La combinación es explosiva: Pablo Carbonell -de Toreros Muertos- y Pepe Begines -de No me pises que llevo chanclas- tienen una complicidad larga, de esas que soportan incluso el cambio de siglo. Se sonríen, se salvan, se acaban las frases, se aplauden con los ojos. Han sido dos míticos, aún lo son. El primero parió temas tan legendarios ya como Yo no me llamo Javier o Mi agüita amarilla, el segundo inventó el Agropop -con mezcla de influencias del pop, rock, reggae o flamenco- y llegó a dar más de dos mil conciertos dentro y fuera de España, con sus discos de oro y platino a cuestas, casi nada.
Ahora vuelven a encontrarse, como dos viejos amigos, en el Festival Solidario de Música Ciudad de la Raqueta (Madrid). El próximo 3 de julio compartirán escenario, además, con Un pingüino en mi ascensor y El Pulpo en el concierto Locos por la Raqueta 2021, con el que finalizará la edición 2021 del Festival. Más de tres horas y media de música en directo. Aprovechamos para charlar con ellos un poquito sobre la vida y sus pasiones: cuenta Pepe, por ejemplo, que para él dios es el “buen rollo, la buen gente, la paz y la amistad”, y que “él quiere ser eso también”. Carbonell ironiza diciendo que él es cristiano pero no es creyente. En verdad es justo al contrario. “Creo en el aura divina de todas las personas y practico la tendencia a la eternidad, no creo que lo que entrego en vida me vaya a suponer una recompensa aquí, pero soy un ser espiritual”, relata.
Ambos se reconocen como dos pasotas históricos. Siempre han tenido, dicen, “incapacidad para pasar por el aro”. Tanto fue así que incluso los padres de Carbonell lo sometieron, de niño, a unos test de inteligencia, preocupados por sus capacidades. Ahí descubrieron que el crío era listo, listo como un ratón, de hecho, pero que simplemente no le daba la gana de entender las cosas. Pepe tampoco ha sido mucho de hacer las cosas por obligación: en la mili se recordaba a sí mismo a James Bond, porque se escapaba del cuartel “de todas las maneras”. “Desobedecer es algo que va en la sangre”, cuenta.
“Pero ojo, que si alguien se cree que no obedecer es una bicoca, se equivoca”, repone Pablo Carbonell. “Nosotros estamos obligados a soñar 25 horas al día y eso es muy difícil”. Comparten la idea de que ser transgresor, es, sencillamente, ser uno mismo, “sacar conclusiones propias”. Hablan de feminismo. De que “los hombres y las mujeres nos queremos más y mejor ahora”. Pablo incluso ha cambiado la letra de su Agüita amarilla. Ya no canta “tu madre lava la vajilla con mi agüita amarilla”, sino “tu padre lava la vajilla”. Esto es 2021.
Cada día se levantan más temprano para vivir más, dicen, porque dormir es como morir un poquito y ellos tienen ganas de comérselo todo. Creen que su labor es conseguir que la gente pueda relajarse y “desenroscarse un rato la cabeza” de “todos los problemas y las fatigas que hemos pasado este tiempo”. ¿Se imaginan ellos una nueva movida madrileña liderada por Ayuso? “Bueno, hablar de Ayuso es hablar de temporalidad y nosotros hablamos de eternidades. Con todo el respeto. Ayuso es una friki, me cae bien, me resulta pintoresca, y prefiero tomarme una caña con ella que con mucha otra gente”, sostiene Carbonell. “Pero nosotros los artistas establecemos puentes con la gente y los políticos suelen hacer lo contrario”.