José Marchena fue uno de los heterodoxos españoles biografiados por Marcelino Menéndez Pelayo. La semblanza que el historiador hizo del "abate", un escritor, político y filósofo ilustrado, acusado de traidor, atrabiliario, impío, es un poema: "Este personaje, más famoso que estimable, vivió una vida de turbulencia y escándalo, difundió incansablemente las peores ideas de su tiempo, tomó parte muy enérgica en la acción revolucionaria de 1793 y ha quedado en la historia como el más radical de los iniciadores españoles de un orden de principios diametralmente contrarios (...) a los que yo profeso".
Menéndez Pelayo acertó en lo primero: Marchena tuvo una vida que cuando menos cabe calificar de aventuresca. Sus ideas le granjearon muchos enemigos, como Chateaubriand, quien le tildó de "sabio inmundo y aborto lleno de talento", fue perseguido por la Inquisición y el régimen del Terror implantado tras la Revolución francesa, tuvo que exiliarse en dos ocasiones —la primera por su activismo y la segunda tras la Guerra de la Independencia, derrotado como afrancesado—, estudió filosofía, economía y matemáticas y tradujo al castellano obras de Lucrecio, Molière, Rousseau y Voltaire.
Sin embargo, la negativa visión ofrecida por Menéndez Pelayo desde las lentes de su ortodoxia acabaría por crear un personaje ficticio. La complejidad del pensamiento y la figura de Marchena, e incluso sus contradicciones, han sido rehabilitadas por estudios recientes, como la biografía que le dedicó Juan Francisco Fuentes. "Fue, sin duda, uno de los españoles que mejor entendió la trascendencia de aquel momento histórico, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, y uno de los pocos que llegó al sacrificio personal como contribución al advenimiento de esa nueva era, verdadera Arcadia histórica, en la que, según sus palabras, los vicios serían 'raros y las virtudes comunes'", concluyó el historiador.
Ahora, coincidiendo con el doscientos aniversario de su fallecimiento, una novedad editorial permite profundizar en sus convicciones independientes y críticas con el Antiguo Régimen. En Obra francesa. Escritos del primer exilio (Editorial Laetoli) se recogen de forma cronológica los textos políticos, filosóficos, filológicos e históricos escritos por Marchena desde su huida a Francia en 1792 hasta su regreso a España de la mano de José Bonaparte en 1808. El volumen ha sido editado en colaboración con el Museo de la Ilustración de la Diputación de Valencia.
"Su posición filosófica no encuentra apenas espacio en la cultura española posterior, que mayoritariamente está compuesta de pensadores 'rancios', hegelianos desconocedores de la Ilustración y socialistas o comunistas partidarios de una dictadura progresista. Hoy día se vería sumido en las mismas polémicas y sería vilipendiado de la misma forma como lo fue en vida y después de su muerte", resume en el epílogo Francisco Sánchez-Blanco, profesor en la Universidad del Ruhr en Bochum, Alemania, y especialista en la Ilustración española.
España, tierra esclava
José Marchena (Utrera, Sevilla, 18 de noviembre de 1768 – Madrid, 31 de enero de 1821), nacido en el seno de una familia acomodada de funcionarios y educado en un clima de apertura hacia la cultura de las Luces europeas, se consideraba "un ciudadano, un hombre de esas clases medias que comienzan a tomar conciencia de su específica visión de la convivencia política". En 1787 editó el periódico El Observador, del que solo se imprimirían seis números y en los que se denunciaba la oposición clerical a la filosofía, se vertían ideas revolucionarias o se reclamaba una educación pública.
Marchena publicó dos años más tarde la oda A la Revolución francesa, calificada por Menéndez Pelayo como "los más antiguos versos de propaganda revolucionaria compuestos en España". Sus textos periodísticos alertaron al Santo Oficio, y para librarse del proceso inquisitorial decidió exiliarse en Francia, donde simpatizó con los girondinos, el partido más moderado de los que se disputaban la dirección del proceso de transformación del Estado. Su huida, señala Sánchez-Blanco, le convirtió en "un emigrado activista que se inmiscuye en los asuntos del día en el país de acogida con numerosos panfletos, proclamas y artículos periodísticos".
El abate denunció en esos textos ser víctima de una persecución por su "amor a las ciencias y a la libertad en el país de la ignorancia y la esclavitud". Se refería a España, el lugar "más esclavo de la Tierra". Hizo profesión pública de republicanismo y condenó el despotismo monárquico y a la Iglesia: "La religión católica es la religión de los pueblos esclavos: embrutece al hombre, doblega las conciencias bajo un yugo férreo, consagra la tiranía de los déspotas y considera un mérito que el pueblo se humille hasta arrastrar sus cadenas".
La situación de Marchena en Francia dio un giro radical al vencer los jacobinos. Fue detenido y encarcelado durante dieciséis meses, siempre con la amenaza de la guillotina presente, como ocurrió con otros compañeros del partido girondino. Salió del encierro tras la caída del régimen de Maximilien Robespierre (1793-1794). A partir de ese momento, el filósofo español, abanderado de la tolerancia y la justicia, comenzó a colaborar con varios periódicos parisinos, declarándose abiertamente favorable a la instauración de un régimen democrático y a un proceso de reconciliación. Esos textos son los que conforman su Obra francesa.
"Marchena trabajó para su tiempo, no para la eternidad. Si leyó fue para informarse sobre todas las ramas del saber. Después de analizar los argumentos sacó conclusiones y las expresó de forma clara y sin tapujos. En un contexto de escrupulosos, fanáticos y medias tintas pudo parecer un exaltado cuando, en realidad, sólo le movía el entusiasmo por la verdad y el expresar con claridad su pensamiento", valora el profesor Francisco Sánchez-Blanco.
Con el advenimiento de Napoleón Bonaparte, Marchena logró un puesto administrativo en el Ejército del Rin, viajando por Alemania. Más tarde formó parte del séquito de José I Bonaparte durante su breve reinado, desempeñando actividades relacionadas con la propaganda y reformas educativas. Ese alineamiento con el bando afrancesado sería definitivo para que Menéndez Pelayo le atribuyese el estigma de traidor a la patria. Pero el "abate" emerge ahora del silencio al que fue condenado.