Manuel Hidalgo esconde la copa de Ribera de las doce y media de la mañana -“la de celebrar”- para las fotos. “Como los de Hollywood”, puntualiza. Gajecitos del oficio. Viste chaqueta de cuadros negros y amarillos, menea el flequillo trufado de canas, fuma como un condenado a muerte Ducados azul e ignora las olivas. Disfruta del sol, de la charla. Se recrea en la anécdota -¿no es eso el pasado?-. Por algo sus amigos le llamaban “cronicón”. Un mote siempre es un destino.
Es encantador, irónico, mordaz, brillantísimo escogiendo la palabra correcta. En el tiempo moderno ya nadie escribe como habla Manuel Hidalgo; pero, a la vez, parece de esos hombres que vale más por lo que calla que por lo que dice. A fin de cuentas, el periodista y escritor -que ahora se incorpora a EL ESPAÑOL con una columna los miércoles y con un artículo cultural los sábados- conoce la guerra desde que dejó de ser redactor jefe de Fotogramas para incorporarse a Diario 16, con 28 años, en ese siglo húmedo en el que el que no era alcohólico era un inadaptado.
“Éramos dicharacheros”, esboza. “Pero hubo gente con muchos problemas. A tu director le ponían enfermo. Periodistas zombis con la cara granate y morada con 25 años. Esos, una pena. En las comidas ya se bebía whisky y ginebra. ¡Tan contentos todos, por la tarde…! Lo llamábamos ‘chirifú’”, recuerda. “Luego Pedro J. prohibió beber en la redacción, y con razón”. Entonces trabajaban en un edificio que era “una distopía”, un bloque industrial donde subían los camiones de reparto y las bobinas.
“De película negra, Lorena: sórdido. Pero éramos absolutamente felices, y convivíamos con un detalle incomparable: en el tercer piso, estaba El Alcázar, el periódico de ultraderecha fascista que crípticamente estuvo promoviendo con artículos el golpe del 23-F. Nos llamaban ‘Grapo 16’. Lo bonito es que había dos ascensores y todos los días coincidíamos con los compañeritos fascistas… unos viejos terribles de bigote, ¡colaboradores!, muchas visitas. Pero nos saludábamos por las mañanas”. Tenían ese detalle. Ya nos decían nuestras santas madres que si algo no se le niega a nadie, es el saludo.
“También había drogas, cuidado. Un compañero se murió en el lavabo de sobredosis de heroína”. Pues no eran una broma los ochenta, no. Dice Hidalgo que él, por suerte, no hace deporte, y que por eso goza de “esta maravillosa salud”. Dice que es más de conversación que de combate.
“Hay que conversar, conocer al otro, proponerle algo. Un periódico es eso: una máquina de propuestas, pero eso se ha olvidado bastante. Una máquina de prescripción. Un órgano intelectual, por encima de todo, del que el lector se fía. El periódico ha de tener crédito. Pero lo de ‘combatir’… ¡para los combatientes! Yo no soy combatiente ni excombatiente, como los colegas opacos de El Alcázar”, sentencia. Se ha pasado treinta y un años conversando desde las páginas de El Mundo, un periódico que fundó junto a Pedro J. Ramírez.
Es aún un chico de Filosofía y Letras, Manuel. Su manera de ser político, apunta, es “ser cultural”. “Estoy persuadido de que la cultura es lo que templa, lo que sosiega. ¿Tú has visto a alguien que salga de un concierto de Mozart y empiece a quemar coches? No, ¿no? Yo creo en vivir, en observar, en pensar y en escribirlo”.
Se reconoce también como un “hombre que duda”. “Dudo hasta tal punto que a veces no sé qué opinar. ¿Sabes la película de La regla del juego? Ahí dicen: ‘Todo el mundo tiene sus razones’. Pero ahora te llaman ‘equidistante’… ¡Vete a la mierda! La duda es una de las cosas más hermosas y humanas que se pueden formular. Creo, además, en la visión humorística que no afirma categóricamente”. Y cree en el cine, al que se lleva dedicando toda la vida. Y cree en Berlanga. Y se enciende otro cigarro que no será el último, nunca lo será, mientras activa el ojo de la nuca y le metemos un repaso a España.
¿Cómo ha cambiado tu manera de mirar el periodismo desde que estudiabas en Pamplona y coincidiste con Pedro J. o Amestoy?
Coincidí generacionalmente. Lo recuerdo con mucho gusto y placer. Era una facultad muy pequeña. La de Filosofía no, pero la de Periodismo era buena. Se hacían periódicos, teníamos estudio de radio y televisión… nos hacían trabajar mucho y practicar mucho. Desde el minuto uno hacíamos los exámenes con máquina de escribir, te estoy hablando del año 71 o por ahí.
Con Franco respirando y todo, ¿eh?
Sí, respirando Franco y a pleno pulmón todavía. No sé, el periodismo ha cambiado en muchas cosas y en general ha cambiado a peor. Eso lo tengo claro, pero no quiero, ni mucho menos, quedar de lo previsible…
No quieres parecer lo que eres.
(Ríe). No. Será por las canas, querida, por otras cosas no.
¿Erais militantes de algún tipo; antifranquistas, quizá?
Bueno, había militancia antifranquista, claro. Había gente comunista, socialista, abertzale… yo diría que la mayoría no. ¡Mira que estábamos en la universidad de Navarra! Pero había un contingente importante. Yo una de las primeras cosas que me encuentro en la facultad de Filosofía fue una manifestación posterior a una asamblea. Conseguimos llegar un kilómetro. Salieron los grises. Fue contra el Proceso de Burgos. Había mucha gente que ahora está haciendo periodismo en Madrid y muy conocida. Luis Herrero, el difunto Antonio Herrero, Juan Carlos Laviana, Iñaki Gil, José María Plaza, Carlos Yarmoz, Checho… montones de periodistas que han estado en todos los periódicos. Había mucho pijo, también, y mucho conservador.
Pedro J. y yo nos conocimos en grupos de teatro. Pedro era actor y director. Me acuerdo de una obra de Jorge Díaz, Cepillo de dientes, un clásico del teatro del absurdo iberoamericano. Y otra de Slawomir Mrozek, En alta mar. Yo era un cinéfilo, carne de cineclub, carne de filmoteca. Tuve una corta militancia política. Como dice Manuel Gutiérrez Aragón, “yo militaba en el PCE hasta que se legalizó”. Yo era del PSP de Tierno Galván, que todo el mundo decía que era un partido de intelectuales burgueses que jugaban al izquierdismo y que no teníamos un puto obrero. Eso no da para decir que dejé nada.
¿Tienes la sensación de que esas generaciones -pienso ahora en Dragó o en Jiménez Losantos- que militaban en el maoísmo o el comunismo han vivido un viraje extremo? Un péndulo bestial, ¿no? ¿Te consideras tú más conservador que cuando tenías veinte años?
Bueno, Dragó es mucho mayor que yo, ¿eh?
Vale, vale.
Contestándote a lo mío, es evidente que sí. Te templa la vida, jódete, Lorena, te doy esta mala noticia. ¡Pero ya lo verás! Te modera, te hace más comprensivo de los demás, de los otros. ¡Y es que hay un deterioro! La biología es, entre otras cosas, pérdida de energía. Se te atempera el cuerpo, la cabeza, el ideal, la indignación. Respecto a Dragó y Jiménez Losantos, en fin, los movimientos pendulares siempre se han dado en política. Ya les pasó a los filósofos franceses.
Hay casos conmovedores. Recuerdo a un joven comunista que montó un pollo en la visita de Henri Lévy a la Universidad Complutense… ¡Pero un pollo! Es interesante dónde está hoy ese admirable, por cómo escribe y por su preclara inteligencia, Gabriel Albiac. Es amigo mío. Es una inteligencia afilada… bueno, todos estos cabritos, Dragó, Jiménez Losantos, Albiac… son inteligencias muy afiladas y personas de una cultura terrible, vastísima.
No creo que nadie dude eso.
Ya, pero es que por eso son también temibles. En fin, también hay altas cuotas de narcisismo, pero ¿en quién no? ¿En quién que brille un poco no? Esta gente… y también los franceses, eran tipos que primero incendiaron una orilla y se fueron a la otra para incendiarla también.
La obsesión era incendiar.
Yo creo que sí, han sido temperamentos incendiarios. “Esto ya no da más de sí, ahora vamos al otro sitio donde hay mucho que incendiar, porque fíjate cómo está la derecha española tardofranquista en democracia. Hay que espabilarlos. ¿Quién puede espabilar a los que vienen del falangismo añejo, a los que vienen de la UCD, los pobres…? ¿Quiénes les van a poner cachondos, quiénes les van a dar balas de ideas? Coño: nosotros”. Esto es la vida. Hay que ser comprensivos, tú.
¿Crees que la cultura y el periodismo español han sido eminentemente machistas? ¿Qué herencias quedan de aquello?
Hija, si no preguntas por esto, revientas. Ya lo sabía yo. ¡Feminismo salta a la vista que hay mucho!
¿Qué me estás, señalando?
(Ríe). No, he hecho así… gesticulo.
Pues delante de ti sólo estamos el cenicero y yo.
Lo que tengo delante eres tú, mucho más importante que el cenicero, ¡con diferencia! Sólo faltaría. Vamos a ver: el feminismo a mí me parece tal normalidad, tal obviedad -en el mejor sentido de la palabra- que ya en cierto modo es como si no hubiera que preguntar. “¿Usted es feminista o es que es tonto? ¿Es usted feminista o vive en la caverna?”. Es así. Lo cual es perfectamente compatible con una cosa: que no comparto en absoluto el extremismo feminista, porque hay tal tabla de la ley feminista aún por completar y tan esencial que, por favor, ciertas cosas, como el lenguaje, las actitudes, no sé qué… no. No van conmigo.
Toda la gente de mi edad fue educada en el machismo. Dirás tú “lamento de maduro”… no, es que fue así. Llevamos unos treinta años ajustándonos. Aprendimos mucho relacionándonos con amigas en la universidad, con chicas de nuestro entorno más allá de los romances del verano o las hermanas. Eso fue mejor que leer a Simone de Beauvoir o a Emma Goldman. Te decían “mira, oye, tal cosa”. Ibas aprendiendo sobre la marcha.
Claro que hacen falta más mujeres en los cargos y en todo, es de cajón. Siempre han hecho falta las mujeres singulares, las mujeres avanzadilla, las mujeres raras, para tirar del resto… ¡ojo a las que se metían a monja! “Pues yo no me caso, ni voy a tener hijos ni nada”. Pues muy bien. “Yo quiero cultivar mi huerto espiritual, mi huerto personal…”.
Y eran grandes rebeldes. Pienso en Santa Teresa o en Sor Juana Inés de la Cruz.
¡Mujeres que iban a clausura para ser lectoras y pensadoras! Pero necesitaban la universidad. Lamento decirlo, pero una vez logrado todo eso, ha tenido un papel muy importante el capitalismo. El capitalismo es muy cabrón. La inteligencia colectiva del capitalismo es muy cabrita. Cualquiera le sirve para ser consumidor. “¿Por qué sólo un tío compra una raqueta, por qué sólo un tío tiene coche? ¿Y su mujer? ¡Que vaya a las cafeterías, y que tenga aparatos…! Para eso necesitamos que trabaje y que tenga dinero, entonces será consumidora. Entonces tendremos un 100% de consumidores”.
Esto confluye con la lucha feminista, con la lucha progresista… Esto irritará a las feministas, pero es de cajón. El capital dice “ya tienen su dinerito, ya gastan, pero vamos a pagarles un poco menos mientras podamos”. Pues no, mira. Que ganen igual y que dirijan igual. Lo que sí sé es que el machismo va por barrios, lo digo metafóricamente. Pero más educación es igual a más templanza. No se sale de un concierto de Bach y se pega a la mujer, es muy raro. Luego está el frenopático. Educación, educación.
Hablando de cultura y educación, ¿qué piensas del revisionismo que está viviendo el mundo cultural? Has escrito libros sobre Rabal o sobre Fernando Fernán Gómez. Yo soy una gran admiradora del segundo, aunque en una entrevista con Pilar Eyre legitimó el pegar a la mujer. Una atrocidad. O Gil de Biedma y su asunto pederasta. ¿Qué hay de todo esto?
La verdad es que no me apetece hablar de esto. Hay mucho ruido. Se habla mucho y demasiado. Hay un revisionismo de muchas cosas, de calles, de todo… se sacan los higadillos sexuales o políticos de unos y otros, se recuperan las biografías. Todo este ruido tiene que ver con la tecnología, con las redes. No termino de encontrar la manera, yo, el peor de todos -como Sor Juana Inés de la Cruz-, de poder decir algo que contribuya a la conversación, a la reflexión.
¡Pero no por eso vamos a escondernos debajo de la alfombra!
No, pero mi forma de responder es “no me apetece hablar de esto”. Sólo se me ocurre proponer la decencia.
¿Qué película crees que haría Berlanga en la España actual?
Yo qué sé, chica.
Tú le conoces como nadie.
Pues sí.
Es una fabulación, un pequeño juego.
Yo creo que él encontraría perfectamente la manera de prolongar su discurso de la llamada “trilogía nacional”. Y el Todos a la cárcel. En esa línea. Lo actual y lo inmutable, lo que en este país no cambia, por desgracia.
La sinvergonzonería patria.
Pues más o menos, y la ridiculez, y la pillería, y la mentira, y el maniobrismo, y el ventajismo y la picaresca y el chanchullo. Algo a la vez tan divertido y tan constitutivo. ¡Es que somos así! Todo esto existe porque no es cosa de cuatro.
Es estructural.
Sí, está en nuestra cultura. Cosa nuestra. El esperpento, el astracán, el sainete. Berlanga es España porque habla de todos. Por eso tiene vigencia.
¿Cuál de nuestros políticos es mejor actor y cuál mejor director?
(Largo silencio). Un buen director -el que lleva bien la cosa, el que pastorea- es Iñigo Urkullu. Tendrá muchos antagonistas y todo, pero es un tipo templado que afloja, aprieta, con calma, siempre, sin pestañear, y ha templado mucho la sociedad vasca. No siempre con la mejor estética, no siempre con la mejor ética, a veces pensando en resultados. Tan gris, tan poco carismático. Claro, claro. Sí, pero mira.
¿Y el mejor actor? Venga, que es una pregunta muy inocentona.
No, no lo es porque forma parte de mi trabajo, que es el cine: mira, hay actores buenos que hacen de bueno, hay actores buenos que hacen de malo; y luego hay actores buenos que hacen de malo y actores malos que hacen de malo. En hacer de bueno, todos son malos, porque vemos que es mentira, nos distanciamos, nos damos cuenta de que no. Tú no eres Gary Cooper, tú no eres Gregory Peck, tú no eres el padre de Matar a un ruiseñor, ¡te lo estás haciendo! Tú no eres el médico de El árbol del ahorcado, te lo estás haciendo. Todos los que van de buenos, son malos. Abascal e Iglesias son muy buenos actores haciendo de malos, meten miedo.
¿Por qué crees que Pablo Iglesias ha recomendado tantas series últimamente y sin embargo no ha mencionado Patria?
Mira, tengo amigos jóvenes de Podemos muy inteligentes y muy preparados. ¡Atención, es noticia para algunos…! Gente estupenda, hijos de amigos míos. Yo estoy en contra de Unidas Podemos, pero conozco a gente estupenda allí. Soy de la generación de los sociatas a los que nos han salido hijos podemitas. Pero Iglesias recomienda series porque parece ¡que no lee nada! Nunca les veo hablando de un libro, o de un pintor… ni como cita, ni como anécdota.
Bueno, a Machado lo citan unos y otros, se lo pasan como si fuera un porro.
¡Por dios, pero esto de Machado…! Uno aspira, y va a sonar pedante, a que un político sea capaz de citar un día al señor William Carlos Williams, coño, que hicieron una película sobre él. Ahora, Machado, por favor… lo siguiente qué es, ¿Miguel Hernández?
Pues justamente ya ha sido.
Excelentes poetas, pero por favor, pasemos a la lección siguiente. Esto es terrible. No sé por qué no ha hablado de Patria, yo tampoco la he visto, por cierto. ¿Qué le regaló Iglesias al rey entre chistes, Juego de Tronos? Qué horror, qué decepción. Eso es muy Carrefour. Yo espero que algún día digan algo a propósito de Macbeth o de matar a Duncan, que hay muchos que han matado a Duncan, al predecesor bueno. Hay mucho Macbeth en la política española. Yo no veo ninguna serie desde Los Soprano, Luz de luna, Frasier… A mí me entusiasma La que se avecina, la serie más ordinaria de la historia.
¿Qué película le recomendarías a cada uno de nuestros políticos principales?
A Pedro Sánchez, El hombre que mató a Liberty Valance. ¡Esto es para lectores inteligentes! (Silencio).
Vaya sonrisa te sale maliciosa.
Y tanto. A Pablo Iglesias, Macbeth de Orson Welles. A Abascal, El hombre tranquilo, de John Ford. Y a Pablo Casado…
Uy, qué cara de hastío.
¡Es que no tiene…! Estoy buscando una muy desaforada vitalmente. Drogas, sexo. Que sea buena. Muy loca, muy loca.
Como para que se anime. Que le dé un chutecito.
Eso. Ayúdame.
Se me ocurre El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante.
Esa es demasiado culta, la de Peter Greenaway. Tengo una idea más perversa. A Pablo Casado, Resacón en las Vegas.
La última: dame una razón muy concreta por la que hayas vuelto a trabajar con Pedro J. después de tanto tiempo.
Mira que eres maligna dentro de tu carácter absolutamente bondadoso. Pues mira, lo conozco desde hace cincuenta años. Y se resume muy fácil: nunca me ha aburrido, es muy leal y siempre, siempre, ha sido estimulante. Yo soy muy discutidor y siempre he discutido de maravilla con él.