Siempre es otoño en la facultad de Geografía e Historia. Es el edificio más reconocible de la Universidad Complutense de Madrid, una gran caja de cerillas abarrotada de despachos y alumnos de pana y jersey oscuro. Este enjambre colorado produce anualmente un ejército de defensores del patrimonio heredado en todas sus modalidades, desde la arqueología a la historia del arte, sin olvidar a los filólogos. No diga “animal en peligro de extinción”, diga “humanidades”. Esta mañana, el aula más cercana a la cafetería está abarrotada. Debe haber unos doscientos alumnos dispuestos a conocer la destrucción del patrimonio sirio. No se la contarán los periódicos, sino ese hombre alto que carga una cartera de piel marrón, curtida por el tiempo, el trajín y las excavaciones.
Ahora, cuando para entre yacimiento y yacimiento ya no explica cómo los pueblos dejaron de cazar para cultivar en el valle del Eúfrates. “Esto es un acto militante”, dice
Le cuesta cruzar los corrillos que se han formado en el pasillo, todos quieren saludar al arqueólogo. No es Indiana Jones. Desde luego, no hay nada especial en él, exactamente como son los héroes fuera de la pantalla. Miquel Molist es un investigador español que llegó a Siria a finales de los setenta, cuando su país recuperaba la normalidad democrática, para no abandonarla más que cuando los bárbaros que instauraron un régimen del terror le obligaron a salvar su vida.
Desde el pasado mayo el Estado Islámico tomó Palmira, la ciudad que guarda, guardaba, los restos de época grecorromana mejor conservados, hasta entonces, del Próximo Oriente. Era el escenario perfecto para el mejor anuncio de todos, una joya declarada Patrimonio de la Humanidad por Unesco en 1980, una bomba en diferido. Los bárbaros prefirieron los sillares a la sangre, porque cualquiera puede aguantar la mirada cuando un templo revienta. Los bárbaros sólo necesitan a los demás para someterlos. Porque sólo ellos saben usar la guerra para hacer de la crueldad y la ferocidad virtudes similares a la valentía. Bárbaros contra humanistas.
“Han hecho del patrimonio un arma de guerra. La actuación más espectacular de todas ha sido la de Palmira, la más publicitaria de todas ellas. Pero no tenemos información ni imágenes del resto de ciudades. Lo que más me sorprende de todo esto es que las tropas llegaron desde Raqqa, atravesando una pista desértica de cinco horas, y nadie detectó el movimiento de las columnas de tanques desplazándose desde la capital del califato del Isis a Palmira”, explica el profesor a la audiencia.
Antes de llegar al meollo de su clase magistral ha confesado -escondiendo toda debilidad- la amargura y el dolor con el que vive las noticias que le llegan desde allí. Los museos se han convertido en refugios antibárbaros: los sótanos albergan las piezas que se exhibían en las salas y otras que se han rescatado de los yacimientos. Una evacuación similar a la que ocurrió en España, en 1936. Hay siete millones de exiliados sirios, pero algunos conservadores han decidido no huir de Palmira. Trabajan en una situación de riesgo extremo, protegen el testimonio de sus antepasados. Tampoco se parecen a Indiana Jones.
Acto militante
Molist era amigo de Khaled Al-Assad, el arqueólogo sirio de 82 años, el protector de Palmira, degollado por los bárbaros. Fue quien le recibió en 1978, en su primer viaje a Siria. Trata de mantener sus lecciones en el plano más académico posible, pero quién puede conservar el ánimo esterilizado cuando tu vida se destruye en los telediarios. Reconoce que hace un año tomó la decisión de romper su silencio sobre la barbarie que padece el pueblo al que ha dedicado la mayor parte de su carrera profesional. Las últimas conferencias ya no son de su especialidad sobre cuestiones de género en la prehistoria, ni sobre la convivencia entre Neardentales y Sapiens Sapiens en el norte de Siria hace millones de años. Ahora, cuando para entre yacimiento y yacimiento ya no explica cómo los pueblos dejaron de cazar para cultivar en el valle del Eúfrates. “Esto es un acto militante”, aclara sobre las palabras que desvelarán la destrucción. Esboza una queja muy leve sobre la intervención de la Unesco: “Quizá actuó tarde, en 2013, pero ahora trata de recuperar el tiempo”.
No olvida las columnas colosales en medio de la estepa desértica. Ni la casa de los arqueólogos que llegaban a Palmira a trabajar, donde les alojaba Al-Assad, una pequeña estancia en la que se inspiró Agatha Christie para recrear Asesinato en Mesopotamia (1936). “Era un hombre íntegro y amable. Al-Assad fue un erudito que ayudó a profesionalizarse a las primeras generaciones de arqueólogos que empezaban a salir de las universidades sirias. Además, fue un excelente gestor que dinamizó la vida turística de Palmira. Él fue el responsable de negociar con todas las familias que se habían asentado en el recinto del Santuario de Bel hasta devolverle su estado originario. Su asesinato ha sido un golpe muy duro”, y cambia la imagen del arqueólogo proyectada sobre la pantalla del aula a media luz.
Diálogo de civilizaciones
Qué paradoja sería si el investigador que busca y descubre las huellas perdidas de las civilizaciones pasadas, se convirtiese en recuperador de todo lo aniquilado. Prefiere no hacer un balance ecuánime sobre el conflicto, porque a los occidentales nos cuesta comprender todas las claves que determinan quiénes son los buenos y los malos. “Creo que las atrocidades bélicas las han hecho todos. La única esperanza es el diálogo para el alto el fuego y eso está muy difícil”.
Tienen una riqueza patrimonial importantísima y debemos investigarla toda la humanidad, contando con los profesionales de la zona
Desde el primero momento quedó claro que el patrimonio se iba a desangrar, por eso la Dirección General de Antigüedades dictó orden para que todos los museos se protegieran. “El patrimonio no es de color político”. Cuenta que los museos, a pesar de todo, han sufrido, como en Alepo, pero no hay que lamentar -por ahora- grandes destrucciones. Los yacimientos arqueológicos son los que más han sufrido: rapiña de piezas para el mercado negro. Las fronteras permisivas con el Isis son las zonas más dañadas en este sentido: el contrabando fluye con Turquía, pero no tanto con Jordania y Líbano, dice. Y hace un recorrido por la destrucción masiva del legado de Homs, los minaretes de Bosra (“De momento, su teatro romano está en pie”) y Alepo, hasta 2014 la ciudad más dañada.
“Tienen una riqueza patrimonial importantísima y debemos investigarla toda la humanidad, contando con los profesionales de la zona”. Desde hace dos décadas, los investigadores extranjeros llegaban para compartir conocimientos con los estudiantes locales que han terminado adquiriendo la soberanía en la gestión de su propio patrimonio histórico artístico. Durante años las civilizaciones dialogaron, se entendieron y ayudaron para conservar el legado. Hasta que las armas irrumpieron y convirtieron el pasado en rehén.
Miquel Molist está de camino a Kurdistán, donde empezará una nueva vida.