Por la boca muere el pez: eso ya nos sonaba, lo que no teníamos tan claro es que también moría el criminal, o el acosador, o el marido en proceso de divorcio, o el infiel. Música para nuestros oídos. En Atrapados por la lengua (Larousse), la detective verbal Sheila Queralt relata cincuenta casos reales que se han resuelto gracias a la lingüística forense, una disciplina excepcionalmente interesante y muy poco estilada en España.
Desde el experto en fonética que supo encontrar la pista en las grabaciones de los secuestradores de Anabel Segura hasta el caso del asesino del Zodíaco. “Muchas veces, cuando hay un asesino en serie, le salen imitadores, personas que reclaman los crímenes o se hacen pasar por él. Aquí el trabajo consistía en identificar cuáles eran las cartas que definían al verdadero y al falso”, explica Queralt. Un jaleo.
Primero, para aclarar: “La lingüística forense es la disciplina que aporta los análisis lingüísticos de muestras escritas, de texto, red social, grabación o mensaje de WhatsApp en un proceso de investigación. A menudo suele tratarse de un cliente privado que tiene entre manos un asunto de cláusula de contrato, de divorcio o mensajes de odio en la red, pero también tratamos investigaciones policiales, asesinatos o suicidios”, cuenta Queralt a este periódico.
¿Y por qué en España no se desarrolla tanto? “A nivel académico no, pero a nivel pericial es una ciencia que aún tiene poco recorrido. Empezó en los ochenta. Las universidades no apuestan por la lingüística forense por una cuestión de oferta y demanda, ya hay más másteres que alumnos”, sonríe.
El 'caso Diana Quer'
En su libro también hay críticas hacia el mal empleo de la disciplina, por ejemplo, en el caso de Diana Quer, donde también se aplicó: “Una criminóloga que no era lingüista forense se atrevió a hacer un análisis lingüístico de un correo anónimo que alguien envió firmando como Diana. Era imposible analizar nada en ese texto, no tenía marca idiosincrásica, no había piezas para comprobar la identidad de la persona que estaba detrás”, revela. “Al ser una ciencia emergente, hay mucho intrusismo. Personas no lingüistas se dedican a hacer interferencias y a sacar conclusiones que desde nuestro punto de vista, no son científicas”.
Recuerda también el caso de Rodrigo Nogueira, el estafador en serie de mujeres. “Está en prisión actualmente, le queda poquito y no descarto que vuelva a delinquir. Creaba diferentes identidades con un gran poder de camuflaje y enganchaba a mujeres. Nosotros estudiamos las estrategias lingüísticas que usaba para engañarlas. Cuando las había enamorado, cuando estaban saliendo, les pedía dinero y desaparecía. Comparamos sus conversaciones de messenger, de Twitter, de WhatsApp y las cartas manuscritas que dejaba a veces. Cuidado si te encuentras un patrón de alguien que escribe con esos rasgos”, advierte.
¿A qué rasgos se refiere? “La pregunta siempre va a condicionar lo que buscamos. En el caso de los estafadores, primero analizamos las estrategias pragmáticas, es decir, cómo interactúan con la víctima en distintos momentos. Siempre hacen alusión a cosas que le gustan a la víctima, porque antes ha hecho una investigación, claro”, revela. “Lo normal cuando vas a pedirle dinero a alguien es justificarte muchísimo y prometer que lo vas a devolver cuanto antes, pero los estafadores no hacen esto. Los estafadores en serie te ponen el dulce: endulzan el mensaje. ‘Hoy estás guapísima’… el dinero te lo piden en una única línea y enseguida vuelven a la carga con sus armas amorosas”. La clave es que estos delincuentes “no dan tanta importancia a lo que están pidiendo ni al momento de devolverlo para camuflar el objetivo”.
Divorcios e infidelidades
¿Qué hay de los casos de divorcio? “A veces, cuando alguien está buscando un divorcio e intuye que su pareja le ha sido infiel, se inventa una nueva identidad para comprobar si efectivamente le está siendo infiel. Nosotros determinamos si la persona que está mandando los mensajes seductores es su pareja o no. Se montan un perfil, una nueva identidad. Esto nos pasa muchísimo”, cuenta.
“También estudiamos las cláusulas de ciertos acuerdos prematrimoniales, esto sucede cuando se trata de grandes fortunas. Ahí analizamos si alguna cláusula es ambigua. Y si hay menores por el medio podemos analizar si el menor está siendo manipulado por uno de los progenitores para ponerlo en contra del otro”, continúa.
¿Entonces, la lingüística forense actúa como una especie de máquina de la verdad, de polígrafo? ¿Ayuda a detectar mentiras? “Más que detectar mentiras, explica la falta de veracidad. Extraemos los rasgos que nos indican que alguien no nos está diciendo toda la verdad o que oculta algo. A veces hemos analizado declaraciones judiciales muy interesantes en el interrogatorio y localizamos en qué pregunta se nos está mintiendo. Eso sirve para reformular y hacerle la pregunta correcta para desmontar la versión de ese testigo”.
¿Hay dos 'hablas' iguales?
Lo más inteligente para esquivar este examen es hacer “como los políticos”, que tienen un “dominio absoluto del lenguaje” y rara vez contestan sí o no. “Cuando quieres pillar a alguien, lo mejor es hacer pregunta cerrada, pero también depende mucho del ritmo de la conversación”.
¿No hay dos personas que escriban o hablen igual? “No podemos comparar a toda la población mundial igual que no se puede comparar todo el ADN, trabajamos bajo una premisa, pero con las muestras que tenemos actualmente podemos decir que no se puede imitar a nadie ni se puede escribir igual que otra persona. Incluso dos mellizos o dos gemelos no hablan igual, porque depende también de factores físicos: tenemos una estructura física distinta y unos patrones lingüísticos, cada uno tiene diferentes imputs, diferentes entradas de conocimiento y tiene la opción de elegir distintos vocabularios”.
La elección entre decir, por ejemplo, “mail, e-mail o correo”, ya define nuestro estilo. A menudo necesitan unas 300 palabras para poder trabajar, pero no es tanto lo importante la longitud como la calidad del texto. ¿Y cuánto vale? “No es barato, al tratarse de una pericial en un ámbito muy especializado y del que hay muy pocos expertos. Dependiendo del encargo y del material, puede ir entre los 1000 y 3000 euros a entre los 6000 y 9000”.
Los casos más locos
¿Dónde más se podría aplicar? En el Caso Cifuentes, por ejemplo. En todas las tesis doctorales o los masters que se han puesto en cuestión. O en los plagios literarios, como el de Ana Rosa. O en los casos de pederastia en la red, “algo que se estudia mucho en Reino Unido, donde hay cuerpos policiales formados de manera específica para esto, pero en España la regulación que tenemos impide ‘incitar al delito’ haciéndose pasar por un menor para atrapar a los pederastas virtuales”. “O en el caso de Marta del Castillo. Podríamos analizar todas las declaraciones de Miguel Carcaño, que fueron tan enfrentadas algunas veces, y elegir el contenido que es más probable que sea veraz”.
¿El caso más loco que ha vivido? El de una chica que acudió a sus servicios para investigar de quién eran los mensajes anónimos con amenazas de muerte que recibía. “La policía estaba desconcertada y nosotros también, porque había pistas que indicaban que eran la misma persona entre sí y otras que eran distintas personas, y eso no suele suceder. Un día, la chica apareció muerta. Parecía un asesinato. Hasta que su psiquiatra reveló el secreto: tenía personalidad múltiple, los anónimos se los había estado enviando ella misma y se había suicidado de una sobredosis”.