Ignasi Aballí (Barcelona, 1958) ha sacado las tijeras. Va a leer el periódico. Empieza por el titular, continúa por las fotos. Los trocea, los recorta y clasifica. Sus planeros están repletos de cachitos de realidad, con noticias despedazadas que ha devorado, masticado y vomitado. A nuestro artista le obsesiona el murmullo de la cotidianidad, ordenarlo, como a George Perec. Ese ruido de fondo que no cesa, como una dichosa trituradora ininteligible, y que algún sentido debe tener...
Los operarios del Museo Reina Sofía cuelgan una de las series más sorprendentes del artista -grandes cuadros de diferentes colores hechos con la viruta de billetes de 5, 10, 50, 100, 200 y 500 euros triturados-, mientras éste observa y atiende a otras partes del montaje, que debe estar listo para el martes que viene, cuando se abran las puertas y se muestre uno de los éxitos de la temporada del centro.
Necesito reordenar la realidad y clasificarla. Es una manera de tratar de entenderla. Mi trabajo consiste en depurarla y reconstruirla y darle otro sentido al presentarlo
Aballí mantiene el tipo, no se deja alterar por el jaleo. Quizá porque esté acostumbrado a derrotarlo desde el silencio: la retrospectiva Sin principio / Sin final , comisariada por Joao Fernandes, revela precisamente eso, la evolución de un artista alejado de la especulación y lo espectacular. Tres décadas de una coherencia impecable y poco habitual, desarrollando un trabajo que camina entre lo visible y lo invisible, sobre lo que es el arte y lo que es un artista, cuestionando los límites de la creatividad y la creación.
No ha dejado esquina sin tocar, como es marca de la casa. Las cristaleras del pasillo del antiguo hospital están rotuladas con términos como “mosca”, “texto”, “polvo”, “niebla”, “ozono”, “misil aire-aire” o “avión de combate” señalando el paisaje. Poemas visuales. Y mucho sentido del humor. La obra de Aballí tiene el don de la accesibilidad, cargada de ironía, con capas y capas de significado capaces de destapar la carga política después de la sonrisa.
Sentido real
“Necesito reordenar la realidad y clasificarla. Es una manera de tratar de entenderla. De hecho, todo lo que recojo aquí -estamos en la sala en la que aparecen sus series a partir de periódicos- llega cada día de una manera desordenada y caótica. Mi trabajo consiste en depurarla y reconstruirla, y darle otro sentido al presentarlo”, explica a EL ESPAÑOL. Así ese gran Atlas de países recortados de los titulares del papel, enmarcados, de la A a la Z, en decenas de cuadros, cubriendo la inmensidad de la sala. “Es una manera de interpretar la realidad, de representarla, y de tratar de entenderla y de ofrecer al espectador una de las muchas visiones que la realidad nos ofrece”.
Aquí volvemos a rescatar una cita de uno de sus referentes: “Lo que realmente ocurre, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?”, se cuestiona Perec. Y en esas Aballí está en Amsterdam, lleva a su hija al colegio y se encuentra en un barrio de pintores. Agarra una de las fotos de la serie que colgará: esquina Tiziano con Miguel Ángel. Y así tantas otras.
Es un coleccionista compulsivo. En la misma sala, fotos a gran formato de nieblas de diferentes colores. “Me defino como artista en un sentido amplio. No me limitaría a decir que soy un pintor. Soy un artista que utiliza técnicas y formatos distintos en función de la idea que quiero expresar”, cuenta sin excentricidades, como si fuera un artista tan genérico como la aspirina.
Están los artistas que van de lo político a lo poético y otros que van de lo poético a lo político. Éste sería mi caso
Empezó estudiando pintura y salió de la facultad de Bellas Artes como pintor, pero le duró poco. Empezó a trabajar a su aire a principios de los ochenta y se libró del problema porque la pintura no le servía para expresar lo que quería. Empezó a buscar otros puntos de vista, aunque la pintura está ahí. También la política, no en primer plano. “Lo político no es sólo lo explícitamente político. Hay dos formas de llegar ahí: los artistas que van de lo político a lo poético y otros que van de lo poético a lo político. Éste sería mi caso, parto de lo poético para acabar con una resonancia política”, explica a este periódico.
Entre el mundo de Constant, en la primera planta del museo, y el de Aballí, en la tercera, hay un camino desde la utopía a la redundante realidad, en el que el humor no desaparece. La ironía entra con descaro en el Reina Sofía, cercano a Samuel Beckett, tan dramático como absurdo. Tan luminoso como inquietante. Escenas que acaban provocándote la risa. En cierto modo, Aballí es un curioso prototipo de inglés flemático, ya saben, la flema que desvela lo enfermizo de nuestros conflictos, la que acuchilla con elegancia. La que tolera nuestra estupidez.