseguraba que éste había sido “difamado, deformado y calumniado con igual unanimidad por conservadores y por comunistas”.
Era hija única de los anarquistas, editores, escritores e intelectuales Juan Montseny Carret (alias Federico Uriales) y Teresa Mañé Miravet (alias Soledad Gustavo), que se cambiaban los nombres a la hora de publicar, por motivos de seguridad. En el 31 se afilió a la CNT, donde empezará a brillar por su don para la oratoria; y en el 36 se convirtió en todo un icono gracias a su intervención en el Congreso de Zaragoza de la CNT hablando sobre comunismo libertario. Al estallar la guerra, pasa a formar parte del comité peninsular de la FAI y en el nacional de la CNT.
Estaba en Barcelona el 20 de julio de 1936. Escribió: “...el día se extinguía gloriosamente, en medio del resplandor de los incendios, en la embriaguez revolucionaria de una jornada de triunfo popular… pronto la ciudad fue el teatro de la revolución desencadenada. Las mujeres y los hombres, dedicados al asalto de los conventos, quemaban todo lo que dentro de ellos había, incluso el dinero...”. Ese noviembre fue nombrada ministra de Sanidad y Asistencia Social del gobierno de la República: el cargo lo aceptó a regañadientes, teniendo en cuenta su antigubernamentalismo. Fue un mandato breve; no alcanzó el semestre.
Sin embargo, sus aportaciones fueron valiosas: elaboró el primer proyecto de Ley del aborto en España, estudió lugares de acogida para la infancia, comedores para las mujeres embarazadas y trazó una lista de oficios a los que los minusválidos podían dedicarse para una inclusión más efectiva en la sociedad. Sólo le dio tiempo a abrir un centro de menores en Valencia. A su proyecto acerca del aborto se opusieron otros ministros del Gobierno. Ella votó en contra de la conmutación de la pena de muerte de José Antonio Primo de Rivera.
Ojo: también escribió casi cincuenta novelas breves dirigidas a las mujeres de la clase proletaria, de corte romántico y social. No obstante, a pesar de ser una feroz feminista, jamás se identificó con ese concepto. Fiel a sus principios anarquistas, siempre que se le preguntaba por este tema, respondía: “¿Feminismo? ¡Jamás! Humanismo siempre”. Con el final de la Guerra Civil se exilió a Francia, donde siguió siendo perseguida por la policía franquista, pero las autoridades negaron su extradición. Acabó cambiando de nombre y publicó con pseudónimo sus artículos, desde donde seguía disparando. En 1977 regresó a España.
Simone de Beauvoir (París, 1908)
Quizá, de entre estos cuatro, el referente más citado por el feminismo actual: aquí la madre superiora del movimiento por la igualdad, escritora, profesora y filósofa. Su obra central fue El segundo sexo. Su padre le había dicho muchas veces que deseaba tener un hijo y su forma de alabarla era decirle que ella tenía “un cerebro de hombre”. Luchó por la dignidad de la mujer, la despenalización del aborto -entonces se equiparaba al homicidio- y de las relaciones sexuales, hasta el cuestionamiento de la institución del matrimonio. El gran amor de su vida y su compañero existencialista, Sartre, le pidió que se casase con él -sin miramientos románticos, simplemente para que pudiesen ser nombrados profesores en el mismo instituto-, y ella se negó.
Más tarde, en su obra La fuerza de las cosas, explicó por qué: “Tengo que decir que no pensé en aceptar aquella propuesta ni un segundo. El matrimonio multiplica por dos las obligaciones familiares y todas las faenas sociales. Al modificar nuestras relaciones con los demás, habría alterado fatalmente las que existían entre nosotros dos. El afán de preservar mi propia independencia no pesó mucho en mi decisión; me habría parecido artificial buscar en la ausencia una libertad que, con toda sinceridad, solamente podía encontrar en mi cabeza y en mi corazón”. A su juicio, el matrimonio era una institución “burguesa y repugnante” que se asemejaba a la prostitución porque se basaba en que la hembra dependiese económicamente del marido y sirviese a la reproducción.
Del mismo modo, decidió no tener hijos. Con Sartre tenía una relación intelectual, emocional y sexual abierta, ya que se le conocen diversos escarceos con hombres y mujeres. Su tesis principal se basó en determinar que “nadie nace mujer, sino que se llega a serlo”. Esto es, que ser mujer es una construcción cultural porque ha sido definida así en base a su relación con el varón (como esposa, madre, hija o hermana) y que, por tanto, su principal misión era reconquistar su identidad desde sus propios criterios y escapar de ser ese “punto medio entre el hombre macho y el hombre castrado”.
Creía que “la familia es un nido de perversiones”, que “la naturaleza del hombre es malvada” y que “su bondad es cultura adquirida”; que “es lícito violar una cultura, pero a condición de hacerle un hijo” y que el amor era un riesgo para la mujer. “El día que una mujer pueda amar, no desde su debilidad sino desde su fortaleza, cuando pueda amar no para escapar de sí misma sino para encontrarse, no para humillarse sino para afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”, lanzó.