Slavoj Zizek es uno de los pensadores más veloces en sus diagnósticos: eso tómenselo como quieran. Como precocidad intelectual o como ganas de figurar en el debate social a cualquier precio. Digamos que escruta el mundo en tiempo real e hilvana sus reflexiones con cultura popular, con citas de filósofos, con eventos económicos y políticos, con teorías sobre una globalización que, lejos de responder al neoliberalismo imperante y al más libérrimo de los mercados, se base en lazos de solidaridad entre los pueblos. Una suerte de “red de salud pública global”. Se le nota cierto complejo, en sus líneas, de que le tomen por loco o que se rían de él cuando propone un “nuevo comunismo” para paliar la devastación de la crisis del Covid-19.
Por eso insiste continuamente en que el comunismo al que él nos invita no es ese que archivamos en nuestro imaginario: casi pide disculpas cuando iguala la “privatización” a la “barbarie” y el “colectivismo” a la “civilización”. Se remite al dicho: “En una crisis todos somos socialistas”. “No es la visión de un futuro luminoso, sino más bien un ‘comunismo del desastre’ como antídoto al ‘capitalismo del desastre’”, escribe en Pandemia, su ensayo recién editado en castellano por Anagrama.
Un nuevo comunismo
“El Estado no sólo debería asumir un papel mucho más activo, reorganizando la fabricación de los productos más necesarios, como mascarillas, kits de pruebas y respiradores, requisando hoteles y otros complejos de vacaciones, garantizando un mínimo de supervivencia a todos los desempleados, etc., sino hacer todo esto abandonando los mecanismos del mercado”. Habla de que el sistema sanitario institucional tendrá que “contar con la ayuda de comunidades locales para que cuiden a los débiles y los ancianos”. Habla de que deje de primar la ley del más fuerte. Y habla también de “organizar algún tipo de cooperación internacional eficaz para producir y compartir recursos”.
“Si los Estados simplemente se aíslan, comenzarán las guerras. A esto me refiero cuando hablo de ‘comunismo’ (…) ¿Hasta dónde llegará? No sabría decirlo: lo único que sé es que es urgente que todo el mundo se dé cuenta, y, como ya hemos visto, lo están llevando a la práctica políticos como Boris Johnson, que desde luego no es ningún comunista”, señala. Para él, “comunismo” es, en realidad, sinónimo de “humanidad unificada”.
El amor y la libertad en tiempos víricos
Pero en Pandemia reflexiona sobre muchas más cuestiones que la mencionada, que a la postre es la más obvia: se refiere incluso a una nueva forma de amor, citando a Hegel. “El ser amado no se opone a nosotros, es uno con nuestro propio ser; nos vemos a nosotros solo en él, aunque ya no es un nosotros: es un acertijo, un milagro, algo que no podemos comprender”. Él subraya, en este sentido, que “existe la esperanza de que la distancia corporal incluso refuerce la intensidad de nuestro vínculo con los demás. “Es sólo ahora, en este momento en que tengo que evitar a muchos de los que me son próximos, cuando experimento plenamente su presencia, la importancia que tienen para mí”.
Reivindica la “mirada” como una nueva “ventana hacia el otro”: “Puede revelar algo más que un contacto íntimo”, apostilla, y se recrea en el “no me toques” que le dijo Jesús a María Magdalena cuando ella lo reconoció después de su resurrección. No tocar, porque el amor ya no está en lo físico, sino, como decía Jesús, en el espíritu mismo del amor y la solidaridad entre la gente.
Otro punto que trata es la relación entre la falta de libertad de expresión en China y la expansión del coronavirus. Lo hace citando a la periodista radicada en Hong Kong Verna Yu, que escribió: “Si China valorara la libertad de expresión, no existiría la crisis del coronavirus. A no ser que se respete la libertad de expresión y otros derechos básicos de los ciudadanos chinos, estas crisis volverán a ocurrir (…) A lo mejor da la impresión de que los derechos humanos en China poco tienen que ver con el resto del mundo, pero como hemos visto en esta crisis, cuando China frustra la libertad de sus ciudadanos, puede suceder cualquier desastre”.
El más icónico ejemplo lo tenemos en Li Wenliang, el médico que advirtió sobre el brote de un extraño virus -que ha derivado en la actual pandemia- y que fue censurado por las autoridades. Su muerte, precisamente por Covid-19, sigue provocando una rabia generalizada y una gran desconfianza hacia el Gobierno. Pero a la vez, señala Zizek, en tiempos de epidemia se necesita un Estado fuerte que evite los bulos y las fake news y que sepa organizar con firmeza a sus ciudadanos: ¿cómo separar el grano de la paja? Ahí el quid.
Muerte de la lucha de clases
Quizá una de las ideas más interesantes del ensayo -o, al menos, una de las que más nos apela- sea el concepto de “autoexplotación” en tiempos de pandemia. Sirve para responder a la pregunta de “¿por qué estamos siempre cansados?”. Como señala Byung-Chul Han, “cuando la producción es inmaterial, todo el mundo posee los medios de producción”. “El sistema neoliberal ya no es un sistema de clases propiamente dicho. Ya no está formado por clases que mantienen un antagonismo mutuo. Eso es lo que explica la estabilidad del sistema”.
Han arguye que los sujetos se convierten en explotadores de sí mismos: “Hoy en día todo el mundo es un trabajador que se autoexplota en su propia empresa. Incluso la lucha de clases se ha transformado en una lucha de clases interior contra uno mismo”. Ya no somos sujetos subyugados, sino que somos “sujetos-logro”, proyectos en “constante remodelación y reinvención”, que es la forma de subrogación más eficaz.
Pero pide Zizek que nos acordemos de que todavía hay millones de trabajadores manuales en los países del Tercer Mundo y que hay grandes diferencias entre distintos tipos de trabajadores inmateriales. “Un abismo separa al alto directivo que posee o dirige una empresa del trabajador precario que pasa los días solo en casa con su ordenador personal: sin duda no son amo y esclavo en el mismo sentido”. Vivimos, dice, en el “cansancio de la creatividad”.
¿La "buena" autoexplotación?
“Se nos bombardea con llamadas del trabajo mientras estamos en casa, seguros y aislados. Pero, ¿qué grupos pueden hacer esto? Los trabajadores intelectuales y gestores precarios que son capaces de cooperar mediante emails y videoconferencias, de manera que incluso cuando están en cuarentena su trabajo continúa sin sobresaltos. Puede que incluso ganan más tiempo para ‘explotarse a sí mismos’, pero, ¿y aquellos que tienen que trabajar fuera de casa, en las fábricas y en el campo, en tiendas, hospitales y en el transporte público? Hay muchas cosas que tienen lugar en el inseguro exterior para que otros puedan sobrevivir en su cuarentena privada…”. Así desliza Zizek la acusación.
¿Cuál es la solución? Dice Zizek que el lema adecuado sigue siendo “el trabajo os hará libres”: “Sí, hay un trabajo duro y agotador para muchos de los que se enfrentan a los efectos de la pandemia, pero es un trabajo importante en beneficio de la comunidad, que acarrea su propia satisfacción, no el esfuerzo estúpido de intentar triunfar en el mercado”, lanza. “Cuando un trabajador sanitario acaba totalmente exhausto después de trabajar muchísimas horas, cuando un cuidador ya no puede más por culpa de su exigente trabajo, sufren un cansancio muy distinto al agotamiento de aquellos obsesionados por hacer avanzar su carrera. Es un cansancio que vale la pena”.
Romantización del virus
Zizek habla de que la realidad virtual será la única segura para todos y que los que podrán moverse en sus pequeñas islas pagadas serán los ricos. Pero, sorprendentemente, encuentra algunas imágenes hasta poéticas en la pandemia. Dice que estos días ha soñado con visitar Wuhan. Que le fascinaban sus calles fantasmas, esas que le “permiten intuir lo que sería una sociedad no consumista”. “Incluso las máscaras blancas que llevan las pocas personas que caminan por las calles ofrecen un bienvenido anonimato y la liberación de la presión social del reconocimiento”.
Se muestra en contra del manifiesto situacionista estudiantil publicado en 1996: “Vivre sans temps mort, jouir sans entraves (vivir sin tiempos muertos, disfrutar sin trabas), y cree que esta epidemia es una buena ocasión para aprovechar los tiempos muertos, los momentos de retraimiento, que son la verdadera liberación.
¿Vigilar y castigar?
Acusa, por último, a la ultraderecha y a la falsa izquierda de negar la realidad de la pandemia, estilo Trump. Arremete contra esos liberales y comentaristas de izquierdas que coinciden en que esta epidemia sirve “para justificar y legitimar medidas de control y regulación de la gente, medidas que hasta ahora eran impensables en una sociedad democrática occidental”.
Estos opinadores, como el filósofo italiano Giorgio Agamben, criticaban el clima de pánico y el estado de excepción sostenido, como norma. Justo el debate que se vive estos días en España: el PP quiere acabar con el estado de alarma y el Gobierno insiste en que es fundamental para salvar vidas. ¿Qué dice Zizek? Que el reto al que se enfrenta Europa “es demostrar que se puede hacer lo mismo que hizo China pero de una manera transparente y democrática”. O sea: que sí cree en el estado de alarma sostenido, pero recortando en tics autoritarios. ¿Será eso posible?