Caliente (Lumen), el último ensayo de la poeta y escritora Luna Miguel, es de una generosidad pasmosa en muchos sentidos. Una llega a la última página y se siente más comprendida, felizmente porosa, más abierta a las sensualidades sugestivas del mundo: a una se le ensancha el corazón y arranca a pensar en la autora como en una amiga, porque esta escritora es todas nuestras mejores amigas; todas las mujeres de acá y de allá que eligen la papeleta -nada cómoda- de hablar con libertad y con dignidad, mirando de frente a las otras, sabiendo que el autoconocimiento es un trabajo individual que nos lleva toda la vida pero que en las voces de las demás -de las nuestras que a veces nos son ajenas- nos encontramos y nos hacemos fuertes. Nos hacemos tótem.
Caliente va sobre el autoplacer, sobre la masturbación femenina, sobre el hacer bolitas nuestros deseos confusos e hilvanarlos como en un rosario -valga la paradoja-. Si la fe es un artefacto para defenderse de la confusión y el miedo, de la terrible soledad cósmica -si es la búsqueda desesperada de algo más-, el onanismo es un credo pagano que sirve para reivindicar nuestra autonomía, nuestra espinosa manera de amarnos, de explorarnos, de disfrutarnos y de sufrirnos. Quizá ahí arranca de verdad el sentido de las cosas. Quizá éste sea el único paraíso alcanzable: y qué ancho y largo es.
No hacía falta mirar afuera: no hacía falta depender de los deseos del otro, cambiantes y sordos a los nuestros. Podemos lidiar con nuestro pánico y con nuestra pasión, con nuestros cauces secretos y vertiginosos. En el libro, Luna de Miguel cuenta cómo Antonio, el padre de su hijo y su pareja monógama durante diez años, le dijo un día que se había enamorado “de alguien más” y le rompió el corazón. Ese dolor inmenso se transformó en una suerte de nueva libertad, y esa libertad en autodeseo: empezó a masturbarse compulsivamente, a comprarse juguetes eróticos y a leer todo lo leíble sobre la libido, el poliamor, los tabúes sexuales femeninos, los relatos de la vulnerabilidad y un largo etcétera. Sobre Eros, “que es, ante todo, el dios trágico”, que decía Georges Bataille.
Decía que es una obra dadivosa porque no sólo rechaza la idea rancia de que cuando la mujer habla sobre sus fragilidades está “exhibiéndose” -este es el libro cicatrizado de una mujer resurgida y fortísima que nos comparte sus descubrimientos-, sino porque nos presenta a muchas más que lo hacen: Brigitte Vasallo, Anne Sexton, Annie Ernaux, Louise Glück, Tracey Emin, Olivia Lang, Marvel Moreno, Leila Slimani, Unica Zürn… y una entiende así cómo podemos recomponernos con los pedazos que nos prestaron las otras rotas.
Habla de que la idea de sentir que nos han roto el corazón es un acto narcisista, del dolor como condición sine qua non del amor, del dolor como estimulante perverso del placer, habla de relaciones devastadoras como carros en llamas. Habla de saber desprenderse. Habla de escuchar al otro. Habla del erotismo de las amigas. Habla de los besos nuevos. Una sale de esa cueva húmeda llena de preguntas transformadoras. Sale llena de posibilidades. Sale pensando, quizá, que hay que morderlo todo ahora, mientras aún está caliente.
Es un libro con trazas muy íntimas. Empiezas contando cómo Antonio, tu marido, te "rompió el corazón" contándote que se había enamorado de “alguien más”. ¿Cómo te decidiste a hacer esa confesión de vulnerabilidad -entendiendo, como Paul B. Preciado, que la vulnerabilidad es disidencia?
La verdad que para mí no era un inicio de nada, sino más bien una especie de gancho narrativo y una historia que yo creo que ayuda a hilar el resto de temas del libro: la vulnerabilidad, las relaciones, la sexualidad, la llegada a la treintena, la maternidad… El corazón roto nunca ha sido el tema importante del libro. Sí la búsqueda de bibliografía y lecturas compulsivas gracias a las cuales puedo realizarme intelectual y sexualmente. Ese es el punto de partida.
En un momento como el actual parece que sólo puede una estar realizada sexualmente con el Satisfyer, que implica una inversión de dinero, o a lo mejor no te gusta, o no puedes utilizarlo por tu anatomía… me interesaba explorar cómo puedo llegar a realizarme en lo sexual intelectualmente, e incluso a curar heridas del pasado.
Relacionabas ese dolor con una sensación de libertad, y esa libertad con el erotismo que te llevó a masturbarte compulsivamente a partir del ‘crac’ del corazón. ¿Qué has descubierto sobre tu propio deseo? ¿Qué excita a Luna Miguel?
Bueno (ríe), depende de la época, ahora me excita una mirada detrás de una mascarilla cuando no sé qué cara hay. Las cosas van cambiando con la edad, el tiempo o con el frío que haga en la calle. Buscando puntos de conexión de mi pasado, mi presente y ciertas ideas que tengo sobre lo que pueda llegar a ser mi futuro, creo que me excita la buena conversación y la complicidad. La complicidad es lo más difícil de hallar entre amigos, familiares, amantes… esa complicidad a la que sólo podemos llegar a través de la conversación y del consentimiento.
Era hermoso cómo decías en el libro que de la masculinidad esperabas ternura.
Sí, recuerdo cuando escribí eso. Tenía que ver con la confrontación de lo que hasta mi madurez me había atraído de los hombres: siempre figuras paternalistas, posesivas, casi profesores… volviendo a libros anteriores (en referencia a El funeral de Lolita). La figura del hombre mayor que te explica las cosas y te dice cómo tienes que ser y que te lleva y te guía como una mujer indefensa en el mundo. Cuando te das cuenta de que no eres una mujer indefensa en el mundo, sino que sólo te han dicho que lo eres, empiezas a valorar otras cosas de ti misma y de los demás. La ternura la asocio a la capacidad de escucha y de comprensión y de ceder a los deseos del otro.
Hablas de las contradicciones del deseo femenino. ¿Tenemos algo de masoquistas? ¿Por qué tantas mujeres, feministas, además, se sienten, o nos sentimos, excitadas ante el insulto, el golpe o la humillación?
A mí me ocurre que después de haberme sentido sumisa buena parte de mi vida y de haber sido abusada o acosada sexualmente en varios ámbitos de mi vida -en el adolescente, el escolar y en el ámbito de la amistad-, me di cuenta de que si me gustaban las violencias pactadas como la asfixia, los golpes o los insultos era porque era: uno, algo lúdico, y dos, porque era algo que yo había elegido y yo podía controlar el dolor que se me procuraba.
El poder decidir sobre el dolor que te provoca en el cuerpo otra persona se acaba convirtiendo en algo erótico, no sé si deseable, porque nos podemos confundir en la cadena fantasías-pornografía-abusos, etc. Pero en el ámbito íntimo, en mi experiencia, el placer viene de poder elegir el dolor que se me procura. El dolor puede ser excitante, pero quiero ser yo quien lo elija.
Incluso un morbo por contraste, ¿no? Mujeres dominantes en la vida real, en lo literal, digamos, que se sienten excitadas con la sumisión en lo ficticio o lo teatral del sexo.
Sí, la clave es poder decidir en la intimidad a través de un consenso al que se llega con plenas facultades, claro. De adolescente, cuando accedí a hacer ciertas cosas, había consentimiento, pero no conocimiento. Yo no sabía qué significaba decir que sí a ciertas cosas. Probablemente lo deseaba. Probablemente quería acostarme con ese hombre, con ese profesor, pero, ¿realmente conocía las consecuencias de tal acto, o qué iba a ocurrir después de ese acto? Ahora que se habla tanto de consentimiento, hablemos de conocimiento y autoconocimiento. De placer propio: cuanto mejor nos conozcamos a nosotras, mejor sabremos pedir a los demás las guarradas que queremos (ríe).
Es curioso, porque tú tenías 14 años y el hombre, treinta más que tú: era una clara situación de vulnerabilidad. Ahí es obvio, pero me pregunto sobre lo transversal que es la vulnerabilidad. Una mujer puede seguir siendo vulnerable también a los treinta años, o a los cuarenta, dependiendo de su carácter, o de un momento especialmente delicado de su vida, etc. No es algo que dependa exactamente de la mayoría de edad. ¿Cómo medir, entonces?
Esa es una buena pregunta que deberíamos hacernos en el post Me Too. Yo abogo por el conocimiento. Si nos conocemos a nosotras mismas, conoceremos nuestros límites, sabremos qué nos gusta y qué no. Tenemos que procurar conversar con la persona que tenemos enfrente, ya tengamos 30, o 50, o 25. También hay que saber ceder. Hay veces en las que uno hace algo que no es lo que más le gusta, pero como sabe que le gusta mucho a la otra persona, busca un punto común, un punto de consenso. Me siento Zapatero diciendo tanto “consenso” (ríe). Le podríamos preguntar a él sobre este tema.
Dices que “el dedo” -el “dedillo”, como decíais en tu colegio de Almería- ha quedado como algo ridículo mientras que la paja era sinónimo de rotundidad. De hecho, creo que hay gente que también llama “paja” a la masturbación femenina, ¿no?
Que cada uno lo mencione como quiera. En Almería lo utilizaban así en el cole y para mí está asociado a ese colegio Madre de la Luz (ríe). De alguna manera, era cómo los niños lo llamaban y cómo nos decían que nos teníamos que tocar nosotras. En toda mi infancia y adolescencia, “hacerse un dedillo” era la única manera de nombrar aquello, aunque no tuviera que ver con lo que estaba haciendo, porque ¡anda que no hay maneras de tocarse…! Siempre volvemos a lo fálico. Yo creo que lo del “dedo” era una cosa de Andalucía. Ahora me arrepiento de no haber hablado contigo antes de publicar el libro: echo de menos una sección, un párrafo, donde aparezcan todas las maneras de nombrar a la masturbación femenina del mundo.
¿Cómo fue el proceso de entender y acabar compartiendo el “amor plural” que te confesó Antonio, o el poliamor? Ernesto [Castro] sale del libro hasta con poema, muy bien parado.
(Ríe). Bueno, es un proceso que todos hemos vivido en cierto modo: enamorarnos más o desenamorarnos más de ciertas personas, o que ciertas personas convivan en nuestro corazón, en nuestra mente e incluso en nuestras obsesiones. Sí que en mi caso es un proceso absolutamente intelectualizado por eso de mi obsesión por leerlo todo acerca de pasiones, rupturas, celos, amores, historias de amor que salen bien o mal… en realidad el poliamor no es una moda ni es nada revolucionario, viene desde que existimos. Hay una parte que le dedico a la reflexión del poliamor, alternando a Brigitte Vasallo con Gabriela Wiener y con autoras nacidas a mediados del siglo XIX. La comuna lésbica de París, que eran poliamorosas, promiscuas y lo que quieras añadirle.
Cuando hablo de poliamor, hablo de herramientas. Lo que es diferente a nuestro tiempo del amor libre de los setenta o de las comunas sáficas -porque se ha hablado mucho de cómo enfrentarse al pensamiento monógamo- es que ahora tenemos más herramientas, más ficción, más teoría, más experiencias visibles para elegir lo que queremos. Hasta influencers. Pienso en Amarna Miller y en el trabajo que ha hecho con este tema desde sus redes sociales. Podemos hablar de todo con libertad, e incluso podemos rechazarlo. Hay que ser consciente de que no todo es definitivo. Ni la pareja es para toda la vida, ni las múltiples parejas… o quizá queremos estar solos y ya está. El derecho a la soledad es importante, deberíamos reivindicarlo.
El problema que yo le veo al poliamor es que esté viciado desde su pacto, es decir: que haya alguien que lo propone y alguien que lo acepta. No sabemos si esta última persona lo está aceptando porque realmente quiere, ¿no? Cuando a mi alrededor he visto casos así, siempre he visto a alguien que sufre.
También hay personas que sufren en parejas monógamas, o que sufren cuando encuentran a la persona adecuada, o cuando la encuentran pero no de la manera que esperaban… el amor duele. Lo explica de manera fantástica Eva Illouz en Por qué duele el amor. El amor es doloroso siempre y esto que voy a decir es un poco trampa, pero… la cuestión es elegir qué tipo de amor y dolor queremos experimentar, porque siempre va a haber dolor.
Cuando he tenido una relación larga y monógama con Antonio también había dolor: cuando nos separábamos por un viaje, cuando no queríamos lo mismo y había que tomar ciertas decisiones… igual que hay dolor después de abrir la relación: porque esa persona se está viendo con alguien que no nos gusta, o porque hay cosas que no entendemos, no lo sé.
El dolor va a estar presente en cualquiera de nuestras relaciones. A mí me causaría dolor en un futuro que mi hijo saliera hablando de la Falange en un vídeo (risas). Me puede producir dolor, porque es alguien a quien amo y no quiero que sea un fascista o un machista o un maltratador. Me ha podido doler que mis padres se pelearan o que mi abuela hiciera tal cosa. Las relaciones humanas implican cierto grado de sufrimiento, porque van de entender al otro. No somos iguales, por mucho que nos queramos mucho y tengamos afinidades.
Te planteabas, después de abrir la relación, escribir a personas que te habían atraído durante los últimos diez años para ver si tú también le habías atraído a ellas. Me pareció un gesto muy sexy. ¿Hay sensación de tiempo perdido o recobrado?
Es un ejercicio interesante, aunque tampoco hay que avasallar a la gente, ¿no? “Oye, ¿te acuerdas cuando en 2004…?” (ríe). Yo siempre he sido muy pudorosa y de repente me he tomado la vida de otra manera y hablo con libertad de otra manera. Apenas he quedado con hombres, sólo quedo con mujeres, y yo no sabía que me gustaban las mujeres antes de replantearme, como ahora, mi vida y mi sexualidad. Es un ejercicio bonito, porque no sabemos si no hacemos las cosas porque no queremos hacerlas o porque hay un tabú sobre nosotras. A mí me viene muy bien leer lo que han escrito otras personas para entender lo que estoy experimentando.
Contabas también cómo habías comenzado a fantasear o a desear a tus amigas, y que no sabías hasta qué punto un deseo sexual es algo ilegítimo en cuanto que poseemos, de alguna manera, al otro. Una frase que me encanta: “¿Desear un cuerpo también es colonizarlo?”.
Yo me estaba preguntando a propósito de la legitimidad de ciertos deseos, que obviamente son privados y no podemos controlarlos ni hace falta, pero cuando una fantasía empieza a convertirse en una obsesión dolorosa para el otro… muchas veces reprimir esas fantasías puede ser doloroso para uno, pero volcarlas puede ser doloroso para el otro. Es como si le digo a mi mejor amiga, que no sé si es el caso, “me he dado cuenta de que llevo toda la vida deseándote”.
Eso la podría poner en un compromiso muy complejo. He descubierto a través de la lectura de estos textos de mujeres la importancia del consenso y de la comunicación, pero también la importancia de exponer tus deseos cuidadosamente. La libertad no es hacer lo que nos dé la puta gana, sino pensar en la otra persona: ser cuidadoso, amable, consecuente con los deseos propios y ajenos, y eso es difícil.
He flipado con el dato de que no se empezó a estudiar la anatomía del clítoris hasta 1998. Cuántos secretos guardará todavía.
Es terrorífico. Lo leí gracias a otro libro de Lumen, El placer, de María Hesse, que es muy instructivo y que es como para regalar a las primas adolescentes que están empezando a descubrirse. Está plagado de datos de ese tipo. ¿Qué quieres? Platón decía que el útero iba viajando por el cuerpo. Por eso me inventé un zoológico de bichos raros que se supone que las mujeres cisgénero habíamos tenido a lo largo de la historia en nuestro cuerpo. Lo escribí porque lo soñé. Claro que antes pensé: ¿por qué coño estoy soñando con Platón? (ríe).
Te refieres a la fealdad como mecanismo de opresión. ¿Puede ser también la fealdad un acto de disidencia?
Puede ser. En el inicio de un libro que siempre me ha marcado mucho, Teoría King Kong, que leí como con 18 años, Despentes se refería a su propia fealdad y decía cosas como “yo, como soy fea, puedo permitirme esto…”. Y recuerdo que anoté, al margen, sorprendida: “¡Pero si es preciosa!”. Alguien que se había asumido fea y se había asumido diferente y repulsiva en algunos aspectos había acabado siendo a ojos de alguien más joven que la admira alguien hermosísimo y una de las mujeres más bellas y poderosas que conozco. ¿Qué es la fealdad y qué es la belleza? No lo sé. Pero seguro que al trabajar la idea de la fealdad o la belleza podemos lograr cosas increíbles.
La madre como ser sexual, como ser deseante, como ser que alberga también las más retorcidas fantasías. Siempre me ha dado cierto miedo eso: la desexualización de la mujer al ser madre, como una puerta que se cruza y no hay vuelta atrás.
Cada una que haga lo que quiera: a lo mejor una tiene hijos y quiere dedicarse exclusivamente a ese amor, que es muy sacrificado y muy poderoso. No sé quién será el amor de mi vida más allá de mi hijo o de mi madre, pero precisamente la maternidad me ha liberado mucho, me ha hecho darme cuenta de que yo quiero seguir siendo joven, gozando, siendo un cuerpo apto para todas las locuras que me apetezca hacer en la vida.
Una de las cosas que más valoro es que las personas con las que he podido intimar desde que soy madre y que no son el padre de mi hijo han valorado mucho mi maternidad y a mi hijo, y eso es una forma de amor que no se contempla: esos vínculos no sanguíneos que son tan poderosos. Hay que tener mucho ánimo y superar muchos pudores en un mundo de puertas tan cerradas… cosas tan estúpidas como enseñar la cicatriz de una cesárea la primera vez que te desnudas frente a una persona que no conoces. Eso es un tabú y sólo se puede romper hablando, y contando, y compartiendo, y actuando.
Tengo la suerte de tener madres en el cole de mi hijo de aquí del barrio con las que hablo de mi sexualidad, de mi vida, de mis lecturas y mis locuras y nos damos ánimos y nos ayudamos con lo que se supone que no deberías decir y dices: no pasa nada.