En la periodista y escritora Marta Fernández dios depositó demasiadas cosas sublimes juntas, como sacando músculo para demostrar su existencia. Y los demás, aquí estamos: observando ese arrebato místico con suma perplejidad, que entran ganas de creer y todo. Ya la conocen ustedes por los informativos de televisión en Telecinco y en Cuatro, por una voz de esas que te abrazan e imprimen cordura en la selva, por su mirada inteligente y astuta de ave rapaz, allá donde le late una médium en el fondo del ojo, como si siempre intuyese mucho más de lo que cuenta.
Pero lo que cuenta, cómo lo hace: ahora publica No te enamores de cobardes (Círculo de Tiza), una recolección de textos, sobre todo, sobre cine y literatura -pero ya saben lo que eso significa: que habla de todo lo importante, de la vida que se deja resumir por la cultura-. Y la trae al suelo, aquí cerca, a la charla, con una elegancia algo barroca pero sin soberbias, con una brillantez distraída que escarba con las uñas en la psicología y los secretos de las cosas, como una jugadora con clase que jamás es consciente del talento que imprime a cada toque.
¿Qué es la escritura para Marta Fernández?
La escritura es un lugar no sé si de refugio o de felicidad o de las dos cosas al mismo tiempo. Es la otra cara de la lectura. A los que nos gusta mucho leer, nos gusta escribir, y todos los que escriben son grandes lectores. Yo leo desde pequeña y escribo desde pequeña. Es un impulso y un recreo.
Ahora vemos a cada vez más ‘autores’ que escriben sin leer y además se vanaglorian un poco de ello. Se ha puesto un poco de moda ser escritor, ¿no? Como que te da cierto prestigio, cierto aura cool.
Bueno, ahí tendríamos que debatir de qué es o no la escritura y de dónde nace. Hay gente que hace cosas por construirse una imagen social, pero supongo que eso ha pasado siempre, durante toda la historia, pero igual antes no lo veíamos. Yo no concibo escribir sin leer, es un mismo acto, o es un mecanismo muy parecido. Es cierto que ahora vemos a gente… bueno, ese boom en instagram de los micropoemas, autores muy jóvenes… lo que en mi generación llamamos ‘poesía carpetera’, las dedicatorias que le ponías a otros compañeros en los archivadores de la EGB. Hay algo exhibicionista en el escritor, sí. A veces no puede guardárselo o no puede no publicarlo. Escribir es un acto bastante de abrirse la gabardina.
¿Cómo se lleva la escritura con el ego; o es que todo en la escritura es ego?
Es un mecanismo muy perverso. En cierta medida, porque es un acto muy íntimo en el que tienes que volcar cosas de ti y luego lo publicas para que lo vean otros… cuando están las palabras en el papel yo creo que ya no te pertenecen a ti, pertenecen al lector. Pero claro, no puedes pensar sólo en ese momento de la exhibición, que es lo que le sucede a estas personas de las que hablamos.
¿En qué se diferencia la escritura del periodismo?
Bueno, decían que la literatura no es leída y que el periodismo es ilegible. Es llamativo. Deberían tener en común el buen hacer gramatical y artesano…
¿Sientes que están, o que estamos, mal vistos los que escribimos columnas en los periódicos? Mal mirados dentro del oficio, quizá demasiado bien fuera.
Algunos sobrellevamos como podemos el síndrome del impostor y eso nos hace aumentar la percepción de que los demás nos miran mal cuando intentamos hacer algo más literario en un medio. Pero el periodismo tradicionalmente se ha alimentado de esa pulsión literaria en los textos, y el gran periodismo que queda, efectivamente, tiene eso. ¿Qué más da si estamos mal vistos o no? Uno hace lo que hace, hay que preocuparse menos. Aunque sí, hay quien entiende que somos una especie de segunda categoría…
Está esto dentro del periodismo de “¿dónde están vuestras noticias? ¿Y vuestra información de tribunales?”.
Sí, somos hermanos bastardos y no nos miran bien en ningún campo, ni en el periodismo ni en la literatura. Tú lo habrás escuchado: “¿Por qué escribes así, con esas frases…?”. Bueno: porque quiero y porque es la manera en la que creo que algo va a llegar y es mi manera de expresarme. Podemos entrar en el debate del fondo y la forma: el fondo casi siempre es el mismo, todos trabajamos con el mismo material, así que lo de las cierta impronta o estás haciendo una noticia fotocopiada, un teletipo.
El libro se lo dedicas a tu padre.
Sí, es una colección de textos de cine y literatura, y yo a mi padre le debo mucho en eso porque es un gran cinéfilo. Me inculcó ese amor por el cine. Uno de los momentos felices de mi infancia que me marcaron fue cuando me llevó al cine a ver Fantasía, siempre se lo recordaré… él se acuerda también, me dijo: “Sí, ¡fue en el Cine Imperial!”. Afortunadamente, los padres de los setenta tenían menos melindres a la hora de elegir películas para sus hijos con lo cual me llevaba a ver Koyaanisqatsi con doce años, y eso se lo tengo que agradecer entre otras muchas cosas.
¿Cuáles son tus grandes mitos? Este libro es un poco un gran bodegón de ellos.
Sí, un santoral. Hay mucho dedicado a los grandes creadores que nos apasionan, que nos han hecho infelices, ¡o felices!, que nos han removido o conmovido… o que nos han dado una patada en el estómago, o que nos han hecho reír. Kubrick, Spielberg, James Stewart, Scott Fitzgerald, Pynchon. Soy profeta en la tierra de Pynchon. O Marilyn Monroe.
¿Y tu gran mito caído?
Muchos de ellos ya son mitos caídos por sí mismos, en este libro hay mucho de inalcanzable, de ciertas vidas que fueron truncadas o ciertos destinos que no llegaron a consumarse. Pienso en Marilyn Monroe, cuya vida y cuya carrera fueron genialidades enterradas en el momento de llegar al punto álgido. Esos son los que más me interesan. Scott Fitzgerald también me intriga mucho.
Más bien me refería a esos mitos que fueron tuyos y que en algún momento se cayeron de tu pedestal porque te decepcionaron o simplemente tú cambiaste.
Sí, como ese desamor… lo de “no conozcas nunca a tus ídolos porque te terminarán defraudando”. No lo sé. Cuando esos mitos hacen algo como publicar una novela nefasta o una película que nunca entendiste pasa como con los amores de la infancia, que terminas olvidándolos. ¿Cómo me podía gustar tanto a mí esta persona, como estaba poseída por su obra, cómo fue que me encantaba tanto…?
¿Cómo se distingue a un cobarde sentimental cuando se le ve?
Lo distingues cuando ya estás en el camino de la mano del cobarde. Vas tirando de su mano y el cobarde no te sigue. Tú estás intentando construir oportunidades y él sólo espera a que le caiga la lotería. Y tú: “¿Pero no lo ves? Se me está cansando el brazo de tirar?”. Lo que sucede es que pesa, pesa esa mano, porque tú no puedes soportar el peso de la cobardía y del miedo. El miedo es un sentimiento muy difícil de domar, por eso lo justificamos o lo perdonamos durante un tiempo, hasta que no podemos más.
¿Cómo es ser una mujer valiente y romper un relato histórico en el que siempre nos han vendido a las mujeres como cobardes, o pusilánimes, o recatadas?
Bueno, no sé si nos han contado historias de mujeres cobardes o de mujeres valientes que por ser tan valientes no pudieron serlo porque no las dejaron serlo, justo en esto pensaba en Marilyn, que estaba objetualizada constantemente y no la dejaban enseñar otras facetas de su vida. Ser una mujer valiente es complicado, porque tienes que luchar contra los arquetipos que supone la feminidad. Como decía Betty Friedan en su libro La mística de la feminidad: hay un malestar ahí que tiene que ver con encajar en la horma de lo femenino, hay que romperla y demostrar que lo femenino no es esa categoría cerrada de lo dulce, lo maternal, lo entregado.
¿Cuáles son los atributos tradicionalmente llamados femeninos con los que no te identificas?
Recuerdo que de niña siempre quería ser un chico para hacer cosas de chicos, luego entendí que podía ser chica y hacer cosas de chicos. Nací en los setenta, cuando los roles estaban más marcados. Cuando una chica quería hacer cosas de chico parecía todo un poco más extraño. Cuando trabajaba en los informativos, les dije a mis compañeros de prensa: a mí no me propongáis ningún reportaje que no le propusieseis a Hilario Pino, que era mi compañero de mesa. A mí no me deis cremas y a él libros. Hilario es un ser absolutamente maravilloso y me dijo “¡así tiene que ser!”. Yo ya tengo una edad y no me preguntan por esto, pero me han preguntado muchísimo por el tema de ser madre, y yo nunca, pero nunca en la vida he querido serlo, siempre lo he tenido claro. Me lo preguntaban mucho, como si eso me tuviese que definir como persona, como si esa opción fuera la única.
¿Qué has aprendido de los hombres que no sabías con 18 años? Ilumíname.
(Ríe). Creo que no puedo iluminarte. Siempre hay cierta indagación. De todas maneras, los hombres han cambiado bastante desde que yo tenía 18, se ha producido una evolución sinceramente sorprendente. Aún tengo mucho por aprender de ellos, son muy enigmáticos… más de lo que parecen, y a veces he aprendido que hay que intentar descifrarles menos, y menos con nuestros parámetros, porque entonces se convierten en un puzzle sin resolver. De mis amigos sí he aprendido más cosas, como que los hombres son más sensibles de lo que y esperaba, o que se dan más cuenta de las cosas, o que están más implicados en la igualdad de lo que a veces creemos. Muchos me han dado una lección de generosidad a lo largo del tiempo.
¿Se escribe peor siendo monógamo?
No lo sé. Recuerdo que escribí un artículo que se llamaba ‘Así en el texto como en la cama’, porque creo que la gente escribe de la misma manera en la que hace el amor. La escritura y el sexo son lugares de mucha intimidad donde uno descubre algo que hay en el interior… no sé si se escribe mejor siendo monógamo sucesivo, quizá (ríe). O si se escribe mejor desde la soledad.
Pero dame algunas pistas. ¿Qué significaría ‘frase corta’, ‘frase larga’, punto y coma…?
El punto y coma debe ser una perversión sexual, porque en inglés está más claro, pero en castellano lo usamos al tuntún. No sé si el sexo tiene que ver con la longitud de las frases (ríe). Un amigo tenía una tesis doctoral en la que decía que las mujeres hacen frases copulativas seguidas y los hombres más subordinadas, pero tampoco sé si el género tiene que ver en esto. Sí creo que tal y como nos comportamos en nuestra cama nos comportamos en la escritura, porque la sábana blanca y la página en blanco se parecen. Joyce tenía una vida sexual, digamos, bastante activa, o diversa, con su mujer. Una vida juguetona.
Y le escribía cartas de amor que se tradujeron en algún momento y que sonrojarían a cualquiera. Lo que cuenta ahí de su vida sexual tiene bastante que ver con lo transgresor o lo hiriente que era a veces escribiendo. Pensé: claro, si es generoso escribiendo, normal que lo fuera en la cama. Hay gente que se ofrece mucho escribiendo y otros que son más parcos y más remisos en su escritura. ¿Cómo sería Azorín? Un señor de costumbres escuetas en lo sexual, supongo, si era tan parco en su escritura. Me temo que sí.
¿Para qué sirve el tabaco?
A mí me gustaría que sirviera para menos. Yo lo dejé diez años y volví. No debería, pero bueno, el tabaco sirve para encenderlo y dejarlo en el cenicero, ponerte a escribir y cuando lo coges, darte cuenta de que se ha consumido entero, y eso es bueno: estabas encerrado en lo que estabas escribiendo. Sirve para nada, para suicidarse poco a poco. Entre las muchas agresiones que hay en el mundo, ésta es una que puede elegir uno.
Es verdad que en la imagen de un cenicero lleno, uno entiende que hay conversación, o que la ha habido. Que hay relato.
Sí. Yo llegué a las redacciones cuando todavía se fumaba y teníamos aquellos ceniceros descomunales que nadie vaciaba… a la noche estaban llenos de colillas, y es cierto que eran síntoma de mucho relato. Muchas noticias en el informativo. O será la excusa que nos buscamos los que fumamos. Yo estuve diez años sin fumar y escribí igual, pero en fin, es nuestro pecado, y además se ha rodeado de mucho romanticismo. Me acuerdo cuando volví a fumar el primer cigarro después de diez años, pensé “¡lo han cambiado, lo recordaba con más cariño!”. Me quejé al del estanco (ríe).
¿Para qué sirve la belleza?
Para extasiarse contemplándola, pero es algo tan subjetivo… uno se la encuentra en unos sitios muy extraños, en facciones, en melodías, y en otros no. Bueno, sirve para regodearse, claro.
¿Quién es mejor personaje literario, Ayuso o Iglesias?
Ayuso como personaje literario es bastante atrayente, pero tiene un problema, y es que muchas veces, cuando se crea un personaje literario, uno se corta mucho y le quita ciertos rasgos o avatares o cuestiones que no se atreve a poner porque podrían resultar increíbles. El personaje de Ayuso, si uno lo compone literariamente, es bastante increíble. Iglesias es más lineal: todo es más acorde con un estereotipo de personaje revolucionario que surge de la universidad y que llega al poder y sufre determinados cambios… es más acorde a lo que escribiría un guionista. Pero Ayuso parece más inverosímil. Si alguien la escribiera, nadie se la creería. Le dirían al guionista: “No, no, dale una vuelta, que esta frase no termina de cuadrar”.
¿A quién harías ministro o ministra de cultura?
Volvería a hacer ministro de Cultura a Máximo Huerta.