"Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil". Esa fue la resignada confesión que el almirante Pascual Cervera y Topete envió a su hermano unas horas antes de una batalla que se sabía perdida de antemano. Unas palabras que contrastan con el tono de inmolación colectiva que el marino empleó para alentar a sus hombres antes de entrar en combate, en la mañana del 3 de julio de 1898, contra una flota estadounidense: "El enemigo nos aventaja en fuerza pero no nos iguala en valor. ¡Clavad la bandera y ni un solo navío prisionero!".
A las 9:35 horas de la mañana de esa jornada que marca el llamado "Desastre del 98" y el final de la guerra de Cuba, la escuadra española, encabezada por el buque insignia, el Infanta María Teresa, salió del puerto de Santiago. El objetivo no era entablar un intercambio de cañonazos directo con los más de sesenta barcos norteamericanos que habían urdido un férreo bloqueo exterior en la entrada de la bahía, sino buscar una huida desesperada y utópica en fila de a uno, la única manera de lograrlo.
Cuatro horas después, el balance final era aterrador. Del lado español se registraron 343 muertos, 151 heridos, 1.889 prisioneros y seis barcos embarrancados o hundidos —en total 29.000 toneladas en buques y 112 cañones perdidos—. Los estadounidenses, por el contrario, apenas contabilizaron un fallecido, cuatro marinos rasguñados y ninguna embarcación en el fondo del Caribe. "Son las estremecedoras cifras de una catástrofe", resume el historiador Tomás Pérez Viejo. El último barco en arriar su bandera llevaba, como si de un guiño del destino se tratase, el nombre de Cristóbal Colón y había sido construido en Génova.
El investigador en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México aborda esta fecha y todas sus consecuencias en el desarrollo de la historia contemporánea de España en El fin del Imperio español, una nueva entrega de la colección de la editorial Taurus La España del siglo XX en siete días —desembarca en librerías de la mano de El día del mayor atentado de la historia de España, de Pilar Cabrera, sobre los atentados del 11-M—.
Si bien la batalla naval de Santiago hay que interpretarla como un episodio bélico "bastante menor" —"fue una especie de tiro al blanco en el que los buques norteamericanos, amparados en el mayor alcance de sus cañones, fueron hundiendo a los españoles que, incapaces de responder, se limitaron a intentar escapar", relata el experto—, significó el nacimiento del derrotismo del "Desastre del 98", la pérdida de las últimas colonias ultramarinas que poseía el Estado español.
En un novedoso enfoque, Pérez Viejo propone que la pérdida de Cuba y el resto de las colonias —Puerto Rico, Filipinas, las islas Palaos, las Marianas y las Carolinas, entregadas tras la ratificación del Tratado de París— no constituye el final del proceso iniciado con las independencias americanas de principios del siglo XIX, sino el inicio de una nueva época, el primer día del siglo XX y no el último del XIX.
"No parece arriesgado afirmar que en 1898 España no perdió los últimos restos de su imperio colonial, sino las últimas colonias ultramarinas que en realidad tuvo", valora el historiador, experto en las relaciones entre México y España. "Fue el fin de una época, pero no de la iniciada con el descubrimiento de América, sino con la crisis imperial de principios del siglo XIX y la conversión, por parte del nuevo Estado nación español, de los territorios ultramarinos heredados de la vieja monarquía en las colonias que con esta última no habían sido".
Importancia del 98
En su breve pero sugerente libro, Tomás Pérez Viejo desglosa los orígenes del conflicto hispano-cubano, la involucración de Estados Unidos en la guerra tras el discutido estallido del acorazado Maine el 15 de febrero de 1898, que estaba atracado en el puerto de La Habana, y, sobre todo, las repercusiones de esa derrota —esa "fecha terrible y fatal", como la definiría Ortega y Gasset— en la sociedad española y en la crisis del relato nacional.
A pesar del derrotismo que carga esta jornada, el autor de otros libros como Nación, identidad nacional y otros mitos nacionalistas defiende que "no existió un antes y un después del 98, sino continuidad en una economía que siguió creciendo y modernizándose a un ritmo parecido a aquel al que lo había hecho en las últimas décadas del siglo XIX". Con consecuencias políticas internas inexistentes a corto plazo, el Desastre, asegura Pérez Viejo, "marcó el inicio de uno de los periodos más brillantes de la cultura española de la época contemporánea".
Pero en esa fecha también se pueden encontrar muchas de las cuestiones que marcaron la evolución de España en el siglo siguiente y se prolongan hasta la actualidad: el éxito de los nacionalismos vasco y catalán, el auge de un nuevo militarismo conservador y aislado de la sociedad civil con un marcado matiz antiparlamentario que sustituyó al liberal hegemónico anterior, el crecimiento de las alternativas republicanas, el catastrófico colonialismo en el norte de África, el enconamiento de la cuestión religiosa o, en líneas generales, la polarización social y política de las primeras décadas del siglo XX que culminaron en la Guerra Civil.
Pérez Viejo también trata de dar respuesta a otras cuestiones interesantes como por qué la pérdida de las últimas colonias tuvo una repercusión tan gigantesca en la memoria colectiva de los españoles en comparación con la pérdida de los virreinatos americanos de Nueva España (México) y Perú en 1821 y 1824 respectivamente. "Los motivos de esta inexplicable anomalía no se hallan en la importancia objetiva de una y otra pérdidas; habría que buscarlos en el proceso de construcción nacional español, apenas iniciado en 1821 y ya muy avanzado en 1898".