El plano está fijado sobre un papel en blanco. Una mano aparece por una esquina con un pincel. Viste chaqueta y camisa. Se mueve rápido, de aquí para allá. Tinta negra. La mano misteriosa compone a golpe de impresiones y de improvisaciones. Pronto se revela el reflejo del alma del que baila agarrado a la tercera mano de los pintores. Es Vassily Kandinsky (Moscú, 1866-París, 1944), el “superpionero” inventor de la pintura abstracta. Mejor dicho, es su mano, la misma que trata de hacer visible lo invisible, la que hace exterior lo interior, la que coloca los puntos, las líneas y los planos como la esencia de su pintura.
Descubrir al pintor en acción es hacerle una liposucción a los kilos y kilos de retórica grasienta que han complicado sus propios escritos. Teórico del arte de una claridad tan cristalina que hoy sería incapaz de entender lo que sesenta años después se ha escrito sobre su propia obra: “Pintar es un hacer-ver, pero ese hacer-ver tiene por objetivo hacernos ver lo que no se ve y no puede ser visto. Por otra parte, los recursos de que dispone ese hacer-ver y que pone en marcha para darnos acceso a lo invisible, los medios de la pintura, pues, se hunden también en la noche de esa subjetividad abisal...”, escribe Michel Henry, profesor de filosofía en la Universidad de Paul Valéry de Montpellier, en Ver lo invisible (Siruela), lo que el mismo Kandinsky definió así: “La forma es la expresión exterior del contenido interior”.
Y con esa resonancia del alma transcrita por la mano anárquica y metódica que se desliza por el papel en blanco volvemos a una de las salas de la exposición que inaugura CentroCentro Cibeles -donde se pasa este vídeo-, la primera revisión del pintor ruso en nuestro país, a la que no podemos definir como una retrospectiva tal cual ya que los fondos son un alquiler del Centro Pompidou, entre los que falta la etapa más radical del artista, la del grupo El jinete azul, junto a Franz Marc, Paul Klee, Natalia Goncharova, entre otros. Estos son los cinco hitos de una exposición espléndida.
Tras una primera sala con paisajes cargados de masa pictórica, colores que arden y estallan al enfrentarlos en la visión campestre, en las que las formas realistas se pierden bajo las capas y capas de color, llega el punto de inflexión clave. El giro radical hacia la abstracción con esta pintura. El formato multiplica su tamaño, el pigmento se licua, pierde masa. Aunque la impresión directa de la naturaleza, “expresada de forma gráfica”, está aún visible. Todavía está apegado a la naturaleza real, a los accidentes geográficos, a las referencias caprichosas de la realidad. Las líneas negras en el centro evocan dos caballos estilizados al galope. El motivo ecuestre es el símbolo del legendario movimiento inaugurado en 1911 con Marc: El jinete azul.
“Una de las grandes obras rusas de Kandinsky reúne un paisaje abstracto de colinas abruptas que proceden de su etapa muniquesa y formas con un incipiente geometrización”, explica el catálogo. La muestra realza el contraste de esta composición con los dibujos figurativos y costumbristas de la campiña, pintados en las mismas fechas. La venta de obra acuciaba. Los dibujos a tinta china incluidos son mucho más radicales. El propio pintor situó este cuadro en su período dramático, “de la acumulación muy espesa de formas numerosas”.
El espacio dedicado a Kandinsky en la Bauhaus vemos a un artista mucho más templado dentro de su radicalidad. La Primera Guerra Mundial también hace mella en las aspiraciones. Ha abandonado Moscú y, además, en 1922 ya es un pintor famoso, que da rienda suelta a formas geométricas y hace cumbre en su ensayo de referencia: Punto y línea sobre plano. La evolución que muestra este cuadro abre la puerta a su universo geométrico, con líneas rectas, firmes, los efectos de los empastes desaparecen y la gama de los colores se ha reducido. Tablero de ajedrez, con colores saturados y degradación de tonos y matices delicados. “La acumulación de elementos geométricos anuncia el conjunto del trabajo que el artista produjo en la Bauhaus”.
El artista la eligió como muestra de la evolución de su arte. Primero elaboró una acuarela preparatoria. Es un conjunto de los más duros y rígidos, aunque se suaviza con elementos circulares y alguna línea curva. “La producción de este período, que el propio Kandinsky califica de fría, se caracteriza por una paleta que se limita a los colores primarios y el predominio de formas rigurosas y geométricas, diagonales estrictas y círculos perfectos”.
El viaje psicodélico de líneas y colores en los cientos de litografías -su lado más comercial- que acompañan la exposición convulsionan en este espectacular cuadro. Los colores son veladuras, contrastados con la mano más suelta, sin empastar. Toques anárquicos que simulan la espontaneidad y la improvisación vibrantes. Es el cuadro más importante de su etapa en la Bauhaus, con protagonismo de los colores primarios (amarillo-rojo-azul) y de las grandes formas geométricas fundamentales: triángulo, cuadrado y círculo. “En el campo amarillo se podría pensar en un perfil humano por la estructura de las líneas y los círculos”. La pintura abstracta se hace tangible.