Cristina de Middel (Alicante, 1975) no cree en la verdad. Dice que no es más que "una convención, una reducción por contrato": "Que una fotografía abra un periódico no significa que sea verdad, al contrario. No es casual. Hay una persona que ha decidido que ésa sea la verdad del día", explica a El Español. "Todo está sometido a presiones políticas". De Middel es cálida, tintineante, dulcemente descreída. Tiene el ojo inconformista y cósmico: su mirada corre mucho más allá, realidad a través, y busca siempre formas nuevas de lenguaje.
A la niña que empezó Derecho y se cambió a Bellas Artes -para, definitivamente, desembocar en el ecosistema gráfico con una beca en la universidad de Oklahoma- no le basta con ofrecer sólo un pedazo de pastel del mundo: le gustaría ir dándolo entero -en toda su hermosura y su crudeza-, a cucharadas lentas, como una madre a un niño. Ella es genuina y ambiciosa, sí, pero, sobre todo, honesta. Presenta Muchismo -"es que hago mucho de todo, me dicen que soy muy prolífica", sonríe- avalada por PhotoEspaña en el Teatro Fernán Gómez.
Ahora que se sabe que Steve McCurry -autor del retrato de La niña afgana, uno de los más icónicos de la Historia de la fotografía- ha alterado sus imágenes con técnicas prohibidas en el fotoperiodismo durante años, De Middel nos invita a saltar en el escepticismo, a revolcarnos en él y a untarnos su barro. Está fresquito. Ni siquiera cree que haya diferencia entre una fotografía intencional y una manipulada: "Es que todas están manipuladas. Sólo el proceso mecánico de la fotografía es una manipulación de la realidad", reflexiona. "Tú eliges el ángulo, la luz, el momento... todas las decisiones hacen que ese instante no sea neutro. Y luego, claro, la manipulación posterior del photoshop, cuando se le falta el respeto a la interioridad de la foto".
Uno habla con ella y le entran ganas de frotarse los ojos, como hacen las caricaturas en las ensoñaciones, en los delirios raros. "De África, por ejemplo, sólo se muestran niños soldados, dolor y hambre. Pero es que también hay clase media, bancos, oficinas, gente que vive normalmente... y eso no nos lo cuentan. Que lo oculten tiene consecuencias bastante graves para la economía africana, por ejemplo. Es una campaña de márketing terrible para su continente".
Ahí su Afronautas, su serie más aclamada hasta la fecha: en ese libro retrata -recrea- cómo un país africano intentó viajar a la Luna en 1964, infructuosamente. Construyó desde cero un proyecto espacial africano, aderezando esas imágenes con lo más purista de sí: su imaginación. Cuando lo publicó, su precio era de 50 euros, con una tirada de mil ejemplares; ahora se ha convertido en una pieza de coleccionista y en Amazon puede encontrarse hasta por 2.000 euros.
Otro de sus juegos más ácidos y sugerentes fue Party, una visión cítrica sobre la tensión entre la versión oficial de una China comunista y la realidad, uasndo páginas "editadas" del Libro Rojo de Mao. De Middel censuraba lo censurado, tapando gran parte de las palabras con una suerte de tippex. Es un giro, una vuelta de tuerca a la censura.
La suya propia, reconoce, tal vez sea "el no proclamar que estoy diciendo la verdad: cuando me pongo tajante me vuelvo para atrás y casi que hago de abogada del diablo". Su motor es, en el fondo, "abrir debate". La censura al arte -ya sea fotografía o pintura- por parte de Facebook, Twitter o Instagram le parece "una estupidez": "Lo peor es que afecta sobre todo a las mujeres, a su representación, a sus desnudos".
La artista trabajó diez años como fotoperiodista en prensa local -en Información, de Alicante, y Diario de Ibiza- pero lo dejó porque, según dice, no quiere formar parte de algo en lo que no cree. Hasta ha dejado de entender las noticias. "Me da la sensación de que las cosas no se están explicando bien. Cuentan las cosas tantas veces que la historia deja de tener sentido. Yo he dejado de entender el conflicto de Palestina o la guerra de Siria. ¿Quiénes son los buenos, quiénes los malos? Y eso que leo la prensa todos los días", esboza.
Las cosas no se están explicando bien. Cuentan las cosas tantas veces que la historia deja de tener sentido. Yo he dejado de entender el conflicto de Palestina o la guerra de Siria
"¿Cómo puede ser que todo el mundo esté tirando piedras continuamente, muriendo y desenterrando cadáveres de niños? [Exagera, y subraya que lo hace). Perdona, pero es que ahí también hay gente que vive. Y creo que tiene que saberse". Extraña eso que el siglo XXI ha rajado por completo: "los contextos". También algo más de "opinión", "porque la información está toda contada": "Cualquiera puede acceder ya a un vídeo que reproduzca lo que está pasando en tiempo real".
Eso es lo que intenta hacer ella con su fotografía, que resurge como una dentellada loca, como un guiño surrealista, como la bofetada que uno ve venir. No en vano De Middel se ha convertido en una de las artistas más relevantes de la fotografía española contemporánea.
Ha rehusado ya de los grandes conflictos o los desastres naturales: ya estuvo en Haití y en Siria para Cruz Roja o Médicos Sin Fronteras. Ahora busca otros suelos, otros montajes, otros dardos. Porque lo crucial, para ella, es "que sea un buen producto de comunicación".
Le pregunto qué fotografía haría de la política actual, qué composición proyecta. "¿Sabes los carteles estos de payasos que se suponen que tienen que dar risa pero al final dan miedo?", pregunta, con su voz cantarina. "Estos que todo el mundo tiene en su casa porque vienen de su madre o lo que sea... estos que nadie se puede quitar de encima. Eso haría: un retrato del payaso llorando con la cara de cada uno de los políticos".