"A mi abuelo lo mataron y fingieron su suicidio tras la Guerra Civil": la investigación de su nieta
En 'El último cuento de abuelos y cunetas', May Borraz relata cómo ahondó en el misterio de la muerte de su abuelo y acabó encontrando sus restos en una cuneta.
2 julio, 2021 02:09Noticias relacionadas
“A mi abuelo Sebastián lo suicidaron la noche del 17 de abril de 1939, dos semanas después de la Guerra Civil española. Esta es la crónica de su muerte”: así arranca El último cuento de abuelos y cunetas (Editorial Calipso), una investigación de cinco años hecha novela que corre a cargo de la filóloga, filósofa y autora May Borraz. Porque su familia creció amasando esa herida. Porque nunca fue un suicidio, porque fue un asesinato: porque cuando a su abuelo lo mataron en plena represión franquista, su madre tenía dos años.
Y porque esa niña huérfana que hoy ya ha soplado los 81 tuvo que imaginarse cómo había sido ese hombre del que no guarda recuerdos, porque tuvo que fabular acerca de por qué le querían tanto los vecinos de Andorra de Teruel, por qué decían “que de tan bueno era tonto”. Porque no pudo enterrarlo, porque no pudo llevarle flores al cementerio, porque nadie encontró ni sepultó su cuerpo. Porque encima le prohibieron hablar de él, la instaron a fingir que nunca había existido.
Porque padeció el olvido, cuando no el desprecio, de las instituciones. Porque somos el país, después de Camboya, con más desaparecidos cuyos restos no han sido recuperados ni identificados. “Y morirá la verdad si no podemos cantar / que lo que llaman suicidio fue en verdad un asesinato”: el libro arranca con esta cita tan apropiada de Crímenes cantados, de Nacho Vegas.
“Este tema siempre estuvo latente en mí y en mi círculo familiar más cercano”, cuenta la autora a este periódico. “Lo he vivido desde que nací, y ya en los últimos tiempos -gracias a que ha habido algunos avances en leyes y permisos- empecé a plantearme investigar el misterio de mi abuelo. También sentía más libertad de acción porque algunas de las personas a las que más les podía afectar si fracasaba ya no estaban -como mi abuela cuando vivía o mi tía-. Lo habían pasado muy mal y pensé que si removía el tema para nada podía hacerles daño a nivel psicológico: ahora me arrepiento de haber pensado”, sostiene.
Un sastre republicano
De su abuelo Sebastián sabe que era sastre. Que había aprendido el oficio en Barcelona. Que era republicano. Que era buen cazador. Que vivía en el mismo pueblo que su abuela y que se casaron un día de Sant Jordi. Con ella, con su abuela Manuela, May vivió un tiempo largo siendo niña: la adoraba. “Era un ser encantador y generoso, lleno de humor, a pesar de que tenía cierta rabia escondida. Cuando contaba que a mi abuelo le habían matado, insultaba. Tenía una pena muy profunda y se le veía de lejos: había algo oscuro ahí, algo metido hacia adentro”, recuerda May.
Este libro está escrito en la forma de una conversación ficticia entre nieta y abuela, donde la primera va contándole sus pesquisas, lo que va descubriendo acerca de la historia secreta de su abuelo. “Hasta ese momento me habían contado varias versiones de lo que había ocurrido esa noche y eran bastante dispares. Empecé por hacer un árbol genealógico de la familia de Sebastián para ver quién podía quedar vivo, y encontré a sus sobrinos, y también a gente de Andorra, a vecinos, a amigos, a testigos, a historiadores de Andorra. Hablé con toda persona que pudiera arrojar luz sobre el tema hasta contrastar testimonios y conseguir una versión casi exacta de lo que sucedió”, explica.
“La represión fue muy dura. El de mi abuelo no fue el único falso suicidio. Las personas con las que hablé me hablan de asesinato y me contaron cómo había sido. Luego, ya una vez concluida la investigación y el libro, cuando encontré los restos y el análisis forense, era obvio que había signos de violencia clara”, señala.
Encontrar los huesos
Hallar finalmente los huesos fue el momento más emocionante de su vida. “Todo apuntaba ya en un principio a que era él y tal y como lo encontramos sólo podía haber sido alguien a quien habían echado al hoyo, por la posición. Mi alegría fue tanta que le dije a la Asociación de Recuperación de Memoria Histórica: ‘si no es mi abuelo, ¿lo puedo adoptar?’”, sonríe. “Fueron tantos días mirando los huesos, tantos días esperando teniendo el 99% de posibilidades de que fuera él, pero con la duda que al final se resolvió con el ADN… me llamaron en enero y me lo confirmaron. Lloré y me reí a la vez, sentí una relajación absoluta y la sensación de trabajo hecho y de herida cerrada”.
Ahora, por fin, su madre respira tranquila. “Pasó de no saber dónde estaba su padre a tener los huesos en su casa. Le digo ‘mamá, ahora habrá que enterrarlo’, y mi madre me dice: 'Ay, hija, es que ha pasado tanto tiempo bajo tierra… lo quiero tener un poco más en casa, lo quiero tener un poco más conmigo’. Y ahí lo tiene, encima del piano, cubierto con la bandera. Le costará enterrarlo otra vez porque ahora siente que ha recuperado a su padre”, relata.
¿Qué cree que le parecería este libro a los miembros del PP o de Vox, que no apoyan la recuperación de la memoria histórica? “Mira, para mí hubo varios momentos clave que me empujaron a hacerlo. Cuando se recuperó el cuerpo de Timoteo Mendieta, que tuvo mucha repercusión mediática y me hizo pensar ‘si se lucha, se puede conseguir’”, esboza.
“Y, por otro lado, cuando la política del Gobierno de Rajoy y su ninguneo a las víctimas me indignó tanto que no pude más. Tienen una obligación moral de sacarlos a todos. Hay muchas cunetas donde existen listas enumeradas de los que están enterrados ahí. El Gobierno debería estar ahora mismo sacándolos a todos sin parar. O limpiamos el pasado, o las heridas crean rabia”, clausura May.