Hablas con 20 en Vallecas y todos reniegan de Iglesias: “Si te vas del barrio, no eres del barrio"
En su barrio mítico, los parroquianos le miran con -sorprendente- desdén y apenas ilusiona su candidatura para la Comunidad. "Es un sinvergüenza", dice una señora a voces. "Ya no se acuerda de lo que es vivir en un piso pequeño".
16 marzo, 2021 04:00Noticias relacionadas
En una ocasión le preguntaron a Santiago Carrillo que por qué se negaba a ponerse esmoquin, y él contestó: “¿Cómo podría regresar a Vallecas si me pongo esmoquin?”. Es lo contrario de lo que le ha pasado a Pablo Iglesias: el vicepresidente del Gobierno, con su candidatura recién presentada a la Comunidad de Madrid, ha resbalado al olvidar que los barrios tienen sus propias reglas; unas finísimas leyes del respeto, de la nobleza y de la comunidad que distinguen de lejos al cantamañanas, al forastero, al chivato y al tunante.
Los barrios castigados gastan una intuición distinta, más hábil y oscura, construida con ahínco y sangre sobre el espíritu de supervivencia, y el de Vallecas, para más inri, es el centro neurálgico de la memoria y la resistencia madrileñas. Vallecas no paga traidores. Vallecas no disculpa al hijo pródigo. La Biblia aquí no está ni se la espera, pero se aplica cada día la larga maldición del "ganarás el pan con el sudor de tu frente".
Decía Thomas Paine que es más fácil conservar la integridad que recuperarla: y era más sencillo para Iglesias ser un icono de algo parecido a la integridad -quizás de un mundo más asible y obrero, de las litronas en el cerro de las Siete Tetas, de los metros petados tempranísimo, a la hora de los currantes en punto, o de las tascas viejas con señores trincándose el carajillo para soportar la vida- si no se hubiera ido tan lejos de la Vallecas de sus amores, de la Colonia Fontarrón donde el camarero ya se sabía su nombre, de la cocina aquella de los trapos de tela y el póster roído de Pulp Fiction que un día le enseñó con orgullo a Ana Rosa.
Su honorabilidad -por la que se pagan precios tan caros y que a veces se vende tan barata- está en entredicho en esta patria pequeña y dura que es el barrio: dicen los ciudadanos que les ha defraudado, que cuando uno toca poder se le va la cabeza, que “ya no nos representa porque no vive en uno de estos pisos súper pequeños”. En la esquina de la cafetería Moreno, frente a la mítica Asamblea, la tarde pasa suave y caliente. En plena licencia poética, resulta ser 15-M (esta vez, quince de marzo, no de mayo; no del mayo aquel donde parecía haber playa bajo los adoquines de Sol), pero ya es otra vida. Ya Iglesias no teme, como en 2015, a los políticos “aislados” que viven “en Somosaguas, en chalés, y que no saben lo que es coger el transporte público”.
El barrio insurgente
Vallecas sigue siendo uno de los barrios más politizados, más insurgentes e indómitos de la ciudad; un barrio asediado por la precariedad y el hartazgo que no da tregua al pillaje, que está cansado de mesías sin palabra y de folclóricos -sólo de pega- de la conciencia social. Se siente desoído por los profetas enchaquetados y que apenas cree en la política institucional. Lo cantaba el mismísimo Aute en un concierto gratuito en el auditorio de la zona, para apoyar a Podemos, en 2016: “Vivir es más que un derecho, es el deber de no claudicar”. Sus paredes siguen rezando “fuera racistas”, “Hasél libertad”, “a” de Anarquía. Advertencias más creativas que el voto.
En Vallecas la peña no nada en piscinas privadas ni decora con huevos gigantes, de estilo asiático, la sombra larga de su jardín, porque en Vallecas no hay jardín del Edén ni de Galapagar, sólo unos columpios chirriantes donde se balancean los niños alegres, sólo un solar para traficar cuando los maderos se despistan, sólo una iglesia roja que descomulgó Rouco Varela, por chula, por marginal y por buena.
Vallecas confía sólo en su propia rabia y en su cultura del sacrificio: en la rabia amasada en los días largos sin curro que ven caer los chavales desde los bancos, echándose un peta, o con los colegas rodeando las motos, hablando de qué mal funcionó el último mercadillo. “Yo de política no sé nada, guapa, toda esta gente se lo lleva crudo”, dice un chaval con gorra y tatuajes, achinando los ojos al sol, mientras el compadre se cachondea de él por hablar con un periódico.
“Yo les cortaba el cuello a todos: Ayuso dimisión, pero Iglesias tampoco es la solución, porque se queda muy corto con las medidas que tiene y las necesidades del barrio son otras. La gente está decepcionada y lo está pasando realmente mal, y a él le da lo mismo”, cuenta un joven llamado Sebas. A ratos tiene Vallecas eso de reminiscencia del cine quinqui, con sus viandantes como personajes literarios que llevan todo el día sombríos, sobando otra jornada rancia, y estallan frente al micrófono recordando que tienen dignidad y que el Madrid del sur tiene voz y grito, aunque la papeleta les importe cada vez menos porque “son todos iguales”.
De 'El Pirata' a la pensionista
“Vamos a ver: a mí no me cae bien Pablo Iglesias ni Ayuso, me gusta la gente de Vallecas de toda la puta vida. Si yo nazco en Vallecas y me voy a La Moraleja, ya no soy de Vallecas. ¡Este se ha ido de aquí y eso no me cuadra…! Yo cuando salga de aquí, al cielo”, dice Francisco Javier, a quien conocen como El Pirata. “Llevo 61 años aquí y aquí me voy a morir, ¿sabes? Si te vas del barrio, ya no eres del barrio”. Con su reloj casio, sus tatuajes en los brazos, sus sellos potentes en los dedos. Con su paquete de Winston, su liderazgo vecinal, su aro de plata colgando del lóbulo cansado: verdadero bucanero, Francisco Javier, vallecano de raza, que nunca de casta.
Alejandro cree que Iglesias “se ha contradicho” y que a Vallecas le toman el pelo “una vez, pero dos ya no”. “Que haga lo que le salga de los cojones, que es lo que ya está haciendo”, dice otro señor reflejado en el vídeo. “¡Con lo que está cayendo ellos sólo piensan en acomodarse! Yo lo siento, señor Iglesias: no me gusta. Veo cosas que me sacan de quicio. A mí Santa Lucía me ha subido seis euros al mes y el Gobierno nos ha subido el 0,24% a los jubilados. ¿Qué hago yo con el gas natural y con todo? Cada vez pierdo más”, se queja.
Otra señora prefiere que Iglesias “se cambie primero la vestimenta, porque desde luego se podía subir un poco el pantalón”: “Yo no voto nunca. No voto. Me tuve que ir a Suiza con mi marido siendo novios a trabajar y cobro la pensión de Ginebra. No llega a los 600 euros y aquí cada año tengo que pagar 2000 euros de impuestos por la pensión de Suiza, ¡eso es un robo! No hay derecho”, cuenta. Más de uno dice que el líder de Podemos es “mismo perro con distinto collar”.
Alonso, a las puertas del bar y con un vasito de agua en la mano, ya para lubricar, dice que su opinión es “polémica”, pero que él piensa que “Iglesias es un terrorista”: “Los que han montado la revolución de hace poco en Madrid han sido ellos, ¿quién ha sido, si no? Los que antiguamente eran todos terroristas, chavistas… creo que es un sinvergüenza, dice una cosa y va haciendo otra”, lanza. “Unos quieren salir en televisión por ser famosos, como Sánchez, y otros querían ser famosos por ser revolucionarios: se han juntado el hambre con las ganas de comer”. Casi ná.
Un barrio sin fe
Ayuso no es santa de la devoción de casi nadie por aquí, por otra parte -“a ver si echamos a esta inútil”, dispara un parroquiano-, pero la devoción por Iglesias hace tiempo que se evaporó. Digamos que Vallecas es un barrio sin fe. Hay algún vecino que dice que habrá que votarle, si no “verás la extrema derecha que se nos viene encima, hay que frenarles”. Hay quien prefiere a Errejón o a Gabilondo. Hay quien cree que Pablo “se ha equivocado” con este movimiento. “Creo que Ayuso tiene muchas posibilidades, me parece bien que Iglesias intente jugársela, pero Madrid ha visto un poco lo que esta mujer ha sido capaz de hacer y lo seguirá haciendo. Lo siento, pero apuesto más por ella”, comenta Lourdes.
Otro caballero dice, con ironía, respecto a la noticia de la candidatura por la Comunidad: “No tendría mucho que hacer como vicepresidente”. Un hombre rudo y fuerte, con grandes ojos azules, pide que se sigan “apoyando a los mercadillos, que vayan ahí los españoles a comprar y que se ahorren un duro”: “Ayuso nos ha ayudado mucho, pero que siga ayudando y que siga luchando, que no nos cierren otra vez las tiendas porque lo vamos a pasar mal”.
“Quiero que Iglesias se quede fuera, para mí que va a destrozar Vallecas. No me cae bien, no me gusta nada, no le quiero”, cuenta una chica embarazada con largas extensiones rubias. Otro joven, que es organizador de eventos, se queja del cierre de las discotecas “pero no del metro, claro, porque ellos en el metro no se juntan pero nosotros sí”: “El alcohol cura. No pueden mantenernos encerrados. No me gusta ninguno, pero prefiero a Ayuso por sus horarios”. Pimba.
Cómo no, también hay quien sostiene que “la jugada va a ser buena”: “Yo lo asemejo a Illa con lo que ha hecho en Cataluña. Puede ser interesante. A ver si nos podemos quitar a esta señora [Ayuso] de enmedio”, sonríe una mujer de mediana edad.
Un señor con boina al que no reconocemos por la mascarilla y preguntamos por segunda vez, zarandea la cabeza desde la terraza de la cafetería escuchando a sus paisanos echar sapos y culebras sobre el líder de Podemos: "Yo ya te he dicho antes que su decisión me parece muy sabia y que ojalá el pueblo de Madrid responda. Pero aquí ya ves tú, chica, lo que hay por aquí: como decía mi padre, no hay nada más tonto que un obrero de derechas". Pasa el último chaval, arrastrando un carrito: "Dile de mi parte al Pablo Iglesias que se vaya a la mierda. ¡A la mierda!".