Larga es la mano opresora de las redes sociales. Ya Twitter censuró un desnudo pintado -pechos al aire en miniatura, hijos de la artista norteamericana Sarah Goodridge-. Ya Facebook le cerró la cuenta a la poeta Luna Miguel por ilustrar la portada de su libro sobre masturbación femenina con dos líneas: una curva que simulaba una vagina y otra alargada que quería ser el dedo placentero que entraba en la cueva. Hasta la mismísima vulva velluda de El origen del mundo (1866), de Gustave Courbet -obra maestra del arte moderno que cuelga del Museo de Orsay de París, estudiada por cualquier alumno de Historia del Arte- ha sido enterrada por el gigante azul.
Es el pan de cada día: pezones, labios verticales, penes erectos, toqueteos al óleo que no pueden ser en el plano virtual. La rueda del escándalo sexual -que se ceba con el arte- sigue girando y ya ha pasado de lo estúpido a lo sencillamente surrealista. Una mano. Una mano lógica, con cinco dedos, carne, nudillo y uña; una mano que ni siquiera está agarrando nada con lascivia o impertinencia; una mano sencilla y solitaria, desligada de la muñeca y del cuerpo, que se apoya en la nada. Es la mano de Erasmo de Rotterdam dibujada por Hans Holbein, uno de los maestros del retrato del siglo XVI y estudioso del humanista. Sus trabajos sobre él destacan internacionalmente.
La mano perversa
¿Qué hay de ofensivo -o siquiera, de sugerente- en la mano de un humanista del siglo XVI? No hay provocación erótica aquí; tampoco belleza íntima. Fue el curador de arte Stephen Ellock el que tuvo la idea de violar las normas comunitarias de Facebook con esa palma llena de sucias intenciones. El experto cuenta con más de 114.000 seguidores que esperan cada día sus contenidos virtuales: en su muro rescata artistas olvidados, comenta libros de pintura o propone novedades. La publicación de la mano de Erasmo le iba a costar 30 días de suspensión de cuenta -así se lo comunicó, solemne, Facebook-, hasta que sus adeptos se lanzaron a bombardear la plataforma con manos de artistas como Alberto Durero, Leonardo Da Vinci, Augustus John o el fotógrafo surrealista Man Ray en señal de protesta.
Los aficionados han bombardeado Facebook con manos de artistas como Alberto Durero, Leonardo Da Vinci, Augustus John o el fotógrafo surrealista Man Ray en señal de protesta
La empresa ha dado un paso atrás y ha achacado lo ocurrido a un "error humano". ¿Humano? Este extraño caso de censura quedaría en anécdota si realmente se hubiese efectuado por un fallo algorítmico: siempre gusta echarle la culpa a un ordenador. Sin embargo, la confesión de Facebook implica que hay un cerebro en su equipo que realmente toma por obscena una mano del Renacimiento. Ni siquiera se puede alegar que Ellock, el curador, publicase la imagen sin la autorización correspondiente de los derechos de autor, porque el dibujo arrastra unos 500 años de antigüedad. Todos han prescrito.
¿En qué contexto, entonces, puede ser impúdica una mano? Ahí está la Venus de Urbino (1538) de Tiziano, recostada sobre una sábana blanca, con el cabello rubio cayéndole sobre un hombro. Con los dedos derechos agarra unas flores, pero los izquierdos están delicadamente apoyados entre las piernas. No es un gesto violento, lujurioso ni explícito, sino rayano en lo sensual. Promete al espectador sin mojarse; presagia lo mejor: una profundidad incipiente vagina adentro.
También La ninfa y los sátiros (1627), de Nicolas Poussin, haría implosionar al censor de Facebook: la protagonista de la escena, con el cuello hacia atrás, se deja ir. El pastel llega cuando el espectador repara en que la mano izquierda, con un par de dedos más sobresalientes, recae en el sexo. Lo dice hasta el texto al pie de la National Gallery: "se está dando placer a sí misma" y está "tan absorta en su actividad" que no repara en que los sátiros se están excitando observándola.
El mundo pone en el grito en el cielo por poco: sólo hay que recordar las descabelladas reacciones del público cuando Edouard Manet colgó por primera vez el desnudo de Olympia, en el que se veía una pálida mano blanca apoyada en un muslo. La imaginación de la audiencia se echó a volar. A Katsushika Hokusai no le hicieron falta ni dedos: en El sueño de la esposa del pescador, la mujer se deja absorber por dos pulpos. Uno diminuto que la besa en la boca y le acaricia un pezón; y otro enorme, monstruoso, que le practica un cunnilingus. Las manos de ella, en este caso se limitan a aferrarse a sus tentáculos, como exigiendo más.
Qué diría Facebook si conociera las intenciones de la mano de El juego lúgubre (1929), de Dalí, que muestra la estatua de un hombre con una palma exageradamente grande. Es un masturbador que se siente culpable
Qué diría Facebook si conociera las intenciones de la mano de El juego lúgubre (1929), de Dalí, que muestra la estatua de un hombre con una palma exageradamente grande. Es un masturbador que se siente culpable y se tapa los ojos con bochorno: sus fantasías danzan delante de él.
Para las mentes estrechas -y las permeables- hay algo impúdico en las manos, qué duda cabe. Habrá que empezar a conformarse con expresar ese placer prohibido de los dedos como hacía Buñuel en Un perro andaluz: amputando directamente desde la muñeca. O llenando de hormigas el cuenco de la mano.