Por extraño que parezca, John Lennon tardó un tiempo en entender que 'Help!' era algo más que una canción que daba nombre a una película y a un disco. 'Help!' era un estado de ánimo, un genuino grito de socorro ante una situación que hacía tiempo que no podía controlar y había dejado de ser divertida.
En entrevistas posteriores, Lennon se referiría a ese final de 1964 y principios de 1965, como “mi propia etapa de Elvis gordo”, una exageración muy Lennon pero que habla de un cierto abandono físico y, sobre todo, de la incapacidad para gestionar las continuas exigencias de una fama voraz. Una fama que quizá solo el propio Elvis había conseguido en el mundo de la música pop-rock hasta la irrupción de los Beatles.
Eran también los tiempos de los primeros experimentos con las drogas. Los Beatles habían conocido y consumido marihuana ya desde sus días en los barrios bajos de Sankt Pauli, en Hamburgo, pero la historia ha preferido a Bob Dylan como el que les inició en la sustancia, durante la segunda gira de los de Liverpool en Estados Unidos.
En cualquier caso, la marihuana se había convertido en una necesidad, como lo fueran en su momento las anfetaminas en Alemania, cuando había que tocar ocho o diez horas seguidas hasta entrada la madrugada. El propio Richard Lester reconoció en numerosas ocasiones que el rodaje de 'Help!' había sido un desastre: los chicos estaban continuamente colocados, ilocalizables y con ganas de cualquier cosa menos respetar un guion y un horario.
A la marihuana se unió el LSD a principios de 1965, cortesía del dentista John Riley, que incluyó unas gotas de ácido lisérgico en el café de George Harrison, John Lennon y sus mujeres sin que ellos lo supieran. Ringo Starr probó la sustancia un poco más adelante. Paul McCartney, un enamorado de la marihuana, hasta el punto de dedicarle su “Gotta get you into my life” y acabar detenido en Japón en 1980 durante una semana por posesión ilegal, tardó bastante más en atreverse con una droga que temía que le hiciera perder el control. Y Paul McCartney nunca perdía el control.
Los Beatles estaban, pues, en una situación complicada: con edades entre los 22 de George y los 25 de John y Ringo, las expectativas en torno a ellos eran tan grandes que superaban lo lógico. Continuamente en el ojo del huracán, quizá la gran polémica de aquel año fue provocada por el empeño del laborista Harold Wilson en meterles en la lista de miembros del imperio británico (MBE). No habían pasado siquiera tres años desde aquellas primeras sesiones en Abbey Road, con Lennon desgañitándose para cantar 'Twist and Shout' y poder irse todos a casa. La Beatlemania, que había arrasado el planeta en 1964, prometía durar para siempre. Sin embargo, estaba a punto de acabarse.
De Torrebruno a Ed Sullivan
Entre el rodaje de la película, el hallazgo del LSD y la condición de MBE, llegó el verano y con el verano, las interminables giras a las que Brian Epstein sometía al grupo. Al fin y al cabo, los Beatles habían crecido desde el directo, desde las versiones de viejos clásicos del rock y el soul americano. Años después, el propio Lennon afirmaría: “Los Beatles desaparecieron cuando dejamos de tocar en vivo”.
Lennon tiene una frase para cada momento de la historia de la banda y, en ocasiones, su contraria. La gira de 1965 empezaría en Francia, con cinco conciertos y la siempre agradable compañía de Françoise Hardy, seguiría por Italia (ocho conciertos) y acabaría con las dos únicas actuaciones que la banda dio en España: el 2 de julio en Las Ventas y al día siguiente en la Monumental de Barcelona. En ambos casos, con Torrebruno como presentador.
Tras un breve descanso, tocaba cumplir con los compromisos en Estados Unidos, la tercera gira por el país en año y medio. La demanda de entradas era inaudita. Nunca se había visto algo así. En cierto sentido, había un enorme decalaje entre todas esas adolescentes que necesitaban ver a sus ingeniosos ídolos y la deriva que ya se anunciaba en los propios Beatles, tanto personales como artísticas. Esta desconexión explotaría definitivamente en 1966, la gira del “mas grandes que Jesús”, los discos en piras y las amenazas de muerte… pero ya estaba ahí el año anterior, al pretender que esos chicos siguieran siendo cuatro entrañables caraduras cuando ya eran cualquier otra cosa.
Los Beatles llegaron a Nueva York el 13 de agosto y se dirigieron al estudio de grabación del programa de Ed Sullivan, quien los hubiera lanzado a la fama mundial a principios de 1964. Grabaron seis canciones y se volvieron al hotel. Sullivan sería también el presentador de su primer concierto de la nueva gira. Ante la desmedida demanda, los promotores habían puesto a la venta 55.000 entradas… y las habían vendido todas. No para varios espectáculos sino para uno solo. ¿Dónde podrían meterse 55.000 personas a escuchar música? ¿Qué sala podría permitirse un aforo así? Ninguna. En un alarde, por entonces, de imaginación, Epstein y Sid Bernstein, el gran promotor de la época, decidieron organizar el concierto en un estadio de béisbol: el Shea Stadium, antiguo hogar de los New York Mets.
El despropósito hecho concierto
Económicamente, la decisión fue un acierto tremendo. Musicalmente, aquello era una broma. Para empezar, la idea era llevarlos al estadio en un helicóptero pero el ayuntamiento de Nueva York les dijo que ni de broma. Acabaron viajando en limusinas, que los dejaron aún a unos cuantos metros de un escenario improvisado en la segunda base, lejísimos de las gradas llenas desde horas antes. Incluso para una banda acostumbrada al ruido y a los gritos, aquello era demasiado. Empezaron con “Twist and shout”, pero pronto se dieron cuenta de que no se oían ni a sí mismos.
Por entonces, los amplificadores estaban preparados para salas relativamente pequeñas. Vox les preparó unos de 100 watios -lo habitual eran 30- pero ni con eso era posible llegar a las gradas. No quedó más remedio que conectar todo el sonido a la megafonía propia del estado. Lo que pasa es que la megafonía del Shea Stadium tenía como fin anunciar quién bateaba y qué patrocinador vendía más barato el producto en cuestión. Meter tres voces, una batería, dos guitarras, un bajo e incluso un teclado, todo a la vez por una sola línea, era una locura. Un desperdicio, más bien.
El problema es que a nadie le importó. “Creo que no venían a escucharnos, venían a vernos, sin más”, diría Ringo posteriormente. Solo les faltó tirarles cacahuetes. Muy profesionalmente, los Beatles tocaron sus doce canciones y en la última, 'I´m down', hubo incluso numerito musical de Lennon, imitando a Jerry Lee Lewis. Aquello fue el inicio de una época: la época de los grandes conciertos en los grandes estadios. También fue el final de otra: la Beatlemanía.
Viniera lo que viniera después, tenía que ser distinto o estos chicos se iban a volver locos. Con la excepción, quizá, del concierto en el Hollywood Bowl de Los Ángeles, el resto de la gira fue un lento arrastrarse a lo largo del mes de agosto estadounidense. Tardarían un año en volver y, después, directamente, se recluyeron en el estudio.
Los prolíficos años del “disco azul”
Acabar la gira de 1965 fue una auténtica liberación. Lejos de los ruidos histéricos de los beatlemaníacos, los chicos de Liverpool grabaron casi seguidos 'Rubber Soul' y 'Revolver', dos discos maravillosos que no tienen nada que ver con lo grabado anteriormente. Se acabó el rollo “she loves you” “I love her”, etc. y empezaron las historias bien contadas, los experimentos con instrumentos desconocidos, la variedad inédita en ritmos, melodías, harmonías… Ese final de 1965 y el principio de 1966 marcaron un hito en la carrera de los Beatles y de la música pop. Nada volvería a ser lo mismo.
Trasladados ya a Londres, partícipes -sobre todo Paul- de la sofisticación y el esplendor artístico del “swinging London”, los Beatles no soportaban la idea de volver a ser el muñeco de feria del mundo. De volver a las sonrisas forzadas, las bromas baratas, las ruedas de prensa, la sucesión de compromisos con autoridades… Cuando Brian Epstein organizó una gira mundial tras la salida de 'Revolver', todo el mundo intuyó que era una mala idea. Suponía llevar a los chicos que acababan de componer 'Norwegian wood' o 'Tomorrow never knows' a cantarle a las adolescentes otra vez 'I feel fine' y 'I wanna be your man'.
La gira fue un desastre mayúsculo: amenazados de muerte en buena parte del “cinturón de la Biblia” de Estados Unidos, completamente desintonizados respecto a su supuesto público potencial, expulsados a patadas de Filipinas por “deshonrar” a Ymelda Marcos y con continuas protestas por sus conciertos en Japón o en Canadá, los Beatles se despidieron de la música en directo el 29 de agosto de 1966, poco más de un año después del mítico concierto en el Shea Stadium. El escenario fue el Candlestick Park de San Francisco, con medio aforo y Brian Epstein dormido en el hotel tras una terrible resaca. Un año más tarde, moriría por una sobredosis accidental.
Aislados de la presión del público, los Beatles dedicaron los tres siguientes años a grabar vídeos de sus canciones que pudieran sustituir su presencia física en las televisiones, a componer algunos de los mejores discos de la historia y a pelearse por cada galleta en el estudio hasta su separación en septiembre de 1969, cuando John Lennon anunció que abandonaba la banda. Antes lo habían hecho, aunque solo temporalmente, Ringo Starr y George Harrison. Si se puede decir que la Beatlemanía o su inocencia acabó en aquel tumultuoso 1965, la relación personal entre los Beatles acabó en 1969. Nunca, jamás, volvieron a reunirse los cuatro en una misma habitación. Pudieron haberlo hecho en la boda de Ringo Starr con Barbara Bach, el 27 de abril de 1981, pero un loco había matado a John Lennon unos cuatro meses antes. Al parecer, Holden Caulfield se lo había ordenado.