La vida de José Luis Pacheco es la de un destino que como él mismo dice "fue inevitable", la de una infancia en el extrarradio, de continuas entradas y salidas de la cárcel y de un meteórico ascenso en el boxeo que le salvaría de su propio sino. Ahora se reedita Mear Sangre (Autsider Cómics), una autobiografía en la que Pacheco hace un esfuerzo por añadir cordura a una vida construida a base de golpes. Un libro que en palabras de su autor, está dedicado "a todo el mundo, los buenos y los malos"

Pacheco nació en el año 1949 en el seno de una familia obrera, en aquella amalgama de casas que discurría al lado del río Manzanares, con esas aguas que aún transportaban por su lecho el hambre y la miseria de la posguerra. La calle Alejandro Dumas, en la que pasó su infancia, hoy da a un solar vacío repleto de montañas de arena, un paisaje marciano que albergó durante décadas la mole del Vicente Calderón. Fue la génesis del estadio la que desplazó a la familia Pacheco hasta Carabanchel a principios de los 60, a una casa "al ladito de la cárcel" que marcaría la adolescencia del joven boxeador.

La cárcel

Fue el dinero fácil el que primero atrajo al crimen a un Pacheco que no contaba ni 18 años cuando entró por primera vez al presidio. Las malas compañías y los tirones en moto fueron el pasaje de ida, después vendrían muchos más. Los robos a farmacias, la mala suerte y la marca de quienes tiene ya el "olor a rejas" metido en el cuerpo ejercieron su particular campo gravitacional en el joven.

La muerte de su hermano y su deseo de verle pelear marcaron a Pacheco en su arrepentimiento. Ejerció de monaguillo en los oficios de la cárcel, en esa devoción extraña de quienes solo tiene fe en el destino y leyó con avidez el misal, única lectura en sus noches de las celdas de aislamiento. Así convivió en aquellos pasillos extraños, hoy ya desaparecidos de ese lugar del que también hoy queda solo un solar yermo, incapaz de continuar con el relato de quienes vivieron entre las rejas de Carabanchel.

Era el año 1969 cuando Pacheco cruzó por última vez las puertas de la cárcel y se aventuró en una libertad de la que se le había privado y que apenas conocía, armado solo con la noción de "no querer volver jamás". Así fue cada día al Palacio de los Deportes, tampoco el que hoy se adorna con epítetos financieros, otro más gris y bajo cuyo pabellón pudo empezar a pelear con la ayuda de Pampito Rodríguez, su primer entrenador. 

Del tucumano decían los diarios a su muerte en agosto del 78 que "creó un estilo de boxeo muy colorista" pero también que "nunca se enriqueció con el boxeo". Pacheco, que sí que lo hizo, ganó por KO sus primeros cuatro combates y la confianza le hizo perder el quinto. Una vez más, convencido por su sino se dispuso a entrenar y prepararse hasta convertirse en profesional, para más tarde ganar en 1971 el campeonato del peso wélter ante Moisés Fajardo.

Hostias

El boxeo contaba en aquellos años con una pátina de gloria en nuestro país, solo un año antes Urtain conseguía el título europeo de los pesos pesados contra la bestia germana Jurgen Blin. El régimen se deshacía en halagos al vasco y la fama de los boxeadores se retransmitía en cada NODO que resumía los combates, con esas narraciones y músicas extradiegéticas del franquismo pueriles y cantarinas

De esta época Pacheco rememora con cariño al actor Tony Leblanc, quien por aquellos años organizaba afamadas veladas de boxeo. En su faceta de organizador de combates siempre fue para el púgil "el más humano y compasivo de todos".  

El mismo año de su triunfo Pacheco debía cumplir con su servicio militar, así entró a la Legión, el cuerpo que le había obsesionado desde la niñez. Se dirigió hasta Ceuta ataviado de verde oliva y bajo el gorrillo henchido al mentón. Pasó allí unos años que le unirían para siempre al cuerpo africano. Durante sus días de servicio participó en muchos combates, ganando la mayoría y obteniendo felicitaciones de sus superiores.

A través de Vicente Gil, médico personal de Franco, el caudillo conoció al púgil, le hizo llamar al Pardo y le animó a llevar el gorro de legionario en los combates. Así subía al ring las noches de combate custodiado por dos filas de verdes soldados que le saludaban como a un César.

Dum Dum Pacheco Autsider Comics

Durante un permiso en Madrid y preparándose en el Palacio de los Deportes, el boxeador Mando Ramos pidió a Pacheco que le ayudase a entrenar para la final de los pesos ligeros. El mexicano se deshacía en alabanzas a él por ser "quién más fuerte le había pegado nunca" y este se crecía ante la prensa deportiva nacional.

Volvió a la cárcel pero esta vez invitado por los mismos que le pusieron "a la sombra" durante tanto tiempo. Como un "Frank Sinatra" apareció sobre las tablas de la cárcel de Carabanchel para dedicarle a sus excompañeros palabras de alegría y libertad. Desde la platea, el púgil recordaba los gritos desaforados de los reclusos: "Pacheco, cuando estés con una chica acuérdate de mí"

El boxeador, en sus propias palabras, solo conoció la verdadera amistad "en la cárcel y en la Legión". Amistades que al reencontrarse le traían viejos recuerdos, algunos mejores que otros. De combates gloriosos en Ceuta contra Kid Dongo, de knock outs nada más empezar el encuentro o de fugas fallidas de compañeros de celda

Como aquella de Arcañiz, que con una escalera cruzó la tapia un día de niebla y fue devuelto a su celda a los 30 días por el 'chivatazo' de quien creía un confidente. O la de Carrión, el infame preso encargado de la vigilancia de las celdas de castigo, donde en una ocasión Pacheco pasó más de 120 días encerrado, abriéndose la cabeza contra los muros de su angosta celda con tal de ser llevado a la enfermería y poder "tomar el aire"

Mear Sangre

El fin del franquismo y la llegada de la democracia abrieron los apetitos del público que se lanzaba en masa a ver a Maria José Cantudo cruzar la trastienda. El hambriento cine español vio en los delincuentes juveniles y 'ovejas descarriadas' una vía para satisfacer a un público que solo se saciaba de lo sórdido.

En 1976 aparecía Mear Sangre por primera vez en nuestro país, los ejemplares coparon los quioscos de prensa que vendían la dureza de la vida del púgil como si de una edición especial de El Caso se tratase. De la España que tras 40 años empezaba a despertar de su "santa siesta" como decía Cecilia, Pacheco salió ya listo para lo que los 80 arrastrarían. 

'Mear Sangre' Autsider Comics

En 1977 Dum-Dum Pacheco compartía cartel con Tony Isbert, Marisa Porcel y Manolo Cal en Juventud Drogada. El púgil se lanzaba a la interpretación en un papel autorreferencial, con la seguridad de aquellos que mucho antes de la explosión del cine quinqui ya habían empezado a preparar al personaje. Después le seguirían otras de la mano de Esteso y Pajares, tras las cámaras como productor o en apariciones en prensa, una vida completamente distinta. 

En 1982 el boxeador volvía de Almería a Madrid cuando sufrió un grave accidente de coche, cinco años después colgaría los guantes por última vez. De esos últimos años el púgil cuenta que había sido invitado a participar en una pelea en Las Vegas, el organizador era Frank SinatraSammy Davis Jr habló en varias ocasiones con Pacheco para concretar la fecha, aunque el accidente terminó por truncarlo todo. 

Finalmente, abandonó el boxeo para centrarse en otras vidas y oficios, todos de fuerza. Así acabó viviendo en Conde Orgaz, como agente de seguridad en la residencia del primer ministro de Arabia Saudí; en Benidorm como empresario de la noche o en Oviedo boxeando con Mickey Rourke.

Mear Sangre está escrito con los dos puños y la letra de José Luis Pacheco, como un relato a camino entre lo patibulario y lo evangélico, un relato duro y real en el que nada resulta edulcorado. Una realidad que por momentos se torna fea y nos hace girar la boca en señal de desagrado o rechazo, pero que anima a seguir leyendo como si de un Sandokán carabanchelero se tratase.

Noticias relacionadas