Las flores tienen en común con las vaginas -literalmente- los óvulos y los ovarios -y qué curioso que se llame "estigma" al pequeño tallo que recibe el polen durante la fecundación-. Luego los sépalos, los filamentos, las anteras; hasta acabar estallando en color y pétalo, poderosa, coqueta y sugerente. En un mundo donde algunos rascacielos -y demás objetos alargados que acaban curvos- sugieren a cualquiera forman fálicas, por qué no puede intuirse un sexo femenino en un pimpollo natural.
Esa es la duda central que ha planteado el trabajo de Georgia O'Keeffe (1887, Sun Prairie-1986, Santa fe), una Frida Kahlo prematura por su brío artístico, por su inspiración mexicana y por ser elegida -sin ser ella nada de eso- como icono feminista. Todo un universo de amapolas abiertas, de violetas provocativas, de lirios que, de tener hombros, los enseñarían con intención. Nada grotesco aquí: sólo atracción, ternura, erotismo, hechizo. Hay una caracola marina que inspira aquella hondura -y aquella cerrazón- del sexo; una suerte de ola curva que quiere parecerse al labio de abajo; la calavera de una cabeza de vaca rematada en flor y nube.
¿Qué es el arte, en realidad? ¿La pretensión del artista, la interpretación del público, o la lectura contaminada del espectador fan por lo que el autor decía de su obra? "Si uno mira detenidamente una flor, tiene todo el mundo delante suyo", decía O'Keeffe. Eso quería ella: ofrecer la verdad a golpe de brote, aunque acabó agobiándola la visión erótica de su trabajo.
Deténganse a mirar
La culpa la tuvo Alfred Stieglitz, fotógrafo, mecenas y esposo de la artista, que empezó a relacionar en público las pinturas de su mujer con ideas psicoanalíticas que desembocaban en los órganos sexuales femeninos. "La mayor parte de la gente corre tanto que no tiene tiempo de mirar las flores", sonreía ella. "Quiero que las miren, lo quieran o no. ¡Deténganse a mirar!". Ahora la Tate Modern acoge, del 6 de julio al 30 de octubre, una magnífica retrospectiva de O'Keeffe con más de 100 obras de 60 procedencias: la muestra más completa de la pintora jamás expuesta fuera de Estados Unidos.
En su recorrido se ensalza su papel como pionera del modernismo justo un siglo después de su debut en Nueva York, en 1916. Achim Borchardt-Hume, director de exposiciones de la Tate Modern, dijo a The Guardian que era importante acoger esta muestra para disfrutar del trabajo de O'Keeffe "a partir de múltiples lecturas": "Ha sido reducida a un modelo de trabajo en particular, que tiende a ser leída de una manera particular", explicó.
"Muchos de los artistas varones y blancos de todo el siglo XX tienen el privilegio de ser leídos en diferentes niveles, mientras que otros -ya sean mujeres o artistas de otras partes del mundo- tienen a reducirse a su lectura tradicional o conservadora. Es hora de que las galerías y museos desafíen esos clichés". Reconoce, sin embargo, que el arte femenino del siglo pasado "aún está en riesgo de ser eclipsado por los hombres" y que ellos han intentado enfrentar el trabajo de la artista al espectador de forma que cada cuadro "le ponga a prueba". "O'Keeffe fue una mujer muy asertiva, pero trataba de recordar que era una artista importante, no sólo una importante feminista".
Tanya Barson, comisaria de la exposición, recuerda que no para de atribuírsele a O'Keffe una tendencia feminista que ella negó durante seis décadas y que se le adjudicó en 1920, pero que luego fue revivida por las feministas de los 70, que elevaron su trabajo como una delcaración de poder de la mujer. "Este tópico ha sido perpetuado po rlos críticos de arte masculinos de la época", apostilló. "Creo que es hora de repensar su trabajo. Ella era una artista polifacética". Y es cierto: tonteó con la fotografía, con la música y con el paisaje de Nuevo México, donde vivió y trabajó entre 1930 y 1940 y se empapó hasta la médula del espíritu y las tradiciones de la zona.
Georgia O'Keeffe parió Jumson Weed – White Flower nº1, la obra más cara de una artista femenina. Se trata de un óleo de 1932 que muestra un primer plano de una flor de color blanco roto que es considerada una mala hierba -y que también puede verse en la exposición-. Fue adjudicado por 44,4 millones de dólares el 20 de noviembre de 2014 en la sede neoyorquina de Sotheby's.