James Rhodes se ha convertido en el nuevo emblema artístico del Gobierno de Sánchez participando este miércoles en la presentación de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española allá en el Palacio de la Moncloa: un encuentro destinado a aclarar dónde acabará el dinero entregado por Europa para la recuperación económica del país tras las hondas heridas de la Covid-19. Ahí Rhodes tocando el cuarto movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven, conocido popularmente como Himno de la Alegría.
El pianista se ha declarado “súper feliz y nervioso de interpretar a Beethoven antes del discurso del Presidente sobre el plan de recuperación hoy”, así como “orgulloso de ser parte de Europa” y orgulloso de “llamar a España mi hogar”: “Es divertido, aunque un poco triste, ver cuánta gente está furiosa porque alguien interpreta a Beethoven para ayudar a celebrar la recepción de una puta tonelada de pasta para ayudar a nuestro país a recuperarse”, ha escrito.
Además, ha aclarado a sus “haters” que no ha recibido “ni un céntimo” y que se había negado a “cubrir los gastos del afinador, etc”. “Para mí fue un un honor. Si estáis molestos por esto, tal vez toca revaluar prioridades. Si no estáis molestos pues gracias por no ser consumidos por el odio o la división. Amor y paz para mi amada España”, ha lanzado.
Es cierto que Rhodes recibe devociones y odios: resulta un personaje muy particular. Le conocimos con Instrumental (Blackie Books), donde se abrió en canal y reveló las violaciones que padeció a partir de los seis años: “Me utilizaron, me follaron, me destrozaron, me manipularon y me violaron desde los seis años. Una y otra vez durante años y años”.
Nació en Londres en 1975 y la música le salvó de los traumas insuflados por los miserables, por los pederastas. Hizo un retrato justo de la monstruosidad y puso sobre la mesa temas incómodos, invisibilizados por dolorosos, como “la violación, las enfermedades mentales, las autolesiones y el suicidio”: todo en un libro que fue una batalla contra el pudor.
Viva España
Después se vino a vivir a España y comenzó a amarla casi sin fisuras. Adoraba sus croquetas, sus calles, sus palabrejas. Vivía realmente en un cuento de hadas ibéricas que en un principio resultó simpático a todos, que luego cabreó a la derecha porque empezó a criticar la manifestación por la unidad de España -contra Sánchez-, a Hermann Tertsch, a Olona, a Vox, a la Iglesia, a las burocracias eternas en Extranjería y al sensacionalismo mediático patrio, entre otros.
Tampoco es una cuestión meramente política: es que Rhodes es extremadamente agradable, agradable hasta la cursilería, y eso chirría a los ciudadanos que no viven en una taza de Mr. Wonderful. Tiene esa cosa pegajosa de que todo está bien, de que haya paz, de que viva la música y el amor, de que este país es la panacea -algo que le han criticado muchas personas de izquierda, su falta de empuje para mojarse con temas más espinosos, como la memoria histórica o la guerra civil: de hecho, en un artículo que escribió para El País, se saltaba alegremente esa parte de la historia de España-.
Lo cierto es que hay una causa por la que da la cara hasta el final, y es la protección a los menores. En febrero de este año, Pablo Iglesias bautizó como ‘ley Rhodes’ su primera medida legislativa de protección a la infancia. Destacó entonces el vicepresidente el trabajo conjunto que había realizado el Gobierno con el pianista Rhodes, que encabezó las reivindicaciones de las organizaciones que luchan por los derechos de la infancia en su petición de una ley para combatir la violencia que sufren los niños y adolescentes.
Un bautizo a la ley que muchos tacharon de “populista” o de “poco seria”: allá cada cual. Por su parte, Iglesias contestó que Rhodes había "aportado contenidos valiosos a la ley y puede ser un embajador de la lucha por la defensa de los derechos de la infancia en todo el mundo y eso le va hacer claramente merecedor de ser español, estamos trabajando en esa dirección”.