Javier Echevarrieta (Txabi Etxebarrieta) fue mi amigo, y yo su amigo. Corría el año 1964. Lugar de encuentro, la Facultad de Ciencias Económicas de Bilbao, en Sarrico, en la entonces Avenida del Ejército, hoy del Lehendakari Agirre, en la que fue espléndida finca del conde de Zubiría. El moderno edificio de la facultad acababa de inaugurarse el 10 de octubre. Cuando conocí a Txabi me resultó un tipo muy amistoso, amante de la cultura y que sentía pasión por el cine y el teatro, como también yo.
Entré en Sarrico en primero de Económicas, con 17 años, cuando él comenzaba tercero, con 19. Sorprendía Txabi por su autoridad y su potestad en aquel ámbito universitario y cultural, estando muy por encima de la media alta de los compañeros de la facultad, provenientes en su mayoría de una burguesía asentada, y relativamente culta, del País Vasco y de provincias cercanas, como Santander, Burgos, Asturias o Logroño.
Txabi era un personaje afable dentro de su discreción... Con algún problema de salud, por asmático, y dificultades al andar, por una suerte de pies planos, se inclinaba a la pausaba conversación y la serena reflexión. Patxo Unzueta, bilbaíno como Txabi (y como yo), un gran periodista lúcido, que conoció a Echevarrieta cuando los dos hacían su bachillerato, siendo íntimos, ha contado que, tras aprobar la reválida de sexto, su amigo le escribió, diciendo: “Pascal dice que aprender a pensar bien es el principio de la moral; quizás el pensar bien comprenda el hacer bien lo que se debe hacer”. Este era el Javier de 15 años. El de los 17, cuando le conocí, aún más culto. Con corbata siempre, y con paraguas negro los días de lluvia, que en el Bilbao nuestro de aquellos días eran los más.
La serie de Barroso
En medio de la pandemia del coronavirus, Pedro J. Ramírez me llama y, al pairo de alguna efusión por las efemérides mutuas en Aries, me comenta la serie que presenta Movistar, La línea invisible. Pedro cree recordar que, al comenzar ambos Periodismo en la Universidad de Navarra en 1969, yo le había hablado de Txabi Etxebarrieta. Txabi había muerto un año antes y es uno de los protagonistas de la serie de Mariano Barroso, que Pedro me recomienda que vea, y escriba algo. Y le he hecho caso.
Pedro y yo somos sensibles al tema de la violencia en el País Vasco. Yo, como dramaturgo, en mi teatro, en una docena de obras. A Pedro le he acompañado en sus batallas de Diario 16, El Mundo y El Español, y sé de su sensibilidad con respecto al caso: sus imprescindibles entrevistas al etarra Soares Gamboa -condiscípulo suyo en el bachillerato con los Maristas de Logroño-, la terrible amenaza de Felipe González por las revelaciones de Miralles y Arqués sobre el GAL, sus encuentros en Argel y París con Antxon y Txelis, su conmoción por la muerte de López de Lacalle o su encuentro con José Ortega Lara tras su secuestro de 532 días.
En relación con la entrevista a Ortega Lara, no se me ha ido nunca de la memoria lo que le confesó a Pedro sobre sus secuestradores. Ante su disposición a proporcionarle libros en su encierro, él les dijo que mejor si fueran obras de autores de la Generación del 98, a lo que los jóvenes etarras le preguntaron: “¿Qué es eso de la Generación del 98?”.
Los cien años de Unamuno
En aquel 1964 en que llegué a Sarrico -ahora, Sarriko-, como se conocía y se conoce a la facultad vizcaína, se celebraba el centenario del nacimiento de tal vez el mejor representante de la Generación del 98, Miguel de Unamuno, el bilbaíno de los escritores vascos afectos al grupo, junto con el donostiarra Pío Baroja y el vitoriano Ramiro de Maeztu.
Para mi sorpresa, en aquellos días salió de las prensas el último número de la revista de la facultad, llamada Sarrico, que se publicaba mensualmente. En esa ocasión, con 60 páginas, era un extraordinario correspondiente a los últimos siete meses, dedicado íntegramente a Unamuno en su centenario. La edición ha quedado como la mejor dedicada en España a Don Miguel en aquella celebración. Ni Índice ni La Estafeta Literaria lograron estar a la altura de Sarrico.
En aquel número escribieron, entre otros, y según se dice en la portada: “Azorín, Nicolás Guillén, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Buero Vallejo, Julián Marías, Fernández Almagro, Francisco de Cossío, Paulino Garagorri, Gaya Nuño, Lauro Olmo, Manuel García Blanco, Rodríguez Méndez, Ricardo Gullón, Alfonso Sastre, Ángela Figuera, Lorenzo Gomis, Gustavo Bueno, Antonio Ferres, Rodríguez Buded, Juan Antonio de Zunzunegui, José María Álvarez, Ramón de Garciasol, Elvira Lacaci, Felipe Ruiz Martín, Juan Ruiz Peña, Leopoldo de Luis, Juan Echevarría Gangoiti, etc.”.
Todos estos novelistas, poetas, dramaturgos, ensayistas, historiadores o economistas estaban vivos, y, de no pocos, fueron de sus escritos postreros. Un logro del equipo de redacción de Sarrico. Una revista que había tenido de director en sus primeros número a Pedro Barea Monge, que colaboraba en ese número, luego catedrático de Comunicación Audiovisual de la Euskal Herriko Unibertsitatea, crítico teatral de relevancia y el mejor conocedor del universo de la Radio en España.
En La línea invisible, Ramón Barea, su hermano menor y emblema del teatro y cine vascos, Premio Nacional de Teatro en 2013, interpreta al cura que le va justificar la violencia a Xabier Etxebarrieta. En el número unamuniano también colaboraron dos poetas jóvenes. José María Álvarez, uno de los “nueve novísimos” de Castellet, inmisericorde con Unamuno. Y José Miguel Ullán que por entonces se exilia en Francia, y años más tarde Pedro J. hará subdirector de Diario 16 y editor del suplemento Culturas, que dirigirá con acierto César Antonio Molina, luego buen ministro de Cultura. Ullán llega a decir, a la manera de Ullán, que la sociedad de aquel momento era “el fruto final del jugo asumido”, De Miguel de Unamuno y… Jugo, claro.
Echevarrieta, redactor jefe
Javier de Echevarrieta, como se firma el redactor-jefe de la revista Sarrico dedicada a Unamuno, y tal vez quien tuvo que encargarse del orden de escritores y su valoración en la lista citada, ya gozaba de predicamento, por su buen hacer y saber, ante otros alumnos más veteranos y de un asentamiento mayor en la facultad, como el director de la publicación, Carlos Lerena, y el subdirector, Joaquín Leguina, que desde finales de los 50 estaban en la facultad.
Carlos, hijo de maestros rurales, había nacido en la riojana Berceo, donde vino al mundo el Gonzalo de Los milagros de Nuestra Señora, padre del castellano, e introductor de palabras vascas en el mismo. Lerena, tras Económicas, cursó Sociología en la EPHE de París, becado por Francia, siendo luego, afín a Salustiano del Campo, el primer Catedrático de Sociología de la Educación de España en la Complutense. Un accidente segó su vida a los 47 años.
Joaquín Leguina era una figura política destacada en la facultad. Miembro del Frente de Liberación Popular (FLP), el Felipe, galvanizaba la muy viva actividad política de la facultad, con una incidencia muy fuerte en los ámbitos socio-laborales de una Vizcaya en efervescencia. Hemos de tener en cuenta que en esas fechas tuvo lugar en la muy sofisticada fábrica de Bandas en Frío de Echévarri (Vizcaya), la huelga más larga del franquismo (163 días).
En el ámbito universitario, el FLP, junto a la Agrupación Socialista Universitaria y el PCE, había puesto en marcha unos años antes la ilegal FUDE, la Federación Universitaria Democrática de Estudiantes, frente al SEU oficial. Como se sabe, Leguina fue luego hombre importante en la poderosa Federación Socialista Madrileña, la FSM, y primer presidente de la Comunidad de Madrid.
Txabi era el más joven de los tres, de 1944; Joaquín, de 1941, y Carlos, de 1940. En la revista dedicada a Unamuno, Txabi no se priva en un artículo de ser crítico con Don Miguel, “buen ejemplar de nuestra común raza”, afirmación a desvelar. Don Miguel para él, de todas formas, dentro de “nuestra común raza”, puedo afirmarlo, tuvo menos interés que Pío Baroja. Txabi, en el número, dado su interés por el teatro, también escribe una aguda, y favorable, crítica del espectáculo Unamuno: Oratorio épico, obra de Alberto González Vergel, maestro mío luego en el Teatro Estudio de Madrid (TEM) -de Narros y Layton-, uno de los mejores conocedores e introductores de Brecht en España.
En su crítica, Txabi no deja de constatar el valor épico, “a través del brechtismo”, del montaje de Vergel. Bertolt Brecht es modelo para Echevarrieta, y para mí.
Abertzales en la universidad
Compartimos Pedro J. y yo aulas en la Universidad de Navarra con condiscípulos que en una u otra medida tuvieron, con posterioridad, relación con el movimiento abertzale. Ángel Amigo, Xabier Zabaleta y Gorka Reizábal formaban un equipo de donostiarras muy correoso. El más destacado, Ángel Amigo, buen escritor y productor de cine; además de, en aquellos tiempos, un soberbio “dantzari” y filósofo de los bailes vascos.
Por su pertenencia a ETA sería preso en la cárcel de Segovia, y participaría en la espectacular fuga de poli-milis del centro penitenciario (5-IV-76). Como productor cinematográfico, haría precisamente la película La fuga de Segovia (1981), dirigida por Imanol Uribe. Fue la primera de una larga serie de largometrajes que ha producido con fortuna. En la película debutó como actor uno de los organizadores de la fuga, Patxi Bisquert, que años después, tras protagonizar Tasio, con Querejeta y Armendáriz, fue el protagonista de mi obra teatral Betizu. El toro rojo (1992), sobre la peripecia de su vida.
Xabier Zabaleta fue redactor jefe de Egin, antes de ser director de Navarra Hoy y jefe de prensa de la Kutxa, además de brillante dialéctico. Y el entrañable Gorka Reizábal, ya fallecido, que dirigió Zeruko Argia y fue redactor de Egin, siendo un muy desatacado periodista deportivo -en su muerte, la Real le rindió un homenaje-, fue también jefe de prensa del puerto de Pasajes. En aquel tiempo, por la universidad navarra estaba, como combativo estudiante de Derecho, quien luego ha sido una destacada figura de la política nacionalista, Patxi Zabaleta, ahora presidente honorífico de Aralar y, siempre, buen escritor y mejor poeta.
Pasión por el cine
El teatro y, sobre todo, el cine, además de la poesía, nos unió a Txabi y a mí. Y también a otros compañeros no sólo de Sarrico sino de la Universidad de Deusto, la privada de los jesuitas. No nos perdíamos la proyección de películas interesantes, estrenos o no en aquel Bilbao, en cines de sesión continua o no. Solíamos ir en grupo y nos poníamos en las primeras filas. Allí, uno de los más apasionados era, y sigue siendo, Santos Zunzunegui, hoy uno de mayores estudiosos del cine en España, catedrático de Comunicación Audiovisual de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la UPV, de la que ha sido decano.
También, en ocasiones, José Allende Landa, luego Catedrático de Planificación Urbana y Regional de la UPV, gran luchador ecologista, con las centrales nucleares como caballo de batalla. Y, cómo no, Gloria Quesada, extraordinaria estudiante de Económicas, luego directora gerente del Hospital de Cruces y, a continuación, primera mujer directora general de Osakidetza, la Sanidad Vasca, tras una gran crisis del organismo con los sindicatos, que resolvió Ibarretxe con su nombramiento. Gloria Quesada, musa de nuestro colectivo, fue la protagonista femenina de una película que dirigí en Sarrico, Besos.
Formábamos, con Txabi, una promoción que había nacido acunada por el cine y más en un Bilbao en el que el ámbito cultural estaba muy restringido a una burguesía más afanosa de rendimientos materiales que inmateriales. Y donde la temporada de ópera de la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera), en el escenario del cine Coliseo Albia, era el cénit cultural de la villa, teniendo una deriva inexorablemente verdiana, frente a la Barcelona wagneriana del Liceo, que ha sabido definir muy bien Juan Ángel Vela del Campo, también de nuestra quinta (1947), de la Escuela de Ingenieros.
Otra de las citas culturales destacadas de Bilbao era la Semana Internacional de Cine Documental, hoy Zinebi, en la que el donostiarra Javier Aguirre y su “anti-cine” fue estrella. En la edición del 65, el certamen tuvo una sesión especial, el 10 de octubre, dedicada a los cortos de Richard Lester, que había dirigido entonces ¡Qué noche la de aquél día! y Help!, con los Beatles. Allí estuvo Lester, para gozo de Gloria Quesada y otros fieles. A mí, Lester me firmó un autógrafo, que conservo. Cosas de la edad.
Txabi y Hatari!
Txabi y sus gustos cinematográficos. Hatari! fue la película favorita de Echevarrieta. Ya de antes, era admirador de Howard Hawks. Pero Hatari!, con ese aventurero Sean Mercer, interpretado tan vitalmente por John Wayne, capitaneando al grupo de cazadores de fieras en Tanganyka, en el que destacaba el atractivo de Elsa Martinelli, como la fotógrafa Ana María D’Allesandro, perseguida por sus elefantitos, le volvió loco. El 14 de agosto del 65 vimos Hatari!, en programa doble con La ruta del Cairo, de David MacDonald, Txabi, Zunzunegui, yo, y otros dos colegas, Timpanaro y Zalacaín. La locura.
Con el tiempo, de cualquier forma, no sabría decir si lo que más apreciaba Txabi en el film era el final con la marcha feliz de los pequeños paquidermos con la exultante e inolvidable música de Henry Mancini, o la persecución final del rinoceronte, que, para el grupo de entusiastas que con Txabi asistimos a aquel y otros pases, era una metonímica caza del dictador, de Franco. De todas formas, de Hawks, se apreciaban Scarface, Río Bravo, La fiera de mi niña y, sobre todo, Los caballeros las prefieren rubias, con Marilyn Monroe y, también, Jane Russell…
La devoción cinéfila se extendía al gran maestro de Hawks, el mágico John Ford. Uno, que había sido educado en las páginas de la revista Nuestro Cine, de la cuadra de Primer Acto, en la estela izquierdista subterránea de José Ángel Ezcurra, el fundador y alentador de Triunfo, era un firme partidario de Michelangelo Antonioni, un auténtico e insoportable “peñazo” para Txabi. ¡Ignacio, estás equivocado! No tardó en llevarme Txabi a su huerto, sin que por eso marginara yo al director de El eclipse, La noche y La aventura, ni a Monica Vitti, desde luego.
La captación fue aquel verano del 65 a través de Elia Kazan, Nicholas Ray y George Stevens, o por mejor decir de James Dean, protagonista de sus películas Al este del Edén, Rebelde sin causa y Gigante. Estando ambos también con la copla del teatro, “el método” aprendido por el genial actor con Lee Strasberg en el Actor’s Studio, nos llevó a Stanislavski y la necesidad de una rigurosa interpretación actoral adecuada a los tiempos, también en nuestras experiencias escénicas. El teatro a Txabi le apasionaba. A mí, menos, hasta Rebelde sin causa, James Dean y “el método”.
En aquel curso, pronto, Txabi quiso seguir con las actividades teatrales, de raigambre en la facultad. Y nos enfrentamos con la tarea, tras hacer Txabi que pilotara yo en la facultad, además del Aula de Cine, la de Teatro.
"Un enemigo del pueblo"
Él comenzó la marcha, poniendo sobre la mesa, ni más ni menos que Un enemigo del pueblo, de Ibsen. Se trataba de una lectura pública de la obra. Él la dirigiría y, con otros compañeros de la facultad en los demás papeles, yo interpretaría al Doctor Stokmann. Resultó un buen éxito para Txabi. Patxo Unzueta, siempre cerca de Txabi, también entonces en la facultad, lo suele recordar.
El 5 de noviembre se leyó Las brujas de Salem, de Miller. Me tocó hacer de Proctor, y parece que el personaje me salió un poco gritón. Con relación al tema de las brujas, tuvimos la intención de hacer algo sobre Zugarramurdi. Al pairo, Txabi, conocedor del mundo musical, al hablarle yo de Una noche en el Monte Pelado, de Mussorgsky, le faltó tiempo para tararearla, clamando: “¡Ese final prodigioso, con las campanas!”. ¡Por Dios! Las “campanas” de “Los Cinco” rusos…
Esa música la incluimos en el guión de nuestra película Besos. Gran proyecto fue la lectura escenificada del Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, que dirigí. Fue el 2 de diciembre, con proyección de imágenes cinematográficas, por ejemplo, del popular barrio de Recalde, más algunas tomas fotográficas. El programa no dejaba de tener un interés muy dialéctico. Brecht: “El realismo no consiste en mostrar cosas verdaderas, sino en mostrar las cosas verdaderamente”, fue nuestra consigna.
De Zarzalejos a De la Iglesia
El caso es que estábamos en la Facultad de Económicas y había que cursar la carrera. Yo, por imposición familiar, pues, como se ha podido apreciar, tenía otras querencias. El profesorado de ese mi primer curso estaba compuesto por: Enrique Ruiz Vadillo, en Derecho Civil, que luego sería presidente de la Sala Segunda del Supremo, a propuesta del PSOE, encargándose de asuntos como el de Lola Flores y Hacienda, o del Caso Naseiro. Con Ruiz Vadillo, en la facultad, José Antonio Zarzalejos Altares, que fue Gobernador Civil de Vizcaya, padre de los periodistas José Antonio y Charo, y de Javier, mano derecha de Aznar, negociador con Arriola y Martí Fluixá con ETA, en las conversaciones de Suiza, en el 99.
Manuel Soto Vilas, el “Purdi”, en Fundamentos de Filosofía, que, según algunos, llevaba mal el haber intervenido en la fundación de la Falange, y lo del “Purdi” venía porque utilizaba el latiguillo de “…purdicirlo así…”, pues era gallego. En Sociología estaba el muy imaginativo Ángel de la Iglesia, padre de Eloy de la Iglesia.
En Historia Económica, un relevante Felipe Ruiz Martín, seguidor de Fernand Braudel, teniendo como manual su obra Las civilizaciones actuales. Estudio de historia económica y social, y que en una ocasión traería en persona a la facultad al autor de El mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Al frente del departamento de Teoría Económica estaba un indiscutible Juan Echevarría Gangoiti. Decano de la facultad era un equilibrado Fernando Sánchez Calero, catedrático de Mercantil, en la línea de Joaquín Garrigues y Díaz-Cañabate. Vicedecano, Teodoro Flores, apodado el “Teddy”, al que le tocaba bregar con todas las heterodoxias de Sarrico, al frente de muchas de las cuales, las más arriesgadas, estaba Txabi.
Leguina y Miguel Ángel Revilla
Frente al estamento docente oficial, el estamento discente, el de los alumnos, al frente de asambleas, reuniones, elecciones y actividades, en el centro universitario que encabezaba el antifranquismo en Bilbao. Las fuerzas políticas en la facultad, por la izquierda, estaban muy personalizadas. Leguina, desde el Felipe, era el contacto con el socialismo interior, con Madrid y Barcelona, y también con el exterior, con Francia. Un elemento muy activo y de gran potencia de choque era un veterano -había estudiantes que, entonces, prolongaban su estancia en la universidad española de forma inverosímil, sin hablar de los tunos-, procedente de Asturias, Ángel Cardín que con su apasionada retórica era capaz de inclinar cualquier asamblea lejos de los cauces, razonables siempre, del santanderino Leguina.
Un Leguina que no se entendía mal con el alavés Alberto Aguiriano, de UGT, que sería detenido como responsable del Movimiento Democrático de Estudiantes en Vizcaya. Aguiriano, con el tiempo, sería senador y diputado socialista. Se llegó a pensar que era también del Felipe, y tal vez lo fuera, como Leguina, el asimismo santanderino, Miguel Ángel Revilla, a saber, el actual presidente de Cantabria, que a río revuelto afirma ahora que en el 64 crea en Sarrico una tendencia sindical, dice que de cariz “subversivo y antifranquista”, aseverando que, en una ocasión, emprendió viaje hacia Madrid con Echevarrieta, para una reunión sindical, siendo detenidos ambos por un chivatazo…
De Santander también había en la facultad un núcleo duro de falangistas. El propio Revilla, tras acabar la carrera, no dejó de estar vinculado al sindicato vertical, siendo delegado comarcal en Torrelavega, hasta casi la muerte de Franco. Otro santanderino, bien asentado en Bilbao, era el joven y peleón Enrique Alonso Hermosa, firme portavoz falangista.
"Estudiantes, a estudiar"
En Bilbao tuvo lugar en 1962 el Primer Congreso Nacional Democrático de Estudiantes de Ciencias Económicas, conducido por Leguina y Ernst Lluch, entre otros estudiantes de Económicas de Barcelona y Madrid: López Cachero, luego decano de la Facultad de Madrid; Blas Calzada, que fue presidente de la CNMV, o Martínez Alier, uno de nuestros más destacados ecologistas. El ministro de Educación, Jesús Rubio García-Mina, de Pamplona y “camisa vieja” de la Falange, catedrático de Derecho Mercantil, que sustituyó a Joaquín Ruiz-Jiménez tras los disturbios estudiantiles del 56, se negó a clausurar el congreso. Su frase histórica, tras suceder a Ruiz-Jiménez, fue: “Estudiantes, a estudiar”, concepto que tuvo una gran predicamento entre las fuerzas de la reacción.
Así, Bilbao fue en aquellos tiempos uno de los núcleos más decididos para la constitución de un sindicato libre de estudiantes frente al SEU del sistema. Cuatro años después, en Barcelona, en la recordada “Capuchinada”, se formaría la Asamblea Constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona. Txabi en la facultad tiene un papel relevante, en medio de las rotundas fuerzas de la izquierda española, desde ámbitos cercanos al nacionalismo, donde no faltaban simpatizantes del PNV y secuelas, intentando colocar a personas de su confianza en las elecciones libres que se realizan en marzo del 65, en los estertores del SEU, que es disuelto en el 5 de abril.
Txabi me postula para delegado de primero, en unas elecciones libres y democráticas en las que salgo elegido, no estando mucho tiempo en la labor. Unas elecciones que son denunciadas a la autoridad competente por el vicedecano Teodoro Flores, el “Teddy”. Hay que decir que todos estos movimientos eran recogidos, con mayor o menos puntualidad por periodistas como Juan Manuel Idoyaga, a la sazón corresponsal de France Press.
Y, sin duda, en las noches estábamos pendientes de lo que Radio París o la Pirenaica informaran de los movimientos que se producían en España en general y en el País Vasco en particular cada día. Siendo Idoyaga clave en ese ámbito informativo, no sin problemas ante la policía de la Alameda de San Mamés bilbaína. Va de suyo que, en medio de este universo proliferaban los “secretas”.
"El acorazado Potemkin" y los grises
En la facultad, como vamos observando, existía una gran actividad. Por un lado, la sindical y política, con solidaridades con los movimientos obreros de Vizcaya, y por otra, la cultural. El decano Sánchez Calero apostrofa en ese momento sobre sus estudiantes: “Tienen todas las inquietudes, menos la de estudiar”, como gusta recordar a Pedro Barea. Pero precisamente Sánchez Calero me alienta en las actividades culturales, que tenían por detrás a Txabi, buen negociador. En el Aula de Cine recuerdo una especial sesión el 20 de febrero del 65, en la que proyectamos lo más destacado del cine corto de Alain Resnais. Resnais y Truffaut eran figuras reverenciadas por nosotros.
El año pasado en Marienbad o Los cuatrocientos golpes, fueron referentes de “la nueva ola” emergente en la vecina Francia y un espejo donde mirarnos. Proyectamos el emblemático documental de Resnais sobre la Biblioteca Nacional francesa, Toute la mémoire du monde, un prodigio en su montaje. También, su corto histórico sobre Van Gogh. Y su Gauguin y, con gran morbo, su Guernica… En esa deriva, ya puestos, nos arriesgamos a proyectar una copia en 16 mm, de la mítica película de Sergei Eisenstein, El acorazado Potemkin, que un Ybarra de la Comercial de Deusto había adquirido en Francia, en Biarritz.
El proyectarlo en la universidad de los jesuitas era un imposible, y yo quise hacerlo en el Aula de Cine de Sarrico. Y dicho y hecho. El 6 de marzo se anunció su proyección en el Aula Magna de la facultad. Expectación máxima. Y a la hora de la sesión nos encontramos con que los “grises”, la Policía Armada, con sus tanquetas y jeeps habían rodeado el edificio de la facultad en la extensa finca del conde de Zubiría. ¡Conmoción general! Hablo con Txabi y a él se le ocurre la fórmula ideal: que el catedrático con más prestigio de la facultad, Juan Echevarría Gangoiti, titular indiscutido de Teoría Económica, que estaba allí para ver la película, como uno más, presente la película.
Don Juan acepta y realiza una presentación admirable, y los grises, advertidos por él de la eventualidad, permiten la proyección de la revolucionaria película. Echevarría luego sería el primer rector de la Universidad Autónoma de Bilbao, futura UPV, y diputado en las Cortes Constituyentes como independiente por UCD, decidiendo con su abstención que el primer presidente del Consejo General Vasco fuera el socialista Rubial. (En este punto, no me resisto a citar a Unamuno: “Me decía una vez Pablo Iglesias que a nadie era más difícil de ganar al socialismo que el vascongado, pero que una vez dentro de él, era de los convencidos y de los sólidos").
Más tarde, Juan Echevarría, tras publicarse la Constitución Española y aprobarse en la Casa de Juntas de Guernica el Estatuto de Autonomía Vasco, fue la persona que, alquilado un avión privado, registre en Madrid el documento, una hora antes que los catalanes, que viajaron en vuelo regular, por lo que el proyecto vasco se discutió en primer lugar. De la proyección del Potemkim tuvo ecos la santanderina Rosa Pereda (1949), que estudiaría en Deusto, muy enterada de lo que pasaba, y pasó, en Sarrico. Gran periodista, fue autora de La sombra del gudari (1999) y de Contra Franco 1968-1978 (2003), sobre aquellos momentos en Bilbao, y los posteriores en España.
Oteiza, en la Casa Americana
El acontecimiento más singular y significativo para mí en los dos años en los que tengo relación con Txabi es, sin duda, el que me presentara a Jorge Oteiza, con el que tenía él una relación muy cercana y muy especial. Quedó atrás la euforia por la proyección del Potemkin, y un día Txabi me dice que quería presentarme a Jorge Oteiza, el “más que escultor” dentro de la cultura vasca. Iba a venir a Bilbao, a la Casa Americana, que estaba en la calle Buenos Aires, el 9 de mayo. Hasta esa fecha, me dio tiempo a hacerme con su Quosque tamdem…!, firmado por Jorge de Oteiza, y meterme en sus profundidades sobre su “interpretación estética del alma vasca”. De cualquier forma, dejamos que nuestra vida académica y cultural siguiera su curso.
El 15 de marzo, con Txabi y con Gloria, vi Tempi nostri, del muy especial Alessandro Blasetti, y seis días después, con Txabi, La taberna del irlandés, de John Ford, con el poderoso John Wayne. Lo de Irlanda, lógicamente, tenía un especial atractivo… ¡Para qué hablar! En esos días, por otra parte, estuvimos muy ocupados en asuntos universitarios a cuenta de la libertad sindical. El 15 se cerró Sarrico. El 17 hubo manifestación. El 2 de abril se cerró la Escuela de Ingenieros. En solidaridad con ellos, nueva manifestación y convocatoria de huelga en Sarrico, en días alternos. Y llegamos a la tarde del 9 de mayo, en la Casa Americana con Oteiza. Txabi fue mi anfitrión.
También, con el cónsul americano que estuvo presente, muy interesado por mis actividades, hasta el punto de citarme para el día siguiente en su despacho, para saber de mí…, más de lo que ya sabía, que lo sabía todo. Oteiza, tras mi curso acelerado en esos días sobre su vida, obra y pensamiento, en persona me resultó fascinante. Como introducción a su conferencia, de la que tengo apuntes, no dejó de bromear con su decisión de haber dejado la escultura en el 59, tras haber conseguido triunfar en la Bienal de Sao Paulo del 57 -a Chillida se le entroniza en la Bienal de Venecia, secuestrada por el expresionismo abstracto y la CIA, según se ha sabido, un año después-.
En la distendida conversación con Oteiza no dejó de salir la necesidad de una nueva estética en el vivir de cada uno, como aquel vasco que prefería una buena comida o cena con los amigos a cualquier disquisición filosófica (Unamuno escribió sobre la alegría del vasco: “La alegría de dentro, la que brota del estómago saciado; no del cielo, sino del suelo”). Ya en la conversación con Oteiza, algún concepto menos relajado en el mismo sentido, por ejemplo: “La fe estética es creer en lo que uno está viviendo”.
En la conferencia, cargas de mayor profundidad, alrededor de los mitos, los ritos y la religión. Alejándose de la prehistoria, se centró en la protohistoria, donde para él nacían las religiones catárticas. Que concreta en el QT: “Con la construcción estética del crómlech finaliza para el País Vasco lo que entendemos por Prehistoria y por Arte. La existencia con privilegios para la invención del arte (ya) no se justifica. Volvemos a vivir este momento excepcional con el arte contemporáneo. El lugar que tiene que dejar vacío el artista es el lugar de la nueva fe colectiva. El artista no se justifica cuando el arte nuevo está en la calle. En lugar de ir desapareciendo los artistas, hoy se están multiplicando. Innecesario y mediocre es por esto el arte actual”. Reflexiones que nos sirven para el presente.
Pedro J., Mrozek y Oteiza
Me vi con el cónsul, lo que me lleva a la buena relación que el País Vasco ha tenido con Estados Unidos. En 1990, el Gobierno Vasco rechaza el admirable proyecto de Oteiza y Sáenz de Oiza para la Alhóndiga de Bilbao, aquel cubo vivencial, cristalino y esencial defendido por el alcalde Gorordo, al que entrevistaría por este motivo en TVE. El PNV, en su lugar, decide hacer el Guggenheim, con la esculto-arquitectura de Frank Gehry, dentro de un curioso posmodernismo futurista, que no sé si habría gustado al más destacado miembro del futurismo bilbaíno, Ramón de Basterra (1888-1928), quien dijo: “Los vascos en cuanto nos ponemos a pensar nos volvemos locos”…
No puedo decir que aquella conferencia de Oteiza no me marcara. Cuando cuatro años después me encontré con Pedro J. Ramírez en Pamplona, para hacer Periodismo, por una sintonía con él a través del teatro, como había ocurrido con Txabi, comenzamos a trabajar en un tema que, a partir del conocimiento de Oteiza, siempre me ha interesado, el arte del ser humano a través de la imagen que otros pueden tener de él; el teatro del ser humano en su propia vida, y, en definitiva, el que, al tener tantas cámaras siguiéndonos, hemos de ser estéticos en nuestra vida, en nuestra ética…
De ahí, el valor del teatro documento. Yo hice mi trabajo de fin de carrera bajo el título “La muerte de una estética. Hacia una estética de la ética”. Pedro tituló su trabajo: “Hacia un teatro informativo”, uno de los mejores estudios que he conocido sobre el teatro documento, Piscator y Brecht; que siendo yo profesor en la Real Escuela Superior de Arte Dramático he echado mano de él en muchas ocasiones. En aquellos días, Pedro, como creador teatral dirigió, en el 73, un espléndido montaje de una versión suya de la obra del polaco Slawomir Mrozek, En alta mar.
Por el camino del teatro documento, acrisolado por Peter Weiss, fundió la fábula de tres náufragos, que al tener hambre deciden comerse a uno de ellos, con la peripecia real de los supervivientes del accidente, en octubre de 1972, poco antes, del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en los Andes, que llevaba a los integrantes de un equipo de rugby, que decidieron, para sobrevivir, alimentarse con la carne de los cuerpos de sus compañeros fallecidos. La representación, Pedro la quiso hacer, en teatro circular, en el amplio espacio de los ¡comedores universitarios! A buen seguro que a Oteiza la representación le habría gustado.
La película 'Besos'
Volvemos a Sarrico. Episodio singular del Aula de Cine de la facultad fue el rodaje y proyección de una película… Por la facultad habían pasado talentos destacados del cine como Pedro Olea, unos años antes, que fue un activo gestor en el Cine Club 7 de Bilbao. Pero nunca se había propuesto como actividad el realizar un film. Con Txabi en la trastienda, se propuso a la superioridad el proyecto y tanto Calero como Flores, decano y vicedecano, dijeron que sí y pusieron el dinero necesario, todo un capital, 4.596,95 pesetas. Con el impulso de Txabi, pronto se sumaron a la película dos compañeros de su curso, la ya mentada Gloria Quesada y Federico Belausteguigoitia, no lejanos del PNV.
Con Eduardo Pérez Horna, que sería el operador de cámara, iniciamos la andadura. La película pronto tuvo título, Besos. En un principio iban a ser cuatro los actores, dos hombres y dos mujeres: Txabi, Federico y Gloria, y Rosi, no recuerdo su apellido, del grupo de cinéfilos. Para febrero del 65 estuvo el guión, debatido con Txabi, simplificado y pergeñado. Al cabo, sólo iban a ser dos los actores: Gloria y Federico, nuestros Audrey Hepburn y Alain Delon…
Se trataría de la doble personalidad de un alumno de Económicas que quiere conquistar a una compañera, el uno más arriesgado y el otro menos. Esa doble personalidad se traducía en la película en que todos los planos del primero serían de Federico en color y los del segundo de Federico en blanco y negro. Influencias de la “nouvelle vague”, sin duda. En el comienzo de la película, un seiscientos, propiedad del muchacho -de doble personalidad-, recoge a la condiscípula camino de la facultad en Sarrico, por la Avenida, hoy, del Lehendakari Agirre. En la escena siguiente, en la cafetería del centro, habrá una partida de ajedrez entre las dos personalidades -por ahí se deslizaba el Bergman de El séptimo sello-, donde se apuestan conquistar, y besar, a la amiga o no.
Mientras el primero la busca, el segundo, estudioso, se va a la biblioteca. Va a haber el baile del “paso del ecuador”, lo hubo en realidad en la propia facultad, con uno de los conjuntos más destacados de Bilbao, Los Espectros, en donde el arriesgado va a conquistar a la dama. El final será el beso, o los Besos, en color por los jardines de la facultad. El triunfo del uno y el fracaso del otro. Curiosa la escisión del personaje y su final. A propósito de Niebla, de Unamuno, he escrito sobre el ser escindido del vasco. El 15 de febrero del 65 Txabi lee el guión definitivo, del que habíamos hablado con frecuencia con anterioridad, y le da su visto bueno, suprimiendo algunas frases. Sí permanecieron las líneas de un poema de Miguel Hernández: “Yo quiero que de mí quede una memoria de sol y un sonido de valiente”.
El 22 de ese febrero, Txabi y yo vemos América, América, de Elia Kazan, otro escindido, y volvemos a hablar de Stanislavski a propósito de Strasberg, colega de Kazan, fundador del Actor’s Studio. Y el 26, comienza el rodaje de Besos, que acabará el 8 de mayo. Al día siguiente de iniciar la película, se filma la escena del baile, con Los Espectros, encabezados por el incombustible, hasta el presente, Eduardo Robles. Los Espectros era el conjunto preferido de José María Íñigo que entonces comenzaba su andadura organizando conciertos todos los domingos en los bajos de la iglesia del colegio de La Salle.
Entre los danzantes de nuestro baile, además de Gloria y Federico, muchos compañeros de la facultad y no de la facultad. ¿Allí, Isabel, la “novia” de Txabi? Patxo Unzueta recuerda la proyección de la película en Super 8, de treinta y tantos minutos -que se conserva-, en el Aula Magna de Sarrico, en medio de una gran curiosidad. Fue el 18 de mayo del 66. Desde semanas antes se había anunciado su proyección con carteles alusivos. El 26 de marzo tuvimos un acto en Sarrico por la presencia en Bilbao de Giulietta Masina, la Giulietta de los espíritus de Fellini. Hablamos con ella de Besos, que nos dijo, ante uno de los carteles: “Por ahí empieza todo. El camino es largo y duro hasta La strada y Las noches de Cabiria. Ánimo”. ¡La bien intencionada Giulietta!
James Dean y el Actor's Studio
Habíamos llegado a Stanislavski, con Txabi, Rebelde sin causa, James Dean y, luego, con Kazan. Dados los problemas de interpretación que se pueden apreciar en Besos decidí incorporarme a un grupo solvente de teatro amateur de Bilbao, para perfeccionar mi dirección de actores. El teatro más apreciado en aquel momento en Bilbao era el que se hacía en un local de bolsillo de la calle Diputación número 7, en la sede del Instituto Vascongado de Cultura Hispánica, que presidía Fernando Ybarra y López-Dóriga, marqués de Arriluce de Ybarra, sensible escritor y buen economista, que sería subsecretario de Planificación y Desarrollo con López-Rodó.
Allí, con su apoyo, hicimos teatro gentes como Luis Iturri, que estrenó antes que Tamayo Luces de bohemia, o Mariví Bilbao-Goyoaga, más conocida que por Las sillas, de Ionesco, o La Pisabién valleinclaniana, que hiciera con Iturri, por la Marisa Benito o la Izarkun Sagastume, de Aquí no hay quien viva o La que se avecina de Telecinco. En Diputación fui actor, en una obra de Benavente y en otra de Valle-Inclán, montando luego como director diversas piezas. Una, La curva, del alemán Tankerd Dorst, gustó a Txabi. Era diciembre del 66, y ya se había producido la primera fase de la Quinta Asamblea, en la que la segunda generación de ETA echaba a andar.
Allí estaría Txabi, y también Patxo Unzueta. Esta actividad teatral hizo que me apartase de las tareas en Sarrico. James Dean, Kazan, Stanislavski y Strasberg hicieron que me fijara en el Teatro Estudio de Madrid, el TEM, en donde impartían clases William Layton y Miguel Narros, los seguidores en España del método stanislavskiano. Y sin armas ni bagajes, pero con dos de mis actores, me fui a Madrid. Y Narros y Layton fueron maestros míos, y colegas en el mundo del teatro. Del TEM salieron talentos como José Carlos Plaza, en la dirección; Alonso de Santos, en la autoría, o Ana Belén, en la actuación, y fue un gran vivero, convertido después en Laboratorio del Español y de Layton, de donde saldría Mariano Barroso, el director de la serie La línea invisible.
Dedico una obra de teatro a Txabi
En mi hacer teatral siempre me ha pesado la responsabilidad de escribir sobre la violencia en mi País Vasco. Una de mis primeras experiencias teatrales fue realizar la versión española de Lorenzaccio, de Alfred de Musset. Hice un Lorenzzacio más militante que magnicida. En el 83, dirigida por Narros, estrené en el Teatro Español, Ederra (Hermosa, en euskera); el personaje era una joven muy violenta. En el 85, escribí un obra que dediqué a Txabi Etxebarrieta, Doña Elvira, imagínate Euskadi, sobre la peripecia de Lope de Aguirre y su hija, como espejo de la violencia que vivía el País Vasco.
La realicé con un grupo cercano a la izquierda constitucionalista, Geroa de Durango. Doña Elvira la produjo el vizcaíno, de Érmua, Jesús Cimarro, con apenas 20 años, hoy presidente de la Academia de Artes Escénicas de España, y director del Festival de Mérida, cuyo nombre se ha barajado en los dos gobiernos de Sánchez para Cultura, dada su sintonía con el guipuzcoano Iván Redondo Bacaicoa, formado con los jesuitas de Deusto y de madre peneuvista. En Doña Elvira se enfrenta la violencia de Aguirre con el pacifismo de su hija Elvira nacida en América, a la que asesina para que no sea colchón de las fuerzas de Felipe II. El montaje, movido por Cimarro, tuvo una vida de más de dos años. En el País Vasco tuvo una notable repercusión.
Se estrenó en Bilbao en el teatro Ayala. Antes de una de las funciones, me dijo Cimarro que teníamos unos espectadores que habían llegado de Iparralde, el País Vasco francés. Tras la función quisieron saludarme y uno de los militantes se me abrazó, llorando, y me dijo “Eskerrik asco” (“Muchas gracias”). En la elaboración de la obra se quiso que participaran diferentes personas de la realidad vasca, muy especialmente Mario Onaindia, compañero de Txabi en aquella segunda promoción de ETA; muchos de aquel grupo, como el luego senador de PSE-EE, abominaron de la violencia. La obra se editó por primera vez en la revista Primer Acto, de José Monleón, y salió dedicada a Txabi Etxebarrieta.
Con el tiempo, Jesús Egiguren se sorprendió con la dedicatoria. Ya se ha hablado de Patxi Bisquert, por la película La fuga de Segovia, que luego hizo conmigo Betizu. El toro rojo. En la obra había un gran compromiso político, Patxi había abandonado la militancia en ETA hacía tiempo y estaba alineado con Euzkadiko Ezkerra, como Onaindia. Una mañana se encontró con que le habían pìntado una diana en la fachada de su casa. Fue comprometido hacer teatro en Euskadi. Poco antes del anuncio del cese definitivo de la acción armada de ETA, estrené en Madrid La última cena, el encuentro después de muchos años de un padre constitucionalista, escritor y articulista conocido, y su hijo terrorista; los dos se consideraban fracasados.
Al final de la obra, y después de cenar a la manera de Oteiza, acabarán con sus vidas. La pieza se llevó a Euskadi y fue emotiva la representación en la Kultur Etxea de Lasarte-Oria, el 23 de enero de 2011. Una catarsis. El periodista Gorka Reizábal, uno de nuestros compañeros en Navarra de Pedro J. y míos, escribió una crónica muy objetiva de la función que se publicó en Primer Acto.
De Zaj a Ibarrola
Siguiendo con Sarrico… No queriendo dejar de presentarme a algunos exámenes de Económicas, al comenzar 1968 vuelvo esporádicamente a Bilbao. A mi vuelta, programé en el teatro de bolsillo del IVCH, a partir del 28 de enero del 68, unas acciones del grupo ZAJ, lo más de la vanguardia del momento y que tenía bastante que ver con las ideas de Oteiza, conjunto que había conocido en el TEM. El grupo estaba emparentado con el mítico compositor John Cage -que asistiría, como ZAJ, a los polémicos Encuentros de Pamplona del 72, pagados por Huarte, y organizados por el buen compositor bilbaíno Luis de Pablo-, y era un destacado elenco en Europa formado por los músicos Juan Hidalgo y Walter Marchetti, y la admirable artista plástica donostiarra Esther Ferrer, que todavía vive, y es autoridad en nuestro “performance art”, Premio Velázquez en 2014.
Las actuaciones de ZAJ fueron un “escándalo” para el morigerado público del Bilbao del momento. Un público que por entonces tenían dos ámbitos artísticos importantes en la ciudad, dos galerías de arte. La Mikeldi, en la cual pude comprar el grabado Desde Guernica (1966), por veinte duros, cien pesetas de las de entonces, de Agustín Ibarrola (PCE), que había salido del penal de Burgos en septiembre del 65, proponiéndose a través de los métodos de Estampa Popular llegar con su arte a cualquier zona del País Vasco.
Por su provocación, se crearán los Grupos del Movimiento de la Escuela Vasca: Gaur-Hoy (Guipuzcoa), Emen-Aquí (Vizcaya), Danok-Todos (Navarra) y Orain-Ahora (Alava). El grupo Gaur, con Oteiza, Chillida, Mendiburu y Basterrechea será el que tenga mayor relevancia por la fuerte personalidad de algunos de sus miembros. Emen, con Ibarrolla, realista, será el más combativo y el más abierto. La otra galería de Bilbao, la Grises, llevada por un baluarte del arte vasco, José Luis Merino, será un punto de encuentro de todos, y una mirada al exterior. La ebullición del arte vasco en ese momento es extraordinaria.
La muerte de Txabi
No volví a ver a Txabi. Supe que antes de acabar la carrera daba, prácticamente a compañeros suyos, Cerebros Electrónicos para la Economía, lo que nos resultaba asombroso, pero en él, posible. En la serie televisiva se indica que daba Informática en el primer curso... En los programas actuales de la Facultad de Economía y Empresa de Sarriko, las asignaturas de “Política económica, técnicas cuantitativas e informática”, del departamento Economía Aplicada V, basculan entre el tercero, el cuarto y el quinto curso, como Sistemas informáticos de gestión empresarial.
También me llegó de buena fuente, lo que no sé si es cierto o no, pero es muy plausible, que Txabi tramitó una prórroga de su mili, como tantos estudiantes, pero que, por sus actividades sindicales, no sólo se le negó tajantemente, por informes policiales, sino que, además se le mandaba directamente a África. Y que por esa razón había desertado.
Versión manejada en La línea invisible es la de que muchos pensaron que se había ido a Oxford con una beca. El 8 de junio del 68 me enteré de su muerte por los periódicos. Los más, desconocíamos su integración en ETA. Sabíamos de la influencia que en él podía estar teniendo su hermano José Antonio, pero no hasta qué nivel. Lógicamente, no desconocíamos la preocupación de Txabi por la opresión en la que había vivido y vivía el País Vasco con el franquismo, o el castigo que había significado en ese tiempo la marginación del euskera. Se insiste en que no era vasco parlante; sin embargo, sí puedo recordarle con el álbum de los discos de vascuence de CCC bajo el brazo, de aquí para allá, y su preocupación muy seria por el futuro de un idioma que no era para él el materno, pero que estudió.
ETA quinta y huelga de bandas
Supimos luego, como se detalla en La línea invisible, que el 17 de diciembre del 66, en Gaztelu, Txabi consigue que la facción etnicista y tercermundista desplace a la socio-comunista y obrerista de la organización, poniéndose en marcha la que llama Patxo Unzueta, que también estuvo allí, la segunda generación de ETA.
Y supimos también que unos meses más tarde, en marzo del 67, en Guetaria, se puso al frente de la organización. Casi en paralelo a las dos sesiones fundacionales de la Quinta Asamblea de ETA, en las que se establece y consolida el mando de Txabi, desde el 30 de noviembre del 66 hasta el 15 de mayo del 67, se extendió la huelga de Bandas en Frío, en Echévarri, la más larga del franquismo, que condujo a un Estado de Excepción el 22 de abril del 67.
Agustín Ibarrola fue apresado de nuevo por estar vinculado a esta huelga, con su hermano Josu, de Comisiones Obreras, que con HOAC y la JOC, ayudaron en la sorprendente movilización. Con las mujeres de los trabajadores y 50 sacerdotes, las empresas vizcaínas se solidarizaron con Bandas. Una acción, motivada por una reducción salvaje de unas primas prometidas y establecidas, al tiempo de una mayor presión y carga en la producción.
Protestaba un conglomerado de obreros escogidos al ponerse en marcha la sofisticada fábrica muy minuciosamente sobre todo fuera del País Vasco, que se comportaron con una dinámica que en principio desconcertó a centrales y partidos, pero que tuvo sus ecos hasta fuera de España, en vísperas del Mayo francés...
Para algunos, por primera vez se oyó un ¡Gora ETA! en una concentración obrera. Una plantilla de técnicos vascos, mandada por el Consejero Delegado, Fernando Gondra Lazúrtegui, frente a unos trabajadores que en su gran parte no eran de las provincias vascongadas. El 4 de abril, por Bandas, hay huelga general en Vizcaya y una manifestación en Bilbao, duramente reprimida. Y el 21 de abril, Madrid decreta Estado de Excepción. Sin duda, el control en el que participaba el agente Pardines el 7 de junio tenía que ver con estos antecedentes.
Curas y obispos en Bilbao
El 13 de junio se convoca una misa funeral por Txabi en la iglesia de San Antón, templo emblemático de Bilbao, que figura, con el puente inmediato, en el escudo de la ciudad (con más de 700 años de historia) y, también, en el del Athletic. Párroco de San Antón, en un mandato que se extenderá desde 1938 hasta 1988, es don Claudio Gallastegui Zenarruzabeitia (Don Klaudio), el cura de más ascendiente del País Vasco y que era considerado como el “obispo” de hecho de Vizcaya, el primero en decir en aquellos sesenta todos los domingos a las once de la mañana una misa en euskera y fan de la devoción a la Virgen de Begoña, patrona de Vizcaya, para la que redactó un himno, “Begoñako Andra Mari”, que se sigue cantando.
Hoy, en el pórtico de la sacristía Don Klaudio tiene un busto con una leyenda en euskera y castellano: “Berba egiterikez ebenen berbea”, “La voz de los sin voz”. Don Claudio era una fuerza de la naturaleza, alto y grueso, sobradamente conocido no sólo en su parroquia. Lo dicho, el obispo real de la ciudad del Nervión. Bilbao tuvo su primer obispo en la persona de Casimiro Morcillo, madrileño de Soto del Real, en el 50 y hasta el 55.
Afecto al Régimen, Franco le tuvo como procurador en Cortes, y fue el primer arzobispo de Madrid. Le sucedió el navarro Pablo Gúrpide, del 55 al 68. Enfrentado con el clero vizcaíno, en noviembre del 68 afronta la ocupación del seminario de Derio por 60 sacerdotes. Lo que le sobrepasa y el 18 de ese mes Gúrpide fallece. Curiosamente, Gúrpide había sido un vigilante minucioso de lo que ocurría en la facultad de Económicas bilbaína.
La revista Sarrico, además de la censura franquista, tuvo que soportar las pastorales de Gúrpide, muy especialmente por el número dedicado a Unamuno. El movimiento en el clero seguirá con Cirarda y llegará a su máxima expresión con el pamplonés Añoveros, que en principio no fue aceptado, para luego, alineándose con sus sacerdotes, enfrentarse a Franco, poniendo en peligro el Concordato, y llegando a sufrir arresto domiciliario por orden de Arias Navarro. Añoveros tuvo a su lado a Tarancón.
La misa de Don Claudio
El 13 de junio del 68 es don Claudio Gallastegui quien se responsabiliza de convocar y decir la misa-funeral por Txabi en San Antón. En el altar, una gran foto de Etxebarrieta. La iglesia se llenó hasta los topes y en el exterior cientos de personas abarrotaron la popular y transitada calle de la Ribera, en la que se ubica el gran mercado de la ciudad. También, la plaza del Consulado de Bilbao, que envuelve a la iglesia hasta la ría y el histórico puente, estaba a rebosar. Lo viví, no me lo tienen que contar.
Por supuesto, la calle, la plaza y los alrededores estaban plagados de furgonetas, jeeps, coches de policía y alguna tanqueta, con el embotellamiento correspondiente, ya que esas vías no tienen una gran amplitud. En un determinado momento, don Claudio salió al pórtico exterior del templo y pronunció unas palabras. No podría afirmar que también se exhibiera en esta ocasión la foto de Etxebarrieta, pero creo recordar que sí. Como también que se produjeron gritos a favor de Txabi, lo que dio lugar a que las fuerzas del orden comenzaran a disolver la concentración.
Sorprendió a no pocos que Txabi, que no era practicante, tuviera esta “despedida” religiosa. El profesor del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, Joseba Zulaika, colega del mítico William A. Douglas -autor de Muerte en Murélaga-, cuenta que Jorge Oteiza le confesó en una ocasión, “no soy creyente con la cabeza, pero soy creyente con el corazón”, y Txabi podía pensar lo mismo.
Con su muerte, no pude quitarme del recuerdo que, en un recitar que hicimos dedicado a Miguel Hernández, él, que era poeta y había hasta concursado en el Premio Adonais, y yo habíamos anunciado la convocatoria con aquel poema, que también recogimos entre los textos de la película Besos: “Los quince y los dieciocho, los dieciocho y los veinte… Me voy a cumplir los años al fuego que me requiere y si resuena mi hora antes de los doce meses, los cumpliré bajo tierra. Yo trato que de mí quedan una memoria de sol y un sonido de valiente”.
Txabi, en Aránzazu
Uno de los que más impresionados quedaron por la muerte de Txabi fue Jorge Oteiza. Tenían prevista ambos una reunión en Irún, o en Aránzazu, donde el escultor siguió el 1 de noviembre del 68 con el proceso, que culminaría en unos meses, de la instalación del polémico friso de los 14 apóstoles en el impresionante frontón de la basílica que había diseñado Sáenz de Oiza, y que la autoridad eclesiástica frenó veinte años. Desconocemos si la reunión estaba prevista para ese 7 de junio en el que se produce su muerte.
Lo cierto es que Oteiza anula la cita porque tiene que desplazarse a Madrid por un compromiso. En ese momento Sáenz de Oiza está acabando para Huarte la construcción de Torres Blancas al comienzo de la “Pista de Barajas”, y es posible que Oteiza, al tener problemas con la instalación del mural, quisiera consultar con el arquitecto de la basílica algún extremo y éste no podía desplazarse a Guipúzcoa. Lo que tenían entre manos Etxebarrieta y Oteiza era, ni más ni menos que, el lanzamiento de un manifiesto de artistas e intelectuales vascos. Con el tiempo, Oteiza quiso que dos esculturas suyas estuvieran en los lugares donde murieron Pardines y Etxebarrieta.
Sólo se llegó a colocar la de Txabi, una reproducción de Par móvil, pieza de 1956, cuyo original lo tiene el Reina Sofía. De todas formas, Oteiza también dijo que Txabi estaría tendido a los pies de la Piedad que realizó para Aránzazu, como un Cristo abatido, sobre el friso de los 14 apóstoles, Oteiza escribiría su intención “La Virgen en su Asunción está como guiándoles y sosteniéndoles”. Recordemos lo que le dijo el escultor a Zulaika: “No soy creyente con la cabeza, pero soy creyente con el corazón”.
Y, al final, la pregunta: ¿Es La línea invisible fiel con la realidad de Txabi Etxebarrieta? Creo que sí. El Txabi que yo conocí a lo largo de dos años se acerca al que ha perfilado con honestidad Mariano Barroso.