El genio olvidado de la Transición que desafió a la derecha y a la Iglesia para hacer libres a las mujeres
Se cumplen 40 años de la ley de Francisco Fernández Ordóñez que consiguió que las esposas pudieran desobedecer a sus maridos, que despenalizó el adulterio y que reconoció a los hijos ilegítimos. Reconstruimos la figura de un político ejemplar (a reivindicar).
10 julio, 2021 02:49Noticias relacionadas
Hubo un hombre en España al que las mujeres le debemos nuestros primeros pasos hacia la libertad después de casi cuarenta años de represión franquista. Hubo un hombre en España que fue brillante y humilde, que trabajó duro y en silencio -sin medallas, sin focos, sin vanagloriarse, buscando siempre la concordia- por el progreso de un país renqueante, malherido, lúgubre y aún cobarde en que las esposas tenían que obedecer más al marido que a dios.
Se enfrentó a la Iglesia y a la derecha más rancia. Mantuvo el tipo. Ignoró las amenazas. Francisco Fernández Ordóñez fue uno de esos ministros generosos, firmes pero dialogantes, didácticos, cultísimos y de vocación transversal con los que la España de hoy sólo sueña: de hecho, desde entonces, sólo Margarita Robles (7,2 en el CIS) se ha acercado a su poderío histórico en cuanto a valoración ciudadana (6,78).
Fernández Ordóñez fue ministro de Hacienda y de Justicia con Adolfo Suárez y de Exteriores con Felipe González. Suya la reforma fiscal de 1977 que supuso la modernización de la tributación española. Suya la Ley del Divorcio -que ahora cumple cuarenta años- y la reforma del Derecho de Familia. Suya la apertura internacional de España en los ochenta. Curró como un miura hasta el final, luchó incluso estando ya enfermo del cáncer de colon que acabaría tempranamente con su vida: se fue con sólo 62 años, Francisco, dejando el obituario perfecto, que fue el de ser uno de esos hombres de los que hablan igual de bien tanto amigos como enemigos ideológicos. Le extrañaron todos: desde Aznar a Anguita. Le lloraron todos, a Paco.
Se le recuerda con sus gafas cuadradas, con su traje de chaqueta gris, con el cráneo despejado y las arrugas en la frente de amable escéptico. Lo cuenta a este periódico su sobrino Pablo de la Cueva, que vivió algunas temporadas con él: Francisco lo mismo devoraba una antología de Rilke o de Manuel Vicent -subrayándola con devoción- que se enfrascaba, encantado, en una conversación sobre el Real Madrid, sobre toros o sobre música clásica. Te recitaba de memoria a Garcilaso y a Borges e igual se animaba a echar un partidillo de futbolín en un bar en Santa Pola que un volley familiar en la piscina con los chavales. Volaba con Brahms.
Era un tipo sencillo y agradecido hasta en el paladar: que no le quitara nadie su arroz ni su tortilla de patatas. En su casa recibía a intelectuales como Camilo José Cela o Alberti. Nunca tuvo hijos, Paco, pero era el mejor amigo de sus sobrinos y ahijados y cuidaba también con pasión a tres pastores alemanes de pelo largo y tamaño mastodóntico que hasta dormían con él. “A su muerte recibimos condolencias de políticos de la extrema izquierda y de la extrema derecha”, cuenta Pablo. “Con la Ley del Divorcio recibió muchas amenazas, muchas maldiciones de ‘como te pille, te mato’. Decían que se iba a cargar la familia. Me acuerdo de un día que estábamos tomando chocolate con churros en el parador de Alcalá de Henares con la familia y se nos acercó un señor gritando ‘¿veis qué bonito es esto?, ¡pues con esto quiere acabar Francisco, el hijo de puta!’”, ríe.
Vetado por la Iglesia
De la Cueva recuerda “más tensión con el divorcio que con el aborto o el matrimonio homosexual”: “El país se volvió loco. En ese momento era tradición que el ministro de Justicia presidiese la procesión del Corpus y lo vetaron. No lo entendía. Paco era religioso, era católico. Pues nada: él fue y la vio desde un balcón”, cuenta. “En su archivo guardamos muchas cartas desagradables que le enviaron cuando el divorcio, pero también muchísimas más cartas emocionantes de mujeres. Mujeres maltratadas, mujeres que llevaban doce años separadas y no podían regular su situación. Mujeres que querían rehacer su vida y no podían comulgar. Era una cosa atroz”, emula.
“Fue un personaje clave en la Transición: Paco era capaz de hablar con cualquiera y además, de tener una conversación inteligente. Era una persona noble y buena. Felipe González, Suárez y Cavo Sotelo siempre hablaban maravillas de él”, sonríe. “Yo tenía unos catorce años cuando él organizó el referéndum para salirnos de la OTAN. Yo era muy de izquierdas, estaba en contra del gobierno de Felipe González y me acuerdo de ir con mi estrellita revolucionaria en la gorra. Me ponía a discutir con Paco: yo con una vehemencia insoportable y él con una tranquilidad y paciencia admirables. Quería enseñarme que el mundo era mucho más complicado, que todo está lleno de matices”.
¿Cree que su tío ha sido injustamente olvidado, o es sólo un fleco más de este país desmemoriado? “No sé si se sintió así en vida, pero desde el 93 organizamos conferencias anuales para recordarle. Mi familia y yo somos asalariados, yo trabajo en la universidad… y mi sueldo da para lo que da, no puedo organizarlas, pero con ayuda de gente las monto en Casa de América. Casi siempre invitamos al ministro de Asuntos Exteriores para que presente el acto. Han estado todos: Ana Palacio, Piqué, Margallo… todos los ministros, tanto socialistas como del Partido Popular. Y todos hablan con cariño de Paco. Sus contradicciones le hacían cercano. Era una rara avis. Y bueno: el tiempo le dio la razón. Álvarez Cascos se ha divorciado tres veces”, guiña.
Adulterio e hijos ilegítimos
Inés Alberdi -socióloga, catedrática y última directora Ejecutiva del Fondo de las Naciones Unidas para las Mujeres-, además de ser familia política de Francisco -su marido es Miguel Ángel Fernández Ordóñez-, tuvo un papel crucial en la elaboración de la Ley del Divorcio. Fue la mano derecha de Paco, su asesora. “Era una persona formidable, un político muy hábil y muy prudente, con muy buena relación con la prensa. Esta ley le dio muchísimos disgustos, porque la derecha y la Iglesia Católica fueron contra él, además de un sector de UCD. Luego dejó el partido porque no le entendieron”, sostiene.
“Yo hice mi tesis sobre el divorcio, sobre la ruptura matrimonial, porque entendía, desde un punto de vista sociológico, que si no existe la legalización del divorcio, la familia sufre mucho más. Los temores de la derecha eran infundados, porque tras su regulación no ha habido muchos divorcios en nuestro país, no llegó ninguna gran oleada ni nada de eso: la familia sigue siendo una institución respetada por los españoles”, cuenta.
“Mi tesis doctoral defendía el divorcio, precisamente, para cuidar y afianzar la familia en España. Piensa que las mujeres veían sus derechos muy disminuidos por el matrimonio. Yo estuve dos años estudiando en EEUU el divorcio americano y cuando volví a España me encontré con que a Paco le habían encargado que elaborara la Ley del Divorcio. Él conocía mi trabajo y me pidió que colaborara con él”.
Trabajó a tiempo parcial en la universidad y en el ministerio. “Recuerdo que le atacaban mucho diciendo que quería sacar la ley adelante porque él se quería divorciar, lo que era una chorrada tremenda, porque siempre se llevó genial con la mujer de su vida, su pareja desde los 16 años. En la primavera del año 81 hubo reformas del código civil casi más importantes como la ley del divorcio, porque se reformó la familia de manera total”, expresa la experta.
“Antes de la Constitución del 78, entre el hombre y la mujer había jerarquía matrimonial: él estaba obligado a cuidar de ella y ella a obedecerle. Eso se quitó y se promulgó la unión entre iguales. El adulterio, además de ser pecado, era un delito, y no era lo mismo para la mujer que para el hombre. El hombre cometía adulterio si tenía a la manceba en casa o estaba notoriamente con ella fuera de ella, pero la mujer cometía adulterio con acostarse con un señor una sola vez. Ahora nos da la risa, claro. También se igualó el derecho de los hijos, porque en ese momento había ‘hijos de verdad’ e ‘hijos de mentira’. Hijos con y sin derechos. Si el padre era cura o estaba casado con otra o estaba soltero pero no se casaba con la madre, los críos no tenían derechos. Eso cambió en la primavera del 81”, explica Alberdi.
Contra la violencia machista
Afortunadamente, cuenta Inés, la sociedad española “se adaptó inmediatamente” y dejó de “marginar a esos niños cuyos padres estaban separados”. Y de rechazar a las mujeres que tomaban esa decisión y a las que se veía casi “como putas”, como contaba aquí Elena. Inés Fernández Ordóñez, sobrina de Paco, catedrática de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española, destaca de su tío su gran capacidad para “tender puentes”.
“Poseía una formación técnica e intelectual formidable y estaba movido por el deseo de que España se hiciera homologable a las demás democracias europeas. Estaba en política para cambiar las cosas. Recuerdo haberle oído comentar, dolido, que los contrarios a la ley de divorcio decían que la había promovido porque quería separarse de su mujer. Un ataque que quería convertir en personal lo que era un cambio que reclamaba a gritos la sociedad. No haría falta decirlo, pero todos los que los conocían sabían que eran una pareja inseparable, y que estuvieron juntos desde muy jóvenes hasta el final”, subraya, en la línea de Alberdi.
Amparo Rubiales, feminista histórica del PSOE, reseña cómo apoyó su partido la ley del Divorcio de Fernández Ordóñez, aunque ella no llegase a conocerle personalmente. “Tuvo muchísimo mérito hacer la primera ley que conseguía que la democracia fuera posible en España y que acababa con nuestro primer atavismo, que era la imposibilidad de divorciarse. Hubo mucha tensión, muchas manifestaciones. Decían que se rompía España. Lo gracioso es que todos los que se opusieron, se divorciaron después, como siempre pasa”, ríe.
“Piensa que las mujeres habíamos tenido licencia marital hasta el 75, hasta el año de la muerte de Franco: eso quería decir que teníamos que pedir permiso al marido hasta para abrir una cuenta corriente. Esa obediencia al esposo era el origen de la violencia contra las mujeres. Hubo un intento anterior a destacar, de una mujer que ha sido muy olvidada porque fue falangista, pero hay que reivindicarla: Mercedes Formica. Ella consiguió que en los casos de separación -de divorcio no, porque no había-, la mujer no perdiera el domicilio conyugal. Hasta entonces depositaban a las esposas separadas en un convento”, rememora, con amargura.
“¿Que qué significó para las mujeres la Ley del Divorcio? Significó, simplemente, la vida: la posibilidad de tener una vida propia”. Eso resume bien nuestra deuda histórica con un gran hombre a homenajear sin descanso. Gracias, Paco.