Nunca es oro todo lo que reluce: a estas alturas del partido ya deberíamos saberlo. Detrás de nuestros artistas más exitosos y emblemáticos -rebozados de laca, de focos, de joyas excéntricas, de fotos en barcos y purpurina- también hay nubes negras, ansiedades, pánicos, inseguridades, sensación de ser juzgados constantemente. Un aura de fracaso y de ridículo sobrevolando constantemente sus cabezas.
Cuando todo esto, además, se junta con una vocación social y política -la de aquellos músicos comprometidos con el mundo en el que viven y con sus injusticias- el malestar se puede hacer bola, porque mojarse duele. Porque mojarse tiene espinas y hace perder réditos, especialmente en un mundo motorizado por el neoliberalismo y con trazas de autoritarismo -con más inri a partir del auge de la extrema derecha- que, a fuerza de pasta, consigue acallar los discursos disidentes.
Las fotos yendo de guapitos y de montados en el dólar son sólo fotos. Los videoclips en los que se destila chulería son lo mismo: imágenes parciales de una vida espídica, esquizofrénica, de montaña rusa. Es este el caso de Bad Bunny, de Puerto Rico al mundo, que define en No tengas miedo a tener razón (Temas de Hoy) su carrera como “una lucha en contra de muchas cosas: ya sea el sistema, el gobierno, la sociedad o la industria musical”: “Para mí, lo más divertido de todo esto es hacer algo que digan que no se puede”. Pero ya se sabe que después de la diversión, como una hermana gemela y maldita inseparable, llega la angustia. El vértigo.
Vimos su poderío artístico, más que nunca, en este año raro, cuando lanzó YHGQMDLG (Yo Hago Lo Que Me Da La Gana), que copó todas las listas de éxitos y que puso a bailar a los confinados en los salones y en las duchas de las casas cercadas por la pandemia. Nunca le agradeceremos lo suficiente la alegría que nos insufló en los días peores. Siendo, de lejos, el álbum más sexy del año, también conseguía reventar los patrones asociados al género: reivindicaba que las mujeres perrearan solas -“que ningún baboso se le pegue”-, peleaba contra el acoso, hablaba con naturalidad de la bisexualidad y hasta llegó a travestirse en uno de sus videoclips -lo cierto que esto último es cuestionable políticamente, como explicamos en su día en este artículo-.
El comienzo de la obsesión
Al poco, sacó Las que no iban a salir, que contenía demos descartadas del disco anterior y temas producidos durante la cuarentena -con colaboraciones desde Nicky Jam a su novia Gabriela Berlingeri-. Empezaba a obsesionarse con no encasillarse y eso le llevaba a producir a un ritmo delirante. Por último, lanzó El último tour del mundo, mucho más melódico y suave, que no sedujo con tanta intensidad a su público, que lo que necesitaba era quemar discotecas con las discotecas cerradas.
Todos esos cambios le venían afectando psicológicamente, y más teniendo en cuenta que Benito pasó de trabajar como repartidor en un supermercado a ganar un Grammy, a actuar en el escenario principal del Coachella, a colaborar con J Balvin, Drake y un largo etcétera de reyes del género. Incluso había ayudado a derrocar al gobernador de Puerto Rico, saliendo a las calles de su país con Ricky Martin y Residente, de Calle 13. Hasta había actuado en la Super Bowl con Shakira y JLo, colándose en ese lugar exclusivo que había sido reservado para artistas anglosajones.
El declive, como cuenta en el libro, comenzó una semana antes de que George Floyd fuera asesinado -con el consiguiente movimiento mundial Black Lives Matter-. Empezaba a encontrarse verdaderamente mal. “Cuando estoy llegando al límite me desconecto para no quebrar, para no explotar, para no caer en una depresión o volverme loco. Dejé las redes, el teléfono, me fui”. Aunque se enteró de lo que había sucedido, no podía reaccionar. “No sé ni cómo explicarte. En ese momento sentí tanta angustia, tanta furia, tanto miedo, tanta impotencia. Es una sensación bien extraña que me ha pasado pocas veces en mi vida”.
Silencio ante George Floyd
Guardó silencio, sencillamente, pero el público no se lo perdonó. Acostumbrados como estaban a que Benito se implicase en temas sociales y políticos relacionados con las desigualdades mundiales, ansiaban su intervención, su queja, su puñetazo sobre la mesa, su condena al asesinato de Floyd. Sus seguidores empezaron a atacarle y la prensa le acusaba de hipocresía “por haber construido su fama en base a posiciones de concienciación e inclusión y haber desaparecido en un momento tan importante”.
“Tenía mucho que decir, pero, al mismo tiempo, no me sentía bien diciéndolo. Había tanta emoción y tanta furia, se iban a mezclar cosas personales… era con un ruido cabrón. Quería ayudar a arreglar el problema, pero me sentía tan, tan pequeño. Me sentía tan débil. Si a eso le mezclas problemas personales y mi estado de ánimo… la gente no sabe por lo que uno está pasando. Se olvidan de que eres un ser humano”, relata. “Me escondí. No quería salir, le tenía miedo al exterior, a la gente, a las noticias, le tenía miedo al mundo”.
Cree que fue “injusta” la presión que se ejerció sobre él: “Siento que eso hace que muchos artistas y figuras públicas se expresen solamente por complacer a la gente, por quedar bien ante la opinión pública y tener a sus fans tranquilos. Ponen un cuadrito negro y saldan la deuda. Eso yo lo encuentro mal. Si tú no te sientes preparado para hablar de un tema, no lo hagas porque te haces daño. Hazlo cuando te sientas bien contigo. A mí en ese momento no me salía ni una canción”.
Compositor del año
Al ser nombrado Compositor del Año por la Sociedad Americana de Compositores Autores y Editores, las críticas siguieron llegando, implacables. Así que se decidió a publicar un tema como respuesta, Compositor del año, que “aprovechaba para poner el dedo sobre la herida y rapear con furia sobre racismo, violencia policial, injusticias políticas, división social, cuestiones de género, feminicidios, la crisis de los migrantes y la pandemia”, explica el libro.
Y él añade: “Era una rabia que tenía guardada y no había podido salir. Y a eso súmale las críticas de la gente, sin saber, sin conocer, sin leer la historia. Siento que esa canción era bien necesaria para yo sacarme eso del pecho”.
La amargura no cesó enseguida: no era tan fácil. “No me hubiera sentido complacido subiendo un cuadrito negro para que todo el mundo se calle la boca. Yo quiero hacer acción, ser parte de la acción verdadera. No estoy hablando mal de los que subieron el cuadrito, que es una muestra de apoyo y de solidaridad. Pero yo quería hacer más y empecé a ver con mi equipo de trabajo en qué podía aportar. Sin hacer mucho ruido, por debajo del agua, estamos trabajando en otros proyectos y cosas que benefician a la causa”. Su espíritu de compromiso social le pasó factura.
Le sería más fácil, como a muchos otros, vivir ajeno al dolor del mundo. Es un artista, sí, pero también un activista. “Tienen ese mal concepto de que solo los artistas sociales son artistas sociales. Parece que si no eres de ese corrillo no puedes aportar, no puedes decir nada, cuando es lo contrario: yo tengo un público gigantesco al que le gusta bailar, al que le gusta joder, al que le gusta ir para la discoteca; pero también hay muchos a los que les interesa el progreso de la sociedad, a los que les interesa aportar, a los que les interesa crecer”.
La depresión
Lo mismo le sucedió con su deseo de mostrar una nueva masculinidad. “Creo que muchos hombres son así como yo, pero se quieren alzar cuando en realidad no son así. Esos hombres tienen miedo de algo”, señala. Se esfuerza también porque sus letras sean “lo más neutrales posible, que puedan ser dedicadas a una mujer o a un hombre”.
Cuenta que la fama le ha hecho perderse muchas cosas y que eso le ha herido profundamente: “Parecía fácil, pero no. Fue tan intenso que hizo pasar el tiempo bien rápido y tres años se convirtieron en una semana. Me perdí esto, me perdí lo otro… ¿dónde está esa persona? Espérate, ¿dónde está este amigo mío? ¿Qué, como es? ¿Que mi hermano ya tiene dieciocho? ¿Qué?”, balbucea.
El choque con la pared fue fuerte: “Me deprimí. Sentía que no había podido disfrutar todo lo que había logrado porque fue tan rápido que no me dio tiempo ni de procesarlo. Estaba en piloto automático, hacía lo que había que hacer porque había que hacerlo. Estaba metido dentro del personaje, y exploté”. Por suerte, su familia y su amigos estuvieron ahí para reconstruirlo.
Resulta fundamental que el artista comparta también estas vivencias con su público, especialmente con las gradas más jóvenes: igual que naturaliza la homosexualidad, la transexualidad, el feminismo, la lucha política contra los tiranos y la expansión del castellano en un mundo dominado por lo anglófilo, hace bien a sus fans expresando este tipo de experiencias, especialmente cuando la ansiedad y la depresión afectan a tantos jóvenes. Especialmente cuando lo tenemos casi todo, pero estamos muertos de miedo. Especialmente cuando no entendemos por qué estamos tan paralizados, por qué nos sentimos tan huecos. Gracias, Benito.