El cubista Fernand Léger y la alegre fiesta de la ciudad y las vanguardias
Una sensación musical, alegre, colorista, casi incitadora a la danza, se desprende de la exposición Léger. La búsqueda de un nuevo orden, en Fundación Canal de Madrid, comisariada por la historiadora del Arte Lola Durán Úcar, compuesta por 78 grabados y recogida en un libro-catálogo editado por La Fábrica. Permanecerá abierta hasta el 5 de septiembre.
Los grandes tubos de colores -rojo, amarillo, azul- que recorren las salas ilustran y simbolizan la predilección del cubista y vanguardista Fernand Léger (1881-1955) por los colores primarios y las formas tubulares. Pintor “tubista” llegaron a llamarlo, no sin cierto humor, pues hasta los brazos y las piernas de sus figuras humanas tienden a evocar a tubos ensamblados.
La exposición consta de tres apartados definidos, sucesivos y distintos: Del cubismo (1912-1947), Las iluminaciones (1949) y Circo (1950), correspondientes a las etapas finales de la trayectoria del artista y que toman su título de las publicaciones en las que los grabados expuestos fueron editados.
La muestra ofrece un regalo extra y extraordinario: la proyección de la película (cortometraje) Ballet mécanique, realizada por Fernand Léger en 1924, obra cumbre de la vanguardia cinematográfica europea de los años 20 y pieza fundamental de la historia del cine.
La metrópoli y el cubismo
El joven campesino normando, después de estudiar arquitectura en Caen, aterrizó en París en 1900 y, después de los balbuceos consabidos en el ya superado impresionismo, fue tomando el camino cubista tras contemplar y analizar las formas, volúmenes y masas de la pintura de Paul Cézanne, recién fallecido, en una retrospectiva dedicada en 1907 al artista de Aix-en-Provence, y entrar en contacto amistoso con artistas como Braque, Picasso o el orfista Robert Delaunay.
La gran ciudad impacta, igualmente, con su movimiento, ritmo, luz y sonidos en el artista de formación arquitectónica que, a lo largo de su vida, irá modulando -la búsqueda de un nuevo orden- el equilibrio entre las líneas, la geometría, la modernidad industrial y mecánica de las máquinas y el protagonismo integrado de las figuras humanas que, con sus característicos contornos negros y un dibujo tan definido como sencillo de rasgos, aparecen en un mundo de vivos colores que quiere expresar la convivencia armónica entre el hombre y el progreso tecnológico.
La sección titulada Del cubismo (1912-1947) -en la que hay obras de otros artistas como Juan Gris o Jacques Villon, entre otros- documenta y evoca la aparición en 1912 del libro del mismo título, cuyos textos, a cargo de varios pintores cubistas, está considerado el más importante manifiesto teórico y analítico de la que fue la primera gran vanguardia del siglo XX, próxima a diversificarse y diluirse en diversas tendencias. Léger será uno de los pintores que participará en 1947 en una nueva e histórica edición del libro, que incluyó once estampas.
Ilustrando a Rimbaud
Cuando Léger aborda Las iluminaciones, en 1949, hace muchos años, obviamente, que ya es el artista alejado del cubismo estricto, más colorista y más interesado por las figuras humanas que guardamos en nuestro (antes esbozado) imaginario. Fue zapador combatiente en peligro en la I Guerra Mundial, exiliado en Estados Unidos cinco años durante la ocupación alemana de Francia en la Segunda, afiliado ya al Partido Comunista, artista total y extendido con igual éxito a otras actividades creativas -escultura, ilustración, diseño, decoración, muralismo, cerámica, vidrieras, tapices…- y estaba a punto de casarse, en 1952, con la pintora de origen polaco Nadia Khodasevich, su compañera desde hacía décadas, custodia de su legado y creadora del museo de Biot, cerca de Niza, que contiene más de 350 obras, de todas las épocas y géneros, del pintor.
Y con Las iluminaciones aparecen en Fundación Canal dos importantes “artistas invitados”: el poeta simbolista francés Arthur Rimbaud (1854-1891) y el novelista norteamericano Henry Miller (1891-1980).
Rimbaud pergeñó su colección de poemas en prosa alrededor de 1874, en compañía de su amigo y amante Paul Verlaine, y Léger realizó quince litografías para ilustrar Las iluminaciones en un libro publicado en 1949. Léger hizo amistad con Henry Miller, y fue el autor de Trópico de Cáncer (1934) quien escribió un prefacio titulado Voici les temps des assassins.
El trabajo de Léger incluyó un retrato de Rimbaud. Su pintura se había humanizado, se había hecho más alegre con la utilización de los colores primarios -a veces, en manchas dispersas-, y Lola Durán, la comisaria de la exposición, hace notar cómo la caligrafía de fragmentos de los poemas de Rimbaud tiene intención de constituirse por sí misma como dibujo dentro de la imagen global.
El mundo del circo
Henry Miller, por cierto, escribió también un cuento -que ha sido adaptado al teatro- para formar parte del libro que Fernand Léger dedicó al circo en 1950, pero creo que el resultado no convenció al pintor.
Léger fue un gran aficionado al espectáculo circense tanto en París como en Estados Unidos, asiduo asistente a las sesiones de los míticos Circo Medrano -fundado por el español Gerónimo Medrano- y del Circo Ringling y amigo personal de los payasos y hermanos Fratellini, a los que llegó a vestir con trajes cubistas.
Léger pensaba que el circo era el espectáculo más popular y transversal posible, con su toque festivo. Le fascinaban de él el color, la magia, el movimiento y la acción constantes. En su libro, Léger se entrega a la algarabía circular de bicicletas, payasos, acróbatas, caballos, músicos y trapecistas, y esta parte de la exposición consolida la sensación de alegría, colorido y casi baile que nos dejará la visita.
La película 'Ballet mécanique'
Y nos falta el humor, el torbellino y el sentido del juego que nos proporcionará el visionado de su película Ballet mécanique. Recordemos que los años 20 fueron el periodo dorado de las vanguardias cinematográficas europeas, principalmente en Francia, Alemania y la Unión Soviética, ya iniciado en la década anterior y prolongado en la siguiente. Toda experimentación e innovación eran posibles con la ayuda de los trucos, la tecnología y la imaginación. Son los años de películas como Entreacto (René Clair, 1924), Berlín, Sinfonía de una gran ciudad (Walter Ruttmann, 1927) o Un chien andalou (Luis Buñuel, 1928), sólo tres ejemplos y muy distintos de las derivas en el cine de la confluencia y huella de dadaístas, futuristas, surrealistas y otros vanguardistas.
Entre ellas, Ballet mécanique ocupa un lugar privilegiado. Léger, muy interesado por el cine, que colaboró antes y después en películas de cineastas vanguardistas como Marcel L’Herbier y Hans Richter, quiso hacer, además, en pleno período mudo, un experimento de “cine sincronizado”, al querer incorporar la música compuesta al efecto por el pianista y compositor norteamericano George Antheil, que luego siguió su carrera en Hollywood componiendo bandas sonoras para filmes de Nicholas Ray y Stanley Kramer, entre otros.
El experimento no se pudo culminar por razones técnicas y también porque Antheil terminó escribiendo una partitura que casi doblaba en minutos el metraje montado por Léger. El caso es que, al principio, la música, una vez adaptada, se interpretaba en directo -pianolas, pianos, instrumentos de percusión- en la sala simultáneamente a la proyección del filme y luego, claro, ya fue incorporada a su banda sonora. En Spotify podemos escuchar una versión de la pieza de George Antheil.
A ritmo vertiginoso
El mito aureola las circunstancias de creación de Ballet mécanique, y se fue incrementando por los cambios que iba introduciendo Léger, su duración mutante -en torno a 17 minutos- y la existencia de diferentes versiones.
A ritmo vertiginoso, se suceden planos de mínima duración que combinan imágenes geométricas y de engranajes mecánicos cercanas a la abstracción, con otras de cacerolas o bolas, más otras figurativas de rostros, ojos y bocas o de una mujer que se columpia u otra que sube un pesado fardo por unas escaleras. O con la noticia del robo de un valioso collar de perlas. Hay repeticiones, sobreimpresiones, imágenes partidas, en collage -como destacó S.M. Einsestein, admirador del filme- y un sinfín de recursos técnicos y visuales que engendran un hipnótico torbellino, puesto bajo la humorística advocación de Charles Chaplin en forma de homenaje.
Hecha en colaboración con el cineasta norteamericano Dudley Murphy -indispensable en la realización-, Ballet mécanique trae a la exposición a otros dos “artistas invitados” de alto voltaje: el fotógrafo dadaísta Man Ray -que colaboró en la película, pero no quiso figurar en los créditos por discrepancias- y la modelo, cantante, actriz y, en fin, artista polivalente Alice Prin, musa y amante de Ray, mucho más conocida como Kiki de Montparnasse, que, digamos, “interpreta” la película.
Así pues, Fernand Léger. La búsqueda de un nuevo orden -título demasiado serio- es una exposición que no sólo nos trae vibraciones alegres, vitalistas y coloristas a través de un pintor, sino que convoca a grandes creadores audaces de otras disciplinas artísticas y el recuerdo de ese tiempo de las vanguardias lleno de novedades y lúdico atrevimiento al paso rápido de la penúltima modernidad.