Luis Alberto de Cuenca, intelectual exquisito: filólogo, traductor, ensayista, crítico, editor literario, miembro de la Real Academia de la Historia, secretario de Estado de Cultura con Aznar. Defiende el conservadurismo como el nuevo punk y siempre consiguió demostrar -en contra, apunta, de la tónica española- que la poesía no es ningún coñazo, sino un placer pop democrático, y, bien tirada, hasta un trampolín hacia el sexo. ¿Recuerdan aquello de "cómeme, y con mi cuerpo en tu boca, hazte mucho más grande o infinitamente más pequeña"? Cobra más sentido -o un sentido más añorado- ahora que la anatomía de los otros -los cuerpos amados- se han vuelto casi material explosivo.
Dice De Cuenca que la cultura "está relacionada con el cuerpo, más en los países meridionales como nosotros, donde somos más pródigos y mientras charlamos nos tocamos". Pero no cree que esta pandemia vaya a arrebatarnos la sensualidad del arte. "No habrá una inflexión excesiva en las costumbres humanas, más bien un período de carencia y un regreso al cuerpo que esperemos recuperar con ilusión".
Conversamos con el poeta -finísimo, tan afable, tan mesurado en sus juicios, tan plácido en sus formas- sobre la crisis que nos acecha y sus flecos: cultura, ética, ¿identidad?, libertad. Además -esto es una buena noticia para todos los lectores- cuenta que el confinamiento le ha servido para agudizar la creatividad y el ingenio. ¿Más?
¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?
Lo que desconocía de mí mismo lo sigo desconociendo, no creo que este confinamiento haya resultado una máquina de autoconocimiento. Es una especie de drama que no supone un antes y un después en la historia de la humanidad, porque ha habido muchas epidemias de este tipo. Estar confinado es muy habitual en personas como yo, que están siempre escribiendo. No ha variado mi vida: accidentalmente, sí; sustancialmente, no.
En cuanto a los demás, bueno, he comprobado que se mezcla todo en esta vida; que lo sanitario se mezcla con lo ideológico y lo político y deberían ir cada uno por un lado, pero es difícil que no se mezclen en el mismo cóctel de sensaciones y manipulaciones.
¿Cuál es el pensamiento más extravagante que le ha asaltado estos días?
El nombre del virus, “coronavirus”… me despertaba con ese término en la boca. Nos ha obsesionado a todos. Unos han estado contaminados físicamente por él, otros afortunadamente no, pero todos tenemos esa palabra en la mente y en el cerebro.
¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?
Incluso sin encierro y sin confinamiento y sin virus, la cultura siempre es sanadora, es terapéutica. Esta circunstancia no nos ha aportado nada que no supiésemos de ella. Sabíamos que había que recurrir a la lectura, a las películas y a la música, y lo hemos hecho igual que lo hemos hecho toda la vida, porque siempre ha resultado benéfica para los seres humanos.
“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?
Afecta bastante, porque, efectivamente, ha habido una semilla de la prevención del ser humano frente al ser humano. Lo vemos en la calle, cuando pasamos por una acera. De algún modo nos retiramos un poco del otro. Esa distancia de seguridad. Sí nos va a cambiar la percepción, pero por poco tiempo, porque si existe una vacuna dentro de unos meses, esto pasará a ser un episodio lamentable y nada más que eso. Recuperaremos los niveles antiguos. Eso sí, durante unos meses, ojalá los menos posibles, vamos a ver alterada nuestra percepción de todo, y vamos a imprimir esa especie de temor, de miedo, que nos ha presionado desde el principio de la crisis.
¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?
Creo que los números no son buenos, pero no tiene que ser culpa de los españoles. La verdad es que uno se pregunta: ¿por qué nos ha tocado a nosotros, o a Italia, o a países así? La parte del león de lo malo. Otros países lo han controlado mejor, pero, en cualquier caso, los españoles han estado al nivel de cualquier otro país civilizado del planeta tierra. No ha habido más remedio que confinarse y hemos cumplido con las directrices que nos marcaban. Es cierto que a veces se comprueba cómo la gente infringe las normas. Yo voy a pasear todos los días con mi mujer durante hora y media y no todo el mundo hace lo que tiene que hacer.
¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad, en qué se canjea?
La libertad es una cosa que se lleva siempre dentro. Antes hablabas de lo interior y de lo exterior, pues bien: si uno lleva dentro el concepto de libertad, ya pueden ponerle cadenas que será siempre libre. Mi libertad no la he visto menoscabada durante el confinamiento, ha sido una prueba de fuego para no enloquecer demasiado y para poner rumbo a tu vida y a tu mente, y no permitir que nuestra salud mental y nuestra lucidez se altere por una cuestión exterior que es perecedera.
El Estado de Alarma tan prolongado, el caso Marlaska… hay quien le afea al Gobierno ciertos tics autoritarios. ¿Qué opina usted?
Yo comparto que en este tipo de fenómenos de carácter sanitario tan fuertes se da una especie de robustecimiento del poder que esté en el Gobierno en ese momento. Hay excesos, porque a ese poder se le conceden atribuciones que antes no se contemplaban, de modo que… digamos que, en ese contexto de poder excesivo, hay que tener muchísimo cuidado con preservar la democracia en estos momentos, porque son momento muy frágiles.
¿Veremos un Estado más fuerte y una minimización del nacionalismo catalán? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra ‘España’?
Ojalá, la verdad, han sido tan tremendos los acontecimientos… pero el fenómeno catalán sigue siendo un polvorín, vemos que esto no lo ha modificado mucho, aunque se haya centralizado la gestión de la pandemia. Los independentistas están agazapados para volver a sus cantinelas de siempre.
¿Qué hay de la bandera? Sabe que cierto sector de la izquierda quiere reivindicarla…
Me parece perfecto, la bandera es de todos y no tiene por qué marcar una ideología o un determinado bando, o una determinada manera de pensar. Yo creo que la izquierda tiene que recuperar la bandera y asumir que es de todos. Fíjate, por ejemplo, en Venezuela, un país conflictivo donde los haya. Igual sale Guaidó con la bandera que Maduro: ¡es su bandera, no tienen otra! Sería bueno que eso se extendiera y que no fuera una especie de atributo de una tribu ideológica.
Una canción, una película y un libro para resistir en (lo que nos queda) de cuarentena.
Canción, Resistiré de El dúo dinámico, que son divinos y llevan casi sesenta años en esto. Siempre la recomendaba por la radio, incluso antes de la pandemia, no me he apuntado a ella ahora. Es de toda la vida para mí. ¿Película? Bien, ayer tuve ocasión de ver Perdición, de Billy Wilder, maravillosa… de los años cuarenta… cine negro en estado puro. Y un libro, uno que recibí ayer. Metamorfosis de las plantas, de Goethe, que la acaba de sacar la editorial Atalanta. Es una maravilla porque demuestra hasta qué punto un literato puro como Goethe se sintió tentado por la botánica y por las ciencias naturales. Escribió libros portentosos y éste, en concreto, está acompañado de fotos muy sugerentes.