El regreso televisivo de Bond, James Bond
En octubre de 2012, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) festejó con una completa retrospectiva el 50 Aniversario de la aparición de James Bond en las pantallas con James Bond contra el Doctor No (1962). Fue un espaldarazo artístico e intelectual a la serie de películas del agente secreto inglés al servicio de Su Majestad y con licencia para matar, creado en 1953, en plena Guerra Fría, en la novela Casino Royale, por el periodista, escritor y exespía de la Armada británica Ian Fleming (1908-1964).
Fleming escribió 12 novelas y 9 cuentos sobre 007. A día de hoy, son 25 -contando con Sin tiempo para morir- las películas oficiales de la saga, esto es, las películas producidas por Eon Productions, compañía creada por el norteamericano Albert R. Broccoli y el canadiense Harry Saltzman, ambos fallecidos en 1996 y en 1994, respectivamente.
El programa 'Días de Cine Clásico' de La 2 está emitiendo los lunes de febrero un miniciclo de cuatro películas que homenajea al recientemente fallecido Sean Connery (1930-2020), intérprete de James Bond en sus inicios cinematográficos y en un total de siete ocasiones.
Hasta hoy, hemos podido ver James Bond contra el Doctor No, Desde Rusia con amor (1963) -ambas dirigidas por Terence Young- y Goldfinger (1964), dirigida por Guy Hamilton. Estas emisiones han tenido, redondeando, una audiencia de 800.000 -las dos primeras- y 850.000 espectadores, la tercera. El próximo lunes, dando un salto muy considerable en el tiempo, podremos ver Nunca digas nunca jamás (1983), de Irvin Kershner.
Una polémica excepción
Este muy reducido e incompleto ciclo tiene la virtud, sin embargo, de permitirnos asistir, por orden cronológico, al nacimiento, forja y consolidación de la serie, el personaje y sus respectivos ingredientes y elementos constitutivos. Nunca digas nunca jamás nos permitirá contemplar una polémica excepción. Connery dijo adiós a su personaje tras interpretar Diamantes para la eternidad (1971), una vez más bajo la dirección de Hamilton. Tras la única salida del fallido y olvidado George Lazenby, y antes de Timothy Dalton (dos películas), Pierce Brosnan (cuatro) y Daniel Craig (cinco), era Roger Moore (siete) quien estaba interpretando, con sobresaliente competencia y aprovechamiento, a James Bond.
Broccoli y Saltzman se opusieron con todas sus fuerzas al proyecto de Nunca digas nunca jamás, pero no consiguieron evitarlo. La película, remake de Operación Trueno (1965) -la tercera y última dirigida por Terence Young-, es una de las tres que no ha sido producida canónicamente por Eon Productions. Con muchas canas, mayores entradas en la frente, 52 años y por una pasta gansa, Connery incumplió su promesa y, doce años después, volvió a ser James Bond al servicio de un espectáculo muy notable que dirigió con brillantez Kershner -acababa de lucirse con Star Wars: El imperio contraataca (1980)- y lanzó a la fama a Kim Basinger.
Producida por la Warner, ningún miembro del equipo artístico que dio su sello a la franquicia -salvo Connery, obvio- trabajó en Nunca digas nunca jamás, que contó, sin embargo, con dos geniales artistas: el director de fotografía Douglas Slocombe y el músico Michel Legrand, que dio la nota, esta vez, componiendo una partitura que no gustó a nadie.
Y es que Broccoli y Saltzman no sólo crearon un negocio formidable y excepcional por su continuidad en la historia del cine, sino que siguiendo, con mayor o menor fidelidad los relatos de Fleming -también encargando guiones originales basados en su espíritu y caracteres-, conformaron un sólido equipo técnico y artístico habitual que, con su talento, sedujo al público e implementó la muy popular y taquillera serie.
Sus principales nombres están -con alguna ligera variación- en las tres películas que hemos visto en La 2 hasta hoy: el guionista Richard Maibum (acreditado en 13 ocasiones), el director de fotografía Ted Moore (7), el compositor John Barry (11), el montador Peter Hunt (6), el diseñador de producción Ken Adam (7) y el diseñador de los títulos de crédito Maurice Binder (16), entre otros. Todos ellos fueron profesionales de primera clase y todos, sin excepción, destacaron en otras películas de mayor ambición y ajenas a la serie Bond.
Gran espectáculo de acción
Todos ellos fueron decisivos para llevar al público, con pautas fijas, el gran espectáculo de acción, aventura, lujo, movimiento, humor, color, seducción, erotismo, peleas, destrucción, efectos especiales, grandes decorados e intriga que impulsaron la saga, cuyos interiores solían rodarse en los Estudios Pinewood de Londres.
Pautas fijas. Tomando, reordenando o inventando emblemas de las novelas de Fleming -cuya última novela, Octopussy, se publicó póstumamente en 1966-, las películas de Bond responden, como hemos podido comprobar estas semanas, a un esquema fijo, que no estaba completo en James Bond contra el doctor No.
Es, más o menos, éste: aparece la carátula de la serie y suena la sintonía con guitarras compuesta por Monty Norman y arreglada definitivamente por John Barry; escena de acción espectacular; imaginativos y eróticos títulos de crédito con la canción original de la película; Bond es llamado al despacho de su jefe (M), tal vez después de un escarceo sexual; Bond coquetea antes y después de su entrevista con M con su bella y clásica secretaria, miss Moneypenny; M explica a Bond la amenazante situación que vive Inglaterra o el mundo entero por culpa de un malvado y encarga la misión a Bond; Q (jefe del laboratorio de investigación) entrega a Bond sofisticados objetos, armas, artefactos o vehículos adaptados -¡ese Aston Martin!- que habrá de utilizar y le explica su funcionamiento y, por fin, Bond viaja a algún bello, lejano y siempre peligroso país en el que empieza a desarrollar su tarea.
A partir de aquí, alojándose en lujosos hoteles, jugando en clubs y casinos, comiendo, vistiendo y bebiendo a placer, Bond seducirá a hermosas chicas -buenas y malas, unas morirán y otras (o las mismas) le querrán matar- y, por tierra, mar y aire, vivirá grandes aventuras, peleará en complicados y espectaculares escenarios, perseguirá y será perseguido en automóvil (y también en barcos y aviones o lo que sea), colaborará en la voladura de imponentes instalaciones y, tras salir vivo de una última situación de riesgo insuperable, volverá a besar a la chica que haya salido indemne del lío.
Todo eso ocurrirá con la esporádica e inestable ayuda de un agente de la CIA (Felix Leiter), con la colaboración de la “chica buena” y con la feroz y, con frecuencia, traidora oposición de la “chica mala”, la cual trabaja para, atención, el Gran Malo, que puede ser el jefe de la organización terrorista Spectre o algún pérfido y nada tonto multimillonario que pretende hacerse con todo el poder y todo el dinero del mundo. Este tremendo villano, que suele esconderse en alguna fortaleza aislada u oculta, cuenta con muchos y muy evolucionados medios y con muchos empleados y sicarios, entre los cuales -y junto a la “chica mala” y cebo- puede haber un singular y temible agente personal.
"Agitado, no revuelto"
Siempre elegante y educado, bien trajeado o bien vestido de sport, con perfecto esmoquin para las ocasiones, buen conversador y dialéctico, irónico y cínico, intuitivo y deductivo, refinado en sus gustos culinarios y en todos en general, jugador afortunado, deportista de amplio abanico, buen bebedor de Dry Martini “agitado, no revuelto” -otros dicen que es al revés- y Dom Pérignon, esbelto (1,90), atlético, con buenos puños y buena puntería, James Bond, soltero de oro, durante el tiempo que no dedica a la seducción y al sexo sin amor, corre, nada, bucea, salta, conduce, pilota, se descuelga y cae donde sea con gran habilidad. Además, sabe manejar cualquier artilugio o mecanismo que se le ponga de nuevas por delante y, con sangre fría, analiza y toma las decisiones correctas rápidamente en toda situación adversa o desesperada.
Este personaje se parecía bastante a su creador, el exquisito y culto ex alumno de Eton Ian Fleming, mujeriego redomado y fumador empedernido, que, mientras bebía ginebra a litros, escribía sus novelas en su fabulosa mansión playera de Jamaica. Poco se parecía en origen, sin embargo, al escocés Sean Connery, un agraciado gañán de Edimburgo, hijo de un conductor de camiones y una limpiadora, que se había ganado sus primeros peniques como repartidor de leche, había coqueteado con el culturismo y había quedado tercero en el concurso de Míster Universo. Conforme cumplió años y perdió pelo, llegó a ser un actor excelente.
Casi todas las novelas de Ian Fleming, editadas por ECC, pueden leerse en castellano, así como en sus versiones para cómic. 24 películas de James Bond están juntas a la venta en DVD un grueso cofre distribuido por la MGM. Todas las canciones originales y las bandas sonoras de las películas han sido editadas. Se organizan exposiciones itinerantes por todo el mundo -en Madrid hubo una en 2015- y el negocio de merchandising sigue boyante. En octubre está previsto el (aplazado) estreno de Sin tiempo para morir, dirigida por Cary Fukunaga -con música de Hans Zimmer y con la francesa Léa Seydoux y la hispanocubana Ana de Armas como “chicas Bond”-, la última que interpretará Daniel Craig y que servirá de aperitivo para el 60 aniversario, en 2022, de la primera de la serie.
Se han publicado decenas de libros enciclopédicos que hacen inventario, análisis y estadísticas de todos y cada uno de los detalles de las películas. Se han celebrado hasta congresos universitarios con la participación de destacados pensadores y científicos sociales y se han publicado sus conclusiones. El mismísimo Umberto Eco se ocupó de 007 en su libro El superhombre de masas (1976) y antes, más específicamente -y con otros ensayistas-, en Proceso a James Bond. Análisis de un Mito, publicado en castellano por Fontanella en 1965.
Críticas muy serias
Sobre las películas de James Bond penden críticas muy severas por su occidentalista maniqueísmo político y moral, por su racismo (no tan) encubierto, por su machismo y por su cosificación de la mujer como objeto erótico -curvas a disposición, bikini, sábana, camiseta mojada…- para voyeurs.
Algunas de estas consideraciones fueron tenidas en cuenta y corregidas en las últimas películas. A mi modo de ver, y notoriamente desde Casino Royale (Martin Campbell, 2006), también empezaron a perderse las esencias de la serie, difuminadas por su mimetización con los requisitos del brillante ciclo de las películas sobre Jason Bourne, que empezó en 2002. Eso sí, Skyfall (Sam Mendes, 2012), en una onda distinta y oscura, me parece una buena película.
¿Merecen las películas de James Bond ser etiquetadas como clásicas? A mi juicio, no. Se regala con mucha facilidad en todo últimamente el calificativo de clásico. Ahora bien, las películas de James Bond de los años 60 y 70, con su alegre y colorista estética pop, siguen siendo modernas, que no es poco.