De 2009 a 2011, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha puso en marcha un proyecto de colaboración internacional en el departamento de Cochabamba, Bolivia, sobre ‘soberanía alimentaria’. El objetivo era luchar contra la desnutrición -que afectaba más a mujeres y niños- y apostar por el desarrollo agrícola local. Entre los jóvenes seleccionados por Castilla-La Mancha para trabajar in situ con el proyecto, dos chicas. No se conocen y no se imaginan tampoco que hacerlo las va a unir de tal forma durante la próxima década. Son María Rozalén (Letur, Albacete, 1986), y Beatriz Romero (Moncofa, Castellón, 1981).
María es psicóloga y cantar es su pasión. Lo ha hecho desde niña y desde casa al coro de la iglesia del barrio. Bea, que trabaja en Albacete, es intérprete de signos y payasa. De formación. La expresión corporal es su antídoto contra la timidez desde la escuela, cuando se interesó por el aula de niños sordos de su cole y se animó a estudiar su lengua. Ella cuenta que incluso los perseguía para que la enseñaran.
En la preparación del viaje a Bolivia, en las reuniones en España, Rozalén -contaría después- ya se había fijado en lo expresiva que era Bea. En Bolivia, la intérprete también tuvo una primera impresión clave. Quienes la conocen dicen que Bea adulta sigue siendo esa chica tímida, pero a la vez es una mujer “muy observadora, con una inteligencia de 10 y un ojo clínico para calar la bondad o la maldad de la gente”. Y al parecer, también oído musical. Porque la propia Romero ha contado que la primera vez que escuchó cantar a María pensó: si esta chica no triunfa es que el negocio de la música está amañado.
Una vez en Bolivia, en los descansos del trabajo de campo, María agarra la guitarra y Bea se pone una nariz de payaso y la acompaña. Ha nacido el dúo musical más inclusivo de España, pero ellas no lo saben. Sólo que se han hecho amigas, que se admiran mutualmente y que su pequeño público les pide más. Volcadas como estaban y están en la integración, participan en conciertos para niños en el Sáhara…
Bea, que había llegado a Albacete para trabajar como intérprete con alumnos en un instituto, comparte piso con tres intérpretes más y una periodista en el centro de la ciudad. Cuando puede se escapa a su pueblo natal a ver la familia, entre ellas sus dos hermanas, Susi y Mari Carmen. No descuida su aficiones paralelas al lenguaje de signos: el circo, los malabares y las acrobacias con la cinta. Tampoco sus lado cooperante: algunos veranos, acoge a un niño saharaui.
El cumpleaños
Y así, las amigas siguen en contacto. Y cuando cantan e interpretan juntas, la cosa fluye. Ahora, lo de que Bea se suba a un escenario era harina de otro costal, porque su timidez y pisar las tablas parece incompatible. Pero María Rozalén, su amiga, la animaba y un día pasó. Fue después de un cumple de Bea. Así, sin pensar, ha contado ella. La intérprete se puso junto a su amiga y ya no se ha vuelto a bajar.
Al año siguiente de su aquel encuentro en Bolivia, Rozalén vende su primer repertorio de canciones, firma un contrato y se pone a grabar el videoclip del primero de sus temas. Se llama 80 veces. “Nos presupuestaban para grabar por una pasta”, recuerda hoy su hermano, Francisco Rozalén. Al final, se hizo un rodaje por unos 600 euros. En pantalla, María Rozalén cantando y Bea Romero interpretando en lengua de signos. Vestidas de negro y con una flor amarilla tras la oreja sobre fondo negro. “Reventó”, nos dice Francisco. En unos días el videoclip llevaba más de un millón de visualizaciones.
Es el punto de inflexión de ambas. Había comenzado el fenómeno Rozalén. Al principio, Bea sólo la acompañaba algunos fines de semana mientras mantenía su trabajo en un Instituto de Albacete. Hasta 2015, cuando pidió una excedencia para dedicarse por completo a los conciertos.
Ella interpreta la música de Rozalén, que no es lo mismo que traducir. En varias ocasiones ha explicado que lo que hace es una especie de justicia poética: transmitir lo que Rozalén quiere decir. Cantar con sus manos, eso es lo que hace la niña tímida a la que hoy, una década después le siguen dando pavor los focos, aunque a la vez son sus aliados. “Los focos son maravilloso porque me ciegan y además, María le pone tanta letra que no me da tiempo a pensar”, dice.
Cuando pidió excedencia voluntaria en el Instituto Al-Basit de Albacete para dedicarse por completo a cantar con las manos, se convirtió en una más, oficialmente, del staff de Rozalén. Ese que tiene como ritual abrazarse antes de salir al escenario. Pero, ¿cómo trabaja las canciones? Bea ha contado que tras el proceso de composición llega su turno. Rozalén compone y una vez que está el tema ella lo escucha “en bucle”, para traducirlo a su idioma. Cuando lo tiene, signa -así se dice de forma correcta- primero para la cantautora. A veces tienen que debatir sobre si es eso o no es eso lo que la de Albacete quiere decir. Por cierto, que Rozalén algo va aprendiendo también de lengua de signos.
Simbiosis
La simbiosis toma forma encima del escenario. Y las dos lo saben. Reciben cartas de agradecimiento y testimonios de personas con discapacidad auditiva que les agradecen su iniciativa. Hay familias que pueden así disfrutar de un concierto integrando a todos sus miembros. Entre sus hitos, uno en el que hubo una petición de mano entre una persona sorda y otra no.
Si bien no tienen estadísticas de los asistentes sordos a sus conciertos, con las medidas Covid -actualmente Rozalén está de gira con su último álbum, El árbol y el bosque- se están habilitando primeras filas precisamente para personas sordas y sordomudas signantes.
Bea no sólo ha recibido reconocimientos del público, también premios por su labor. Desde el Consejo General del Poder Judicial que galardonó a la cantante y a la intérprete por todo lo que hacen por la inclusión. En 2018, Fesormancha, la Federación de Personas sordas de Castilla-La Mancha, le concedió su mención de honor en la categoría Cultura en Lengua de Signos por “su apuesta por hacer accesibles sus conciertos a las personas sordas y por su gran trabajo de expresión corporal dibujando las letras de la cantautora en el aire”.
Aunque Bea Romero es la única intérprete que acompaña siempre a una artista en España, también hay artistas que cuentan con un en sus conciertos. En 2020, un concierto de Eminem se volvió viral precisamente por la velocidad de la intérprete al traducir las letras del rapero.
Y para que lo suyo no quede solo en una excepción, Bea ya se ha reunido con la Confederación española de personas sordas para poner su experiencia al servicio de futuras iniciativas que garanticen entradas para sordos en los conciertos.
Sobre lo de dibujar las letras, Bea siempre explica no sólo eso de la justicia poética, sino que la lengua de signos es diferente en cada idioma, aunque recuerda que la lengua de las emociones es universal.
La intérprete tiene su propio club de fans: son los Beístas. En su pueblo de Castellón le han puesto su nombre a un parque. Y también tiene seguidores entre sus compañerosde profesión. Hemos hablado con otros intérpretes de signos de Albacete, con los que ha compartido cursos y nos aseguran no sólo que signa “de maravilla, con dulzura y elegancia”, sino que sobre todo lo hace con “musicalidad”. Por eso, la consideran “una de las mejores intérpretes en ámbito artístico”. Porque al final, aquellas dos jóvenes que se encontraron hace ya un década en Bolivia eran dos artistas.