Elogio del papel (de Rubens)
La Biblioteca Nacional saca a la luz sus excelentes fondos de la edad de oro del grabado flamenco, en una exposición muy barroca.
6 noviembre, 2015 02:09Noticias relacionadas
El Tiempo ni siquiera es fuerte. Apenas un anciano medio calvo y desaliñado capaz de inmovilizar a un niño. A Cupido, que se retuerce inútilmente, mientras Saturno -el tiempo- le corta las alas. La alegoría es evidente. Es un acto terrible y violento, el más cínico de todos y, sin embargo, el anciano no muestra más que una contenida compasión irónica. Es la voz de la experiencia la que dicta que al amor hay que limitarle, que tiene los días contados. El amor es efímero, una ilusión que sólo convence a quienes no quieren comprender que es una ilusión. Con qué placidez despoja la experiencia el brío de la pasión. Su cuerpo blanco y tierno se revuelve para nada.
El cuadro lo pintó Antoon Van Dyck, hacia 1630, y despojado del color pierde la anécdota y gana en drama. El grabador James Mac Ardell realizó una versión utilizando la técnica de la madera negra para no perder los efectos lumínicos de la composición original, una de las tres reproducciones se conserva en la Biblioteca Nacional de España, incluida en una valiosa colección de la Edad de Oro del grabado flamenco, que ahora se exhibe en una de las citas importantes de la temporada cultural.
Van Dyck, el retratista, es el segundo plato de la muestra, que acaba con un postre costumbrista y paisajista. El manjar es el primero, Rubens y su factoría de estampas, una rodillo imparable de producción de grabados que multiplicaban su fama y reconocimiento por todo el mundo. El taller se dedicada a pasar los óleos a las planchas del pintor flamenco barroco más importante. Excelente dibujante, libre en las composiciones, tuvo una visión comercial única que le llevó a contratar a los treinta años de edad -instalado en Amberes- a los mejores especialistas -entre ellos Van Dyck- para, bajo una férrea y tensa supervisión, copiar y difundir su fama y gloria por todo el mundo.
Sólo se conserva un grabado firmado por Rubens, el resto son obra de una plantilla extensa: Lucas Vosterman, Scelte Adams à Bolswert, Christophe Jegher, Pieter de Jode el viejo, Nicolaas Lauwers, Willem Panneels, Pieter Claesz, Jacob Louys, Pieter van Sompel y Willem van der Leeuw. Después de muerto su pintura era muy solicitada y siguieron haciéndose estampas hasta que el Barroco dejó de interesar.
En las escenas mitológicas tiene un impulso, digamos, más Tarantino que en las religiosas
Mientras reinó, el grabado supone la imagen magra del Barroco. El color es la grasa que distrae. En estas impresiones los matices de las tonalidades dan volumen, pero no roban la atención de la sustancia barroca: movimiento, drama, alma, vértigo, gesto, contraste, violencia, ritmo… El combate de las amazonas son seis estampas en las que se narra la victoria de los atenienses dirigidos por Teseo contra las Amazonas, dirigidas por su reina Hipólita. Caza de un hipopótamo y un cocodrilo, donde demuestra lo excelente conocedor que fue Rubens de la anatomía animal. En las escenas mitológicas tiene un impulso, digamos, más Tarantino que en las religiosas, en las que habitualmente es mucho más sosegado.
La caída de los condenados, un aguafuerte de Richard van Orley, es una de las paradas inevitables por la turbulencia de cuerpos. Un amasijo que rompe con la calma con la que se había enfrentado a los asuntos bíblicos. Simplemente, espectacular. La pintura se conserva en el Alte Pinakothek de Múnich, y a veces se ha titulado como La caída de los ángeles rebeldes. En la parte superior aparece el arcángel san Miguel y los condenados caen en vertiginoso descenso. Hay gritos, hay acción, dolor de los seres que caen a un infierno monstruoso, como en una película de acción trepidante en unos cuerpos fuertes sin músculos, que se retuercen en las posturas más anodinas, envueltos entre las chimeneas de vapor y seres fantásticos espeluznantes que arrastran a los malditos a su terreno. Rubens es contemporáneo cuanto más sangriento y carnal, como la fascinación que sigue ejerciendo el Saturno devorando a su hijo del Prado.