Y ahora le toca el turno a Fernando Fernán Gómez
Y ahora le toca el turno a Fernando Fernán Gómez (Lima, 1921-Madrid, 2007). El próximo sábado, día 28, se cumple el centenario exacto de su nacimiento, y todo hace pensar que va a entrar en vigor un pacto no escrito: que las conmemoraciones y evocaciones a él dedicadas sucedan a las muchas que ha tenido, por idéntica efemérides el cineasta valenciano Luis García Berlanga.
Se ha evitado tácitamente el solapamiento. No se van a apagar -ni mucho menos- las luces del 'año Berlanga', pero, por fin -y aunque ya ha habido resplandores-, se va a poner el foco en el 'año Fernán Gómez', si bien todo indica que el volumen de eventos, publicaciones y recordatorios no va a tener la sorprendente y densa dimensión que ha alcanzado la celebración berlanguiana.
Si miramos atentamente la obra creativa de Fernán Gómez, nos encontramos con una de las personalidades más importantes de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX: actor, productor, guionista y director de cine; empresario, autor, intérprete y director teatral; actor, guionista, director y presentador de televisión; novelista, ensayista, memorialista, poeta y articulista de prensa…
En todas sus facetas dejó obras de gran calidad, pero, además, alcanzó la condición, diríamos, de intelectual público, de hombre que era escuchado por el interés de sus opiniones y puntos de vista, al tiempo que, tanto por su obra como por los ecos de su vida privada -y hasta por su físico y su voz inconfundibles- obtuvo la fama y la popularidad que, habitualmente, se reserva a personajes de menor calado y entidad: todo el mundo sabía de su perfil bohemio y libertario, de sus cualidades de gran conversador y contertulio, de su querencia -sobre todo en una época- hacia la noche, las mujeres y el alcohol, de sus actitudes políticas e, incluso -todo el mundo creía saber- de las vicisitudes variables de su carácter.
El caso era trabajar
El teatro, desde los años 30 y durante más de cuatro décadas, impulsó y asentó su popularidad en todos los coliseos de España, pero no hay duda de que fue el cine -pese a la crisis que sufrió durante los años 60- el que mantuvo su fama en lo más alto: como actor rodó más de 200 películas a partir de 1943 y, como director, filmó y firmó, desde 1954, 26 largometrajes, varios de ellos -cosa que no se pondera lo suficiente- adaptaciones de piezas teatrales y novelescas.
Al respecto, es preciso hacer tres apuntes. Primero, dos gravísimos y sucesivos tropiezos con la censura -con El mundo sigue (1963) y El extraño viaje (1964), sus mejores películas, nunca estrenadas debidamente- desestabilizaron por completo, en un momento crucial, su trayectoria como director. Segundo, tanto en el cine como en el teatro, como actor, director y autor, e igualmente como empresario/productor, Fernán Gómez conoció grandes éxitos, pero también tremendos fracasos que pusieron en peligro su continuidad, arruinaron sus bolsillos y le llevaron a grandes volantazos en la elección de sus proyectos y a ejercitar un gran tesón para salir adelante.
Y tercero, y en relación con lo anterior, fuera por la censura o por los tropiezos con el favor del público en obras de mayor empeño, la nutrida filmografía como actor y director de Fernán Gómez ofrece una calidad muy irregular, presenta altos y bajos muy pronunciados. Ello se debe igualmente a una determinación radical que Fernán Gómez tomó -y siempre reconoció- desde el principio de su carrera: aceptar, como actor y director, cuantos proyectos se le ofrecieran, fueran abiertamente comerciales o de presumible ambición, de previsible resultado artístico deleznable o -eso sería mejor, claro- de probable gran logro de calidad.
El caso era trabajar, obtener ingresos para la subsistencia, mantener el nombre en el cartel y en la marquesina. Esta posición era y sigue siendo común -con matices- a cuantos trabajan en el cine y en el teatro, siempre en el alambre y sobre el vacío, pendientes de una llamada.
Pero es interesante caer en la cuenta de que esa opción no tenía alternativa en los hombres y en las mujeres del teatro y el cine que fueron niños o adolescentes en la guerra civil y en la posguerra, que conocieron el hambre y la necesidad en una España depauperada y de bajo nivel cultural, siempre más propensa a buscar el entretenimiento que la gran experiencia artística. Esto, que sirve para entender un país y su historia, explica muchas filmografías y, especialmente, la de Fernando Fernán Gómez, que llevó su decisión de aceptarlo y hacerlo todo en el cine (y en el teatro) hasta el límite y más allá.
Una filmografía entre extremos
Ahora tenemos -y tendremos- ocasión de comprobarlo con las películas de Fernando Fernán Gómez que ya han empezado a nutrir la programación de televisiones, plataformas, filmotecas, entidades culturales e, incluso, salas de cine. Habrá que estar atentos a la información y, especialmente, a las webs de las plataformas para hacer nuestra elección. Hoy en concreto, TCM emite El mundo sigue a las 22 horas. Gran ocasión para verla, si bien volverá a emitirse en un maratón el próximo sábado, día del aniversario, junto a cuatro películas más dirigidas y/o interpretadas por Fernando Fernán Gómez y junto al gozoso e indispensable documental (versión remasterizada) La silla de Fernando (2006), de David Trueba y Luis Alegre, en el que FFG habla directamente ante la cámara sobre todo lo divino y lo humano, que se dice.
Pero no hay duda de que es FlixOlé la plataforma que atesora un mayor número de películas suyas. Si no me he despistado al tomar notas de su web, FlixOlé ofrece, además de al menos seis series televisivas en las que Fernán Gómez intervino como actor, más de sesenta películas protagonizadas por él en todas las épocas y unas catorce entre las que dirigió. También muestra en su web, bajo el pomposo epígrafe de El archivo oculto sobre Fernán Gómez, un interesante conjunto de fotografías y documentos debidamente explicados.
El abismo que media entre La vida por delante (1958), El extraño viaje, El mundo sigue, Bruja, más que bruja (1976) o El viaje a ninguna parte (1986) -algunas de sus excelentes películas- y Cómo casarse en siete días (1970), Crimen imperfecto (1970), La querida (1975) o Cinco tenedores (1979) -algunas de las peores- es descomunal. Lleva todavía más a la perplejidad -si no se tiene en cuenta la clave antes mencionada- asomarse a películas más que aceptables como El malvado Carabel (1955), Solo para hombres (1960), La venganza de Don Mendo (1961) -una debilidad mía, lo confieso- o Ninette y un señor de Murcia (1965), que también fueron posibles en su recorrido como director. Es muy raro encontrar en el cine español, e incluso en el mundial, a un cineasta interesante e importante que haya basculado entre extremos tan opuestos.
Para comprender mejor su vida y su obra -y para disfrutar de su calidad literaria-, nada mejor que leer El tiempo amarillo (Capitán Swing), sus celebradas memorias publicadas originalmente por Debate en 1990 y 1998 y, tal vez, el motivo definitivo -o el arreón final- para su elección como académico de la RAE, en la que ingresó en enero de 2000.
Libros como Conversaciones con Fernando Fernán Gómez (Espasa, 2002), de Enrique Brasó -¿por qué no se reedita?- o el recién aparecido y enciclopédico El universo de Fernando Fernán Gómez (Notorious, 2021), de varios autores y con muchísimo acompañamiento gráfico, sean los más accesibles para un público cinéfilo y lector de amplio espectro. Los filólogos Manuel Barrera y Helena de Llanos -nieta de Fernán Gómez- editaron Teatro (Galaxia Gutenberg, 2019), su obra completa como dramaturgo.
Dos recomendaciones entusiastas
En setiembre Ramón Barea va estrenar la adaptación teatral de Ignacio del Moral de El viaje a ninguna parte. Helena de Llanos, precisamente, dará a conocer una película inclasificable, muy elaborada y personal, Viaje a alguna parte, en la que, con variados registros, indaga en la figura de su abuelo y en su significación para ella. José Sacristán prepara una dramaturgia a partir de El tiempo amarillo…
En fin, tiempo habrá de seguir hablando de una personalidad tan proteica y versátil como la de Fernando Fernán Gómez, tan integrada, sobre todo, en la evolución de la rica y diversa tradición del humor teatral, literario y cinematográfico español. De momento, y para terminar, dos recomendaciones entusiastas exigidas por la actualidad.
Pepitas de Calabaza ha editado El vendedor de naranjas (1961), la primera de las trece novelas -si no me equivoco- publicadas por Fernán Gómez. Entre el humor sainetesco y costumbrista y el leve eco de comedia neorrealista -muy propios de su autor-, El vendedor de naranjas es la divertida historia de las desventuras de un guionista dentro de la disparatada y reconocible industria cinematográfica española de los años 50-60. Por más que sea una ficción, es también casi un documento y, desde luego, un retrato del Madrid y de la España del momento. El volumen se completa con un estudio muy competente y ameno, como todos los suyos, de Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo.
Y un acontecimiento, sin duda, es la reedición a cargo de El Paseo, hace unas semanas, de la crudísima y bronca novela El mundo sigue (1960), del bilbaíno Juan Antonio de Zunzunegui (1900-1982), que dio lugar a la extraordinaria y durísima película homónima de Fernán Gómez.
Zunzunegui, de ideario falangista y barojiano de pro -ocupó el sillón de Pío Baroja en la RAE a la muerte del escritor donostiarra-, narró la agria y terrible "lucha por la vida" de una familia trabajadora madrileña, agravada por el trágico enfrentamiento entre dos hermanas muy distintas. Fernán Gómez introdujo, desde luego, cambios respecto a la novela en la película que dirigió e interpretó, pero el enorme interés que tiene la lectura de El mundo sigue no radica en conocer las fuentes del cineasta o en hacer una comparativa -que también-, sino en descubrir una novela y a un autor realistas muy injustamente olvidados.