Parece que hay fenómenos inherentes al ser humano. Fenómenos que, por mucho que la sociedad progrese tecnológica y culturalmente siguen azotando a la población mundial. El mundo lleva desde diciembre sumido en una propagación que no cesa de un virus conocido como Covid-19 y, como siempre, los diferentes políticos y estados se lavan las manos a lo Poncio Pilatos para evitar responsabilidades y echar la culpa a competencias ajenas.
Hay quien quizá sostenga la idea del autor canadiense Ronald Wright en Breve historia del progreso (Urano) cuando afirma que el hecho de que la historia "se repita una y otra vez tiene un precio cada vez más alto". Al fin y al cabo, cuando Atenas sucumbió por la temible plaga del año 430 a.C. lo hizo de manera concentrada y sin llevar consigo la peste a otros rincones del mundo. "La civilización que ahora se derrumba a nuestro alrededor es global", escribe Christopher Ryan en su última publicación, Civilizados hasta la muerte (Capitán Swing).
Por ello, para comprender el presente en el que esta pandemia cubre todos los informativos y las vidas rutinarias de millones de personas, ha de echarse la vista al pasado para observar que ya desde la aparición de las primeras pestes en Europa, la enfermedad se utilizó política e ideológicamente.
Durante la Edad Media, la peste negra y su origen fue achacado a los judíos. No en vano, las sucesivas epidemias que asolaron Europa fueron teológicamente utilizadas por la Iglesia Católica. "Hoy tenemos numerosos testimonios que atestiguan cómo en el mundo rural español las coyunturas epidémicas fueron un valioso instrumento de cristianización en el final de la Edad Media", escribe el profesor de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona José Luis Beltrán Moya en su libro Historia de las epidemias (Esfera).
La excusa del "castigo divino" para una sociedad pecadora y corrompida fue la respuesta que adoptaron los eclesiásticos ante las devastadoras muertes. "Fue así como las epidemias se convirtieron en un magnífico campo de misión pastoral para los hombres de la Iglesia, a los que allanaron el camino en su aspiración por crear un orden religioso, político y social disciplinado en la sociedad de su tiempo", relata Beltrán.
Un modelo egoísta
En una entrevista concedida a EL ESPAÑOL, el profesor de la UAB explica que tal planteamiento religioso perduró en el tiempo hasta la época de la contemporaneidad y los avances científicos. La medicina occidental, junto a la teoría microbiana, expuso finalmente un enemigo visible y los poderes políticos y religiosos dejaron de usar a los judíos, pobres, prostitutas y gitanos como chivos expiatorios.
No obstante, opina que todavía sigue existiendo ese elemento instintivo de búsqueda de responsables. En su momento, en la década de los 70, volvieron los discursos reaccionarios con la aparición del SIDA: "En este caso la acusación se lanzó contra los homosexuales y los promiscuos sexuales, los supuestos responsables del castigo que un dios vengador infligía a los pecadores de la tolerante humanidad de finales del siglo XX".
Ahora el foco y la atención también se dirigen mediante el lenguaje. Numerosos fueron los casos de discriminación a la población china en España, que lejos de tener algún tipo de culpa en la propagación del Covid-19, repartieron mascarillas de manera voluntaria en los diferentes vecindarios españoles. Donald Trump, incapaz de llevar a cabo un confinamiento total en Estados Unidos, país con más casos en todo el mundo, sigue llamándolo "virus chino".
Por muchos discursos redundantes, al final las palabras no tienen sentido si no hay acciones reales
"Esta enfermedad la hemos atribuido al otro", considera Beltrán. "Hemos asociado enfermedad con pobreza. Y eso ha hecho de la pandemia una enfermedad individualizada. Y es colectiva", añade. A la vez que confía en que la sociedad rechace todo tipo de estigmatización que asocie a determinadas personas con el virus, opina que además de despertar el egoísmo entre individuos por sobrevivir, también cabe una "tremenda solidaridad" a diferencia de lo que sucedió en épocas pasadas.
Es al menos lo que puede adelantar con una perspectiva tan actual. "Ahora es el momento de los médicos y enfermeros pero con el tiempo llegará el de los historiadores. Nosotros somos los notarios de la historia. Veremos que a pesar de la angustia todo ha sido mucho más eficaz. Pensemos en el grado de respuesta se que ha dado al organizarnos", señala a este periódico.
Quizá el problema de base radique, tal y como ya se han expresado filósofos como Slavoj Zizek o Fernando Broncano, en la nocividad del sistema vigente. "Hay que ver si el modelo actual es el que nos ha llevado hasta aquí" y si ese egoísmo que el sistema promueve descuida "otras parcelas más valiosas". Hace falta memoria sobre las pandemias pasadas y los enfrentamientos y disputas inútiles entre individuos. Hace falta memoria en general. Siempre. "La amnesia es el triunfo del contagio. Nuestro sino es ser social. Por muchos discursos redundantes, al final las palabras no tienen sentido si no hay acciones reales que pasen por replantear nuestros hábitos", concluye José Luis Beltrán Moya.