Si el ser humano se tomara en serio todo lo que ya sabe sobre lo que comemos no podría salir a la calle. Ni alimentarse. Moriríamos de inanición en posición fetal en una esquina de casa porque... ¿se ha parado usted a leer alguna vez todas las porquerías con las que condimentan desde nuestras ensaladas a nuestras vacas?
¿Ha visto documentales apocalípticos y que abogan por el veganismo total para frenar el calentamiento global como Cowspiracy? ¿Sabe a la velocidad que viaja por el mar la contaminación radioactiva de Fukushima o el efecto a largo plazo en el pescado de vertidos de petróleo como el de aquellos “hilillos de plastilina” que según Rajoy apenas rozaron Galicia tras la implosión del Prestige?
¿Serán los pedos de las vacas capaces de producir carne, leche y energía en lugar de contaminación?
Ante semejante panorama hay quien opta por plantearse las cosas combinando el sentido del humor, el diseño, e ideas relacionadas con la sostenibilidad. Si todavía existimos y vamos a seguir comiendo intentemos imaginar cómo serán los alimentos que llegarán a nuestros platos en un futuro no muy lejano. ¿Qué colores, formas y sabores tendrán? ¿Se podrán imprimir en 3D? ¿Serán los pedos de las vacas capaces de producir carne, leche y energía en lugar de contaminación? ¿Sustituirán los líquidos sintéticos y anodinos a un buen plato de gambas a la plancha?
Taipei, que este año ostenta el título de Capital Mundial del Diseño, acoge desde el mes pasado y hasta mediados de agosto en el Museo Nacional del Diseño una exposición titulada Historias comestibles, en la que se intenta contestar a éstas y otras preguntas a través de una serie de proyectos procedentes de todo el mundo y cuyo nexo es la preocupación por nuestro futuro alimenticio.
Comida que no es comida, pero alimenta
Alice Wang, una diseñadora local cuyo trabajo se centra en el diseño conectado al uso social y sostenible, ha sido la comisaria de esta peculiar muestra donde se puede beber ‘Soylent’, un líquido blancuzco de sabor neutro que con apenas medio vaso sustituye una comida y, doy fe, te quita el hambre. O descubrir la botella de plástico biodegradable que ha diseñado el islandés Ari Johnson, o el proyecto THE OHOO!, agua comestible, agua en una bola transparente que se come y que se ha inventado el español Rodrigo García González y los franceses Guillaume Coche y Pierre-Yves Paslier y que bien podría sustituir al agua embotellada. E incluso conocer cómo proliferan los paneles de abejas sobre rascacielos en Hong Kong o los huertos bajo tierra en Londres, imaginarse cómo será la carne que no es carne y hasta ver una foto de las albóndigas del futuro o una maqueta de una vaca imaginaria cuyos gases se transforman en energía.
La exposición Historias comestibles permite ver fotos de las albóndigas del futuro y los huertos subterráneos de Londres
“Los taiwaneses hemos descubierto hace muy poco que llevábamos décadas comiendo veneno. Ha habido muchos escándalos sobre el tipo de químicos que se han estado utilizando en la agricultura. Y aunque la gastronomía tiene muchísimo peso en nuestra cultura, parece que a la mayoría de la gente comer porquería le da igual, pero a mí no", cuenta la creadora.
"Los diseñadores tenemos la capacidad de comunicar con el público y si nuestros dibujos y diseños pueden ayudar a entender lo que está ocurriendo en el planeta y a repensar lo que comemos, al menos seremos de utilidad. Por eso he buscado fotógrafos, diseñadores y artistas que juegan con la comida a diferentes niveles”, explica tras la inauguración esta joven educada en Londres.
Ha hecho su propia investigación en relación al pescado tras un vertido de más de 200 toneladas de petróleo frente a las costas del norte de Taiwán hace apenas cuatro meses. “Ha habido casi 10.000 vertidos en el mundo sólo en la última década. Comer sushi no es más que comer una colección de contaminantes” sentencia.
Diseño contra hambre
La idea de fondo es que estamos viviendo una crisis alimentaria global y quizás el diseño también pueda ayudar a resolverla. “Hemos dividido los proyectos en cuatro secciones que son una invitación a pensar en la comida desde cuatro puntos de vista: primero comes, luego juegas, luego te preocupas y luego te imaginas”.
La fotógrafa austríaca Marion Luttenberger muestra una divertida serie fotográfica titulada Sugar Teeth/Dentist Love sobre el efecto del azúcar en nuestros dientes. También se recupera la campaña publicitaria de un supermercado francés que inundó París con fotos de verduras y frutas feas, de esas que nadie quiere y acaban en la basura, para concienciar a la gente de que son tan comestibles como el resto.
La comida fea también se come
El austríaco Klaus Pichler propone otra serie de fotos pero de comida podrida, enmohecida o en cualquier caso, desagradable. Él la viste y la introduce en contextos fotográficos elegantes y crea las imágenes que forman su proyecto, con el que quiere concienciar de nuestro gasto alimenticio: un tercio de la comida que se produce en el mundo acaba en la basura mientras que casi 1000 millones de personas están al borde de la inanición.
Un tercio de la comida que se produce en el mundo acaba en la basura mientras que casi 1000 millones de personas están al borde de la inanición
Las propuestas las completan varias performances internacionales como la que protagonizará el próximo 29 y 31 de julio el diseñador Martí Guixé, un catalán que trabaja desde hace años con la comida y al que han invitado a reflexionar sobre la tradición de comida callejera taiwanesa. Por último durante la muestra se podrán ver en las calles de Taipei mensajes fugaces sobre el asfalto impresos en el suelo con agua en caracteres chinos. La máquina, una bicicleta con un carrito adosado que escribe, se llama Trikewriter y la inventó hace años un arquitecto canadiense llamado Nicholas Hanna que viaja por Asia dejando a su paso escritos sobre agua y sostenibilidad.