Cuando Eugène Boban regresó a Francia en 1870 tras haber servido como arqueólogo oficial de la corte de Maximiliano I, segundo emperador de México, y abrió su tienda de antigüedades en París, se llevó consigo varias calaveras de cristal que había hallado en los diferentes yacimientos en los que había trabajado. Por aquel entonces, los cráneos de cuarzo tallados por los pueblos precolombinos eran muy apreciados por los coleccionistas debido a su escasez y a sus cacareadas propiedades esotéricas. Otros hallazgos similares pertenecientes a las culturas mesoamericanas eran ya célebres en la segunda mitad del siglo XIX, pero estos tenían la particularidad de haber sido esculpidos en cristal.
Uno de ellos, el más grande de su colección, fue vendido al etnógrafo Alphonse Pinart, quien años después lo cedería al Museo Trocadéro, reconvertido hoy en el Museo del Hombre de París, que se ubica en el palacio de Chaillot -aunque sus colecciones fueron trasladadas en 2006 al Museo del Muelle Branly. También el Museo Británico se hizo con una de las famosas calaveras de cristal, adquirida a la joyería Tiffany & Co., quien a su vez se la habría comprado a George H. Sisson, a quien se la había vendido el propio Eugène Boban cuando dejó Francia de nuevo para instalarse en Nueva York en 1886.
Es sencillo aprovecharse de quien está dispuesto a creer en algo. Es cuestión de sacar beneficio de su credulidad y prolongar ésta cuanto sea posible
Estos dos cráneos, junto con el donado de forma anónima en el año 1992 al Instituto Smithsoniano de Washington, así como el cráneo Mitchell-Hedges, son las cuatro piezas de su clase que históricamente han gozado de mayor reputación. Anna Mitchell-Hedges, hija adoptiva del escritor y aventurero inglés Frederick Albert Mitchell-Hedges, quien al parecer lo encontró entre las ruinas de un templo en la antigua ciudad maya de Lubaantún (en la actual Belice), hizo del suyo una auténtica fuente de ingresos, paseándolo de exposición en exposición y concediendo entrevistas que pivotaban en torno a la teoría de su padre -recogida en la primera edición de su autobiografía El peligro, mi aliado (1954)- de que la calavera tenía 3.600 años de antigüedad y había sido labrada y pulida mediante la erosión con arena a lo largo de los siglos.
Tampoco Boban se trajo los suyos de México por amor al arte. Los cráneos no eran sólo un estupendo reclamo para su tienda de antigüedades, sino que el hecho de tratarse de tallas únicas elaboradas artesanalmente por varias generaciones de aztecas traducía su adquisición, ya sea la de Pinart, ya sea la de Sisson, en una elevada suma de dinero.
Tal ha sido siempre su magnetismo como piezas arqueológicas sin igual, que es una verdadera lástima que sean todos falsos. En el caso del cráneo Mitchell-Hedges, así lo confirmó la antropóloga Jane MacLaren Walsh cuando en el año 2008 lo sometió a varias pruebas que revelaron que había sido tallado con herramientas modernas de tipo rotativo en la década de 1930.
El Museo del Muelle Branly emitió un comunicado el mismo año reconociendo que el denominado "cráneo de París" fue construido a finales del siglo XIX, tal y como revelaron los análisis llevados a cabo en el Centro de investigación y restauración de los museos de Francia. En 2008 también se llevaron a cabo los exámenes de las calaveras del Museo Británico y el Instituto Smithsoniano. Esta última fue datada en la década de 1950, y la otra a finales del siglo XIX, sugiriendo además que pudo haber sido fabricada en la ciudad alemana de Idar-Oberstein.
Maldita verdad
En definitiva, cuatro ejemplares únicos, cuatro porciones representativas del esplendor de la civilización mesoamericana, cuatro piezas clave para su estudio antropológico, que han resultado ser un fiasco. Con la ilusión que le hacía a tantos. El microscopio electrónico de barrido, la cristalografía de rayos X y el fechado por hidratación de cuarzo contra el la esperanza. La verdad contra el optimismo.
Pero su falsedad no impidió a algunos como Boban o Mitchell-Hedges sacar tajada. Se cree que este último lo compró al marchante de arte Sydney Burney en 1944. Boban, por su parte, debió de adquirirlos en Francia poco después de haber sido tallados en Alemania. Es decir, de hallazgos bajo el altar en ruinas de un templo maya o en los yacimientos aztecas controlados por los arqueólogos del emperador Maximiliano I, nada de nada. Claro que el origen precolombino, aunque ficticio, vende mucho más. Y que la realidad no te estropee una bonita y lucrativa historia.
Incluso de quienes eligen no creer, como es el caso que nos ocupa, en las leyes de la probabilidad. La credulidad de unos es la ganancia de otros
Porque allí donde haya alguien dispuesto a creer ciegamente en algo, habrá otro dispuesto a aprovecharse de ello. Timadores que se aprovechan de quienes creen en el destino. Estafadores que se aprovechan de quienes tienen fe absoluta en su dios. O en sus dioses. De quienes necesitan creer en los milagros. De quienes creen en lo paranormal, o en el azar, o en las maldiciones. Incluso de quienes eligen no creer, como es el caso que nos ocupa, en las leyes de la probabilidad. La credulidad de unos es la ganancia de otros.
Estos días, el mundo de la arqueología posa su mirada en las investigaciones que se están realizando en la tumba de Tutankamón. A principios de 2015, y basándose en el escaneado y fotografiado digital en alta resolución del sepulcro realizados por la empresa española Factum Arte, el egiptólogo británico Carl Nicholas Reeves formuló la teoría de que tras la pared oeste -decorada con el célebre mural de los 12 monos- de la cámara funeraria se hallaría un almacén con objetos contemporáneos a los restos ya encontrados, y detrás de la pared norte estaría oculta, ni más ni menos, que la tumba de Nefertiti.
Sin pruebas ni seguridad
La de Tutankamón sería, por tanto, una tumba construída a continuación de otra. Lo que explicaría, según Reeves, por qué la del faraón niño es la de menor tamaño de todo el Valle de los Reyes. Tesis que encajaría con la estructura en L con giro a la derecha que tendría el enterramiento de la primera mujer de su padre, la reina Nefertiti.
Después de algunos exámenes sobre el terreno llevados a cabo en agosto, en el mes de noviembre se realizaron análisis de los muros del sepulcro de Tutankamón mediante termografía por infrarrojos que revelaron la existencia de puntos fríos y corrientes de aire provenientes de algún punto ubicado detrás de la pared, indicando un aislamiento deficiente y diferentes temperaturas. A la vista de tales resultados, el ministro de Antigüedades de Egipto, Mamduh el Damati, afirmó en una rueda de prensa celebrada en Luxor que había "más del 90% de probabilidades de que las cámaras estén allí". Respecto a la posibilidad de que alguna estuviese ocupada por Nefertiti, declaró que no estaba seguro de ello y que tal vez se tratase en realidad de Kiya, segunda esposa de Akenatón y madre de Tutankamón, o bien de Meritatón, primogénita de Akenatón y Nefertiti.
A finales de ese mismo mes, y ante el convencimiento de Reeves de que en las cámaras ocultas tras los muros se encuentra la tumba de la reina, se practicó un sondeo mediante radar cuyos resultados conocimos hace algunas semanas y de los que el experto que realizó el escáner, Hirokatsu Watanabe, dedujo la existencia de "restos materiales orgánicos y metálicos" tras la pared, manteniendo intactas todas las hipótesis. Por el camino, El Damati ha reducido la euforia inicial y ha pasado de estar seguro al 90% de la existencia de estancias ocultas a decir que hay "algo detrás de las paredes". Un "algo" que, a pesar de las preguntas en las ruedas de prensa, ahora no pasa de ser "cavidades" o "espacios vacíos", sin especificar qué podrían contener.
El propio exministro de Antigüedades, Zahi Hawass, tacha todo el asunto de sandez y majadería
Otros arqueólogos han señalado que los resultados del escáner se basan en la interpretación de quien los analiza, y que no sólo algunos compuestos como sustratos férricos pueden alterar los registros del radar, sino que también hay materiales que, en determinadas circunstancias, pueden comportarse como otros diferentes en el sondeo. El propio exministro de Antigüedades, Zahi Hawass, tacha todo el asunto de sandez y majadería, garantiza que ningún sacerdote de Amón habría permitido que Nefertiti, creyente de Atón, estuviese enterrada en el Valle de los Reyes -cree firmemente que sus restos se hallan en Amarna, como los de Akenatón-, destaca la formación en filología y no en arqueología de su sucesor en el cargo, al que llama ignorante, acusa a su aliado, Nicholas Reeves, de no ser más que un timador, y niega cualquier competencia de Watanabe, quien en 2005 aseguró haber encontrado una tumba en el Valle de los Reyes pero se trataba de una grieta en una roca.
La razón disputada
Lo cierto es que Hawass ya tuvo sus más y sus menos con Reeves cuando hace unos años le impidió continuar con sus investigaciones en Egipto por dedicarse, según el exministro, al tráfico de antigüedades. Ahora lo acusa de haber puesto en marcha el circo mediático para generar publicidad y, de paso, una generosa financiación que le permita demostrar su teoría. O al menos intentarlo. Sin embargo Hawass es también famoso por su afán de notoriedad, como por otro lado Reeves también lo es por su dilatada experiencia y dominio de la materia -es autor de un tratado sobre Tutankamón, una biografía de Akenatón y es especialista en Amarna, la región donde Akenatón levantó la ciudad de Ajetatón. No es sencillo discernir cuál de los dos tiene razón. Si es que acaso no la tienen los dos. O ninguno.
Sin embargo, llama la atención el show que han montado El Damati y Reeves en torno a todo este asunto. El criterio de Hawass podrá estar viciado; su motivación podrá ser simplemente el rencor o el deseo de que sus rivales fracasen -uno ocupó su puesto tras la Primavera Árabe y otro ha vuelto al lugar del que él mismo lo expulsó. Pero acierta cuando reclama rigor y seriedad para el que podría ser el hallazgo arqueológico del siglo.
Hay que tener en cuenta al sector turístico en Egipto y lo bien que le viene al país cualquier ocurrencia de la mercadotecnia
Ruedas de prensa que se suceden todos los meses, apuestas y cábalas que se lanzan al vuelo desde el primer indicio, afirmaciones de escaso fundamento científico a pie de escáner que suelen encontrar respuesta en la necesidad de realizar siempre una prueba más. Sería aventurado decir que Reeves y El Damati intentan captar con sus fuegos artificiales la atención de quienes están dispuestos a creer que tras los muros de la tumba de Tutankamón -examinada, por cierto, al milímetro durante más de diez años por Howard Carter, el arqueólogo que la descubrió- se encuentra la cámara funeraria de Nefertiti, pero reconozco que su actitud, al menos, me hace encorvar una ceja. Sobre todo teniendo en cuenta la época que está atravesando hoy en día el sector turístico en Egipto y lo bien que le viene al país cualquier ocurrencia de la mercadotecnia.
Es sencillo aprovecharse de quien está dispuesto a creer en algo. Es cuestión de sacar beneficio de su credulidad y prolongar ésta cuanto sea posible. Y para ello no hay nada mejor que colgar una enorme zanahoria al final del palo. Del tamaño de una reina o una calavera de cristal. Resulta difícil comprender a qué se debe el comportamiento impulsivo de Egipto, que nada tiene que ver con la solemnidad que se esperaría -tanto por prudencia como por pragmatismo- de una investigación arqueológica de semejante calado. No es razonable que se convoque al mundo y se cante victoria a cada paso que se da, habida cuenta de que solo la evidencia tendrá algún valor. La suspicacia, en estos casos, se vuelve inevitable. Y ello a pesar de que Reeves y El Damati parecen hombres serios y responsables. Como Boban y Mitchell-Hedges cuanto menos.
El 31 de marzo, en apenas unos días, se llevará a cabo un nuevo análisis con un nuevo radar digital que examinará de nuevo el sepulcro del faraón en busca de pruebas. Parece que la rueda de las especulaciones, para fortuna de algunos y desesperación de otros, seguirá girando unos cuantos meses más.
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