Dice Julio Llamazares que él no ha escrito un libro sobre la pandemia, sino sobre la primavera: un libro sobre la primavera en este otoño raro, inhóspito, sin muchas esperanzas. Lo que tiene Llamazares es que mira el mundo con óptica poética y de esa primavera que ya fue -y que nos pasamos, casi todos, encerrados en casa- él saca verdades sobre el tiempo y la vejez, sobre los colores y la naturaleza, sobre el firmamento y los toros de la dehesa que no iban a morir porque estaban cerradas las plazas. Verdades sobre la vida que respiraba en otra parte, lejos de la polución y la tragedia de la gran ciudad, lejos de los enormes conceptos de globalización, de capitalismo acelerado, de superpoblación en las urbes.
Llamazares pasó la cuarentena en la sierra de los Lagares, cerca de Trujillo. En Primavera extremeña (Alfaguara), el prestigioso autor habla de su travesía “huyendo del enemigo que se cernía sobre la población entera del mundo”: “Viví después de más de medio siglo una primavera en el campo y no una primavera cualquiera: al decir de los lugareños, la más lluviosa en tiempo y, por ello, las más hermosa y espectacular que recordaban la mayoría”, escribe en el libro.
Cuenta a este periódico que pudo redescubrir “ese mundo del que yo vengo y que había perdido desde que era niño y vivía en un pueblo”. “Lo que ha ocurrido este año tan terrible ha sido una cura de humildad, porque llevábamos tanto tiempo de bienestar general, a pesar de los problemas que siempre existen… bueno, sabemos que el bienestar no es tal para todo el mundo. Pero con un poco de visión histórica, uno ve que somos generaciones privilegiadas porque no hemos conocido una guerra, una peste ni otra pandemia, salvo ésta”, reflexiona.
“Esto nos hace darnos cuenta de que somos frágiles, de que no estamos libres de cualquier circunstancia. A la larga nos hará poner los pies en la tierra, como nos hizo la crisis económica”. El error, dice el escritor, es “pensar que éramos dioses cuando sólo somos hombres”: “Estábamos en una especie de limbo mitológico donde nada malo nos podía suceder. Ensoñaciones que no eran reales. Pensábamos que teníamos la seguridad asegurada, valga la redundancia, y llegaron las torres gemelas. Nada ha vuelto a ser igual desde entonces. Con esta pandemia igual. Nos creíamos los dueños del planeta”, lanza.
Libertad y rebeldía
Dice Llamazares que usamos la palabra “libertad” con mucha ligereza: “Hacemos un uso abusivo de las palabras, o demasiado ingenuo. Cuando yo veía a la gente que salía durante el Estado de Alarma pidiendo libertad porque nos habían mandado a casa tres meses… qué vergüenza. Y sobre todo la gente mayor: ¿no habían tenido ocasión antes para pedir libertad?”, esboza. “Lo definieron muy bien los italianos que decían: a nosotros sólo nos han mandado que nos quedemos en casa, a nuestros padres y abuelos los mandaron a la guerra”.
¿Qué es la rebeldía en estos tiempos? “Bien, la inconformidad con lo que no te gusta o lo que te parece injusto. Pero cuidado, porque uno no puede atribuirse el beneficio de la autoridad moral… a mí la gente que tiene las cosas muy clara siempre me produce rechazo. Soy partidario, como Machado, de, a medida que me hago mayor, tener cada vez más dudas y menos certezas”, cuenta. “El motor del pensamiento y de la vida es la duda. Tú dudas, y por tanto piensas, y le das vuelta a las cosas. Si no te conviertes en una estatua de sal: los ves en los bares y en las tertulias televisivas. Son terribles”.
Política y fronteras
Contaba el literato que él huyó de Madrid como quien huye de una ciudad en guerra. ¿Qué opinión le merece Isabel Díaz Ayuso? “Le queda el cargo muy grande, como a tantos otros. A Díaz Ayuso no te la puedes tomar en serio ni para enfadarte. Le pasa a muchos otros también, ¿eh? Lo malo es cuando no son conscientes de lo grande que les queda el cargo… pero la culpa no es de ellos. Es de los que los pusieron allí”.
Él tiene dudas acerca de que esta crisis replantee los grandes conceptos sobre los que hemos basado nuestra organización, como las fronteras, pero le gustaría: “Yo soy antinacionalista por definición, porque me considero parte de la nación humana, aunque suene muy solemne. Digamos que las fronteras sólo sirven desde el punto el punto de vista romántico para generar historias novelescas o cinematográficas. Vemos que la pandemia no conoce de aduanas ni de monedas ni de nada distinto”, sostiene.
“Y lo peor es que estamos intentando combatirla con criterios ¡ya no nacionales, sino autonómicos…! Es un disparate. Sonaría a broma si no fuera trágico. Usar criterios administrativos para combatir un problema mundial. Qué bajo desarrollo moral”, alicata.